07.05.2013.
Iñaki Gil de San Vicente.
NOTA: Ponencia para debatir en II Formazio Mintegia de Askapena
1.- ¿Qué es el poder?
2.- ¿Qué es el poder popular?
3.- ¿Qué el es pueblo trabajador?
4.- ¿Qué es el movimiento popular?
5.- ¿Cómo se organiza el poder popular?
1.- ¿Qué es el poder?
Como sucede en todo período de crisis sistémica, las certezas
anteriores estallan hechas añicos ante la re-aparición de situaciones
complejas y desconcertantes. Complejas porque integran diversos
procesos, componentes y factores internos que evolucionan con autonomía
relativa, dificultándonos la visión coherente de lo nuevo. Y
desconcertantes porque nuestras cómodas certidumbres anteriores se
muestran impotentes para comprender lo que sucede, su novedad y sus
relaciones con el pasado. Ahora vivimos una situación de esas. Más
todavía, para un movimiento popular como Askapena dedicado a profundizar
en el internacionalismo la crisis está suponiendo, como mínimo y espero
que se me corrija, la aparición de tres retos: uno, adecuar la teoría
internacionalista al nuevo contexto mundial provocado por la crisis;
dos, responder al endurecimiento del imperialismo en respuesta a las
resistencias populares agudizadas por la crisis mundial; y tres, cómo
explicar estos y otros retos a las nuevas militancias que acuden a
Askapena y que, todavía, no tienen un nivel suficientemente desarrollado
de praxis internacionalista.
De hecho, estos tres retos que ahora cito –hay más, pero no podemos
analizarnos aquí– también acucian a todos los movimientos populares
aunque es sus respectivos campos de intervención. Todos ellos, en mayor o
menos escala, se enfrentan a la urgencia de adecuar su visión teórica a
los cambios surgidos con la crisis; también a la urgencia de ampliar su
práctica para responder a los ataques del poder explotador al que se
enfrentan en su campo de intervención; y por último, deber explicar
estos y otros cambios a la nueva militancia, militancia joven, pero
también a quienes se había desenganchado en los años pasados y ahora
vuelve a la lucha tras un período de ausencia, o de participar en otros
movimientos, organizaciones, sindicatos, grupos, partidos, etc. Quiero
decir que son, en el fondo, problemas objetivos y comunes aunque con
formas diferentes en cada caso.
Es obvio que en esta charla no podemos tocar los dos primeros
problemas, porque antes que nada es Askapena como colectivo el que ha de
hacerlo, porque conoce mejor que nadie su situación y el contexto
mundial en el que incide. Pero sí voy a intentar aclarar algunas
cuestiones que superan las estrictamente internacionalistas, que superan
por ello a Askapena, pero que también le influyen determinantemente. Me
refiero a la problemática del poder popular en el presente y en el
futuro.
¿Qué es el poder popular? Antes que nada debemos explicar qué es el
poder a secas. Por tal cosa entendemos una contradictoria relación
social de unidad y lucha de contrarios, en la que, por un lado, una
minoría dispone de una estructura material y simbólica que le garantiza
seguir siendo propietaria de las fuerzas productivas así como seguir
explotando a la mayoría no propietaria de nada; por otro lado, una
capacidad de resistencia, lucha y oposición de esa mayoría explotada,
que le permite frenar algunos de los golpes de la minoría explotadora y
asestar otros, impidiendo que empeoren sus condiciones de vida o
mejorándolas incluso, en un proceso de lucha permanente, una vez dura y
abierta, otra vez latente y oculta.
Es fundamental saber que el poder es una relación de lucha que gira
alrededor del control de las fuerzas productivas en cualquiera de sus
formas; control por la minoría, por el capital, o control por la
mayoría, por el pueblo trabajador. Una relación de lucha permanente de
contrarios antagónicos e irreconciliables en la que la burguesía tiene
una enorme superioridad de medios de poder opresor, mientras que el
pueblo trabajador apenas tiene sub-poder nacional de clase. Es decisivo
saber que la clase dominante se apropia del derecho exclusivo y
monopólico de la violencia en sí, al margen de sus formas, prohibiendo
al pueblo hasta la mínima posibilidad de ejercicio de un poder defensivo
propio, y menos aún violento.
Cometemos un error si reducimos el poder explotador a una mera
máquina de violencia, o sólo a una relación de fuerzas en el plano de la
democracia burguesa con sus instituciones y parlamentos, o a una
relación interpersonal cotidiana independiente de la política y al
margen de los grandes intereses capitalistas que se mueven y deciden en
espacios desconocidos por la gente o en instancias de imposible acceso y
nulo control incluso por el parlamentarismo burgués, o a un conjunto de
imposiciones ineludibles socioeconómicas que determinan nuestra vida y
que creemos que vienen de lugares miseriosos como el mercado mundial,
las finanzas o la globalización.
El poder explotador incluye estas y otras características, pero es
mucho más que eso; es, en definitiva, la totalidad de la sociedad
burguesa que funciona como unidad de explotación cuyo objetivo único es
el de asegurar su expansión, o en el peor de los casos, su continuidad.
El concepto de poder burgués es la expresión de la esencia de esta clase
social criminal que sólo funciona en base a su perpetuidad. Dicho en
crudo, el poder capitalista es el capitalismo en el poder, excluyendo
del poder decisivo a cualquier otro que no sea capitalista.
2.- ¿Qué es el poder popular?
¿Existen poderes no capitalistas dentro del capitalismo? Sí, son los
poderes populares, pero enanos, puntuales, gotas diminutas en un océano
opresor, y siempre en peligro inmediato de ser aplastados por el poder
dominante. Islitas a punto de ser devoradas por un tsunami represivo.
