Los fragmentos del informe de la Comisión senatorial
estadunidense sobre el programa secreto de torturas de la CIA revelan
los contornos de una organización criminal de gran envergadura. Después
de leer cuidadosamente las 525 páginas de ese informe, se encuentra en
ese documento estadunidense la prueba de lo que se ha venido proclamando
desde hace años: la historia oficial del ataque a las Torres Gemelas de
Nueva York fue creada al gusto de la CIA y nunca se buscó la verdad.
Más aún, la agencia estadunidense hizo todo lo posible por proteger a
los verdaderos autores del atentado.
Damasco, Siria. El 9 de diciembre de 2014, Dianne Feinstein,
presidenta de la Comisión del Senado estadunidense a cargo de los
servicios de inteligencia, hizo público un fragmento de su informe
clasificado sobre el programa secreto de torturas de la Agencia Central
de Inteligencia (CIA, por su sigla en inglés).
El fragmento desclasificado sólo representa una doceava parte del informe inicial.
El informe en sí no trata sobre el vasto sistema de secuestros y
encarcelamientos arbitrarios que la Armada de Estados Unidos instauró
bajo los mandatos del expresidente George Bush hijo, programa que dio
lugar a los secuestros de más de 80 mil personas en todo el mundo y al
encierro de esos secuestrados en 17 barcos estacionados en aguas
internacionales (se trata de los navíos USS Bataan, USS Peleliu, USS
Ashland, USNS Stockham, USNS Watson, USNS Watkins, USNS Sister, USNS
Charlton, USNS Pomeroy, USNS Red Cloud, USNS Soderman, USNS Dahl, MV PFC
William B Baugh, MV Alex Bonnyman, MV Franklin J Phillips, MV Louis J
Huage Jr, MV James Anderson Jr). El texto se limita al estudio de 119
casos de personas utilizadas como
conejillos de Indias en la
realización de experimentos sicológicos en la base naval estadunidense
de Guantánamo (Cuba) y en unas 50 cárceles secretas, desde 2002 y hasta
finales de 2009, es decir, 1 año después de la elección del actual
presidente Barack Obama.
Los fragmentos del informe no indican bajo qué criterios fueron seleccionados esos
cobayos humanos.
Se limitan a indicar que cada prisionero denunciaba al siguiente y
también indican que esas confesiones no les fueron arrancadas sino
inculcadas. En otras palabras, lo que hizo la CIA fue justificar sus
propias decisiones fabricando denuncias que las confirmaban
a posteriori.
En el informe inicial, los nombres de los agentes y de los
contratistas de la CIA implicados fueron reemplazados por seudónimos.
Además, los fragmentos desclasificados han sido ampliamente censurados,
fundamentalmente para borrar los nombres de los cómplices extranjeros de
la Agencia.
El contenido del informe
He leído detenidamente las 525 páginas de fragmentos provenientes del
informe. A pesar de ello, estoy aún lejos de haber sacado de esos
fragmentos toda la información que puede obtenerse de ellos, ya que
habrá que realizar numerosas investigaciones para poder interpretar los
párrafos mutilados por la censura.
Las sesiones de condicionamiento se realizaban en unas 50 cárceles
secretas bajo la responsabilidad de Alec Station, la unidad de la CIA a
cargo de la búsqueda de Osama bin Laden. Las infraestructuras, el
personal y los transportes funcionaban bajo la responsabilidad del Grupo
de Capitulación y Detención de la CIA. Las sesiones se concebían y
realizaban bajo la supervisión de dos sicólogos contratados que incluso
crearon una firma en 2005. Las autorizaciones para la aplicación de las
técnicas de condicionamiento se concedían desde el más alto nivel, sin
especificar que el objetivo de esas torturas no era arrancar información
a las víctimas sino condicionarlas.
El entonces vicepresidente de Estados Unidos
DickCheney, la
exconsejera de Seguridad Nacional Condoleezza Rice, el exsecretario de
Justicia John Ashcroft, el exsecretario de Defensa Donald Rumsfeld, el
exsecretario de Estado Colin Powell y el otrora director de la CIA
George Tenet participaron en reuniones sobre ese tema realizadas en la
Casa Blanca. Asistieron a simulaciones en la Casa Blanca y visionaron
grabaciones de video de varias sesiones, grabaciones que posteriormente
fueron destruidas ilegalmente. Es evidente que el objetivo de aquellas
reuniones era implicar a esas personalidades, pero no resulta posible
determinar cuáles de ellas sabían para qué se utilizaban esas técnicas.
Sin embargo, en junio de 2007, el entonces contratista de la CIA que
supervisaba aquellos experimentos explicó personalmente a Condoleezza
Rice en qué consistían. La consejera de Seguridad Nacional autorizó la
continuación de los experimentos, limitándose a reducir la cantidad de
torturas autorizadas.
