El Viejo Topo
La reciente celebración, en la ciudad sudafricana de Durban, de la quinta
cumbre
del grupo de países denominados BRICS ha inaugurado un nuevo escenario
donde sus miembros han anunciado con claridad su intención de trabajar
por un nuevo orden internacional. El encuentro tuvo por objetivo la
discusión sobre el desarrollo y la industrialización, junto a la cita
con los países del continente impulsada por la Unión Africana; no en
vano, la conferencia se celebró bajo el lema de la “cooperación con
África”. Estuvieron presentes el sudafricano Jacob Zuma, la brasileña
Dilma Roussef; Vladímir Putin, el nuevo presidente chino, Xi Jinping, y
el indio Manmohan Singh. Muchas cosas han cambiado desde la primera
cumbre
(que se celebró en la ciudad rusa de Yekaterinburg, en 2009) de unos
países que, si bien tienen grandes diferencias entre sí, comparten en lo
esencial el rechazo al actual sistema financiero internacional, al
predominio norteamericano en las instituciones surgidas en la postguerra
mundial, y a unas relaciones económicas que fuerzan a utilizar el dólar
estadounidense como moneda de pagos y de reserva internacional, y que,
en fin, defienden el papel de la ONU como garante de la paz y árbitro de
las disputas, frente a la política de fuerza que han llevado a cabo
Washington y algunas naciones europeas como Gran Bretaña y Francia. En
suma, los cinco países de Durban postulan un sistema multilateral que
rompa con las inercias del pasado y sea más equilibrado entre viejas y
nuevas potencias. Su creciente protagonismo, incluso, ha llevado a
Egipto a solicitar su incorporación, aunque los BRICS no piensan en
articular una organización convencional, una nueva estructura
internacional añadida a las existentes, sino en impulsar acuerdos de
desarrollo desde las diferencias entre los cinco países.
No
faltan, pese a ello, las voces que califican a los países BRICS como
“cómplices del neoliberalismo” que, supuestamente, refuerzan el poder
norteamericano, y la construcción de infraestructuras que llevan a cabo
en África es considerada el requisito imprescindible para una nueva
“explotación neocolonial” de las riquezas mineras y de hidrocarburos, en
una suerte de nueva Conferencia de Berlín (en referencia a la celebrada
en la capital prusiana en 1885). Curiosamente, muchas de esas críticas
expresadas desde la izquierda coinciden con las difundidas por los
grandes medios de comunicación internacionales que amplifican el
discurso de Washington y de Bruselas, sin que esa izquierda tenga en
cuenta que la mayoría de los BRICS no apuesta, hoy, por un modelo
económico alternativo al capitalismo, con la excepción de China, que
mantiene su propio camino al socialismo. Eso explica la actuación de las
empresas de esos países, que buscan el fortalecimiento de sus economías
nacionales, y que, en general, actúan con criterios de rentabilidad. El
papel de Putin es el de portavoz de la nueva burguesía rusa; Jacob Zuma
es el valedor de la nueva identidad del Congreso Nacional Africano, una
compleja aglomeración de fuerzas donde conviven la nueva burguesía
negra enriquecida, como la que representa Cyril Ramaphosa,
vicepresidente del CNA, y el alma de izquierdas de la lucha contra la
segregación racial; la India del Partido del Congreso defiende también
una visión neoliberal, escindida entre la vieja relación con Moscú, la
atracción por el rápido desarrollo chino y la desconfianza histórica
hacia Pekín, y los cantos de sirena de Washington; y el Brasil de Lula y
Roussef (ésta, con orígenes guerrilleros) apuesta por el desarrollo
nacional y la visión de Brasil como potencia regional con intereses
mundiales, rasgo que le distancia y le enfrenta a Estados Unidos. China
continúa defendiendo su condición de país socialista.
En Durban,
China y Brasil suscribieron un acuerdo para la utilización de sus
propias monedas en los intercambios comerciales, convenio que puede
estimular una dinámica de relación económica con otros países, en
detrimento del dólar norteamericano. China se ha convertido en el
principal socio comercial de Brasil. La
cumbre sudafricana acordó
la creación de un banco para el desarrollo que dispondrá de un capital
inicial de 50.000 millones de dólares, aunque su definitiva puesta en
marcha se dejó al examen posterior, y la idea de crear un Fondo
Anticrisis dotado de 100.000 millones de dólares se pospuso, en una
muestra de las complejas relaciones entre los BRICS. El banco de
desarrollo (una idea del gobierno hindú) impulsado por el foro de Durban
pretende convertirse en una alternativa al Banco Mundial y al FMI,
según indicó el ministro brasileño de Hacienda, Guido Mantega, y su
objetivo sería el fomento de las infraestructuras. También fue abordada
la creación de una agencia de calificación de riesgos que permita
escapar al monopolio norteamericano en ese campo: aunque China dispone
de la
Dagong Global Credit Rating, son las tres agencias norteamericanas (
Standard & Poor's,
Moody's y
Fitch Rating) quienes controlan más del noventa por ciento de la actividad, con enormes repercusiones económicas y financieras.