Son logros de poder efectivo en su área de lucha, en el problema que han
resuelto para el pueblo explotado, en la conquista que han logrado,
pero apenas más. Es importante saber que la lucha consigue victorias
efectivas, aunque pequeñas o medianas, y siempre inseguras y en peligro.
Ocurre que nos han formado y que pensamos dentro de la ideología
dominante, burguesa, y por tanto creemos que fuera del sistema
parlamentarista democrático-burgués y franco-español sólo existe el
desierto, la nada, la imposibilidad de conquistas palpables, y no es
cierto. Si estudiamos la historia y el presente con el método marxista
vemos que sí existen momentos de poder conquistado por el pueblo en
reivindicaciones muy concretas. Pero hay que advertir inmediatamente que
es un poder, además de muy precario, también debilitado internamente en
una cuestión clave: la de no atreverse a cambiar la forma de propiedad
existente, es decir, de acabar con la propiedad privada tal cual se
muestra en la injusticia a la que se combate.
La esencia del poder capitalista es la propiedad privada, burguesa.
Cualquiera de las cuasi infinitas formas de expresión de la propiedad
burguesa genera su propia forma de opresión, explotación y dominación.
Cualquiera de ellas. No existe ninguna situación en el capitalismo,
desde lo más cotidiano y aparentemente intranscendente, hasta la sede
del Gobierno, que no se sustente sobre la propiedad burguesa de los
medios de producción, en general, y de las formas ocultas pero muy
efectivas mediante las que esa propiedad privada explota en y mediante
la vida cotidiana, mediante el Gobierno, etc.
Por esto, cualquier conquista popular que alcance una situación de
poder, por reducido, que sea, ha de avanzar decididamente a la supresión
de la forma concreta que adquiere la propiedad burguesa en ese
problema. Por ejemplo, una fábrica que se va a cerrar echando al paro y a
la miseria de decenas o centenas de familias. La lucha obrera no puede
limitarse a buscar un nuevo empresario que compre la fábrica, sino que
debe recuperarla, reabrirla y ponerla en marcha bajo el poder obrero
autogestionado. Otro tanto hay que decir, por ejemplo, en la lucha
internacionalista: no solo hay que enviar ayuda humanitaria a los
pueblos que la necesiten, hay que ayudarles a que se independicen del
imperialismo.
La existencia de la propiedad burguesa, su aceptación o rechazo
intransigente separa al poder capitalista del poder popular en todas y
cada una de las reivindicaciones. Si no se avanza hacia la superación de
la propiedad privada en el área concreta de lucha en la que el
movimiento popular u obrero ha logrado fuerza suficiente, entonces no
llega a materializarse realmente la forma de poder basado en la
propiedad colectiva, comunal, o como queramos definirla ahora sin
mayores precisiones.
Es la naturaleza burguesa o socialista de la propiedad la que define
la naturaleza reaccionaria o revolucionaria del poder. Por ejemplo,
frente al problema de las viviendas, de su carestía, de los desahucios,
etc., si el movimiento popular y las fuerzas políticas que se dicen
revolucionarias no ponen explícitamente como objetivo acabar con la
propiedad privada del suelo, socializándolo, transformándolo en suelo
público, si no se atreven a dar este paso cualitativo por las razones
que sea, generalmente electorales, si no se supera esta cobardía o este
electoralismo, nunca se acabará con el problema de la vivienda, y con
cualquier otro.
Ahora bien, la conquista de victorias radicales, de situaciones de
poder popular por pequeños que sean, no se logra de la noche a la
mañana, sino que se requiere tiempo, organización y estrategia. Hasta
ahora, la experiencia acumulada muestra que, a grandes rasgos, los
movimientos populares, y cualquier lucha, empiezan creando pequeños
contrapoderes, desde grupitos sindicales hasta asociaciones vecinales y
sociales de cualquier tipo, pudiendo avanzar luego a situaciones de
doble poder que, tal vez, desemboquen en el poder popular.
Por contrapoder se entiende la mínima pero suficiente creación de una
resistencia inicial organizada y dotada de un objetivo preciso,
resistencia que por el solo hecho de existir advierte al poder al que se
enfrenta que va a encontrar una oposición, y que si actúa bien puede
concitar apoyos y esperanzas, ampliarse y avanzar en sus movilizaciones.
Si ese contrapoder se coordina con otros, se relaciona con movimientos y
grupos más amplios, etc., y si mantiene su coherencia y rectitud a
pesar de todo, puede llegar el momento en que consiga crear situaciones
de doble poder en la opresión a la que se enfrenta, es decir, que pueda
tutear, exigir y vencer al poder explotador.
Los contrapoderes aparecen mediante una intrincada mezcla de
espontaneísmo y organización. Pese a todos los problemas, siempre
sobrevive una pequeña memoria de lucha organizada, y siempre existe un
«instinto de resistencia», de modo que, según los casos, unas veces el
colectivo que inicia la lucha aparece sólo debido al instinto de
resistencia, otras veces debido sólo a la memoria organizativa, aunque
lo más frecuente es que exista una confluencia de ambas. Esta tercera
posibilidad es más probable cuando el pueblo trabajador lleva años
sosteniendo una larga lucha de liberación nacional de clase.
Las situaciones de doble poder se dan en todos los procesos en los
que el aumento y la confluencia de fuerzas organizadas en contrapoderes
permiten lanzar una ofensiva al poder opresor al que se enfrenta,
llegando a una situación de empate de fuerzas en ese conflicto concreto.