Los fragmentos publicados del informe contienen un análisis detallado
de cómo la CIA mintió a las demás ramas de la administración Bush, a
los medios de prensa y al Congreso.
Los experimentos de Martin Seligman
Los fragmentos del informe que se han dado a conocer confirman que la
CIA realizó experimentos basados en los trabajos del profesor Martin
Seligman (teoría de la impotencia aprendida). El objetivo de los
experimentos no era obtener confesiones ni información, sino inculcar a
los torturados un discurso o un comportamiento.
La mayoría de las citaciones que la prensa ha publicado tienden a
confundir al público. En efecto, la CIA se refiere a los “métodos de
condicionamiento” llamándolos “métodos de interrogatorio no estándares” (
non-standard means of interrogation).
Sacada de su contexto, esa denominación hace pensar que el término
“interrogatorio” designa la búsqueda de información cuando en realidad
designa el condicionamiento de las víctimas.
Todos los nombres de los torturadores fueron censurados en la parte
desclasificada del informe. A pesar de ello, es evidente que bajo el
seudónimo de
Grayson Swigert se esconde Bruce Jessen mientras que James Mitchell aparece en el informe como
Hammond Dunbar.
Bruce Jessen y James Mitchell supervisaron el programa desde el 12 de
abril de 2002. Estaban físicamente presentes en las cárceles secretas.
En 2005, formaron juntos una firma comercial, Mitchell, Jessen &
Associates, designada en el informe como
Company Y. Desde 2005 y
hasta 2010, esa firma recibió pagos ascendentes a 81 millones de
dólares. Posteriormente, el Ejército o fuerzas terrestres de Estados
Unidos (US Army) los empleó para que dirigieran un programa sobre el
comportamiento aplicado a 1.1 millones de soldados estadunidenses.
En mayo de 2003, un
senior officer de la CIA recurrió al
inspector general de la Agencia señalando que los trabajos del profesor
Seligman se basaban en las torturas que se aplicaban en Vietnam del
Norte para obtener “confesiones con fines propagandísticos”. Aquel
oficial cuestionaba el programa de condicionamiento. Pero su denuncia no
tuvo consecuencias. En todo, la denuncia contenía un pequeño error: se
refería a Vietnam del Norte. Los trabajos de Seligman, al igual que las
prácticas de los norvietnamitas, se basaban en trabajos coreanos.
Cómo se protegieron los torturadores
Según la Comisión senatorial, el programa de tortura de la CIA
respondía a una orden del expresidente George W Bush emitida el 17 de
septiembre de 2001, es decir, 6 días después de los atentados contra los
Torres Gemelas y el Pentágono. Tenía como único objetivo proporcionar
medios extraordinarios para la investigación sobre los atentados del 11
de septiembre de aquel año. Pero ese programa se desarrolló de inmediato
en violación de varias instrucciones del presidente. Por consiguiente, a
partir de la realización de los atentados, la CIA, a
espaldas de la Casa Blanca, se esforzó por fabricar falsos testimonios que “demostrarían” la culpabilidad de Al-Qaeda.
El expresidente George W Bush y los miembros del Congreso fueron engañados por la CIA que:
- Obtuvo autorizaciones para recurrir a ciertas torturas disimulando el objetivo final de tales procedimientos.
- Presentó falsamente como información obtenida bajo la tortura lo que en realidad eran confesiones inculcadas.
El 6 de septiembre de 2006, cuando el expresidente Bush reconoció la
existencia del programa secreto de torturas de la CIA, defendió esa
práctica argumentando que había permitido la obtención de información
que sirvió para salvar vidas. Bush se basaba en los informes plagados de
falsedades proporcionados por la CIA e ignoraba que, en vez de buscar
pruebas, la Agencia se dedicaba a fabricarlas. A partir de entonces, la
prensa atlantista se hundió en la barbarie y comenzó a debatir sobre la
justificación de la tortura presentándola como algo malo que permitía
lograr algo bueno.
Los torturadores tuvieron la precaución de dotarse de una cobertura
jurídica. Para ello pidieron que el Departamento de Justicia los
autorizara a torturar. Pero el Departamento de Justicia se pronunció
únicamente sobre la legalidad de los métodos utilizados (aislamiento,
encierro en una caja de pequeñas dimensiones, simulacros de
enterramientos, uso de insectos, etcétera) en vez de pronunciarse sobre
el programa en su conjunto. La mayoría de los juristas autorizaban
solamente algunas posturas en particular, pasando por alto las
consecuencias síquicas que podían acarrear cuando se combinaban unas con
otras. En agosto de 2002 ya se habían obtenido todas las
autorizaciones.
Los dirigentes de la CIA que autorizaron esos experimentos
especificaron por escrito que había que incinerar los cadáveres si las
personas utilizadas como cobayos morían durante el proceso de
condicionamiento y que a los sobrevivientes había que mantenerlos
encerrados por el resto de sus días.
