Escrito por
Vicky Peláez
“En una guerra, aunque se trate de una Guerra Fría, es necesario
contar con una agencia amoral que pueda operar en secreto”. General
Walter Bedell Smith, cuarto Director de la CIA, 1950
El reciente informe de la Comisión de Inteligencia del Senado
norteamericano de 528 páginas, sobre el programa de torturas que la CIA
puso en práctica después de la caída de las Torres Gemelas fue como una
bomba que estremeció a la opinión mundial y viene causando el repudio en
todos los rincones del planeta.
Es escalofriante pensar que un
estado, que desde hace más de 200 años se presenta como un paladín de la
democracia y defensor de los derechos humanos, haya incorporado la
tortura como una práctica racional compatible con los valores
democráticos, por eso es innegable que el espíritu de la sociedad
norteamericana está corroído por el cáncer de la violencia.
Se
necesita la pluma de Dante Alighieri para describir el infierno que
sufrieron hombres y mujeres a manos de torturadores de la CIA que
realizaban su labor demoníaca aplicando una de las 24 técnicas de
“interrogatorio” autorizadas el 16 de abril de 2003 por el Secretario de
Defensa, Donald Rumsfeld. Una de las prácticas más “suaves” “Áspero
Derribar” (Rough Takedown) descrita en el informe dela CIS consiste “en
la entrada violenta con gritos e insultos de unos cinco oficiales de la
CIA en la celda de un detenido a quien sacan afuera, lo desnudan
violentamente, lo amarran con cinta Myler, lo arrastran por el pasillo
mientras lo cachetean y pegan amenazando a secuestrar y violar a sus
familiares” si no colabora.
Los torturadores de la CIA y de la
DIA (Agencia de Inteligencia Militar) llegaron a tal crueldad que los
consejos de uno de sus colegas, el tristemente famoso en los años 1960
en el Brasil y en los 1970 en Uruguay, el norteamericano Dan Mitrione,
parecían un chiste. Decía Mitrione que “hay que causar solo el daño
estrictamente necesario, ni un milímetro más. Debemos controlar nuestro
temperamento en todo caso. Se debe actuar con la precisión de un
cirujano y con la perfección de un artista”, decía el inventor de la
“silla del dragón” un aparato eléctrico que hacía salir humo por la boca
del torturado.
Los modernos “especialistas en tortura” fueron muy lejos en su empeño sobrepasando inclusive los límites de su cruel fantasía.
Para
hacerlo tenían la autorización de la Casa Blanca, después de que sus
asesores legales John Yoo, Steven Brabery y Jay Bybee liderados por
Alberto Gonzales escribieron famosos “Memorandos sobre la Tortura”
creando un marco legal para esta práctica. En uno de estos documentos
Jay Bybee escribió que “la Convención contra la Tortura”, a la que se
adhirió EEUU en 1994, pero que nunca la ratificó, “podría ser
inconstitucional pues afecta la autoridad del presidente para conducir
guerra”.
Aquellos memorandos se hacen inclusive más repugnantes
cuando sus autores hablan de la incorporación de los médicos para hacer
más efectiva aquella práctica aberrante de la tortura. En 2001 la CIA
contrató a dos psicólogos James Mitchell y Bruce Jessen por la suma de
180 millones de dólares para perfeccionar los existentes métodos de la
tortura.
Lo triste de todo esto es que la Asociación Americana de
Psicólogos (APA) autorizó a sus miembros a participar en los
interrogatorios después de que su Comisión de Ética llegó a la
conclusión que “participar en roles consultivos en procesos de
interrogación y recolección de información para los propósitos
relacionados con la seguridad nacional es consistente con el Código de
Ética de la APA”. Estos psicólogos torturadores tenían la misión de
quebrar la voluntad del interrogado y someterlo absolutamente a base de
la teoría de la “indefensión adquirida” elaborada en los años 1960 por
los doctores Martin Seligman y S.Maier.
Y no solamente los
psicólogos, también los psiquiatras y otros médicos jugaron un papel
prominente en la aplicación de la tortura. Los galenos y enfermeras
fueron involucrados en los interrogatorios como “agentes de seguridad”
obligados a violar la confidencialidad del paciente y compartir lo que
sabían sobre la salud del detenido con los torturadores para “aumentar
la efectividad del interrogatorio”, violando las reglas de la Asociación
Médica Mundial y la Asociación Médica Americana.
En realidad la
práctica de la tortura tiene un largo trayecto en la historia moderna de
los EEUU. Según el estudioso Mike Riddie, la CIA ha estado haciéndolo
desde su creación en 1947 logrando “perfeccionar” las técnicas de
tortura en Vietnam. Basta revisar el “Programa Fenix” que dio muerte a
más de 20.000 vietnamitas inocentes para darnos cuenta del cinismo y la
aberración del sistema norteamericano. Fueron precisamente los
instructores norteamericanos que posteriormente transmitieron esta
práctica a sus satélites incondicionales en América Latina, Asia y
África. De acuerdo a Noam Chomsky y Edward Herman, en los años 1970 de
los 36 países que utilizaban la tortura, 26 eran clientes
norteamericanos.
