Jorge Beinstein
La “
crisis global” (todavía se la sigue llamando así) sigue
su curso, se va profundizando con el correr de los años, deteriora las
instituciones de las potencias centrales, quiebra las tramas económicas y
culturales que cohesionaban a esas sociedades, queda al descubierto
como decadencia es decir como proceso de deterioro general irreversible.
También va llegando a los denominados “
países emergentes”
derrumbando el mito del rejuvenecimiento capitalista desde la periferia,
de la superación burguesa del neoliberalismo occidental gracias a la
intervención del estado.
Los años 2008 y 2013 constituyen períodos donde se aceleró la
declinación del capitalismo, en ambos casos el desastre tuvo como origen
al centro imperial para luego propagarse hacia el conjunto del sistema
global. Podríamos establecer un corte aún más preciso y fijar los meses
de Septiembre de 2008 y Septiembre-Octubre de 2013 como los “
momentos”
en los que la historia universal incrementó bruscamente su velocidad
cuando la acumulación de degradaciones produjo un gran salto de
cantidad en calidad. Desde el punto de vista de los amos del sistema es
posible hablar de “
annus horribilis” es decir años de grandes
desgracias, aunque desde el lado de las víctimas, de los miles de
millones de seres humanos que habitan en el subsuelo del planeta burgués
podemos afirmar que se trata de “
annus mirabilis”, de períodos donde el sistema avanza claramente hacia su ruina es decir de acontecimientos “
maravillosos” que alientan la esperanza en la posible conquista de un mundo mejor.
El 15 de septiembre de 2008 en los Estados Unidos el gigante financiero
Lehman Brothers se declaró en quiebra y A
merican International Group
(AIG) considerado el líder mundial de seguros y servicios financieros
necesito ser rescatado por la Reserva Federal. La crisis provocada por
el desinfle de la burbuja inmobiliaria norteamericana se propagó
rápidamente, estallaron otras burbujas inmobiliarias y bursátiles en
Europa y Asia y los gobiernos de las grandes potencias inyectaron en los
años siguientes varios millones de millones de dólares con el fin de
impedir el hundimiento del sistema financiero internacional pilar
decisivo de la economía mundial. No consiguieron recomponer su dinámica
anterior ni mucho menos la de las estructuras productivas pero si
lograron evitar (postergar) el derrumbe.
Así es como a partir de 2008 la masa financiera global que se venía
expandiendo de manera exponencial dejó de crecer, en realidad
experimentó un decrecimiento suave, es lo que constatamos cuando
comparamos a la especulación en “
productos financieros derivados”
(corazón del parasitismo financiero global) con el Producto Bruto
Mundial. A mediados de 1998 esos negocios equivalían a cerca de 2,4
veces el valor nominal de la economía planetaria, llegaron a 4,3 veces
hacia fines de 2002, a 8,5 veces a fines de 2006 y a 11,7 veces a
mediados de 2008 en pleno delirio especulativo, bajando
lentamente desde entonces: 10,5 a fines de 2009, 10,6 a mediados de 2011, cayendo a 8,9 a fines de 2012 y a 8,6 a mediados de 2013 (1).
El estancamiento de la masa financiera, peor aún su desinfle, marca
el fin del largo crecimiento drogado del capitalismo global durante la
financierización neoliberal. Desde los años 1970 se produjo la
reconversión financiera
del capitalismo que permitió la reproducción ampliada del área imperial
del sistema: los estados centrales se endeudaban y subsidiaban a la
industria (gastos militares, reducciones fiscales de todo tipo, etc.) y
frenaban la desaceleración del consumo (subsidios a los desempleados),
las empresas se endeudaban para seguir invirtiendo y los consumidores se
endeudaban sosteniendo a esos grandes mercados, por otra parte las
caídas tendenciales en las tasa de ganancias productivos de grandes
grupos económicos eran más que compensadas por la expansión de los
negocios financieros.