Por ejemplo, el movimiento euskaltzale puede paralizar leyes contra la
lengua vasca durante un tiempo, y hasta puede conseguir avances en el
derecho al uso de nuestra lengua nacional, en un momento de debilidad o
indecisión de poder franco-español en esa temática. Pero el movimiento
euskaltzale sabe que se trata de una muy inestable y fugaz situación de
doble poder en esa reivindicación ya que la situación general es de
contraofensiva estatalista contra la lengua. Esa situación de doble
poder, por tanto, será muy breve porque el imperialismo español
intentará recuperar su poder perdido y derrotar la conquista
democrática.
En el contexto actual, los momentos de doble poder plantean el
decisivo problema de las relaciones entre la lucha obrera y popular, la
lucha teórico-política e ideológica y la lucha institucional, problema
siempre presente una vez llegado a un nivel de fuerza sociopolítica e
institucional apreciable, problema agudo en los procesos de Huelga
General, en los electorales, en todos los que la interrelación de esas
tres formas de lucha debe ser ágil.
Por ejemplo, la acción en los ayuntamientos, Diputaciones,
Parlamentos y Gobiernos varios en los períodos electorales puede entrar
en tensión con las luchas populares y obreras que han llegado a
situaciones decisivas de doble poder en las que es necesario avanzar en
la radicalización para obtener y garantizar la victoria concreta.
Sectores que actúan en la lucha institucional pueden opinar que tal o
cual lucha radical debe esperar a que se celebren las elecciones, o debe
atemperar durante ese tiempo su dureza por «intereses electorales».
Y es que las situaciones de doble poder se caracterizan por agudizar
la cuestión de la propiedad burguesa vista antes, porque afectan más
profundamente a todo lo que implica la propiedad privada. Por ejemplo,
las luchas contra los abusos del capital financiero en cualquiera de sus
formas, desde los desahucios hasta los recortes sociales en Kutxabank,
pasando por el cierre de empresas por la ausencia de préstamos
bancarios, todo esto debiera radicalizar al movimiento popular y obrero
en un momento en el que sectores institucionalistas creen que una
política de acuerdo con la burguesía aumentaría la fuerza electoral e
institucional de la izquierda soberanista. Surge así algo más que una
diferencia, surge una contradicción entre el movimiento popular y obrero
y la acción institucional.
La efectiva y ágil interacción entre estas formas de lucha, a la que
debemos añadir la teórico-política e ideológica, es uno de los «eternos
problemas» de la política revolucionaria que tiene un decisivo contenido
político-organizativo que veremos en su momento. Ahora debemos explicar
el paso de una situación de doble poder a una de poder popular en la
reivindicación concreta por la que se lucha. Existe una diferencia sutil
pero importante entre el avance de los contrapoderes a la situación de
doble poder, con respecto al avance de los dobles poderes hacia las
situaciones de doble poder. La diferencia no es otra que se trata de una
fase cualitativamente más avanzada de lucha, lo que determina todo.
En la fase del contrapoder los objetivos son limitados y aislados,
ceñidos a problemas concretos aunque exista una coordinación con otros
conflictos, lo que apenas alerta al Estado burgués. En la fase en la que
una o varias victorias materializadas de situaciones de doble poder
avanzan de su mera coordinación a una unificación lógica e inevitable de
objetivos, estrategias y tácticas para acelerar el ritmo y ampliar
fuerzas, en esta fase es muy probable que el Estado sea ya consciente
del peligro que se avecina y empiece a movilizar su doctrina y sistema
represivo.
Una vez producido este salto cualitativo, que se caracteriza por el
hecho de que la conciencia política pasa a dirigir la lucha general como
expresión teórica de la necesidad de acabar con la propiedad burguesa e
instaurar la propiedad socialista en el conjunto de la sociedad, sobre
todo en las fuerzas productivas, dado este salto, la burguesía también
da el suyo en el sentido represivo. Desde luego que hablamos de un
proceso complejo, con sus ritmos desiguales de avance, con sus
retrocesos y estancamientos pero lo vemos desde la ley del desarrollo
desigual y combinado, lo que nos permite apreciar la tendencia a la
unificación en las luchas de masas y a la polarización entre el pueblo
trabajador y la burguesía y su Estado.
El verdadero poder popular va apareciendo en escena conforme
confluyen luchas parciales, se unifican políticamente en lo esencial, y
avanzan hacia la creación de un Estado diferente, opuesto al burgués, e
imprescindible para garantizar la superación histórica de la propiedad
burguesa. Hasta este momento, los pequeños e inseguros poderes populares
concretos, muchas veces derrotados, reflejaban sólo los inciertos
logros puntuales de la lucha de liberación, desde este momento el poder
popular unitario aparece en escena agudizando el odio y la rabia
burguesa.
3.- ¿Qué el es pueblo trabajador?
Es uno de los conceptos claves para comprender el método marxista de
definir las clases sociales y para marcar la diferencia entre nación
burguesa y nación trabajadora. No podemos alargarnos ahora en el método
dialéctico que exige el uso de los llamados «conceptos flexibles» en
contra de la estrechez positivista, y de las limitaciones del kantismo.
El concepto de pueblo trabajador ha sido empleado desde el siglo XIX en
la teoría revolucionaria pero por razones que se expondrán fue
interesadamente abandonado por el reformismo. Fue y es un concepto vital
para organizar la lucha contra el nazi-fascismo o contra toda forma de
poder burgués en la que su esencia dictatorial aparezca claramente por
sobre su forma democrática externa. Por esto es imprescindible para toda
lucha de liberación nacional de clase, como la vasca.
