Podemos irrumpió en el
panorama político español como un terremoto que lo sacudió todo. En
primer lugar porque hizo añicos los esquemas de los principales partidos
del régimen (PP y PSOE) y UPyD, que hasta el momento tenía reservado el
papel de recambio fácil y seguro para la troika y la élite económica,
los del IBEX35. En segundo lugar, porque sacó a la luz pública un debate
que se producía en la sociedad de manera soterrada: la necesidad de un
nuevo ciclo político en el que las instituciones estén “al servicio de
las mayorías sociales”. Este hecho fue el que animó a nuestra
organización, la Juventud Comunista de España (marxista-leninista), a
tener en cuenta el proyecto que lidera Pablo Iglesias.
Un resumen de la valoración de nuestro Congreso
Desde el principio vimos positivamente la
buena acogida de Podemos en la sociedad española, ya que éste se
posicionaba de manera claramente progresista en cuestiones clave “como
las políticas migratorias, la defensa de los sindicatos y el
sindicalismo, la cuestión nacional, la apertura de un proceso
constituyente de carácter democrático y la defensa de la política como
espacio de confrontación democrática”. Así lo valoramos en nuestro
Congreso Extraordinario, celebrado el pasado mes de septiembre, en el
que también destacábamos que “en las europeas Podemos ha canalizado el
descontento social de la crisis, cerrando un espacio electoral que en la
mayoría de países ha servido para la entrada o avance de partidos
fascistas y xenófobos”.
Entendimos que “una confrontación abierta
con Podemos sería un error si queremos afianzar la tendencia a la
ruptura democrática del régimen y paralizar la inestabilidad de los
aspectos negativos en su seno”. Advertíamos los riesgos que entrañaba el
proyecto y que lo podrían hacer degenerar, pero fijábamos que
“justamente por esto, no desdeñamos la participación en los círculos
buscando fundamentalmente ampliar y reforzar los aspectos positivos, al
tiempo que combatimos los negativos”. Igualmente, señalábamos que, sin
ser ni de lejos una opción política revolucionaria y de clase, “Podemos
puede ser una pata de la futura configuración de un Frente Popular”.
Evolución de Podemos
No hace ni cuatro meses desde que hicimos
aquel análisis, sin embargo conviene que lo actualicemos, ya que en
este lapso de tiempo ha tenido lugar la Asamblea Ciudadana ‘Sí se puede’
(el congreso fundacional de Podemos), se ha definido la estructura, se
han aprobado unos documentos políticos y organizativos, y se ha
presentado una serie de propuestas económicas redactadas por Vicenç
Navarro y Juan Torres López.
En nuestro Congreso Extraordinario
resaltamos el carácter reformista de Podemos. Exponíamos que el nuevo
proyecto no entraba en escena para liquidar el capitalismo, sino con la
voluntad de parchearlo y hacerlo más amable. En nuestro congreso
criticamos la voluntad ‘ciudadanista’ de la formación, que “desdibuja
las aristas de clase”, igual que el hecho de que criticasen a Merkel o a
los dirigentes de la Unión Europea pero no a la Unión Europea en sí
misma como aparato al servicio del imperialismo. Ahora, además, han
moderado algunas de sus demandas. Así, antes hablaban de no pagar la
deuda ilegítima y ahora la palabra “impago” no aparece por ninguna
parte; de hecho, en el documento de Vicenç Navarro y Juan Torres lo que
dice es que hay que “restructurar la deuda”, o, lo que es lo mismo,
alargar los plazos de pago para que duela menos, pero pagarla, como
denuncia la Plataforma Auditoría Ciudadana de la Deuda (PACD) [1]. Otro
ejemplo es el de la nacionalización de los sectores estratégicos de la
economía (telecomunicaciones, transporte, energía…), uno de los puntos
fuertes del programa de Podemos para las europeas, posteriormente
matizado por el propio Pablo Iglesias en la entrevista con Jordi Évole
(octubre de 2014): “No tenemos voluntad de expropiar, pero sí que las
empresas asuman su responsabilidad social” [2].
El problema es que estos no son dos
ejemplos aislados: el borrador de Vicenç Navarro y Juan Torres tampoco
habla de prohibir las ETTs, ni de la jubilación a los 60 años, por citar
otras de las cuestiones sí explicitadas en el programa de mayo de 2014.
A nuestro parecer, lo que sucede es que, tras un momento inicial de
expansión de la organización, el grupo promotor ha blindado el aparato
estatal para impedir que las consignas más combativas prosperen.
