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Domingo, 02 Diciembre 2012
Un artículo de Manuel Navarrete.
"Hacer la revolución no es ofrecer un banquete, ni escribir una obra,
ni pintar un cuadro o hacer un bordado; no puede ser tan elegante, tan
pausada y fina, tan apacible, amable, cortés, moderada y magnánima. Una
revolución es una insurrección, es un acto de violencia mediante el cual
una clase derroca a otra" (Mao Tse Tung)
Una pistola en la cabeza de los ancianos
El viernes por la mañana el gobierno cogió una pistola y se la puso
en la cabeza a millones de ancianos. Entonces, les obligó a darles
algunos miles de millones de euros. Los metió en una bolsa y, más tarde,
entregó el botín a unos banqueros multimillonarios alemanes. Pero lo
más significativo es que todo eso lo hizo a cara descubierta, amparado
por las leyes del sistema económico capitalista.
Pero las multinacionales que controlan los medios de comunicación no
lo han contado así exactamente. Algunos han denominado al robo
“no-revalorización de las pensiones”; otros, “recorte”. Los del PP han
hablado bien de la medida; los del PSOE, mal. Pero ninguno ha hablado de
la existencia de un robo, de una pistola o de una entrega del botín a
sus nuevos dueños. La Sexta, naturalmente, ha criticado superficialmente
la medida; pero no ha cuestionado la dominación amparada por las armas
del Estado capitalista que permite adoptarla.
El objetivo de todos estos medios es que la gente no se haga las
siguientes preguntas: ¿por qué sólo el Estado puede tener pistolas,
policías, cárceles, juzgados y soldados? ¿Por qué sólo el Estado puede
cobrar y administrar impuestos, decidiendo si se derivan hacia los
ancianos o hacia los banqueros? ¿Por qué sólo los juzgados pueden
desahuciar y sólo la policía puede desalojar familias, y en cambio
nosotros no podemos pegarles a ellos con una porra o pelotas de goma?
¿Por qué si nosotros nos armáramos para desahuciar a los banqueros y
desalojar a la CEOE a porrazo limpio, el Estado los defendería y nos
encarcelaría de por vida?
Todo discurso político que no responda estas preguntas refuerza, voluntaria o involuntariamente, la dominación de la burguesía.
¿Qué hay de malo en un desahucio?
El socialdemócrata es realmente patético. ¿Qué tiene en contra de los
desahucios, de que echen a familias a la calle? Él apoya el sistema
capitalista, la propiedad privada como ley reguladora. Y es a través de
esa ley, limpiamente, mediante intercambios mercantiles de equivalentes,
como se ha llegado a esta situación en la que la banca saquea a las
poblaciones.
No hay que olvidar que el banco no es más que un tipo de empresa
particular, que vende dinero. Y es que, por más que digan los
keynesianos, no se pueden poner diques al mar. Si permites que exista la
posibilidad de contratar asalariados de manera privada extrayendo una
plusvalía, es completamente inevitable que acaben surgiendo parásitos
financieros como los que ahora sufrimos.
El socialdemócrata, que defiende los canales legales e
institucionales de lucha como los únicos posibles y legítimos, debería
estar en consecuencia a favor de todos los desahucios. Si la vivienda no
está colectivizada y se puede comerciar con ella, es obligatorio
pagarla al precio que decidan los propietarios. Un desahucio es una
orden de un juez, siguiendo las leyes que protegen la propiedad privada
capitalista y que, por lo tanto, permiten tanto la especulación
inmobiliaria como la especulación financiera. Leyes que el
socialdemócrata acepta, aunque quiera paliar sus resultados con un poco
de “caridad fiscal”, es decir, subiéndole los impuestos a los ricos.
Pero la caridad fiscal no es justicia.
Para el socialdemócrata, hay que agachar la cabeza ante los
criminales que gobiernan el mundo. Para él, si el violador (el sistema
capitalista) se pone un preservativo, ya no está atentando contra la
dignidad de su víctima (el pueblo trabajador). Así, el socialdemócrata
se limita a protestar. El revolucionario, en cambio, apuesta por
resistir, y no deja jamás que se confundan ambos conceptos. Como
escribió Ulrike Meinhof, “si digo que tal o cual cosa que no me gusta
estoy protestando. Si me preocupo además porque eso que no me gusta no
vuelva a ocurrir, estoy resistiendo. Protesto cuando digo que no sigo
colaborando. Resisto cuando me ocupo de que tampoco los demás
colaboren”.
