Entrevista, realizada el pasado viernes, a Juan Carlos Monedero*
aprovechando su participación en un seminario que tuvo lugar en la
Universidad de Granada.
¿Cuál es el panorama político que se le ha presentado a Maduro durante las elecciones?
Maduro ha recibido dos golpes. El
primero ha sido la muerte de Chávez, quien ha sido líder claro y
absoluto del proceso bolivariano a niveles excesivos, que llevaron a que
él cargase con demasiado trabajo, impidiendo al mismo tiempo que, en su
entorno, surgieran liderazgos alternativos. El segundo golpe que recibe
Maduro es en las elecciones, donde no se esperaba un resultado tan
ajustado. Este segundo susto lo ha tenido que procesar y digerir más
rápido, pero ha tenido como consecuencia dos elementos muy positivos
para el proceso. En primer lugar, Maduro ha entendido que el liderazgo
tiene que ser colectivo, algo que lo ha llevado a acentuar la labor
colegiada del gobierno. Y, en segundo lugar, la necesidad de reconstruir
la hegemonía de Venezuela, que no ha heredado de Chávez y que solamente
la puede armar recorriendo el país para hablar con todos los agentes
políticos y sociales, cosa que ya ha anunciado que va a hacer.
A parte de esos dos sustos ha recibido
un regalo dramático, y es que la oposición ha vuelto a sacar su
verdadero rostro, que es fascista; ha generado ocho muertos, centros de
diagnósticos integral devastados, militantes golpeados, miembros del
Consejo Nacional Electoral amenazados… De esta forma, esa derecha
patética, fascista y golpista pensaba que iba a acabar con el gobierno,
sin embargo lo que ha conseguido ha sido reforzar el proceso de
liderazgo de Maduro.
Maduro es una persona que pertenece a la
izquierda del movimiento bolivariano. Así como hay otros actores
políticos que se han identificado con la boliburguesía o con posturas
más moderadas, Maduro viene de una formación política en la Liga
Socialista y de una socialización de lucha. En su discurso, el mismo día
de las elecciones, fue muy claro al decir que se iba a hacia la constitución del socialismo
y que no había diálogo posible con la burguesía; podía haber diálogo
con actores de la oposición, pero no se iba a producir ningún tipo de
negociación con aquellos que quieren vivir del trabajo de los demás. Con
lo cual el perfil de izquierda de Maduro está claro.
Y es bolivariana porque
también durante estos catorce años él ha sido una persona que ha estado
constantemente con el presidente Chávez y en todos los debates; desde
la asamblea (en toda la elaboración legislativa, con el impulso de
leyes, en el debate de las mismas…) hasta como canciller, armando una
integración regional diferente, como es UNASUR o también como es el ALBA, donde hay un presupuesto de izquierda diferente en esa integración que es inédita en el mundo.
A diferencia de la construcción de la
Unión Europea, que se hace sobre criterios capitalistas y competitivos,
con pequeñas franjas de solidaridad, la concepción del ALBA se traduce,
muy al contrario, en un acuerdo de cooperación y de ayuda. Esa propia
concepción del ALBA acompaña a Nicolás Maduro y va a ser un referente en
su gestión de gobierno.
Sin embargo, los medios de comunicación no reflejan precisamente esta imagen, más bien apuntan en direcciones bien distintas…
Maduro recibe una parte de las críticas
que se suelen realizar sobre el proceso bolivariano, al que se ha
acusado de autoritario, de castro-comunista, que cierra medios… Unas
críticas vacías de contenido y que generalmente son mentira. Él ha
incorporado una crítica nueva: es conductor de autobús. Es decir, es un trabajador.
Entonces la figura de Maduro molesta a la derecha porque ésta cree que,
como diría el Partido Popular, la «marca Venezuela» se ve deteriorada
por tener como representante a un conductor de autobús, a un trabajador.
Como si no hubiéramos visto a licenciados y doctores arruinar países.
Entonces las críticas que ha recibido y
que va a recibir Nicolás Maduro no van a ser muy diferentes a las que
tradicionalmente ha recibido Chávez. Lo hemos visto durante las
elecciones: se le ha acusado de fraude electoral –y no se ha demostrado
porque es mentira–,
se le acusa de violencia policial utilizando una foto de la represión en Egipto,
se le acusa, con el ejemplo de una pequeña población, de cometer un
fraude habiendo más electores que votantes –sin embargo el candidato
Capriles,
habiendo dos mesas, solamente muestra una urna–.
Es decir, las acusaciones que hemos visto durante todos estos años
sobre Venezuela han sido mentira, lo cual no implica que no haya
problemas en el país. Sin embargo, sí es cierto lo que decía Bertrand
Russell sobre Thomas Paine: «era un hombre con defectos, como cualquier
ser humano, pero no se le atacaba por sus defectos sino por sus
virtudes». Por lo general, los ataques que leemos al proceso bolivariano
no suelen coincidir con las cosas que realmente hacen mal, sino que son
ataques que están vinculados a que se hacen cosas bien que perjudican a
sectores privilegiados.