En método marxista del estudio de las clases sociales correlaciona
dos niveles: uno, el general al modo de producción capitalista basado en
la unidad y lucha de contrarios entre el capital y el trabajo a escala
mundial; otro, el concreto, el de cada formación económico-social
específica, en la que luchan no sólo dos clases antagónicas como la
burguesía y el proletariado, sino también otras como el campesinado, las
llamadas «clases medias», o «sectores sociales intermedios», «franjas
liberales», etc.; y en la que tanto la burguesía como el proletariado
tienen fracciones internas como mediana y pequeña burguesía, o la clase
trabajadora en el sector servicios, en el financiero, etc.
Según en la fase de concreción o abstracción teórica, o de precisión
política, etc., en el que nos encontremos, simultanearemos un nivel con
otro, el general con el particular, para conocer mejor la realidad. No
hace falta decir que dentro de este método también están presentes el
impacto de la explotación de sexo-género y de la opresión nacional en
ambos momentos, el genérico a todo el modo de producción capitalista,
como el particular en una nación oprimida en la que el sistema
patriarco-burgués es especialmente necesario para asegurar los
beneficios del bloque de clases dominante en ese país.
Mientras que en el nivel más general de las dos clases opuestas en el
mundo, la que tiene el capital y la que sólo tiene su fuerza de
trabajo, apenas debemos recurrir a los factores de sexo-genero,
etno-nacionales, políticos, culturales, etc., por que su nivel de
precisión se mueve en el plano esencial de la explotación y de la
producción y realización del plusvalor; mientras esto es así, en el
nivel de cada país, o región del mundo, debemos recurrir siempre a la
explotación de sexo-género, a la opresión nacional, a la situación
sociopolítica, a la historia, etc., para enriquecer lo más posible el
estudio concreto de las clases enfrentadas. Cuanto más precisos queramos
ser en el conocimiento de la lucha de liberación nacional de clase y
antipatriarcal en un pueblo oprimido, más deberemos conocer los
pormenores de su historia, de su contradictoria identidad nacional, de
los componentes patriarcales de su lengua y cultura popular.
Pues bien, teniendo esto en cuenta, el concepto de pueblo trabajador
permite, primero, compaginar ambos niveles de estudio de las clases a
escala general y particular; y segundo y sobre todo, facilita la
compresión del sujeto colectivo que lucha contra el capital en un país
determinado, sujeto colectivo más amplio que la clase trabajadora en
cuanto tal pero a la vez centralizado por ésta, que es su núcleo
vertebrador. El manido concepto de «hegemonía» sólo resuelve sus
antinomias y lagunas si lo incluimos dentro de las prácticas políticas
del pueblo trabajador, centralizado por el proletariado, en su esfuerzo
por atraer e integrar a las «clases medias» a la lucha revolucionaria, y
a sectores de la vieja pequeña burguesía en proceso de desaparición.
El papel de la pequeña burguesía en el proceso revolucionario está
debatido desde la mitad del siglo XIX en el sentido de que debe contarse
con ella para las primeras victorias revolucionarias, imprescindibles,
aunque debe desconfiarse profundamente de ella en la medida en que el
poder popular y el Estado obrero avancen en la socialización de las
fuerzas productivas. La «hegemonía» político-cultural lograda por el
poder popular antes de la revolución será fundamental para mantener a
ese sector pequeño burgués dentro del proceso revolucionario cuando
avance en la progresiva socialización de las fuerzas productivas.
La definición economicista y estructuralista de clase social no sirve
para entender el concepto de pueblo trabajador porque en éste, como se
ha dicho, la conciencia, la subjetividad, tiene tanta importancia como
la explotación asalariada y la no propiedad de fuerzas productivas. La
dialéctica entre conciencia-en-sí y conciencia-para-sí es clave en el
pueblo trabajador porque la conciencia-para-sí es la que introduce el
componente antipatriarcal, independentista, socialista, etc., en la
conciencia-en-sí. Sin esta dialéctica no existe en la práctica clase
trabajadora, y menos pueblo trabajador. La «hegemonía» sobre las clases
medias, franjas intermedias y, a otro nivel, sobre la pequeña burguesía,
descansa fundamentalmente sobre la capacidad de la conciencia-para-sí
del pueblo.
Esto sucede porque son muy grandes los desniveles de conciencia,
opción política, formación intelectual, intereses corporativistas y
sectoriales dentro de las clases explotadas, y son más grandes aún las
de origen nacional y opción estatalista. La definición estrictamente
economicista no puede integrar en un todo coherente tal diversidad
objetiva y subjetiva, siendo necesario un concepto de clase y de pueblo
en el que realidades tan aparentemente distantes como las de
sexo-género, nacionales, políticas, socioculturales y costumbristas,
generacionales, y cada vez más religiosas, por citar algunas, han de
tener cabida una vez demostrada la objetiva e innegable unidad básica
que les recorre a todas ellas: la explotación capitalista en una nación
oprimida dentro de un sistema patriarco-burgués irracionalmente
consumista.
Si negamos la existencia objetiva de la explotación, abandonamos la
teoría marxista y caemos en cualquiera de las múltiples versiones de la
ideología burguesa neokantiana y positivista por muy disfrazada de
progresismo que se presente. El concepto de pueblo trabajado se basa en
la dialéctica entre lo esencial, unitario y básico de la realidad
objetiva de la explotación estructurante, y lo cada vez más complejo y
variado de las formas concretas y particulares con las que se presenta
tal realidad. La distancia entre las formas externas concretas y la base
estructural es tanta que debemos realizar un esfuerzo teórico
permanente para descubrir la dialéctica entre lo superestructural y lo
estructural, por usar un lenguaje conocido.