El pacifismo, garante del status quo
El viernes por la tarde vi lo que parecía ser una despedida de
soltera o algo así. Un montón de enfermeras con gorritos de navidad
cantaban villancicos frente al ayuntamiento de Sevilla. Todas reían y el
cachondeo era generalizado. Luego me di cuenta de que era una protesta
contra los recortes en sanidad.
Eso me recuerda a una asamblea de barrio en la que un asistente
proponía que nombráramos a unos chivatos de la policía, para entregar a
aquellas personas que forzaran altercados. Pedí la palabra y dije que
eso jamás. Que, en todo caso, la manifestación debería nombrar a su
propio servicio de orden y excluir a aquel que no cumpliera con las
directrices acordadas, pero entregar a gente a la madera, nunca. Y lo
del servicio de orden no por nada, sino por el único motivo de que aún
no tenemos acumulada la fuerza suficiente como para asaltar el poder
político a cara descubierta y a plena luz del día, careciendo de sentido
realizar acciones en inferioridad de fuerzas.
Otra escena que recuerdo sucedió durante la huelga general del 14 de
noviembre. Mientras la policía cargaba criminalmente contra nosotros, un
trosko les decía “compañero, si a ti también te están recortando”.
Decía, también, que el enemigo era el capitalismo, no ellos; que también
son trabajadores, que “son unos mandados” y cosas así. No he visto cosa
más vergonzosa en mi vida. Si el enemigo es el capitalismo, así en
abstracto, ¿a quién hay que derrotar? ¿A “Mr. Capitalismo”? ¿O a las
fuerzas armadas del Estado capitalista, que estaban ahí enfrente
apaleándonos? ¿No eran los integrantes de las tropas yanquis derrotadas
por las guerrillas revolucionarias vietnamitas “unos mandados” de clase
obrera (pues los ricos podían pagar su licencia)? ¿No eran los soldados
nazis “unos mandados” y jóvenes procedentes del pueblo? Es más, ¿no nos
enseña Marx que ni siquiera los mayores capitalistas son enemigos por
el hecho de ser “malos” personal o individualmente, sino que es el
propio sistema el que los obliga a hacer lo que hacen y los convierte en
enemigos a los que hay que destruir?
Los poderosos quieren una izquierda moderada, cívica, ciudadanista,
colaboracionista. Quieren que creamos que las cosas se cambian haciendo
batukadas, agitando las manos vacías en el aire o dándoles pena a los
capitalistas. Que la violencia no soluciona nada (aunque ellos bien que
la emplean cuando hay que desalojar a alguna familia, reprimir alguna
manifestación en su contra o robarle el petróleo a algún país como Libia
o Iraq).
Pero lo más triste es que buena parte de la izquierda les sigue el
juego. Otra vez parece haberse puesto de moda el mito de Gandhi. Sí,
Gandhi, el que se oponía a la violencia cuando se trataba de colonias
que luchaban por su independencia frente al imperio británico, pero en
cambio la apoyaba cuando el imperio británico sofocaba una rebelión
popular. Sí, Gandhi, el que apoyó al imperio británico en la I Guerra
Mundial y llamó a sus seguidores a enrolarse en el ejército imperial,
como él mismo explica en su Autobiografía.
Tal vez la sociedad de castas que impera en la India sea un modelo
social ejemplar para estos “gandhianos” (a diferencia de la justicia
social por la que luchan incansablemente los Naxalitas con las armas en
la mano). Tal vez crean que los centenares de presos políticos y
mártires comunistas de la historia lo fueron por elección, por
dogmatismo o por haber leído demasiado al Che Guevara (y ni eso, porque
dirán que era pacifista, socialdemócrata o hasta enemigo de Fidel
Castro).
Pero el oportunista no sólo ignora la historia y, de paso, el
presente, sino que insiste con la milonga de que hablando de Gandhi
podemos atraer a más gente. La mediocre estupidez habitual. ¿De qué
sirve atraer a mucha gente, si a cambio estamos reforzando sus
prejuicios democrático-burgueses? ¿De qué sirve ser millones si lo que
hacemos es inmovilizar y defender la paz entre clases? ¿Cómo dar mañana
el salto revolucionario, si previamente no hemos hecho pedagogía y
preparado al pueblo para ello?
