“Dossier”, único en su estilo en la televisión venezolana, es una herramienta necesaria, que brinda información de actualidad, en un lenguaje directo y de fácil comprensión.
“¿A dónde estarán?, pregunta la
elegía...” (Borges). No están. Aquella región del ayer donde las calles,
las protestas y la insubordinación eran propiedad casi exclusiva de la
izquierda es ahora “una fábula del tiempo”. Esos escenarios urbanos
pertenecen a la derecha. Desde el año pasado, son las fuerzas
conservadoras quienes, en nombre de diversos valores, ocupan las calles
que antes pertenecían a la izquierda. Las banderas rojas, los retratos
del Che, los cánticos y las fórmulas anticapitalistas, los rostros o las
manos marcadas por las huellas del trabajo ingrato se han ido esfumando
de las calles de París. La izquierda no se moviliza más. Los nuevos
propietarios de la calle son movimientos de derecha agrupados en torno
de múltiples grupos que protestan con la obstinación y el estilo con los
que alguna vez lo supo hacer la izquierda. “Recuperemos la calle”,
clama en su página de Internet el NPA francés, el Nuevo Partido
Anticapitalista. Pero la calle está desierta. En las columnas del diario
Le Monde, el politólogo francés Gaël Brustier sintetiza: “Frente a una
izquierda clavada en el suelo, que no llega a tener influencia en la
sociedad, la protesta se pasó a la derecha”.
Desde que el presidente socialista
François Hollande fue electo en mayo del año pasado, los grupos
contestatarios de derecha y de extrema derecha surgieron al ritmo de las
leyes votadas por la mayoría socialista. La rapidez y la fuerza con que
estos movimientos ganaron la calle sorprendieron no sólo a la mayoría
gobernante, sino a los mismos partidos de derecha, poco habituados a
hacer de la calle su territorio de reivindicación. Entre moderados y
radicales, alrededor de diez grupos han nacido bajo el ala de la
oposición a la tibia y sosa socialdemocracia que gobierna Francia. El
más importante de ellos, la Manif pour Tous, nació en agosto del año
pasado. Creado por una militante católica, Frigide Barjot, este
movimiento surgió con la oposición a la ley promovida por la ministra de
Justicia Christiane Taubira que legalizó el matrimonio entre personas
del mismo sexo.
Al lado de él creció una rama disidente, Le Printemps
Français, igualmente opuesta a la ley de la ministra. Entre noviembre de
2012 y mayo de 2013, ambos grupos, a los que se les sumaron la extrema
derecha y grupúsculos de ultracatólicos como Civitas, movilizaron a
decenas de miles de personas. A partir de estas dos locomotoras
reaccionarias se fue plasmando un sólido frente de protesta en forma de
galaxia dispersa que, con cada ocasión, apareció en el escenario
político sin que los partidos afines a sus ideas hayan anticipado su
irrupción, o posteriormente, se hayan aprovechado de su impacto. El ex
ministro Laurent Wauquiez, hoy diputado del partido de derecha UMP,
reconoce que “los manifestantes ya no están sometidos a nuestro partido
porque tienen el sentimiento de que no defendemos sus reivindicaciones”.
En este contexto, es legítimo señalar
que cada uno de estos movimientos que ocupan la calle defiende intereses
sectoriales. La Manif pour Tous o Le Printemps Français se presentaron
como escudos de los valores de la familia. Cada grupúsculo responde a la
misma lógica: los “pigeons” están formados por empresarios del sector
de las altas tecnologías opuestos a un proyecto fiscal del gobierno; los
“poussins” se levantaron contra la reforma del estatuto de los
empresarios autónomos; los “dindons de l’école”, contra la reforma de
los ritmos escolares; los “moutons”, contra el aumento de la fiscalidad
para los independientes; los “dodos” se opusieron a una cambio en el
régimen de los taxis; las “cigognes” salieron a la calle para exigir un
cambio en el estatuto de las parteras, mientras que los “bonnets rouges”
(los gorros rojos) protestaron de manera estruendosa contra un impuesto
ecológico, la “ecotaxe”, en la región de Bretaña. Este último
movimiento obligó al gobierno a retroceder. Los “gorros rojos” están
formados por agricultores y empresarios de Bretaña. Su nombre remite a
una lucha que tuvo lugar en 1675 en Baja Bretaña contra el rey de
Francia, que pretendía aplicar en esas regiones un nuevo impuesto.
Aunque todos sueñan con una convergencia
final, estos grupos actúan de manera local y sectorial y, aparte de su
ensañamiento contra los socialistas, no comparten otra base. Los aúna
una idea obsesiva: empujar a la renuncia al presidente François
Hollande, a quien juzgan débil, dubitativo y sin legitimidad. Cada uno
de ellos es igualmente objeto de la misma recuperación: la extrema
derecha se cuela en sus marchas y reclamos y termina contaminando las
premisas originales de estos grupúsculos. Sin embargo, de forma repetida
y eficaz, estas broncas sectoriales terminan por crear una suerte de
galaxia de resistencia ciudadana cuyo escenario es la calle. Desfilan,
en muchos casos, copiando la metodología y el estilo de las históricas
manifestaciones de la izquierda de los años ’60. El politólogo Roland
Cayrol observa que si bien “no hay un cuerpo común, los núcleos de
contestación se van adicionando”. Esta adicción y su radicalidad dejan a
los partidos de la derecha, en este caso al principal, la UMP, fundada
por el ex presidente Nicolas Sarkozy, casi sin voz ni voto. La
radicalidad de las acciones y la calle como escenario no pertenecen a la
cultura política de ese partido en general ni de la derecha francesa en
particular. Liberales, católicos, extrema derecha, católicos ultras,
conservadores tradicionalistas, obreros, artesanos, burgueses o simples
estudiantes, la composición social de estos nuevos actores de la
revuelta es mixta y rompe con las ideas de almidón.
La unión global, por
ahora, no se plasma más allá de las acciones puntuales en la calle. En
una amplia columna de reflexión publicada por Le Monde, el sociólogo
Serge Guérin y el geógrafo Christophe Guilluy estiman que “lo que
explota ante nuestros ojos no es solamente un modelo económico, sino
también nuestras representaciones de las clases sociales”. Ambos autores
plantean la “emergencia de una contra sociedad que no cree más en los
modelos antiguos”. El análisis es más que pertinente. Sin embargo, esa
“contra sociedad” no se mueve más a la izquierda, sino a la derecha. La
historiadora Chantal Delsol constata que “la izquierda perdió al
pueblo”. La izquierda en el gobierno se durmió, y la izquierda militante
y callejera juega hoy a los juegos informáticos en las consolas de
salón mientras el pueblo de derecha y de extrema derecha toma la calle.
Una naciente revolución al revés perfectamente encarnada en el anhelo
declarado por sus integrantes: “Un Mayo del ’68 al revés”. Una densa
marea conservadora más radical que los propios partidos que enarbolan
sus ideas y sin opositores visibles. Rara vez hay “contramanifestación
de la izquierda. Su ausencia en las calles se hace extensiva en el campo
de las ideas. Las palabras y los valores vergonzosos son moneda
corriente: negación del derecho a los homosexuales, racismo, racismo
biológico, antisemitismo, antimusulmanes, impugnación del derecho de las
mujeres, extremismos.
Todo esto circula como un pelotón de pájaros en
pleno vuelo. Y la izquierda, o lo que alguna vez fue, duerme el sueño ya
eterno de sus mitologías mientras la realidad inunda sus territorios.
http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-234502-2013-11-28.html