Las posibilidades del grupo BRICS fueron subrayadas por Putin: dispone
del cuarenta por ciento de la población mundial, de casi el treinta por
ciento de la producción, y crece de forma notable, mientras los países
del viejo G-7 permanecen estancados en la crisis. Además, aumenta la
colaboración en iniciativas científicas, tecnológicas y de investigación
y desarrollo del cosmos, proyectos médicos (India, por ejemplo, produce
medicamentos baratos y de buena calidad), y el grupo ha decidido
impulsar el crecimiento en África, la transferencia de tecnología, y la
concesión de créditos al desarrollo. De igual forma, el creciente
comercio entre los países miembros, utilizando sus monedas y no el
dólar, contribuirá decisivamente al debilitamiento de la moneda
norteamericana; sin olvidar, por ejemplo, que China puede contribuir de
forma decisiva a la urgente construcción de las infraestructuras indias,
una de las principales debilidades de la India.
Esos intereses
comunes no deben hacer olvidar que el grupo BRICS está compuesto por
países con sistemas muy diferentes y que tienen evidentes puntos
débiles, por no hablar de notorias contradicciones. Sudáfrica, por
ejemplo, votó en 2011 junto a Estados Unidos en el Consejo de Seguridad
de la ONU para autorizar los bombardeos de la OTAN sobre Libia. Pese a
ello, la articulación de los BRICS y la apuesta conjunta por una nueva
arquitectura política y económica mundial es una excelente noticia, y
aunque Rusia, India, Brasil y Sudáfrica no discuten muchos de los
aspectos de la globalización impuesta por Occidente, y mantienen
dependencias económicas con los principales países capitalistas,
mantienen una cierta autonomía financiera respecto del sistema mundial
controlado por Washington, Londres y Bruselas. No es así para China,
cuyo sistema financiero y bancario es enteramente público, y que ha sido
capaz de construir una estructura industrial que está, sustancialmente,
en manos del Estado. El sistema nacido en Bretton Woods recibe así la
indicación de que su tiempo termina: tanto el Banco Mundial, como el
Fondo Monetario Internacional, el papel del dólar, y la propia hegemonía
de Estados Unidos y de Europa, son cuestionados de forma abierta.
La cita de los BRICS en África imponía la agenda de la reunión, porque
los problemas africanos no admiten espera, y el interés de esas
potencias emergentes en el continente negro abre nuevas posibilidades,
aunque también muchos riesgos. La ronda de Doha no avanza en la solución
a los problemas agrícolas, y, cincuenta años después de las
independencias, las abundantes riquezas del continente no han servido
para cambiar sustancialmente la pobreza africana, pese a mejores
parciales y al retroceso del hambre. Pese a todo, en los últimos años,
la tasa de crecimiento africana ha alcanzado el cinco por ciento, aunque
el modesto punto de partida limita el desarrollo.
China, la
principal potencia de las que se reunieron en Durban, tiene un
protagonismo evidente en el futuro de África, y el primer viaje al
exterior de Xi Jinping ha sido revelador: Rusia y África (Tanzania,
Congo-Brazzaville y Sudáfrica). Además, la asociación estratégica entre
Moscú y Pekín se ha consolidado: Andrey Denisov, viceministro ruso de
Asuntos Exteriores, enfatizó que todas las fuerzas políticas rusas están
de acuerdo en fortalecer la relación con China, lejos ya de las
apocalípticas e interesadas profecías occidentales sobre una “invasión
amarilla” en Siberia. Xi Jinping, que comienza su mandato, ha sido
criticado en medios informativos internacionales y cancillerías
occidentales por haber mostrado su pesar por la desaparición de la Unión
Soviética, y por sus frecuentes citas de Mao.
Las relaciones
africanas con Pekín se iniciaron en los años de Bandung, y, hoy, China
se ha convertido en el principal socio comercial de África: en 2011, la
cifra de intercambios alcanzó casi los 170.000 millones de dólares, con
un crecimiento espectacular: se ha multiplicado casi por veinte en el
plazo de la primera década del siglo XXI. En conjunto, Sudáfrica
protagoniza casi la tercera parte de los flujos comerciales con Pekín.