¿Y por qué esas críticas se realizan especialmente desde Estados Unidos y Europa? ¿Cuáles son los intereses?
Venezuela es la mayor reserva de
petróleo del mundo. La geoestrategia política y económica norteamericana
está vinculada a los recursos naturales. En el mapa de América Latina
se superponen recursos naturales, conflictos sociales y bases
norteamericanas, es una constante. Pero, Venezuela no sólo tiene
petróleo, además, es la Amazonía –las tierras, el agua, el gas– y,
también, es un control de toda la zona. Esto lo ha entendido muy bien
Brasil y por eso la alianza de Chávez y Lula ha sido absoluta, porque
han entendido perfectamente la estrategia norteamericana. Y Maduro va a
hacer lo mismo, es decir, la no-integración latinoamericana va a ser una
integración del respeto de la soberanía.
Por otra parte, en América
Latina también encontramos otros procesos de emancipación, como el
zapatismo, que guardan, al mismo tiempo, ciertas similitudes y ciertas
diferencias con el socialismo bolivariano.
Sí, entre el socialismo bolivariano y el
zapatismo hay afinidades y hay diferencias. El zapatismo, si hacemos
caso a la expresión de John Holloway de «cambiar el mundo sin tomar el
poder», basada en el propio movimiento, se contradice radicalmente con
el presupuesto bolivariano de «tomar el poder para cambiar el mundo».
Los procesos de transformación de Venezuela, Ecuador o Bolivia se hacen desde el Estado.
Y ahí también surge una discusión que Chávez tuvo muy clara: el Estado
puede ser una palanca, pero si no se contrarresta con poder popular se
convierte en un monstruo. La herencia que Chávez señaló como lo mejor
del socialismo bolivariano es la creación del «Estado comunal»,
y le reclamó a Nicolás Maduro que hiciera de la constitución del Estado
comunal su principal obra. Y el Estado comunal no es sino el contrapeso
del Estado representativo neoliberal; algo inédito, algo que hay que
inventar, pero que pone en paralelo a los elementos comunitarios con los
elementos estatales representativos, que creo que ahora mismo es el
camino correcto.
El zapatismo, con toda su dignidad y
toda su lucha complicada contra un estado corrupto como es el mexicano,
no puede ir más allá de construir caracoles, es decir, nichos de
dignidad condenados a ser islas de resistencia, mientras que el proyecto
desarrollado por Chávez ha cambiado el continente.
¿Y es posible que algunos elementos de la política venezolana puedan llegar a Europa?
La política venezolana va a terminar
viniendo a Europa. El cierre informativo que se ha construido sobre los
procesos de cambio en América Latina se va a traducir en un creciente
interés. Muchas de las reivindicaciones que observamos en la Unión
Europea van a encontrar ejemplos en lo que hace quince años se empezó a
hacer en América Latina. Sobre todo, en estrategias contra el
neoliberalismo que se traducen en procesos constitucionales que, a su
vez, se transforman en procesos antiimperialistas que conducen a
procesos anticapitalistas.
Igual que el 15-M y el movimiento de los
indignados descubrieron la política y las luchas por la justicia y por
la igualdad, la Europa insurgente, la Europa disidente, va a acabar
encontrándose con el ejemplo de América Latina. Igual que lo que ocurrió
en el norte de África ayudó a poner en marcha el proceso de
transformación en Europa, cuando se conozcan los procesos
latinoamericanos creo que va a ocurrir algo similar pero más
radicalizado. Mientras que las luchas en el mundo árabe tenían como
objetivo primero echar a dictadores, el objetivo de las luchas en
América Latina era desterrar la injerencia de Estados Unidos en las
economías nacionales, y eso tiene más que ver con los problemas que
tenemos en Europa.
A este debate habría que añadir otra
discusión, ya abierta en América Latina, sobre el extractivismo y el
respeto a la Pachamama, que es una lucha a la que es muy sensible Europa
y de la que también terminará haciéndose eco.
¿Bajo qué formas pueden aparecer en Europa estos elementos que ya se encuentran en Venezuela?
De Venezuela nos deben interesar las
preguntas más que las respuestas. Aquí no va a haber un Chávez, aquí no
vamos a esperar de los militares una tarea de impulso del proceso
emancipador, aunque hay que contar con ellos. Aquí no hay un población
desestructurada como la que se encontró Chávez, no hay una disolución de
las estructuras sociales intermedias como las que había en Venezuela,
no somos un país rentista, no somos un país con petróleo, tenemos una
estructura estatal diferente…
Lo que compartimos con Venezuela son los males del modelo neoliberal,
el sometimiento a patrones extranjeros o la necesidad de arma una
identidad nacional o plurinacional pero que comparta elementos comunes.