El papel de la violencia en la historia
Los tiros al aire de los palestinos, tras conocerse que Palestina
será aceptada como Estado observador en la ONU, nos recuerdan aquella
idea de Rosa Luxemburgo: la violencia siempre debe estar latente detrás
de lo que, aparentemente, es una negociación pacífica; de lo contrario,
no obtendremos nada. Tal vez Mahmud Abbas intente aparentar que él ha
sido el responsable institucional del logro, pero todos -salvo los
demasiado ignorantes- saben que, sin la resistencia armada de Hamás y el
FPLP, jamás se habría llegado a una correlación de fuerzas que
permitiera ese logro (relativo).
India no habría logrado la independencia de no ser porque al imperio
británico, acosado por la resistencia armada a la que se enfrentaba en
todo el Tercer Mundo, le convino efectuar esa concesión preventiva. Los
pueblos trabajadores de Europa no habrían logrado la sanidad, la
educación y las pensiones públicas sin la existencia de una Unión
Soviética que, además de una carrera armamentística (aunque ahí está el
quid de la cuestión), imponía una “carrera del bienestar”, con sus
poderosos servicios públicos.
En suma, es hora de no frivolizar sobre el papel de la violencia en
la historia. Manel Márquez señaló en una ocasión que nunca se ha
conquistado nada para los pueblos mediante la violencia. Esa frase
podría pasar a ser cierta si cambiáramos el “nunca” por un “siempre” y
modificáramos el resto de su gramática en función de ese cambio. Pero,
tal y como fue escrita, esa es la frase más lejana a la verdad posible.
Ninguna clase dominante ha cedido jamás sus privilegios por las buenas y
todo lo que han conquistado los pueblos a lo largo de la historia de la
humanidad ha tenido que ser, desgraciadamente, por la fuerza.
No fue la conducta de Jesucristo (que probablemente ni siquiera
existió), sino la conducta de Espartaco, la que cosechó frutos
emancipadores y revolucionarios. Sin la violencia de los oprimidos no se
habría superado ni siquiera la esclavitud. Sin la amenaza de unas masas
populares rebeldes y armadas de palos o escopetas no seríamos ni
siquiera siervos de la gleba. Sin los piquetes “violentos y coactivos”
no trabajaríamos 8 horas (de hecho, al haber relajado esa tensión ya nos
están haciendo trabajar más de 8), sino 16. Sin los piquetes “violentos
y coactivos” no tendríamos derecho a vacaciones pagadas, baja por
enfermedad o maternidad, seguridad social, convenio colectivo o salario
mínimo. Tampoco tendríamos sanidad y educación gratuitas (de hecho, al
habernos vuelto demasiado pacíficos, ya nos están arrebatando también
esa conquista).
Pero no se puede decir más, porque el precio es ir a la trena. Eso es
lo más triste: los pacifistas se aprovechan de que llevarles la
contraria es ilegal, de que con ellos no puede haber un debate en
igualdad de condiciones. Con todo, subestiman el avance del pensamiento -
interno y clandestino- de cada vez más personas.
Sólo el socialismo real fue una amenaza real
Sería demasiado estúpido plegarse a lo que digan unos medios de
comunicación que hablan de torturas policiales en Rusia, pero silencian
las torturas que se producen (e indultan) sistemáticamente aquí (hasta
la casposa Amnistía Internacional reconoce que el Estado español viola
mucho más los llamados “derechos humanos” que Cuba). Sería irrisorio
plegarse a lo que los medios de comunicación dicen, porque son capaces
de gastar cientos de miles de euros para rodar una serie tan patética
que afirma que Isabel la Genocida fue “una mujer adelantada a su
tiempo”.
La semana pasada, en un desalojo, la policía nos machacó a palos. Al
cabo de unas horas, leí en la web del Diario de Sevilla que había 8
policías heridos por piedras y palos. Yo estuve allí, lo vi todo y puedo
asegurar que esa “información” es totalmente falsa. Ojalá el grado de
resistencia popular hubiera llegado a esos niveles. Pero no. Ahora nos
enteramos de que varios policías se han dado de baja por lesiones. Unas
lesiones inexistentes que se convierten en unas existentes vacaciones
pagadas (pagadas por los mismos a los que apalearon). Perfecto premio
por reprimir y mentir. ¿Qué está pasando?
