¿Cuantas veces habremos oído que el fascismo y
el comunismo son sistemas semejantes?¿Quién es el auténtico protagonista
de semejantes difamaciones y falacias?
El capitalismo cuando es incapaz de controlar los movimientos
populares y resolver tal problema por los métodos propios de la
“democraica burguesa”, junto con la agravada crisis cíclica del propio
sistema, adopta la forma de fascismo. Es una herramienta Una dictadura
terrorista abierta de los elementos más reaccionarios e imperialistas
del capital. El fascismo, por lo tanto, es la mayor ofensiva del capital
contra las masas de trabajadores con el objetivo de frenar así el
ascenso del movimiento obrero. De este modo, la gran patronal obtiene
mayores beneficios a base de una mayor explotación de la clase obrera,
mano de obra esclava, el saqueo y la guerra.
Por lo tanto, el fascismo como producto del capitalismo en manos
de la burguesía nada tiene que ver con el comunismo cuya teoría
científica plantea las condiciones de la liberación de la clase obrera.
El 23 de agosto de 1986, las organizaciones de disidentes
antisoviéticos residentes fuera de la URSS se aprestaban a convocar a lo
largo y ancho del mundo capitalista decenas de manifestaciones para
condenar el Pacto Molotov-Von Ribbentrop rubricado 47 años antes. Los
protagonistas de estos actos, que en suma serían conocidos a posteriori
como el Día de la Cinta Negra (Black Ribbon Day), identificaban
interesadamente a las dos partes del pacto como
elementos totalitarios y contrarios a la libertad.
Estas protestas constituirían la
antesala de la contrarrevolucionaria Cadena del Báltico de 1989, acción
promovida por el imperialismo en
Estonia, Letonia y Lituania en las postrimerías de la Unión Soviética y
que acabaría desenvocando en la independencia de estos territorios. El
primer paso para la desintegración definitiva del proyecto socialista
soviético.
Años más tarde, en 2009, el Parlamento Europeo -cámara legislativa de una estructura, la
Unión Europea, que permite la
participación de organizaciones nazifascistas en sus comisiones e instituciones y que apoya abiertamente movimientos
fascistas en Ucrania-
votaba con solemne hipocresía una condena al fascismo y al comunismo y
la instauración del 23 de agosto como jornada de conmemoración de “sus
víctimas”. A partir de entonces pasaría a celebrarse anualmente dicha
conmemoración.
La equiparación de nazifascismo y comunismo no era, para entonces,
nada novedoso en la Unión Europea. Ni en ningún rincón del mundo
capitalista. Ya durante la Guerra Fría,
la burguesía se
aprovechaba de manera abyecta de la memoria antifascista de los
trabajadores de todo el mundo para hacer malabarismos y equiparar
el fascismo -ese
régimen social que ella mismo engendró para
parar al movimiento obrero revolucionario- con el comunismo bajo la
etiqueta de “totalitarismo y autoritarismo”. Pretendían encauzar el odio
hacia el fascismo también hacia el comunismo, intentando situarlos al
mismo nivel y en oposición a una democracia burguesa idealizada.
Según este esquema, que tiene en la cúspide de su elaboración teórica
a intelectuales burgueses como Hannah Arendt, toda sociedad en la que
se atente contra la la libertad individual típicamente liberal, tal y
como la entiende la burguesía, es totalitaria y merece el desprecio de
las democracias en las que imperarían, de acuerdo con esta lógica, los
derechos humanos.
Terminada la Guerra Fría, algunas mentes pensantes a sueldo de los
capitalistas proclamaron que la lucha de clases había terminado y que el
capitalismo había triunfado definitivamente. Tal fue el caso de Francis
Fukuyama. Pero la clase dominante no creía realmente en tales sandeces:
sabía que en el modo de producción capitalista, junto a la burguesía,
siempre existe la clase obrera y con ella la posibilidad de que germinen de nuevo sus ideas revolucionarias. Se
hacía necesario, a pesar de la caída del bloque socialista,
intensificar la ofensiva ideológica contra las conquistas logradas por
la Unión Soviética y las democracias populares y dinamitar cualquier
vestigio de reputación de ese proyecto que permaneciese en la conciencia
de la clase trabajadora.
Es en ese sentido que aparece el 23 de agosto como día para condenar
al “totalitarismo”, es decir al fascismo y al comunismo equiparados de
manera interesada.
