por Diego Taboada Varela
,29 de Mayo de 2014
Populismo revolucionario para los de abajo y keynesianismo para los
de arriba. Esa parece ser, a mi modo de ver, la estrategia discursiva de
Pablo Iglesias.
Populismo para los de abajo y keynesianismo para los de arriba.
Esa parece ser, a mi modo de ver, la estrategia discursiva de Pablo
Iglesias. No tengo nada en contra, ni mucho menos, de los populismos que
se dicen de izquierdas. Al fin y al cabo, no hay nada más
populista que la semiótica cultural del capitalismo, y la fuerza de
enganche que tiene es lo suficientemente fuerte como para no enfadarnos
cada vez que los contra-populismos de izquierdas tratan de frenarla.
Tampoco tengo nada en contra de la economía política Keynesiana. Me
parece sensato pretender una imposición fiscal y una redistribución
económica más equitativa y justa. Me parece sensato pretender hacer
fluir crédito bancario para que los ciudadanos puedan empezar a
desarrollar un petit negoci. Intelectuales poco sospechosos de
empatizar con las medidas keynesianas como Noam Chosmky han afirmado
muchas veces la necesidad de no cegarnos por la lógica de lo deseable y dejar que se desarrollen todas aquellas iniciativas que, sin pretender cambiarlo todo, al menos sí se presentan como necesarias para aliviar el sufrimiento cotidiano de algunas personas.
Pablo Iglesias, de tonto, no tiene nada. De ingenuo, creo que menos.
Sabe perfectamente lo que hace y cómo lo hace. Sabe perfectamente que
situarse en esa ambigüedad discursiva en la que se ofrece a la sociedad
un proceso de purificación democrática contra la casta,
con códigos de comunicación rotundamente claros y directos, a la vez que
un discurso keynesiano clásico, con códigos de comunicación más
académicos, tiene que dar resultado electoral : Por un lado,
tranquilizas al stablishment político-mediático que aún se
retroalimenta, simbólica y económicamente, del régimen post-transición
aún no superado. Es decir : les demuestras que de tonto no tienes un
pelo y que serías un sujeto muy capaz a la hora de tomar decisiones técnicas.
Por otro lado, canalizas la frustración social contra el mismo régimen
con un discurso claramente cargado de rebeldía ética y moral contra la casta. A esa estrategia comunicativa de double face
en la que se mezclan elementos de populismo revolucionario a la
latinoamericana y keynesianismo yo no lo llamaría improvisar. Al
contrario : está todo premeditadamente calculado. Es estrategia pura y
dura.
Decía José Luís López Aranguren : “La moral se esgrime cuando se está en la oposición; la política cuando se ha obtenido el poder”. Pablo iglesias estará mucho tiempo columpiándose entre el esgrimir la moral contra la casta y esgrimir el realismo político para afianzarse como alternativa a la misma. Necesita demostrar, en sus apariciones televisivas, no sólo que es un intelectual, sino que también podría ser un político sensato.
Y aquí, las representaciones dominantes sobre lo que se supone que es
un intelectual y sobre lo que se supone que es un político sensato, son
muy importantes; si por intelectual concebimos a un sujeto que maneja
conocimientos y saberes técnicos y que los utiliza como herramienta de combate
político, para mí no hay duda : Pablo Iglesias es un intelectual. Si
por político sensato concebimos a un sujeto que sabe tomar decisiones
que no escandalicen al sentido común dominante, es decir, que
agraden a un amplio porcentaje de la sociedad civil que no quiere
desengancharse de la sociedad del hiper-consumo, y que agraden, en
consecuencia, a las castas que reproducen ese modelo, tampoco tengo
ninguna duda : Pablo iglesias es un político sensato. Sucede, claro, que
a mí me gustan otro tipo de intelectuales, así como otro tipo de
políticos sensatos.