El concepto de pueblo trabajador fue desapareciendo de la praxis
marxista occidental desde finales de la II GM por el empobrecimiento del
stalinismo, por el pacto interclasista keynesiano de la
socialdemocracia y reforzado por la «coexistencia pacífica» con el
imperialismo, por el poder de absorción de la Academia sobre el marxismo
académico obsesionado por fabricar modas intelectuales de usar y tirar,
y por la deriva reformista de los principales PCs hacia el
eurocomunismo y su versión reformista del gramscismo. La escasa o nula
importancia dada a la opresión nacional en el grueso de las corrientes
del mayo’68 aceleró el olvido de este concepto sin el cual no se
entiende la oleada de guerrillas de liberación nacional anti
nazi-fascistas en buena parte de Europa entre 1941 y 1945.
En Euskal Herria el estatalismo del PC de España abortó toda
reflexión creativa sobre el derecho/necesidad a la independencia de
clase, a la vez que aparecían pequeñitos grupos de un marxismo libresco,
economicista y estructuralista. Su incapacidad para comprender qué
sucedía en Euskal Herria y quién era el sujeto colectivo de liberación,
se hicieron patentes casi desde principio de ETA. Navegando en un
huracán de escisiones, represiones y crisis de crecimiento, ETA recuperó
en la segunda mitad de la década de 1960 el concepto de pueblo
trabajador adecuándolo a la realidad de entonces; un acierto teórico de
grandes consecuencias prácticas. Sin extendernos ahora, todas las
escisiones posteriores se caracterizan por abandonar este concepto,
además de otras coincidencias elementales.
Un punto decisivo en esta recuperación y actualización del concepto
de pueblo trabajador fue el de la existencia de una conciencia nacional
de clase como exigencia ineludible, es decir, de no explotar a nadie, de
no vivir a costa del sudor ajeno. Por tanto la pequeña burguesía no
pertenece al pueblo trabajador porque vive de su explotación. En la
década de 1970 sectores de la pequeña burguesía tenían conciencia
nacional, pero no era de clase trabajadora vasca. Lo que entonces era
ETA militar conocía esta contradicción y advertía de que esa clase podía
volverse contra la lucha de liberación o podía apoyarla, y que dependía
de la clase obrera lograr su apoyo.
Pero lo que entonces era ETA p-m sí incluía a la pequeña burguesía en
el pueblo trabajador. Pensamos que aquí radica una de las primeras
causas de fondo de su posterior desintegración reformista, estallido en
varias corrientes enfrentadas e integración en el sistema y hasta en el
Estado ocupante. Y es que si no se define bien al sujeto revolucionario y
por consiguiente al reaccionario, se irá dando bandazos de un lado a
otro, hasta la desaparición. Sectores de la pequeña burguesía de
entonces tenían conciencia nacional pero no de clase, y la mayoría de
ella aceptó complacida la solución española de descentralización
administrativa, apoyando por acción u omisión la represión del
independentismo socialista.
El pueblo trabajador está compuesto en el capitalismo actual por una
base o centro cohesionador formado por la clase trabajadora, y dentro de
esta por la fracción productora de valor, pero siempre integrando al
sector servicios y al financiero, sean explotados continuos y
permanentes, a tiempo parcial, en precario o en subempleo. Sobre esta
base o alrededor de este centro están las crecientes masas en desempleo
estructural, de dependientes del salario directo o diferido, del salario
social, de las ayudas públicas oficiales o privadas como Cáritas u
otras asociaciones asistenciales, como mujeres explotadas en el trabajo
doméstico, juventud trabajadora en paro o en el paro invisible que son
los estudios, pensionistas, jubilados, etc., todas ellas y ellos
dependientes directa o indirectamente del salario familiar en cualquiera
de sus formas o de la ayuda exterior, pero sin medios de producción
propios, y por tanto sin posibilidad de explotar a nadie.
Estas son las esferas decisivas del pueblo trabajador, sobre todo la
primera. Pero existen otras dos. Una, la más cercana, es la compuesta
por las denominadas «capas intermedias», «clases medias», «autónomos»,
«profesiones liberales» que no explotan fuerza de trabajo, que viven de
su trabajo asalariado o no, y que por razones ideológicas burguesas se
creen económicamente fuera de la clase trabajadora pero se sienten
oprimidos nacional y hasta socialmente por el Estado español. La crisis
puede abrirles la conciencia de clase y reforzarles la conciencia
nacional, asumiendo su verdadera pertenencia de clase cuando ven
reducirse sus salarios o medios de vida, deteriorarse su calidad de
vida, o quedarse en el paro, en el nuevo subempleo, e incluso en la
fracción de los «nuevos vagabundos».
Por último, queda una cuarta área que mayoritariamente está objetiva y
subjetivamente fuera del pueblo trabajador, la pequeña burguesía,
aunque sectores muy reducidos pueden integrarse en los espacios más
distantes. Nos referimos a esas franjas crecientes de la muy pequeña
burguesía envejecida que se ha arruinado, que cierra sus negocios,
tiendas, comercios y pequeños talleres obsoletos. Que tienen conciencia
nacional pero soberanista, todavía no independentista no socialista
aunque un trabajo concienciador y un programa táctico de avance al
independentismo puede atraerlos a las partes más débiles del pueblo
trabajador porque ya han dejado de vivir gracias a la explotación de
seres humanos, pero todavía no han desarrollado conciencia socialista.
Como se aprecia, el pueblo trabajador es una realidad clasista
compleja, viva, fluctuante, con diversos niveles de conciencia, pero con
un mínimo esencial irrenunciable: la conciencia nacional de clase.
