El pasado martes 6 de Agosto, un grupo de jóvenes y vecinos se
congregaron en el Cementerio Municipal de Daimiel, alrededor de la Placa
que recoge los nombres de los combatientes y militantes que fueron
asesinados en Daimiel por el Fascismo, una vez concluida la Guerra
Civil. El acto consistió en una ofrenda floral a la lápida que terminó
con la lectura de unos versos del histórico poeta y militante comunista
Miguel Hernández. Con ello los compañeros quisieron dar un sentido
homenaje a estos mártires que lucharon por un futuro mejor para los
trabajadores. Fueron asesinados por el simple hecho de defender un
futuro con justicia social, democracia, con libertades y derechos para
las clases trabajadoras.
Fue la oligarquía la que azuzó a los militares para que el 18 de
Julio iniciaran un Golpe de estado que pretendía acabar con el gobierno
del Frente popular, fracasando debido a la movilización popular. Tras
tres años de Guerra las fuerzas reaccionarias terminaron venciendo e
instauraron un régimen de terror brutal bajo la máscara política del
fascismo durante 40 años. Decenas de miles de militantes obreros,
intelectuales, maestros, campesinos, fueron asesinados por ser
socialistas, comunistas, anarquistas o simplemente por tener
convicciones democráticas. Hoy más de 70 años después de la finalización
de la Guerra, en medio de una grave crisis estructural del capitalismo
estos jóvenes recuperan la memoria de los que antaño lucharon por un
futuro mejor de emancipación para la clase obrera. Hoy en día nuestro
enemigo es el mismo que antaño, la oligarquía industrial y financiera
que hoy está imponiendo una guerra sin cuartel contra los derechos de la
clase obrera.
¡Honor y Gloria a los caídos!
CANCIÓN DEL ESPOSO SOLDADO
He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.
Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.
Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.
Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.
Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.
Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.
Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.
Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.
Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.
Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.
Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.
Miguel Hernández
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