Sentido común es lo que tienen, también, aquellos seres que suelen
atreverse a hacerle un corte de manga teológico, filosófico, científico y
moral a la civilizatio neoliberal, y sin embargo, no veo que
tengan tanta cancha mediática ni influencia cultural en España. Sensatez
es, también, lo que tienen aquellos seres convencidos de que las
soluciones políticas no tienen porque agradar a las mayorías resignadas a
lo existente, sino currarse a las minorías deseosas de otros modos
posibles de vivir para convertirlas en mayoría social, y sin embargo, no
veo que tengan tanta cancha mediática o influencia cultural en España.
Por algo será.
Esto, precisamente, es lo que debería hacer reflexionar a los
diseñadores de las políticas científicas, culturales y comunicativas de
la izquierda. Ser como los otros, que diría Eduardo Galeano, es el peor de los puntos de partida posibles.
Hay, ya se sabe, sensateces que agradan más que otras. Y hay, por
supuesto, sentidos comunes que agradan menos que otros. Por lo general -
qué casualidad – es la sensatez y el sentido común de minorías
anti-sistémicas el que tiene más probabilidades de ser etiquetado de locura por la asfixiante tiranía cultural de las cuerdísimas mayorías sensatas.
A lo mejor, en esta asfixiante y puritana doble moral, es donde
encuentro respuestas para entender porqué, mientras se desarrollaban con
tranquilidad las elecciones europeas del 25 de Mayo, el silencio fue la
tónica dominante de las mayorías sensatas ante la contemplación del
nuevo golpe de estado democrático que los Mossos d´esquadra ejecutaban
contra el Multirreferèndum en Cataluña. A lo mejor, quien sabe, es en
esta asfixiante y puritana doble moral donde encuentro respuestas para
entender porqué, mientras el convergente Xavier trías escenificaba en
público su rueda de prensa post-electoral, las mayorías sensatas se
mantenían en silencio al mismo tiempo que se procedía al violento
desalojo y posterior derrumbe de Can Vies, un centro social pionero con
17 años de tradición en el desarrollo de otra forma de entender la
cultura, la política y las relaciones humanas.
O a lo mejor, quien sabe, también empiezo a entender el silencio de las mayorías sensatas mientras Manel Prat dimitía como cap de los Mossos de Esquadra mientras éstos entraban a la sede del Setmanari directa
provocando serios destrozos, aplicando la máxima de que la democracia,
con dolor físico, terror y violencia, entra, como entraba en los no
superados tiempos del franquismo la máxima de que la letra, con sangre,
también entra.
Esta violencia asimétrica – legal o institucionalmente justificada –
no puede sino provocar reacciones violentas y nos va a acompañar durante
años. El lado fuerte de la violencia es intencional y premeditadamente calculada por el poder. Su lado débil es necesariamente una reacción al lado fuerte,
así como un modo desesperado, a veces, y firmemente organizado, otras,
de reafirmar la voluntad de resistirla. En cualquier caso, ambas
violencias no pueden considerarse, de ningún modo, violencias idénticas, ni en sus formas de ejecutarse, ni en los motivos que las impulsan. Es difícil explicar esto a la everyday people viviendo como vivimos en una sociedad puritana. No importa el país, la ciudad, o el pueblo en el que se viva : el sentido común de la civilizatio neoliberal que ha fagocitado la capacidad de reflexión y el lenguaje es tan duro como una piedra.
¿ Qué podemos hacer ?. ¿ Cómo podemos cambiar nuestro modo
tradicional de entender el significado de la violencia ?. ¿ Cómo podemos
gestionarla socialmente aprendiendo de las culturas de resistencia que
han germinado desde el fuego de su subordinación ?. Se acabaron las
retóricas conciliadoras y locales para ello, debemos entender la lógica
glo-localizada de la violencia prescindiendo de los estereotipos
culturales como refugio para asfixiar la responsabilidad individualidad y
la reflexión social sobre la violencia.
Me temo que la solución a esta situación, en España, en Europa o en
el escenario internacional, no pasa por el culto a la personalidad de
Pablo Iglesias – y él lo sabe - , ni por las tertulias de Fort Apache,
ni por el éxito electoral de Podemos.
Pero algo es algo, y es mejor que nada, así que no queda otra que seguir caminando, che.