Confesiones fabricadas
Para que se entienda bien, la Comisión senatorial no dice que las
confesiones de los detenidos de la CIA son legalmente incorrectas por
haber sido obtenidas bajo la tortura. Lo que expone es que la CIA no
interrogó a esos detenidos sino que los condicionó para que declararan
sobre situaciones y actos con los que no tenían nada que ver. La
Comisión precisa que los agentes de la CIA ni siquiera trataron de
informarse sobre lo que los detenidos ya habían declarado o confesado a
las autoridades que los habían arrestado. En otras palabras, no sólo la
CIA no trató de saber si Al-Qaeda estaba implicada o no en los atentados
del 11 de septiembre, sino que su acción tuvo como único objetivo
fabricar testimonios falsos para demostrar falsamente una supuesta
implicación de Al-Qaeda en dichos atentados.
La Comisión senatorial no discute si las confesiones de los
cobayos humanos
les fueron arrancadas o si les fueron inculcadas. Pero, después de
explicar que los supervisores no eran expertos en interrogatorios sino
en condicionamiento, detalla ampliamente el hecho que ninguna de esas
confesiones permitió
anticipar nada. Demuestra que la CIA mintió al afirmar que habían
permitido impedir otros atentados. La Comisión no escribe que la
información sobre Al-Qaeda proveniente de aquellas
confesiones es
fabricada, pero señala que todo lo que se podía verificar era falso. De
esa manera, la Comisión desmiente explícitamente los argumentos
utilizados para justificar la tortura y anula implícitamente los
testimonios utilizados para vincular a Al-Qaeda con los atentados del 11
de septiembre.
Ese informe confirma, de manera oficial, varias informaciones que
nosotros ya habíamos presentado a nuestros lectores y que contradicen e
invalidan los trabajos de los tanques pensantes atlantistas, de las
universidades y de la prensa desde el 11 de septiembre, tanto en lo
tocante a los atentados de 2001 como en lo que concierne a Al-Qaeda.
Como resultado de la publicación de los fragmentos del informe queda
demostrado que todos los testimonios citados en el informe de la
Comisión Presidencial Investigadora sobre el 11 de Septiembre que
vinculan a Al-Qaeda con esos atentados son falsos. Ya no existe en este
momento el menor indicio que permita atribuir esos atentados a Al-Qaeda:
no existe ninguna prueba de que las 19 personas acusadas como
secuestradores aéreos estuviesen aquel día en ninguno de los cuatro
aviones y tampoco es cierto ninguno de los testimonios de exmiembros de
Al-Qaeda que se atribuyen la autoría de los atentados.
El informe confirma lo que ya revelamos en 2009
En octubre de 2009 publiqué un estudio sobre ese tema en la revista
rusa Odnako. Afirmaba en ese trabajo que Guantánamo no era un centro de
interrogatorios, sino de condicionamiento. También cuestionaba
personalmente al profesor Seligman. Un año más tarde, luego de la
publicación de la traducción de aquel artículo al inglés, sicólogos
estadunidenses hicieron campaña exigiendo que Martin Seligman diese
explicaciones sobre el asunto.
La respuesta de Seligman consistió únicamente en negar su papel como
torturador y emprender una acción legal simultánea contra mí y contra la
Red Voltaire tanto en Francia como en Líbano, país donde yo residía en
aquel momento. Pero finalmente, el profesor Seligman ordenó a sus
abogados suspender toda acción legal cuando publicamos una de sus cartas
acompañada de una explicación de texto. Martin Seligman emprendió
igualmente acciones legales contra todos los que abordaron el tema, como
Bryant Weich del
Hunffington Post.
En este momento
En lo que constituye una muestra de valentía, la senadora Dianne
Feinstein ha logrado publicar parte de su informe, a pesar de la
oposición del actual director de la CIA, John Brennan, quien estuvo a
cargo de ese programa de tortura.
El presidente Barack Obama ha anunciado que no emprenderá acciones
legales contra ninguno de los responsables de esos crímenes, mientras
que los defensores de los derechos humanos luchan por poner a los
torturadores en el banquillo de los acusados, que es lo mínimo que
debería hacerse.
Pero no son esas las preguntas realmente importantes: ¿Por qué
cometió la CIA esos crímenes? ¿Por qué inventó la CIA confesiones
destinadas a vincular artificialmente a Al-Qaeda con los atentados del
11 de septiembre? Y, por lo tanto, si Al-Qaeda no tiene nada que ver con
los atentados del 11 de septiembre, ¿a quién quiso proteger la CIA?
Y, para terminar, el programa de la CIA sólo contaba 119
cobayos humanos. ¿Qué pasó entonces con los 80 mil prisioneros de las cárceles secretas de la US Navy?
Thierry Meyssan/Red Voltaire