A nivel municipal la situación es mucho
más heterogénea. Se han constituido 769 consejos ciudadanos y en la
mayoría de casos han ganado las candidaturas apoyadas por la dirección
estatal, no obstante, no conviene caer en el simplismo de que las listas
‘no oficiales’ eran mejores que las ‘oficiales’, porque hay de todo. En
muchas localidades las candidaturas que se enfrentaban a “Claro que
podemos” (listas oficiales) contaban con personas muy cuestionables y de
posturas derechistas (como caso extremo el ejemplo de Alicante, donde
elementos de tendencias falangistas se postularon al consejo ciudadano
en una de las listas perdedoras). Así, el blindaje de la dirección no
sólo ha buscado moderar el discurso por la izquierda, sino también
cerrar el paso al oportunismo de derechas.
Llegados a este punto nos planteamos dos
cuestiones: qué papel juega Podemos en la construcción de la unidad
popular y con qué objetivo planteamos nuestra intervención en este
proyecto. Intentaremos responder a esto en las siguientes líneas, aunque
antes lo contextualizaremos.
Un fenómeno político y social
El régimen del 78 nació para servir a la
oligarquía económica y política, pero tenía como base material el apoyo
de un abigarrado cóctel de sectores sociales que solía denominarse como
clases medias y que, a grandes rasgos, incluía a la aristocracia obrera,
la pequeña y mediana burguesía, y sectores de la clase trabajadora.
Este consenso político y social se rompe
primero con la crisis económica, después con los cuantiosos casos de
corrupción y finalmente con una profunda crisis política que está en
pleno apogeo.
La crisis económica supuso la
instauración de fuertes políticas de ajuste y austeridad que
fundamentalmente iban dirigidas a atacar al trabajo, rebajando
condiciones y salarios y creando una inmensa bolsa de paro y pobreza, al
mismo tiempo que atacaba los servicios públicos, fundamentalmente
sanidad, educación y dependencia.
Durante esta larga etapa de consenso
político y social, la propia estructura económica del país y el mercado
de trabajo se fue dirigiendo hacia un modelo completamente insostenible,
basado fundamentalmente en el cóctel construcción más servicios, que ha
abierto una amplia brecha entre la propia clase trabajadora. La pérdida
constante de derechos laborales, la introducción de nuevos contratos
precarios e inestables, y, en general, la dualidad en el mercado de
trabajo alentada por la oligarquía para rebajar las condiciones de
todos, al tiempo que intentaba laminar la lucha obrera y sindical que
venía potente desde la Transición.
Este consenso que configuraba el régimen
se sostenía sobre dos vertientes: por un lado, una limitada pero
existente posibilidad de ascenso social, fundamentalmente a través de la
formación universitaria o de las plusvalías asociadas al ladrillo; por
otro lado, el alejamiento paulatino de la ciudadanía de la toma de
decisiones políticas, la demolición del tejido social heredado de los 70
y, sobretodo, la formación de una mentalidad apolítica y clasista en
buena parte de la sociedad. Todo eso ha explotado.
Junto a ello, los cambios políticos y
económicos a escala mundial y la inserción de España en ellos (entrada
en la OTAN, la UE y el euro) ha trastocado el mapa de partidos, el
llamado bipartidismo que señoreaba el país. El espacio para aplicar
políticas socialdemócratas ha quedado prácticamente reducido a la nada,
al menos sin mantener cierta confrontación con el poder económico y
político, ya que la vía única que representa la Unión Europea y los
distintos tratados comerciales firmados (la puntilla es el TTIP)
limitan mucho las decisiones que se pueden tomar.
A todo lo dicho, se suma un elemento
fundamental: el consenso del 78 era inestable, pacato y muy débil. En la
cuestión social, vemos cómo en la manera de abordar la crisis económica
la oligarquía toma el camino de romper todos los acuerdos previos,
obligando a unas direcciones sindicales acostumbradas a la mesa de
negociación a tener que ponerse a la cabeza de las movilizaciones de
descontento. Si bien los sindicatos han cumplido ese papel con
efectividad en las empresas donde tienen presencia, no han mostrado
voluntad de hacerlo a nivel general. En la cuestión democrática, la
corrupción ha reventado el consenso y ha generado una fuerte
desconfianza ciudadana hacia las instituciones. Aunque la indignación
hacia la corrupción afecta al conjunto de las clases populares, indigna
de una manera más intensa al sector más acomodado de estas. Por ultimo,
la cuestión nacional ha estallado por Cataluña, una auténtica bomba de
relojería que ha generado un fuerte enfrentamiento entre la oligarquía
(PP-PSOE-CIU) y que se encuentra de momento enquistado.
Así, Podemos nace como parte de ese
fenómeno político-social al que también pertenecen las mareas, amplios
sectores de los sindicatos, la movilización democrática en Cataluña, la
PAH, el 22M o sectores de la izquierda como IU. La suma de todos
constituiría el partido del pueblo.
Frente a éste se encuentran los partidos
del régimen, la CEOE, CEPYME, el Consejo de la Competitividad y, en
general, todos los grupos de poder que constituyen el partido de la oligarquía.