La elección de esta fecha por parte de los gestores políticos del
sistema no fue baladí. No se trataba de una casualidad, tal y como se
comenta al principio del presente artículo. La firma del Pacto
Molotov-Von Ribbentrop en 1939 entre el Ministro de Exteriores del III
Reich alemán y el Comisario de Asuntos Exteriores de la Unión Soviética
ha sido históricamente objeto de notable controversia.
La burguesía y sus lacayos académicos siempre han presentado este
hecho histórico como una prueba, en el mejor de los casos, de la
traición de la URSS a los pueblos de Europa; en el peor de los casos, de
la supuesta similitud entre ambos regímenes. A esta visión del asunto
se adhirieron, en cierta manera, todos los
traidores que -disfrazándose de comunistas- actuaron contra la Unión Soviética en
su interior a partir del XX Congreso del PCUS. En 1990, el gobierno
soviético de Gorbachev se unía a las declaraciones occidentales y
condenaba las “disposiciones secretas” del Pacto Molotov-Von Ribbentrop,
que según la visión imperialista habrían servido para que “el
totalitarismo” se repartiese Europa.
Lo cierto es que cuando llega el Pacto Molotov-Von Ribbentrop en
agosto de 1939 han pasado ya seis años y medio desde el ascenso de
Hitler al poder en Alemania, al servicio de sus capitalistas que siempre
le brindaron apoyo. La burguesía de los países liberales,
ansiosa de arrojar al fascismo contra la URSS,
intentó en todo momento saciar la sed de conquistas del nazifascismo
alemán esperando que ésta tarde o temprano se volcaría contra el
socialismo soviético. A esa estrategia responden las traiciones de las
democracias burguesas, que en los Acuerdos de Munich y en actos
sucesivos vendieron a los pueblos de Europa al yugo fascista.
En los mencionados Acuerdos de Munich, países como Inglaterra y
Francia aceptaban ceder a Alemania en 1938 partes de Checoslovaquia. En
1939, las mismas naciones callarían cuando Hitler invadiese el resto de
Chequia y Eslovaquia. Paralelamente, los representantes diplomáticos de
estas democracias liberales rechazaban las propuestas soviéticas de
atacar a Alemania para parar su expansionismo, realizadas en sucesivas
ocasiones pues la URSS tenía un pacto de ayuda mutua con Checoslovaquia.
La rúbrica del Pacto Molotov-Von Ribbentrop en 1939 constituyó un
golpe de gracia soviético a la estrategia de la burguesía occidental. La
Alemania hitleriana, que estaba dispuesta a posponer por un tiempo la
invasión de la URSS por cuestiones puramente militares y de envergadura
de la campaña, ofreció una tregua temporal a la Unión Soviética, que
ésta aceptó para poder armarse y prepararse para la guerra. Las llamadas
“disposiciones secretas”, que repartían esferas de influencia en Europa
entre el III Reich y la Unión Soviética, fue un paso que Moscú tuvo que
dar para salvar a parte de Europa del fascismo y para protegerse de su
invasión. Posteriormente, el hecho de que el Ejército Rojo estuviese en
Polonia al empezar la campaña de invasión nazi de su territorio permitió
retrasar la llegada de los nazis a Moscú hasta el invierno.
Ello
constituiría un
hecho decisivo para que la Unión Soviética pudiese liberar a toda Europa de la bestia fascista, mientras Francia caía de rodillas, Inglaterra resistía a duras penas y Estados Unidos contemplaba desde la distancia.
Por ello los comunistas defendemos con tesón el Pacto Molotov-Von
Ribbentrop, sabiendo que sus suscriptores no eran aliados sino todo lo
contrario: enemigos irreconciliables. El nazifascismo nació en Alemania
con el objetivo declarado, explícito, de destruir el bolchevismo. Lo
hizo apoyado por los industriales germanos y con la complicidad en
política exterior de las democracias burguesas.
Hitler instauró en Alemania un modelo radicalmente distinto de
sociedad del que imperaba en la Unión Soviética: en el primer país
mandaba la burguesía a través de la más brutal represión, aprovechándose
de esta situación para lograr mayores beneficios mediante la
explotación de obreros, fuerza de trabajo esclava y la guerra; en
la
URSS gobernaban los obreros y campesinos, planificando la economía y
repartiéndose equitativamente la riqueza, relacionándose con otros
pueblos de manera justa y solidaria.
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