Pero finalmente la burbuja estalló en el año 2008, lo ocurrido a partir de entonces fue una degradación financiera-productiva “
controlada”,
las deudas públicas y privadas de las potencias centrales tradicionales
siguieron creciendo, la Unión Europea se estancó para entrar finalmente
en recesión, Japón transitó un camino aún más dramático (Fukushima
mediante) y los Estados Unidos tuvieron un crecimiento anémico que a lo
largo de 2012-2013 amenazaba convertirse en estancamiento o directamente
en recesión. El sistema había ingresado en una nueva etapa.
Guerra y petrodólares.
La crisis de 2008 no terminó con la ola militarista de los Estados
Unidos por el contrario la potenció, mucho antes de esa crisis frente a
su debilitamiento financiero y productivo la elite imperial estaba
convencida de que solo la utilización de su superioridad militar podía
revertir los retrocesos económicos o al menos frenar su desarrollo. La
victoria occidental en la Guerra Fría parecía confirmar esa hipótesis,
la avalancha militarista de la era Reagan durante los años 1980
continuada por la presidencia de George Bush (padre) le había dado la
estocada final a la Unión Soviética obligándola a competir en una
carrera armamentista que desbordó su capacidad económica y burocrática
declinante. Liquidada la URSS los Estados Unidos aparecían como la única
superpotencia militar, el planeta quedaba a su disposición.
Ahora, desde hace algo más de una década, asistimos a una suerte de
mega Vietnam
diversificado en varios espacios geográficos con diferentes
intensidades y modalidades, la mirada del Imperio hacia el resto del
mundo es principalmente militar, la periferia aparece ante los ojos de
su elite dominante como un vasto campo de batalla.
Los golpes de estado en Honduras (2009) y Paraguay (2012), la
acentuación de las intervenciones sobre Colombia y Venezuela y las
actividades de desestabilización en otros países latinoamericanos
señalan que el Imperio ha lanzado una ofensiva de gran alcance sobre la
región, a esto debemos sumar el desarrollo de un segundo frente de
guerra en África cuyo momento más dramático ha sido la destrucción de
Libia pero apuntando al mismo tiempo hacia el mundo árabe, ambas
ofensivas convergen con la prosecución de la guerra larga en Medio
Oriente y Asia Central: el tercer frente, y el despliegue de un cuarto
frente de fuerzas militares cada vez más extendido e intenso en
Asia-Pacífico apuntando contra China.
Hacia comienzos de la década actual los Estados Unidos desplegaban
cuatro megafrentes simultáneos, toda la periferia no controlada por
Occidente se encontraba atacada o amenazada, de ese modo la agresividad
de los halcones de la era Bush (cuando su Secretario de Defensa Ronald
Runsfeld afirmaba que los Estados Unidos podían desarrollar exitosamente
dos guerras al mismos tiempo) fue luego ampliada en la era Obama.
El doble rostro del Imperio (decadencia económica y social por un
lado y militarismo por el otro) sugiere el interrogante acerca de si la
ola militar es sustentable en el mediano-largo plazo, en realidad no es
seguro que pueda ser respaldada ni siquiera en el corto plazo, basta
con comprobar que los gastos militares reales de los Estados Unidos se
aproximan a los 1,3 billones (millones de millones) de dólares si a los
gastos del Departamento de Defensa sumamos aquellos con finalidad
militar de otras áreas de la administración pública (Departamento de
Estado, Departamento de Energía, NASA, etc.) y los intereses pagados por
el endeudamiento necesario para su realización. Esa cifra equivale en
el Presupuesto 2013 a la casi totalidad de la recaudación prevista de
impuestos personales directos o al 140 % del déficit fiscal proyectado.
Entonces si la militarización no es económicamente sustentable
debemos interrogarnos acerca de si existe alguna lógica, alguna
racionalidad superior que explique el fenómeno.