El partido del pueblo y el partido de la clase obrera
Tras décadas de derrotas populares y de
desarme ideológico, que hoy aparezca en el debate público la necesidad
de construir ese frente antioligárquico es un gran avance. De una u otra
manera movimientos sociales y organizaciones de izquierda coinciden en
esta ambición; sería un error, por tanto, desentenderse de ella por
considerarlo un proyecto reformista e ingenuo, como hace cierta
izquierda en un ejercicio de sectarismo totalmente irresponsable.
Expresiones como Guanyem/Ganemos pueden ser el germen de ese proyecto
por el que debemos apostar.
No obstante, sería igualmente
irresponsable confiar el éxito del proyecto a una victoria en las urnas.
Un gobierno de unidad popular se encontraría desde el primer momento
con el muro de la Unión Europea, el FMI y el capitalismo patrio e
internacional: un sinfín de amenazas le azotarían con el objetivo de
doblegarlo y hacerlo recular, como ya hacen contra Syriza ante la
posibilidad de que gane las próximas elecciones en Grecia. Y es que el
poder popular no consiste en conseguir mayorías parlamentarias, sino en
tener la fuerza de la mayoría social organizada para enfrentar las
amenazas y el juego sucio de la oligarquía. Ésa es la clave para la
victoria del partido del pueblo. De cada pequeña victoria
saldremos reforzados. Cada reforma lograda será una demostración de
nuestra fuerza y eso es importantísimo: que en el ideario colectivo
quede grabado que estando organizados sí se puede.
Pero nuestra tarea como comunistas es
doble, ya que en el campo popular también existe un sinfín de
contradicciones irreconciliables. Podremos elaborar un programa común
para asalariados, autónomos y pequeños empresarios (entre otros grupos
sociales), pero no obviar que en último término diferentes intereses nos
enfrentan entre nosotros.
Los trabajadores compartimos muchas de
las reivindicaciones de las que hace bandera Podemos o IU, pero no son
las nuestras ni están pensadas para nosotros. Quien curra en McDonalds
(o en el chiringuito de playa, propiedad de un pequeño burgués)
atendiendo tres pedidos por minuto, que entre uno y otro va llenando
vasos de Coca Cola, cogiendo las patatas de uno, la hamburguesa del
otro, el sobre de ketchup que le pide aquel cliente a gritos desde la
segunda fila, con el aliento del encargado en la nuca, metiéndole prisas
porque se está creando mucha cola en el restaurante… a ese trabajador
no le basta con aumentar la presión fiscal a las rentas más altas o
nacionalizar las empresas energéticas (medidas hoy indispensables, sin
ninguna duda), ese trabajador necesita librarse de la panda de canallas
que vive a costa de su trabajo, la burguesía.
Así, el problema al que nos enfrentamos
hoy es el mismo que nos ha perseguido en las últimas décadas: los
trabajadores se encuentran huérfanos de referente, carecen de un partido
desde el que organizar la defensa de sus intereses como clase social.
En esta situación, no es extraño que identifiquen como propias las
reivindicaciones de la pequeña y mediana burguesía, y que se entusiasmen
ante la idea de “echar a la casta”, acabar con la corrupción y los
recortes. La clase obrera debe formar parte de ese partido del pueblo,
pero sin olvidar la construcción de su propia organización, dando la
batalla para que el derrocamiento del régimen del 78 se lleve hasta los
últimos términos, hasta la superación del capitalismo.[3]
Urge, por tanto, la organización de las
obreras de la industria, los camareros, las agricultoras y ganaderas,
los mozos de almacén, las teleoperadoras, los que atienden en los
comercios, los barrenderos… quienes con su trabajo crean toda la riqueza
y, sin embargo, no son dueños de nada.
Por un salario mejor, contra un
desahucio, contra un despido: hay que sacar de cada batalla los
efectivos para la construcción del partido de los trabajadores, porque
el objetivo no es ganar las elecciones, el objetivo es tomar el poder, y
eso se hace cada día desde cada fábrica, cada oficina y cada centro de
trabajo. En la medida en que avancemos en este sentido, podremos poner
sobre la mesa nuestras exigencias y así tomar el timón del partido del pueblo. Porque, en definitiva, la revolución es cosa de los explotados.
Comité Central de la JCE(m-l)
7 de enero de 2015
[3] Al respecto resultan interesantes estas palabras de Lenin en
Marxismo y reformismo (1913):
“Cuanto mayor es la influencia de los reformistas en los obreros, tanto
menos fuerza tiene éstos, tanto más dependen de la burguesía y tanto
más fácil le es a esta última anular con diversas artimañas el efecto de
las reformas. Cuanto más independiente y profundo es el movimiento
obrero, cuanto más amplio es por sus fines, más desembarazado se ve de
la estrechez del reformismo y con más facilidad consiguen los obreros
afianzar y utilizar ciertas mejoras”