China está hoy presente en prácticamente todos los países africanos,
aunque la envergadura de los proyectos y de las inversiones depende de
muchos factores, y otorga créditos a bajo interés para el desarrollo
económico; más de dos mil empresas chinas trabajan en infraestructuras,
construcción, minería, energía. China es, desde 2009, el principal socio
del continente africano, y no es una casualidad que la incorporación de
Sudáfrica (la economía africana más dinámica) al BRICS fuera propuesta
por Pekín. India y Brasil tienen también una significativa y creciente
presencia en el continente negro: Brasil, por ejemplo, está explotando
uno de los yacimientos de carbón más grandes del mundo (en Tete,
Mozambique) a través de la multinacional carioca Vale, una de las
compañías mineras más grandes del mundo, y las comunidades indias en
África son un creciente estímulo para las empresas hindúes. Los
intercambios económicos entre China y África son cada año mayores: en
2012, el comercio entre ambos llegó ya a los 200.000 millones de
dólares, y el programa de créditos chinos a países africanos, previsto
hasta 2015, supera los 20.000 millones de dólares.
África es un
escenario de competencia sin cuartel entre las grandes potencias, lo que
explica guerras y conflictos, aunque los intereses locales y el papel
de caudillos, señores de la guerra y dictadores, juegan también un papel
muy relevante. Así, la división del Sudán en dos países no se explica
sin los intereses petroleros norteamericanos, y la situación en Nigeria y
en Angola, grandes productores de petróleo, no es ajena a la actuación
de las multinacionales occidentales. En ese marco, la política seguida
por las potencias del BRICS, y, singularmente, por China, es la del
pragmatismo y la no injerencia en los asuntos internos, en un complicado
equilibrio, pese a que ello obliga a mantener relaciones con
presidentes como Yoweri Museveni (protagonista de las rebeliones contra
Idi Amin, junto a Nyerere, y contra Milton Obote), reelegido en
elecciones fraudulentas, o con el presidente de Zimbabwe, Robert Mugabe,
dirigente de la independencia, implicado hoy en flagrantes casos de
corrupción, sin olvidar que la Sudáfrica libre de Mandela, Mbeki y Zuma
no ha acabado con la corrupción, las matanzas (como la que causó la
muerte de treinta y cuatro mineros en la mina de platino de Marikana, en
agosto de 2012) y la tortura.
Xi Jinping se reunió con
Museveni, presidente de Uganda, así como con Armando Guebuza (dirigente
del FRELIMO y presidente mozambiqueño), y con Hailemariam Desalegn,
primer ministro etíope y actual presidente de la Unión Africana.
Reforzar la cooperación china con Etiopía, Mozambique y Uganda estaba
entre las previsiones del viaje del presidente chino. El primer ministro
etíope enfatizó que su país confía en China para impulsar su
desarrollo, y la cooperación china en Mozambique cuenta con importantes
proyectos en infraestructuras, agricultura y energía. El presidente
chino anunció que su país formará a treinta mil técnicos y profesionales
africanos, y que esa educación irá acompañada de transferencias de
tecnología. Durante la visita de Xi Jinping a Tanzania se firmaron
acuerdos para la construcción de puertos, hospitales y centros
culturales, y el presidente tanzano, Jakaya Kikwete, afirmó: “No dudamos
de que China continuará trabajando con el pueblo africano”, al tiempo
que calificaba a quienes critican la actuación china en África de estar
anclados en los años de la
guerra fría.
Tanzania
desempeña un papel muy relevante en la estrategia china en África. En
septiembre de 2011, el gobierno tanzano propuso a Pekín la construcción
de un gasoducto de quinientos cuarenta kilómetros entre las ciudades de
Mtwara y Dar es Salaam, a lo largo de la costa del océano Índico,
proyecto que supone una inversión de más de mil doscientos millones de
dólares sufragada con un crédito bancario chino. El acuerdo para el
desarrollo firmado con Tanzania supone inversiones por valor de 10.000
millones de dólares, aunque las cancillerías occidentales filtraron a
los medios de comunicación que el interés de Pekín radicaba en el futuro
uso militar de un puerto tanzano. En realidad, la construcción del
puerto de Bagamoyo, frente a la isla de Zanzíbar, es una iniciativa
civil que pretende el desarrollo comercial. En todo el continente, China
construye carreteras, centenares de kilómetros de vías férreas,
puertos, colegios y hospitales, explota yacimientos, contribuye al
desarrollo agrícola y forma a decenas de miles de nuevos técnicos de
países africanos, además de enviar numerosas misiones médicas, dentro de
un esquema de colaboración que contempla la búsqueda del mutuo
beneficio, como recuerdan los responsables del gobierno chino.