Entre sus diversos niveles existe un vaivén de sectores y grupos que
pasan del trabajo estable al precario, al subempleo, al paro de corta
duración, que pasan del trabajo directamente productivo al
indirectamente productivo, y viceversa; o que ya no trabajaran nunca por
el paro estructural a una determinada edad, por la explotación del
trabajo doméstico, por las jubilaciones, etc. Si la clase trabajadora es
una relación social colectiva en permanente movimiento interno, tanto
más ocurre en el pueblo trabajador, sobre todo cuando en él se integran
trabajadoras extranjeras que sociopolítica, cultural y hasta
lingüísticamente se han nacionalizado vascos, independentistas y
socialistas vascos y vascas.
4.- ¿Qué es el movimiento popular?
De la misma forma que para saber qué es la clase trabajadora sobre
todo hay que estudiarla en sus luchas, en su acción, para saber qué es
el pueblo trabajador hay que estudiarlo en su praxis, con la diferencia
de que mientras la clase trabajadora lucha sobre todo en el ámbito
fabril y sindical, el pueblo trabajador también lo hace en los
movimientos populares, además de en el fabril y sindical dado que su
centro, su base, es proletaria, trabajadora, obrera. Se cometen dos
errores garrafales provenientes del unilateralismo economicista: creer
que el pueblo trabajador no lucha sindicalmente, sino sólo en los
movimientos populares; y creer que el movimiento obrero no lucha en los
movimientos populares sino sólo en los sindicatos. Ambos niegan la
unidad interna que los recorre.
El movimiento popular es una de las formas de intervención del pueblo
trabajador, siendo las otras dos fundamentales, el movimiento obrero y
el movimiento social. Por fundamentales entendemos las que afectan a la
estructura elemental de reproducción de la propiedad burguesa y
franco-española en Euskal Herria, habiendo otras también importantes
pero de impacto menor, en las que no podemos extendernos ahora. La
distinción entre estas tres formas fundamentales de lucha –langile
mungimendua, herri mugimendua eta gizarte mugimendua– surge tanto de las
opresiones a las que se enfrentan como de los grados de conciencia
sociopolítica nacional de clase que por lo general existen en esas
formas de lucha.
El movimiento obrero en un primer momento se enfrenta contra el
empeoramiento de las condiciones de vida y de trabajo, contra el aumento
de la explotación, etc.; pero en perspectiva histórica y
revolucionaria, esta lucha ceñida sólo a la defensa de lo existente o a
su mejora dentro del sistema capitalista, no resuelve apenas nada,
aunque siempre es imprescindible. El movimiento obrero debe atacar la
base del capital, o sea, el sistema salarial, el sistema de extracción
de plusvalor y su transformación en plusvalía. La diferencia entre la
primera y la segunda radica en que la segunda, la lucha contra el
salario, demuestra que nunca puede existir el salario justo, que nunca
puede existir eso que la ideología burguesa define como «justicia
social». Al contrario, todo salario es objetivamente injusto, por tanto
hay que acabar con el salario y con la propiedad privada, que viene a
ser lo mismo.
El movimiento popular es mucho más amplio y extenso en sus campos de
intervención que el movimiento obrero porque también son más numerosos
los sujetos que integra. Por ejemplo, el movimiento Askapena lucha
contra el imperialismo, lo que le enfrenta indirectamente al sistema
salarial y además en sus peores formas de plasmación, las impuestas por
el imperialismo a los pueblos del llamado Tercer Mundo. Miremos por
donde miremos, todos los movimientos populares, todos ellos, terminan
chocando de un modo u otro con la objetividad de la explotación nacional
de clase y patriarco-burguesa. Es inevitable porque malvivimos en una
sociedad capitalista, y negarlo es retroceder al abismo de la derrota.
El movimiento popular tiene la virtud de atacar no solamente al
proceso de producción de valor, que también por cuanto está unido al
movimiento obrero, sino a la vez y en muchas cuestiones sobre todo al
proceso de reproducción de las condiciones de producción, es decir, al
proceso en el que se reproduce la dominación franco-española y la
legitimidad hegemónica alienante de la burguesía autonomista y foralista
vasco-española con su bloque social de apoyo. La reproducción de las
condiciones de producción capitalista es a la vez reproducción de su
poder opresor.
Esto es debido a que el movimiento popular, más que el obrero y mucho
más que el movimiento social, actúa en cuestiones decisivas como la
Amnistía, el derecho/necesidad de la lengua vasca, la cada vez más
importante lucha contra la irracionalidad consumista y el desarrollismo,
la recuperación de la unidad naturaleza-especie humana, la lucha contra
la drogodependencia, la reivindicación del deporte popular y del tiempo
libre y crítico, la lucha contra la corrupción, la lucha contra los
desahucios y la injusticia financiera, el movimiento vecinal, el
movimiento educativo, el movimiento juvenil, y un largo etcétera.