Wallerstein respondió al interrogante hace algunos años de manera
contundente: los Estados Unidos se encontrarían ante la alternativa de
aceptar una declinación honorable (opción “racional”) o bien tirar la
casa por la ventana. En resumen: las elites imperiales al seguir el
segundo camino demostrarían que se han vuelto “
locas”, que la
decadencia ha quebrado su racionalidad. La explicación es sencilla,
directa, pero en última instancia superficial, ignora sobre todo la
conexión necesaria entre
racionalidad y
realidad,
entre lo teóricamente viable y la viabilidad práctica de la teoría lo
que condiciona a la racionalidad, le hace poner los pies sobre la
tierra. Nos encontramos ante la dinámica histórica concreta de la
racionalidad instrumental
(de la racionalidad burguesa) tal como se presenta a comienzos del
siglo XXI, en tanto expresión de la evolución, las contradicciones, los
dramas, las necesidades, las posibilidades de las fuerzas imperialistas
dominantes que la desarrollan, en este caso las elites occidentales. Se
trata de una racionalidad solo interesada en la eficacia de los
mecanismos de preservación y expansión del poder, cada vez más
empantanada en el corto plazo, absolutamente desinteresada de las
consecuencias en el largo plazo. En ese sentido el encadenamiento de “
soluciones racionales” de problemas concretos puede llegar a ser un seguro camino hacia el desastre, hacia el estallido del sistema, el esfuerzo
racional (y amoral) de recomposición, de preservación del capitalismo decadente, deviene autodestrucción.
Occidente se encuentra embarcado en una guerra planetaria uno de
cuyos objetivos es el saqueo de los recursos naturales de la periferia,
en primer lugar los energéticos, el éxito de la empresa le permitiría
realizar una drástica contención de costos productivos asegurando
niveles aceptables en las tasas de ganancias de los grandes grupos
industriales y en consecuencia amplios beneficios y expansiones de
negocios de las redes financieras... y del parasitismo consumista de las
clases medias y altas de los Estados Unidos y Europa.
La “
guerra del petróleo” esta asociada a otra guerra: la
financiera focalizada en la desgastada hegemonía del dólar que gira en
torno de un factor decisivo: los petrodólares.
En 2012 la exportaciones globales de petróleo alcanzaron
aproximadamente los 2 billones (millones de millones) de dólares, pero
este comercio “físico” generó negocios especulativos en los mercados de
productos financieros derivados del orden de los 30 billones de dólares
(2) equivalentes a cerca del 42 % de Producto Bruto Mundial de ese año o
bien a unas 2 veces el Producto Bruto de los Estados Unidos o a unas 13
veces el valor de sus importaciones. Desde el fin de la Segunda Guerra
Mundial los negocios petroleros (tanto comerciales como financieros)
fueron realizados en dólares y desde comienzos de los años 1970 en
“petrodólares” sin respaldo oro, pero la declinación de la moneda
norteamericana y del peso económico relativo de la superpotencia
causaron la paulatina reducción de la hegemonía del dólar. No se trató
solo del desplazamiento de los Estados Unidos en el mercado petrolero
global sino del conjunto de los países del Primer Mundo cuyo consumo
petrolero relativo viene declinando. Controlar las principales áreas
productivas y redes de comercialización es para los Estados Unidos y sus
socios europeos más Japón no solo una prioridad “energética” agravada
por la entrada en la era del estancamiento de las extracción global de
petróleo sino también un gravísimo tema financiero. Si la demanda de
dólares llegara a declinar de manera decisiva, y en consecuencia su
precio relativo respecto de las otras monedas internacionales
importantes (en especial las emergentes como el yuan o el rublo) y
también del oro, entonces se podría derrumbar todo el edificio
parasitario norteamericano arrastrando al conjunto del primer mundo, los
Estados Unidos ya no serían capaces de sostener su consumo civil ni sus
gastos militares alimentados por un déficit comercial y fiscal pagados
con papeles (dólares y títulos del Tesoro).