Tras la cumbre del BRICS, Xi se reunió con Denis Sassou Nguesso,
presidente congoleño, país que espera desarrollar su infraestructura
ferroviaria y sus carreteras con ayuda china: Pekín se ha convertido
también en el principal socio comercial del Congo-Brazzaville. Sassou
Nguesso (un presidente de orígenes marxistas, y dirigente del Partido
Congolés del Trabajo) descalificó las acusaciones occidentales sobre el
supuesto “colonialismo” chino, afirmando que los africanos conocen
perfectamente el colonialismo por su experiencia histórica. El
presidente chino aseguró que su país continuará su colaboración con
África, impulsando la paz y el desarrollo, y apostando por un mayor
protagonismo del continente en las instituciones internacionales, frente
a la marginación a que Occidente sometió a los africanos. Para ello,
China cuenta con unas reservas que superan los 3’3 billones de dólares:
más que el conjunto de Europa, y el nuevo presidente chino ha puesto de
manifiesto que no apuesta por un mundo gobernado por un G-2, Washington y
Pekín, como gustaría en la Casa Blanca.
Helen Clark, que fue presidenta del gobierno de Nueva Zelanda, y, hoy, es administradora del PNUD,
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo,
mantiene que la cumbre de los BRICS es una oportunidad para África y,
también, la muestra de los rápidos cambios en los equilibrios
planetarios. Por su parte, Donald Kaberuka, un economista ruandés,
presidente del Banco Africano de Desarrollo, ve en la colaboración de
los BRICS una magnífica posibilidad de crecimiento para África, aunque
Lamido Sanusi, gobernador del banco central nigeriano y hombre ligado a
los intereses occidentales, criticaba (en un reciente artículo que
publicó en marzo de 2013 en el
Financial Times) la actitud de
China: “China se lleva nuestras materias primas y nos vende los
productos manufacturados. Esta fue también la esencia del colonialismo”.
Pese a ello, Sanusi no deja de reconocer que China está creando
importantes infraestructuras en África, y no defendía el fin de la
relación africana con Pekín. Sin embargo, al criticar el supuesto
“colonialismo” chino, Sanusi ignoraba deliberadamente las diferencias de
actitud entre el colonialismo occidental y la actuación de Pekín en
África: China no dispone de un solo soldado en el continente, no ha
incorporado ningún territorio como colonia, y, además, compra las
materias primas y los productos africanos, frente al histórico expolio
occidental, y se ha convertido en el país del mundo que más créditos
concede a los países en desarrollo, sin exigencias económicas y
políticas como las que imponen el Banco Mundial, el FMI o Estados
Unidos. En contraposición, no hay que olvidar que Occidente invadió
África, se apoderó de países enteros, los convirtió en colonias sujetas
al poder de la metrópoli, y robó durante décadas las materias primas del
continente e impuso formas de conducta regidas por la corrupción y el
soborno, por no hablar de que la intervención militar continúa, y que
Estados Unidos ha forzado en los últimos años a más de una decena de
países africanos (desde Egipto, Marruecos y Argelia, a Kenia, Gambia,
Somalia y Sudáfrica) a colaborar con su programa de cárceles secretas y
de secuestros extrajudiciales en nombre de la política “antiterrorista”.
Las diferencias entre Washington y Pekín son evidentes.
El
consenso de Washington
ha muerto, aunque su cadáver siga apestando las instituciones
internacionales con su fanatismo de mercado y su énfasis en la
desregulación y el ataque a los derechos cívicos y a las conquistas
sociales de los trabajadores. Frente a ello, el nuevo
consenso de Pekín
se revela atractivo para buena parte del mundo en desarrollo, y
singularmente para África, con sus ideas sobre la planificación
centralizada y un rápido desarrollo que si bien tiene inevitables
hipotecas del pasado, apuesta por unas nuevas relaciones
internacionales, por otro sistema financiero, y por un modelo de
conducta que renuncie a la fuerza y a las intervenciones militares. La
vieja y dolida reflexión de Julius Nyerere (“No necesitamos ayuda de
Occidente. Basta con que levante su bota de nuestro cuerpo”) ilustra
todavía la forma en que África busca el futuro, desconfiando de las
viejas potencias coloniales y de Washington, y ayudándose con mapas
chinos.