Del mismo modo que estas y otras luchas afectan directa o
indirectamente al sistema salarial, sobre todo afectan a su legitimidad y
a su efectividad de reproducción, ya que a diario presentan en la vida
cotidiana del pueblo una crítica de las opresiones que sufre, y cada vez
más frecuentemente avanzan a ofrecer al pueblo trabajador alternativas
concretas a esas opresiones e injusticias, de modo que la legitimidad
del poder dominante y su reproducción general se ven cuestionadas en el
interior mismo de la vida cotidiana de las clases explotadas, que no
sólo en la fábrica. Si esta lucha obrera mina la raíz productora del
capital, el movimiento popular además mina su raíz reproductora. Dos son
los grupos decisivos del movimiento popular que minan otros dos
esenciales puntos de la reproducción del poder capitalista
franco-español en Euskal Herria: uno es la lucha antipatriarcal
abertzale, y otro es la lucha por la (re) construcción del complejo
lingüístico-cultural euskaldun, los componentes progresistas existentes
en la cultura popular euskaldun. En el capitalismo la reproducción de la
fuerza de trabajo dócil y plenamente explotable es una necesidad
imperiosa. La síntesis entre (re) construcción de la identidad
progresista vasca y la lucha antipatriarcal abertzale debilita la raíz
misma de la reproducción de la fuerza de trabajo alienada, sumisa y
hasta colaboracionista.
La lucha antipatriarcal –que no sólo el «feminismo»– abertzale es
parte esencial del movimiento popular, del independentismo socialista,
porque vertebra la totalidad de la reproducción de Euskal Herria y buena
parte de la producción de plusvalor. Y esto es decisivo porque una
movilización sistemática, global y diversificada por parte del
movimiento antipatriarcal abertzale desvela y descubre la estructura
entera de la opresión que padece Euskal Herria. Nada puede quedar
oculto, y menos el terrorismo masculino, a la crítica antipatriarcal
porque esta va incluso a las raíces opresoras precapitalistas que
facilitaron la victoria capitalista y su explotación nacional de clase.
El movimiento antipatriarcal, por tanto, cuestiona nuestra historia
desde la victoria del patriarcado pre-cristiano, que no sólo la historia
«moderna». Quiere decir esto que son puestos en crítica todos los
cimientos profundos del capitalismo vasco-español y casi todos de la
misma Euskal Herria tal cual se ha ido formando bajo las presiones
patriarcales del pasado que se niega a desaparecer y que tiene una de
sus fuerzas en el cristianismo; bajo las presiones del sistema
patriarco-burgués desde los siglos XIII-XIV; bajo las presiones de la
indiferencia ante esta realidad de las matxinadas y de la lucha de
clases desde la mitad del siglo XIX; bajo las presiones de las
invasiones extranjeras y bajo el debilitamiento teórico y práctico
reciente del feminismo abertzale en un momento en el que se endurece la
contraofensiva patriarco-burguesa.
Esta larga historia se ha asentado sobre la explotación de
sexo-género y su adecuación a los intereses de las clases dominantes. La
actual estructura clasista vasca, por ejemplo, también es el resultado
de la larga explotación de la fuerza de trabajo sexo-económica. Otro
tanto debemos decir de la versión oficial, machista, de nuestra
historia, por muy progre que aparente ser. Tampoco se libra la versión
oficial de la cultura vasca e incluso de la cultura popular. Muy
imprecisamente se utiliza el término «transversal» para denotar la
presencia del patriarcado en la sociedad, pero la realidad es más
salvaje y cruda: patriarcado y opresión nacional de clase forman una
unidad.
El movimiento popular por la (re) construcción del complejo
lingüístico-cultural euskaldun es la otra arma decisiva para minar la
reproducción del poder dominante. Lo es porque la lengua es el ser
comunal que habla por sí mismo, y la cultura es la producción y
distribución colectiva de los valores de uso. Desde esta perspectiva,
lengua y cultura son irreconciliables con la cultura mercantilizada
burguesa, mercancía con un valor de cambio producida por su industria
político-mediática. La lucha irreconciliable entre el valor de uso de la
cultura popular y el valor de cambio de la industria cultural burguesa
también se libra obligatoriamente en el interior de la explotación
asalariada y en la reproducción del poder dominante.
Dado que el capitalismo se caracteriza también por ocultar la unidad
de contrarios entre valor de uso, valor y valor de cambio, la burguesía
puede sobornar, cooptar e integrar en la mercantilización de la cultura y
en la manipulación de la lengua a sectores intelectuales que en el
pasado habían luchado por el derecho/necesidad de la (re) construcción
del complejo lingüístico-cultural euskaldun. Frente a esta realidad
actual, el movimiento popular euskaltzale, con toda su diversidad, se
encuentra ante un debate: ¿cómo recuperar el derecho democrático
elemental al uso de la lengua, y cómo unirlo a la necesidad de que sea
una recuperación emancipadora?
La respuesta sólo es posible desde el interior del movimiento popular
como el eje rector y baremo valorativo de la eficacia de la acción
institucional y del patrocinio privado, si lo hubiera. Como en el resto
de opresiones y necesidades nacionales vascas, el fracaso de las
instituciones prestadas por el reino de España es patente, teniendo en
cuenta lo que se podría haber avanzado si se hubiese seguido una
estrategia digna y coherente.
Para concluir sobre el movimiento popular, hay que decir que tanto la
lucha antipatriarcal como la lucha por la (re) construcción euskaldun
son dos pilares en las relaciones entre el movimiento popular en su
conjunto y los movimientos sociales. Lo que les diferencia es
simplemente la conciencia nacional de clase. El movimiento popular es
parte del proceso de liberación, y debe respetar con escrupuloso cuidado
los desniveles de conciencia y las identidades que pueden haber y hay
en las bases menos formadas de los movimientos. Los movimientos sociales
se caracterizan por no tener tan clara la conciencia nacional, o por no
tenerla en absoluto, e incluso por ser algunos de ellos abiertamente
franco-españolistas.