Uno de los jefes del Servicio de Inteligencia de
Uruguay en la época de la dictadura militar (1973-1985), el almirante
Eladio Moll declaró que “EEUU nos enseñó y adoctrinó a torturar y matar a
los prisioneros políticos bajo el lema “tortura y mata”. En Chile,
Augusto Pinochet Hiriart, el hijo del infame dictador aclaró en 2001 que
“la guerra antisubversiva no la aprendimos de nadie más, que de los
norteamericanos. Cuando ellos hablan de tortura, son los métodos de
interrogación que nos enseñaron”.
La técnica de los “vuelos de la
muerte” practicados durante la dictadura en Argentina (1976-1983) para
tirar a los prisioneros vivos al mar después de torturarlos y en el caso
de las mujeres, violarlas, fue la continuidad de la experiencia
norteamericana en Vietnam con “el viaje interrumpido en helicóptero” o
“la lección de volar”. Solamente sus alumnos latinoamericanos trataron
de superar a sus instructores en su empeño de torturar, violar y matar”.
Lo
aprendieron en la Escuela de las Américas cuando en los años 1960 la
tortura fue incorporada oficialmente como un método de interrogación a
los detenidos políticos. En aquella época fue creado el manual “La Lucha
Contra la Subversión” en el cual se detallaba los métodos y prácticas,
con el uso de instrumentos especiales para hacer “hablar” hasta a los
más inocentes. Se calcula que más de 80.000 militares latinoamericanos
pasaron por esa escuela que fue llamada por las instituciones de
derechos humanos como la “Escuela de la Tortura”.
Posteriormente
se cambió de nombre convirtiéndose en el Instituto del Hemisferio
Occidental para la Cooperación en Seguridad. Precisamente en aquella
época se formaron los primeros equipos médicos destinados para mantener
vitales y saludables a los torturadores y mantener vivos a los
torturados durante el interrogatorio.
Los mejores científicos
fueron contratados para la industria de la tortura. Se calcula que los
productores de estos instrumentos están ganando actualmente alrededor de
500 millones de dólares al año sólo en EEUU y otros tantos en Taiwán,
Corea del Sur, Alemania, Israel, Francia e Inglaterra. Los tres últimos
países tienen una larga experiencia en el uso de esta práctica bárbara.
Israel tiene legalizada la tortura y la practica con los sospechosos
palestinos. Francia la perfeccionó durante la ocupación de Argelia
(1830-1962) y los ingleses la emplearon en Irlanda del Norte.
La
experiencia de estos países fue utilizada en EEUU para crear el Manual
de Entrenamiento para la explotación de Recursos Humanos bautizado como
Manual del Buen Torturador. Lo curioso fue que el mismo propulsor de la
tortura después de la caída de la Torres Gemelas, el vicepresidente Dick
Cheney, en 1992 siendo el Secretario de Defensa ordenó destruir todos
aquellos manuales que contenían “material ofensivo y desagradable”.
Diez
años después cambió de idea autorizando y legalizando la tortura junto
con George W. Bush, George Tenet y Donald Rumsfeld convirtiendo así a
Norteamérica en un Estado torturador. A la vez, la justicia fue relegada
a segundo plano después de que en 2002 el Fiscal General John Ashcroft
ordenara cubrir las estatuas semidesnudas del salón de actos del
Departamento de la Justicia, que representaban el “Espíritu de la
Justicia” y la “Majestad de la Justicia”, bajo el pretexto de que eran
“escandalosas”.
Fue una premonición de los tiempos oscuros que
venían pero muy pocos lo percibieron en Norteamérica, ese pueblo
desorientado y alienado simplemente no prestó atención, como de
costumbre, a los gestos y palabras de sus líderes que ordenaban la
aniquilación lenta de la democracia en su país y su militarización.
Después se aprobó las “Actas Patrióticas” y se institucionalizó la
soplonería con la creación de un cuerpo de “10 millones de informantes
voluntarios”, seguido de la creación del Departamento de Seguridad
Interna.
Actualmente Estados Unidos bajo el dominio de los
globalizadores neoliberales sigue el camino del lento aniquilamiento de
su democracia recubriéndolo con los discursos demagógicos de su
presidente Barack Obama que aparentemente condenó la práctica de la
tortura declarando posteriormente que “ningún país es perfecto pero una
de las cualidades que hacen excepcional esta nación es nuestra voluntad
de confrontar el pasado abiertamente, afrontar nuestras imperfecciones,
corregirlas y hacerlo mejor en el futuro”.
Las palabras son como
el viento y los hechos quedan grabados en la historia. El Centro de
Detención de Guantánamo sigue su rutina como laboratorio para
elaboración de nuevas técnicas de interrogatorio. Ya se sabe que los
instigadores y promotores de la tortura junto con los torturadores
quedarán impunes. Al único que castigó el sistema fue a John Kiriakow
que siendo un especialista en interrogatorio se atrevió a dar la voz de
alarma y denunciar la crueldad de los métodos de tortura practicados por
la CIA. Fue condenado a 30 meses de cárcel y su familia fue amenazada.
Por
algo dijo siglos atrás el escritor griego de fábulas Esopo que “cuando
el lobo se empeña en tener la razón, pobres corderos”.