En 1970 el primer mundo consumía el 70 % de la producción petrolera
global, cuando estalló la “Primera Guerra del Golfo” en 1991 esa cifra
había descendido al 54 %, en el 2005 caía al 49,6 % y en 2012 al 41,2 %
(3). La “
guerra de eurasia” iniciada en 1991 y acelerada una
década después buscaba el control occidental sobre un área que abarcando
a las cuencas del Mar Caspio y del Golfo Pérsico albergan cerca de dos
tercios de las reservas mundiales de petróleo. La victoria militar
habría acorralado a Rusia (segundo productor mundial de petróleo en
2012) obligándola someterse a Occidente.
Pero los Estados Unidos no pudieron ganar esa guerra y cuando
intentaron sancionar a Irán dejándole de comprar su petróleo y obligando
a la Unión Europea a hacer lo mismo lo iraníes pudieron vender el
producto a China remplazando al dólar por el yuan o a India a cambio de
oro. El primer mundo ya no es el mercado mayoritario del petróleo y
tampoco consigue controlar su producción en consecuencia su dominación
financiera declina rápidamente.
La ruptura de 2013
En el año 2013 se produjeron tres hechos decisivos.
En primer lugar la ofensiva militar-planetaria de los Estados Unidos
iniciada a comienzos de los años 1990 (posguerra fría) encontró por
primera vez una barrera que no pudo atravesar, su intervención en Siria
no pudo pasar (como había ocurrido en el caso libio o antes en
Yugoslavia, Irak o Afganistan) a la etapa de la acción directa, en este
caso realizando bombardeos masivos sobre ese país. Su confrontación con
Rusia hizo fracasar la operación en septiembre de 2013, no faltaron los
comunicadores occidentales para calificar al hecho como el comienzo de
una nueva guerra fría, en realidad se trató del fin de la posguerra fría
y el ingreso a una nueva era marcada por el debilitamiento militar
estratégico de los Estados Unidos. Solo en la zona de Medio Oriente y
Asia central quedan en difícil posición sus vasallos tradicionales como
Arabia Saudita, Israel o Turquía y aumenta la influencia de Rusia que
por ejemplo firmó en noviembre un acuerdo de integración militar con
Armenia, Bielorusia y Kazajistán que proyecta ser rápidamente ampliado a
Tayikistán al mismo tiempo que se estrechan las relaciones militares
ruso-egipcias.
No se trata de un simple desplazamiento de influencias en esas
regiones sino también de un duro golpe a la imagen de omnipotencia de su
maquinaria militar y al conjunto de intereses económicos y políticos
directamente vinculados a la misma. Y lo que es mucho más grave: se ha
producido una brutal pérdida de eficacia del principal instrumento de
disuasión global de los Estados Unidos, esto no significa el fin de sus
agresiones pero causa un notable desconcierto estratégico que agrava la
crisis de percepción en su más alto círculo de poder.
Un segundo acontecimiento significativo fue el amago de cesación de
pagos del estado norteamericano en Octubre de 2013. Por segunda vez en
esta década los Estados Unidos estuvieron al borde del default con una
deuda pública federal que en ese momento alcanzaba los 16,7 billones
(millones de millones) de dólares equivalentes al 105 % de su Producto
Bruto Interno del año 2012 (hacia fines de noviembre de 2013 superaba
los 17,2 billones de dólares) pero sumadas todas las deudas públicas y
privadas se llega a algo más del 360 % del PBI. No se produjo el
default pero si la evidencia de un grave deterioro
político-institucional, durante días las cúpulas políticas jugaban al
default, intercambiaban chicanas y golpes bajos hasta llegar a la fecha
límite del 17 de Octubre tratando de sacarse ventajas con una bomba
financiera que si hubiera estallado habría producido una catástrofe
financiera global sin precedentes y seguramente hundido a la economía
estadounidense en la hiper recesión. Ahora todo esperan el próximo juego
del default sin que se sepa en que puede llegar a terminar.