Ahora nos asustan con Irán. Por lo visto, EE UU, Gran Bretaña o
Israel tienen derecho a tener armas nucleares, pero Irán no. ¿Por qué?
No es Irán la que tiene bases militares en Rota y Morón. No es Irán la
que bombardeó Yugoslavia, Afganistán, Iraq y Libia. No es Irán la que
colonizó Asia. Ni la que masacra a niños palestinos.
El caso es que eso nos lleva a otras reflexiones: si mienten así
sobre un desalojo, si mienten así sobre cualquier país que, aun sin ser
socialista, no controlen, ¿qué no dirían de una revolución
anticapitalista? Lo de ingenuo se queda corto para definir al que se
traga la propaganda de los medios de comunicación contra la Unión
Soviética.
La cosa es bien sencilla: la URSS fue el mayor desafío al capitalismo
en toda su historia. Mil batukadas, foros sociales, asambleas barriales
o incluso sindicatos no pueden equipararse al desafío anticapitalista
que supuso la Unión Soviética. ¿Cómo van a hablar bien de ella los
mismos medios que, de haber sido otro el vencedor de la batalla de
Stalingrado, sin duda habrían hablado (pero que muy) bien del fascismo?
No es una cuestión de nostalgia de la URSS, sino de memoria histórica
proyectada hacia el futuro. Podemos gastar saliva criticando los
errores (reales o, más frecuentemente, inventados) del socialismo real,
pero debemos tener clara una cosa: volverán a mentir sobre cualquier
nuevo proyecto emancipador que generemos. Si estamos entrenados para
creernos todas sus mentiras, si no tenemos un pensamiento realmente
crítico y alternativo que las ponga en cuestión, ¿cómo nos libraremos de
tragarnos una vez más todas sus calumnias?
Una supuesta izquierda heredada de una supuesta transición
Como dice una canción de Inadaptats sobre la guerrilla Mau-mau,
“tenemos demasiadas de nuestras propias gentes que se interponen en el
camino. Son demasiado escrupulosas. No quieren que los clasifiquen como
extremistas, o violentos, o irresponsables, ¡sólo buscan su buena
imagen! Y nadie que busque una buena imagen será jamás libre”.
Todavía nos preocupa demasiado lo que digan de nosotros. Desde el
cambio de maquillaje de la transición, el comunismo domesticado del PCE
dejó de generar sus propios canales de comunicación con las masas,
apostando por los canales institucionales y mediáticos convencionales.
De este modo, la prensa burguesa, a través de un sutil juego de castigos
y premios, fue moldeando la línea política del PCE en función de los
intereses de la burguesía.
Así, llegamos a la situación actual. Las bases del PCE cantan en las
manifestaciones que “PSOE, PP, la misma mierda es”. Pero, luego, si a
alguna agrupación local se le ocurre poner en práctica el cántico (como
hicieron los de Extremadura), es amenazado de expulsión por Cayo Lara
(un líder que, como Llamazares, Carrillo o Valderas, se niega a
independizar a IU del PSOE). Es más, las bases han sido privadas de toda
posibilidad para modificar la línea de la dirección, que más bien
depende de la deuda del PCE, que fue comprada por el banquero sociata
Emilio Botín.
Pero realmente, esto es tan evidente que no hace falta insistir demasiado.
Esclavos de la casa y esclavos de las plantaciones
Malcom X ironizaba (en buena medida, para denunciar el pacifismo de
Martin Luther King) sobre el esclavo de la casa, que cuando su amo
enferma le pregunta “¿cómo estamos, amo?”, frente al esclavo de las
plantaciones, que sólo anhela la muerte del amo. Cuando, este verano,
los esclavos de las plantaciones del SAT entraron en el Mercadona a
expropiar algunos alimentos, los esclavos de la casa del Banco de
Alimentos rechazaron la ayuda. No pasó nada, porque el SAT llevó los
alimentos directamente a la Corrala la Utopía, que es lo que debió hacer
desde un principio.