Pero, volviendo a un punto que
has señalado antes, ¿los escraches no suponen ya un síntoma de una mayor
atención a las estrategias políticas desarrolladas en América Latina
contra el neoliberalismo?
Hace más de un año escribí un artículo
donde planteaba que el escrache era la única solución que veía a la
brutal transferencia de los pobres a los ricos; me parecía intolerable
que los ricos pudieran disfrutar con absoluta impunidad de ese despojo.
Cuando planteé aquello ya era muy consciente de la labor de los hijos de los desaparecidos en Argentina, quienes pusieron en marchar los escraches.
Por lo tanto, el Sur ya nos ha dado claves de comportamiento frente a
las instituciones que aquí no habíamos considerado; en las nuevas
protestas, que coinciden con las de América Latina, y que son protestas
contra el neoliberalismo, vamos a encontrar líneas de actuación
similares.
¿Y no crees que los escraches han producido un efecto mediático similar al causado por el SAT el verano pasado?
Efectivamente. Tanto los escraches como
la expropiación de siete carritos son superaciones de los mecanismos de
la democracia representativa cuando ésta ya no da respuestas. Expropiar
siete carritos del supermercado es recordar que hay gente que está
pasando hambre, incumpliéndose por tanto la Constitución española. Y los escraches, a su vez, son recordatorios de la ausencia de representatividad de nuestros de representantes. Es decir, son una impugnación de la democracia liberal representativa.
Gracias a los escraches recordamos que
los que se entienden como ‘mandatarios’ realmente son ‘mandatados’, que
quien manda es el pueblo y ellos lo que tienen que hacer es obedecer.
Pero habían construido una burbuja institucional blindada con
privilegios que provenían de la lucha contra la monarquía absoluta y que
se convierten en anacronismos para sinvergüenzas que se escudan en la
inmunidad parlamentaria para robar o para obtener privilegios.
La expropiación de siete carritos se
convirtió en una crisis casi de Estado, algo que asustó a las élites
porque seguramente les recordó otros sucesos parecidos; por ejemplo,
cuando los pobres asaltaban las tiendas, una imagen muy latinoamericana y
que, de repente, te invalida todo un régimen. Después del asalto a las
tiendas en Venezuela hubo una respuesta represora muy fuerte, y de ahí
sale Chávez. Si robar siete carritos implicara una respuesta represora
por parte del Estado, se desarrollaría un enfado profundo de la
ciudadanía y seguramente se produciría al mismo tiempo un
cuestionamiento radical del régimen.
Y los escraches, igual que robar
carritos evidencia la fragilidad e ilegitimidad del sistema, dejan claro
que ese grupo de privilegiados ya no tiene el favor popular, y que, por
tanto, no puede seguir ofreciendo a los banqueros europeos el bienestar
de los españoles, no puede seguir negociando con Merkel el
endurecimiento de nuestros pensiones, no puede vaciar instituciones o
cajas de ahorros para después irse a restaurantes caros a gastárselo… Es
decir, se acaba la impunidad de ese grupo.
Y, del mismo modo que se intentó
penalizar y sancionar la acción del SAT, ahora se está produciendo
–sobre todo desde el Partido Popular– una criminalización de los
escraches. ¿Qué explica tal estrategia?
Los escraches atacan la línea de
flotación del sistema. Apuntan a la propiedad privada, a la
identificación del Estado como garante de la sociedad privada, a los
cuerpos de seguridad como cuerpos represivos que protegen la propiedad
privada y dejan en evidencia que «el Emperador está desnudo» al
dinamitar el artículo catorce de la Constitución, donde se dice que «los
españoles son iguales ante la ley», y el artículo nueve, que afirmar
que los poderes públicos removerán «los obstáculos que impidan o
dificulten» el libre desarrollo de los españoles y españolas. Por tanto
los escraches se sitúan en la defensa de lo más emancipador de la
Constitución y los que persiguen a los escraches se sitúan en lo más
represivo de nuestro sistema constitucional.
Una vez más tenemos una lucha entre el
derecho a la propiedad privada y los derechos humanos. La Plataforma de
Afectados por la Hipoteca, y quienes realizan los escraches, se sitúan a
favor de los derechos humanos. En cambio, quienes reciben los escraches
renuncian a los derechos humanos y apuestan por la propiedad privada.
(*) Juan Carlos Monedero es profesor
titular de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad
Complutense de Madrid y director del Departamento de Gobierno, Políticas
Públicas y Ciudadanía en el Instituto Complutense de Estudios
Internacionales.