El telón de fondo es el deterioro financiero de una economía
aplastada por las deudas cuyos crujidos cada vez más fuertes ponen al
descubierto a una clase política que juega a la cesación de pagos y a la
explosión del capitalismo global como si estaría disputando el
resultado de un partido de béisbol o de alguna elección municipal. La
tragedia es asumida con absoluta frivolidad, la decadencia anestesia a
las elites dirigentes.
Estos dos hechos: el fracaso político-militar en Siria más el
escándalo político-institucional del default (y el pantano económico en
el que se apoya) alientan un tercer fenómeno desestructurante: el
agotamiento de la unipolaridad imperial, la rápida pérdida de poder
relativo mundial de los Estados Unidos. Eso impulsa el avance de
potencias regionales y de por lo menos dos que aspiran a un rol global
destacado: Rusia y China, sin embargo esos movimientos no imponen la
construcción de un mundo multipolar es decir el reparto completo del
planeta entre un grupo reducido de imperios, lo que se viene produciendo
(y ahora se acelera) es un proceso de
despolarización (y no de
multiporalización)
donde ni una ni tres superpotencias pueden controlar al sistema global.
Es la jerarquía imperial del capitalismo como tal manipulada por un amo
o varios, que recorre toda la historia del sistema, la que se encuentra
en decadencia. Ello involucra en primer lugar a los viejos polos como
los Estados Unidos, las grandes potencias europeas occidentales
(Alemania, Inglaterra, Francia) y Japón. Pero también a las nuevas o
renovadas potencias, la economía china se viene desinflando siguiendo
así la ruta que a su sistema industrial exportador le marcan sus grandes
clientes declinantes: los Estados Unidos, Japón y la Unión Europea. La
economía rusa se estanca en 2013 y las previsiones para 2014 son peores,
la recesión en Europa afecta a sus exportaciones energéticas. India y
Brasil no se encuentran en mejor situación, en ambos casos la economía
se estanca y amenaza entrar en recesión. Todas las grandes economías se
encuentran atrapadas por la crisis, las tradicionales y las emergentes,
las aferradas al neoliberalismo y las que practican el capitalismo de
estado. El motor de la decadencia es el G7 mientras que el BRICS va
ingresando gradualmente (por ahora) en el proceso común.
La despolarización global aparece como un fenómeno complejo, con
imágenes contradictorias donde algunas potencias retroceden y otras
avanzan, donde algunas aparentan recuperarse para luego volver a
declinar, otras parecen zafar de la ola depresiva para más adelante
sufrir los impactos de las fuerzas entrópicas globales. Es necesario
entender los detalles, las especificidades pero sin perder de vista el
panorama más amplio: la decadencia sistémica global.
La despolarización no instaura una suerte de capitalismo global
democratizado, con menos imperialismo, con más autonomías nacionales o
regionales articuladas expandiendo sus fuerzas productivas, la ilusión
de la
despolarización progresista no es menos irreal que la de
la multipolaridad ordenada. La realidad presenta al sistema marchando
hacia convulsiones cada vez mayores, hacia la generalización del
desorden, la autodestrucción ambiental, la reproducción ampliada de la
economía tendiendo a cero y anunciando convertirse en negativa. Es el
capitalismo en vía de agotamiento que al despolarizarse se desarticula
presentando horizontes futuros de barbarie pero también de insurgencias
portadoras de utopías liberadoras.
------------------------------------------------------
(1), Fuente: Bank for International Settlements,
http://www.bis.org/statistics/derstats.htm
(2), Gati Al-Jebouri, CEO Lukoil International Trading and Suply
Company, Litasco SA, “International Oil Market and Oil Trading”, Haute
Ecole de Gestion, Geneva, September 19, 2008 & BP Statistical Review
of World Energy, 2013
(3), BP Statistical Review of World Energy, 2013.