Ahora, el Banco de Alimentos y La Caixa han colocado unas cajas
caritativas en los Mercadonas, para recoger alimentos. Habría que
meterles fuego a todas esas cajas. La Caixa, que ha desahuciado a
cientos de miles de familias, que se ha lucrado y se lucra con el
sufrimiento de la gente. Que ha forzado, junto al resto de la banca
europea, las mismas políticas causantes del hambre. Que controla buena
parte de las acciones de las empresas multinacionales españolas que
saquean al Tercer Mundo (Repsol, Gas Natural, Fenosa, Abertis…). Que ha
privatizado las cajas de ahorros, para concentrar aún más el capital en
pocas manos. Que ha cooptado a los gobiernos para que conviertan su
deuda privada en deuda pública, haciendo pagar al pueblo una deuda (cómo
no, a otros bancos amigos) que va camino de hundirlo en la miseria.
La Caixa juega a un juego muy sencillo: va a una comunidad de vecinos
donde hay ancianos que, con el sudor de su frente, trabajando toda la
vida, han cosechado 9 bollos de pan. Les pone una pistola en la cabeza y
les exige 10. Luego, junto a sus amigos, los esclavos felices del Banco
de Alimentos, regala 1 bollo de pan para lavar su imagen. ¡Qué
caritativos son los banqueros!
Por imperativo moral, por necesidad material y por dignidad, hay que acabar con esos cerdos. Por las buenas o por las malas.
La revolución es una correlación de fuerzas
Acusan de extremistas a nuestra gente, y a veces nuestros dirigentes
consienten. Mientras sigamos hablando en el lenguaje del enemigo,
estaremos jodidos. ¿Quién decide dónde está el centro y dónde están los
extremos? Nosotros no somos extremistas, queremos un mundo donde haya
equilibrio, igualdad, donde la gente pueda vivir tranquila, sin
esclavitud, sin extremos.
Extremista es que el salario mínimo sea de 748 euros y la hipoteca
del banco se lleve la mayor parte de lo que gana la gente. Extremista es
que algunos tengan que suicidarse, porque unos sinvergüenzas, armados
con el poder militar del Estado, defiendan la existencia de clases
sociales, la existencia de una minoría de ricos insaciables frente a una
mayoría de personas que viven al día. Extremista es que haya parados
sin ingresos porque al capitalismo no le convenga repartir el trabajo.
Extremista es que me esté quedando sin amigos en mi ciudad natal, porque
la mayoría ha tenido que emigrar a Madrid o Londres para encontrar un
curro que, para colmo, también es basura. Extremista es recortar
sanidad, educación y pensiones para pagar la deuda a unos
multimillonarios opulentos que deberían ser fusilados.
Rebelarse contra eso no es extremismo. Es simple cordura. Y rebelarse
contra eso no significa agitar al aire las manos vacías. Rebelarse no
es pedir limosna a los ricos, para que el sistema siga funcionando igual
y la situación se perpetúe. Rebelarse es acumular fuerza
revolucionaria. Lo queramos o no, la revolución no es una cuestión de
educación, de ética. La revolución es una correlación de fuerzas.
Bueno, vale, pero ¿qué hacer?
Lo que debemos hacer es convertir en práctica transformadora una
línea política justa, es decir, que huya tanto del oportunismo como del
sectarismo. Naturalmente, esto no es fácil, porque el oportunista acusa
de sectaria a la línea justa (y, efectivamente, mirando las cosas desde
su posición, lo parece) y el sectario la acusa de oportunista (ídem).
Obviamente, esto es relativo. Nosotros no negamos la lucha
ideológica, sino que tomamos partido en ella. De hecho, toda la lucha
ideológica consiste en eso: en determinar, situar dónde está la línea
justa, a través de una dialéctica entre el posibilismo y la utopía. Y
sólo esa dialéctica permite avanzar. Si defiendes sólo el posibilismo,
refuerzas el status quo y nada cambia. Si defiendes sólo el utopismo,
caes en la marginación política. Como dijo Fidel, “un poco de locura
está bien”, pero, como dijo Cervantes, “retirarse no es huir, ni esperar
es cordura cuando el peligro sobrepuja a la esperanza”.
Por ejemplo, frente a una huelga general, debemos tomar partido. Es
obvio que esta huelga, tal y como ha sido convocada, sirve a CC OO y UGT
para legitimarse. Pero, como afirma un documento de Red Roja titulado
“La situación del movimiento obrero y la estrategia sindical” (que,
junto al resto de documentos de su I Congreso, será publicado
próximamente), al igual que Lenin nos instaba a aprovechar las
contradicciones interimperialistas, nosotros debemos “aprovechar las
contradicciones que surgen dentro del mismo sistema, incluidas las que
se dan con su ‘ala sindical oficialista’. Y utilizar –más aún si somos
conscientes de la debilidad persistente del sindicalismo alternativo-
las convocatorias que las direcciones de CCOO y UGT se ven obligadas a
realizar”.