El embrión del movimiento popular apareció en los años de plomo de la
dictadura franquista, lo que le ha dado una impronta decisiva que es el
secreto de su continuidad pese a los altibajos. Los movimientos
sociales nacieron al calor del mayo’68 y en buena medida impulsados por
esas izquierdas arriba vistas que apenas han valorado la objetividad de
la opresión nacional, o que la han negado directamente, lo que también
les ha dejado cierta herencia. Más aún, tras la interesada moda de las
ONGs se ha producido un boom de grupos y colectivos cuyos nombres todos
conocemos, directamente relacionados con las doctrinas de
contrainsurgencia. Aunque otros muchos han ido abriéndose a las justas
reivindicaciones vascas.
Nada de esto anula la valía democrática de los movimientos sociales,
en absoluto, simplemente aclara que la interacción de unos y otros
movimientos es necesaria para aumentar las fuerzas democráticas,
progresistas, soberanistas e independentistas frente al endurecimiento
del imperialismo franco-español. Más aún, los movimientos sociales de
primera hornada, se adelantaron a los populares en reivindicaciones que
el independentismo no valoró correctamente en su momento, y que luego se
han demostrado imprescindibles.
5.- ¿Cómo se organiza el poder popular?
Antes de responder a cómo se organiza el poder popular hay que
responder para qué se organiza; básicamente dicho: para ser fuerza
impulsora y garante del avance en la lucha y para impedir que
fructifiquen las tendencias a la burocratización, dirigismo y
sustitucionismo inherentes a la verticalidad de la forma-partido y al
poder disolvente del parlamentarismo. Ambos peligros se han
materializado demasiadas veces en la historia de los pueblos, y en la
nuestra, como para no ser tenidos en cuenta.
Por tanto, internamente, el movimiento popular ha de organizarse de
manera tal que todas las áreas de lucha, todas las reivindicaciones y
todas las injusticias contra las que se combate tengan su
correspondiente unidad organizativa interna. No es lo mismo luchar
contra el desarrollismo consumista, a favor de un ecologismo socialista y
antiimperialista, que movilizarse por la cultura y la lengua vasca,
etc. Las diferencias son lo suficientemente llamativas como para
comprender la necesidad de organizaciones específicas en cada una de
ellas.
Retrasar la formación de estas organizaciones específicas, o tardar
en mejorar las que ya existen y son muchas, es perder un tiempo muy
valioso teniendo en cuenta la rapidez del ataque franco-español a las
condiciones de vida de nuestro pueblo, y sobre todo la intensificación
del su imperialismo con el apoyo de la burguesía autóctona.
Simultáneamente, debe avanzarse en la coordinación de las
organizaciones ya existentes, en la mejora de sus relaciones y en la
generalización planificada de encuentros en los que se debata todo lo
planteado. Generalmente no se tiene en cuenta que los aparatos de Estado
dedicados a la mantener su poder no se detienen nunca, nunca cogen
vacaciones, mientras que por el lado de la izquierda es relativamente
débil la conciencia del valor del tiempo político. Peor aún, además de
la intervención permanente del Estado, hay otra fuerza reaccionaria
mucho más dañina: la invisible e imperceptible capacidad de alienación
del capitalismo.
El debate sobre la forma organizativa del poder popular ha de partir,
también, de la agudización de tres problemáticas a las que deberá darse
una respuesta organizativa en ese debate: una es ¿cómo organizar un
movimiento popular que intervenga en el creciente mundo del
empobrecimiento, de la depauperación de la tercera edad, de las formas
de miseria familiar que intenta ocultarse, y que es un caldo de cultivo
para la derecha? El empobrecimiento es un arma en poder del imperialismo
franco-español, a no ser que el movimiento popular cree un frente
específico, o coordine y refuerce los ya existentes. Otra es, ¿cómo
reforzar los movimientos populares y sociales que intervienen en el área
de la cotidianeidad, de la «privacidad», en donde se refuerzan las
cadenas autoritarias, el terrorismo racista y patriarcal, la sumisión a
la «figura del Amo»? La debilidad del feminismo abertzale en esta área
se agrava con el empeoramiento del poder del sistema patriarco-burgués.
Pero es un espacio cotidiano decisivo en la reproducción de valores
reaccionarios o de valores revolucionarios, dependiendo de si se
interviene en su él y cómo. Si perdemos este espacio, y no lo estamos
ganando, habremos perdido una de las fuerzas generadoras de conciencia
nacional de clase y antipatriarcal decisivas en el período de 1965-95.
La última es, ¿cómo prepararse para el más que probable recorte de
los derechos de expresión mediante la Red, mediante Internet, decisivos
para el movimiento popular por razones obvias? Los datos disponibles
advierten que el imperialismo está preparando recortes sucesivos en el
tiempo para que el tijeretazo no sea sentido como brutal, sino
dosificado como el veneno para no provocar una resistencia masiva. La
forma organizativa del poder popular guarda mucha relación con la
política concienciadora y con los medios de lucha teórico-política.
Abordar desde ahora esta cuestión es una necesidad creciente.
Apreciamos, por tanto, tres fases. En la primera se trata de
coordinar los colectivos, grupos y organizaciones ya existentes,
impulsando a la vez las que hagan falta. La segunda, es profundizar en
el debate sobre lo que une en lo básico al movimiento popular y al
social, y lo conectan con el poder popular como conquista decisiva; y la
tercera, la fundamental, será impulsar una organización específica para
el movimiento popular, formada por la militancia que asume lo que une,
que respeta las diferencias, y que es consciente del valor estratégico
inestimable del movimiento popular en la creación del poder popular.
Solamente así, podremos ir creando las condiciones para que en una
futura Euskal Herria independiente el Estado y las demás instituciones
estén controladas desde fuera por el Poder Popular, garante de los
objetivos histórico irrenunciables.
EUSKAL HERRIA 06-05-2013