Está claro que los sectores revolucionarios no podían ser esquiroles,
ya que eso habría perjudicado más aún a la clase trabajadora, sino que
debían apropiarse de la huelga, hacerla suya y dotarla de un contenido
más transformador, incluyendo el rechazo de la deuda y, por tanto, no
sólo del PP, sino también del PSOE.
El sectario plantea el esquirolismo; el oportunista, confundirse con
CC OO y UGT en su discurso únicamente “anti-PP” (ergo únicamente
pro-PSOE). La línea justa es otra cosa: crear bloques críticos de
intervención para la huelga general.
Otros rechazan también la generación de cooperativas y espacios de
autonomía fuera del mercado de trabajo capitalista, porque, igualmente,
se verán obligados vender su producción dentro de los canales
mercantiles. Es sectarismo absurdo. No se puede reproducir el mundo del
futuro revolucionario ahora, en la actualidad no-revolucionaria. En ese
caso, si buscamos la liberación del trabajo extenuante, no realizaríamos
los grandes esfuerzos que supone la militancia política, sino que
actuaríamos como unos vagos (muchos lo hacen). Si buscamos la paz, no
dispararíamos balas, sino que nos someteríamos (muchos lo hacen) o nos
dejaríamos matar (eso ya no lo hacen tantos).
Sin embargo, tampoco le veo sentido a idealizar el cooperativismo o
exigirnos que lo compremos todo en el comercio local de productos
ecológicos, en lugar de en chinos, Mercadonas o grandes superficies.
¿Conoce esa gente la diferencia de precios entre una cosa y la otra? No
nos podemos permitir comprar todo por esa vía porque somos de clase
trabajadora, no ricos.
En suma, el sectario rechaza el cooperativismo, sin comprender su
carácter ejemplificador, pedagógico, motivador. Pero el oportunista,
cree que basta con liberar varios espacios y crear “islas”
revolucionarias sacrificando al resto de la sociedad, por lo que deja de
creer necesaria la conquista del poder del Estado. Ambas cosas impiden
el avance del proceso revolucionario.
En conclusión, poder popular
Debemos prepararnos para la toma del poder político, pero sería
erróneo comprender eso como un “acto único”. Muy al contrario, es un
proceso que debe fortalecerse desde ya, a través de espacios
contrahegemónicos donde, además de defender derechos y reivindicaciones,
se resuelvan los problemas más acuciantes del pueblo trabajador. Donde,
además, éste tome decisiones y genere alternativas de producción, de
organización del trabajo.
Esto, naturalmente, sólo puede realizarse al margen de las
instituciones del Estado burgués, creando nuestro propio contrapoder
permanente, que huya tanto del oportunismo (calcar al Estado burgués,
únicamente por delegación y representación) como del sectarismo (calcar a
las asambleas del 15 M, que, al renunciar a toda delegación, no
solidifican estructuras de contrapoder permanente). También es obvio que
esto sólo podrá realizarse al margen de las instituciones sindicales
del Estado burgués, CC OO y UGT, y en estrecha relación con el
movimiento obrero de base y alternativo.
El Estado burgués sólo quiere esquilmar al pueblo y canalizar sus
luchas por vías que no pongan en cuestión la dominación de clase. Es
hora de que el pueblo se organice para solucionar sus propios problemas,
al margen de las instituciones. Es hora de la solidaridad y del apoyo
mutuo.
Por eso, queremos concluir recordando las emotivas palabras de un
obrero en la inolvidable novela de John Steinbeck, De ratones y hombres:
“Los hombres como nosotros, que trabajan en los ranchos, son los tipos
más solitarios del mundo. No tienen familia. No son de ningún lugar.
(…)No tienen nada que esperar del futuro. Con nosotros no pasa así.
Tenemos un porvenir. Tenemos alguien con quien hablar, alguien que
piensa en nosotros. No tenemos que sentarnos en un café malgastando el
dinero sólo porque no hay otro lugar adonde ir. Si esos otros tipos caen
en la cárcel, pueden pudrirse allí porque a nadie le importa. Pero
nosotros no. Porque yo te tengo a ti para cuidarme, y tú me tienes a mí
para cuidarte”.