Ser revolucionario hoy
Sobre la "renovación", “reformulación y “recomposición” del anarquismo, el anarcosindicalismo y el movimiento libertario
A pesar de ser el capitalismo "un sistema tan injusto, irracional y amenazador" para la especie humana, la inmensa mayoría de los humanos lo sigue considerado "como el más eficiente sistema económico para conseguir el bienestar de la humanidad".
Por ello, en un texto reciente (*), tras reflexionar sobre tan extraña e
inquietante paradoja me pronuncié por la necesidad de "cuestionar
todo lo que en la teoría y en la práctica del marxismo y del anarquismo
ha contribuido a la perennidad del capitalismo e impedido la eclosión de
la utopía implícita en el paradigma emancipador común a estas dos
ideologías".
No sería, pues, consecuente considerarlo
necesario y no intentar hacerlo en lo concerniente al anarquismo, el
anarcosindicalismo y el movimiento libertario. No sólo porque es lógico
dejar a los marxistas el cuestionamiento del marxismo sino también
porque en mi análisis de la "crisis del paradigma emancipador"
intentaba ya aportar elementos de reflexión al debate abierto por los
compañeros Tomás Ibáñez (**) y Antonio Carretero (***), sobre la "reformulación y revitalización del anarcosindicalismo", y por las reflexiones del compañero José Luís Carretero (****), sobre la necesidad de “recomposición de la insurgencia libertaria que empieza ya a anunciarse un poco portadas partes”, y de otros, sobre “ser revolucionario hoy ”.
Anarquismo, anarcosindicalismo y movimiento libertario
Aunque este debate parecía, al
principio, limitado al anarcosindicalismo, en realidad es una reflexión
sobre las ideas anarquistas y los proyectos de utopía que estas ideas
inspiran en cuantos y cuantas se reclaman hoy de ellas. De ahí la
necesidad de recordar que el anarcosindicalismo, a pesar de ser
considerado como una rama del anarquismo vinculada al movimiento obrero,
es un "sindicalismo" en el que las ideas anarquistas tienen primacía en
la acción sindical de cuantos se proclaman anarcosindicalistas e
intentan poner fin a la explotación del hombre por el hombre a través de
sindicatos autónomos y asamblearios. Esta simbiosis ideológica hace
que, de más en más, anarquismo, anarcosindicalismo y movimiento
libertario sean considerados y utilizados como sinónimos; pues en los
tres casos se designa a un conjunto de hombres y mujeres que luchan
por la anarquía. De ahí que la "renovación", "reformulación" o “recomposición” del anarcosindicalismo lo sea también del anarquismo y del movimiento libertario, e in fine de las ideas anarquistas.
Ese ideario y esa praxis comunes a cuantos y cuantas -se proclamen
anarquistas, anarcosindicalistas o libertarios- tratan de subvertir el
entramado social y político de la explotación y la dominación para hacer
posible una sociedad de igualdad social, equidad económica y libertad.
Es pues obvio que esta tarea, se la llame "renovación", "reformulación" o “recomposición”,
concierne por igual a anarquistas, anarcosindicalistas y libertarios.
No sólo por tener la misma voluntad de subversión del orden social
imperante y la misma pasión por abrir paso a la utopía emancipadora sino
también porque deben hacer frente a la misma realidad económica,
política y social, como a la misma violencia de los sectores regresivos
de la sociedad. Una voluntad subversiva y una pasión emancipadora que no
surgen de la adhesión a una ideología, a una doctrina o a una teoría
social sino de la conciencia de llegar a la plenitud de nuestra
humanidad a través de la libertad y el respeto y apoyo mutuos.
Principios que, como lo han probado en la historia y lo siguen probando
en las luchas actuales, anarquistas, anarcosindicalistas y libertarios
no han abandonado nunca; pese a que no siempre les ha sido posible ser
consecuentes con ellos en la práctica. De ahí la necesidad de saber si
la “renovación”, “reformulación” o “recomposición”
puede concernir también a los principios o sólo concierne a las
“viejas” formas de luchar frente a las “nuevas” formas de la
dominación-explotación capitalista (sea privada o de Estado).
Necesidad de un debate abierto
El debate sobre la "renovación", "reformulación" o “recomposición” de las ideas anarquistas no es nuevo. En el libro Anarquismo y política- El 'programa mínimo' de los libertarios del Tercer Milenio,
editado al comienzo de 2012, su autor, Stéfano d'Errico, nos recuerda
que Camilo Berneri planteó ya, en el primer tercio del pasado siglo, la
necesidad de "afrontar el complicado mecanismo de la sociedad actual sin anteojos doctrinales y sin excesivos apegos a la integridad de su fe" (anárquica) para poder así "conservar aquel conjunto de principios generales que constituyen la base de su pensamiento y el alimento personal de su acción".
Esta necesidad de reflexionar, para
adecuar la lucha por el ideal a cada contexto histórico, no es pues
nueva, se ha manifestado permanentemente en el seno del movimiento
libertario. Y ello a pesar de las tendencias inmovilistas que siempre
han existido en su seno y que en todo momento se han opuesto a que tal
adecuación pudiera partir de una crítica, suficientemente libre, que no
dejara fuera de ella ninguna temática, por comprometedora que pudiera
ser, o que intentara cuestionar la manera dogmática en que algunos
interpretan los postulados éticos del anarquismo.
Sea lo que sea, la verdad es que esta
reflexión ha quedado reducida muy frecuentemente a declaraciones de
buenas intenciones y propuestas demasiado formalistas. Esto es lo que
parece haber sucedido en el reciente Encuentro Internacional anarquista celebrado
en Saint Imier, pese a que René Barthier, de la Federación Anarquista
Francesa, manifestara, en el discurso de apertura, su deseo de que ese
encuentro sirviera para "una renovación y fortalecimiento de las ideas anarquistas" allí representadas a través de "la diversidad de las corrientes del movimiento anarquista".
Esta reflexión sigue siendo pues
necesaria, y quizás más aún hoy que lo pudo ser ayer. La continua
transformación de la sociedad y las nuevas formas en que la
conflictividad social y acción política se manifiestan nos obligan a
ello y también la evolución del conocimiento científico sobre esta
realidad. Esta reflexión es pues necesaria para ser más eficaces en
nuestra acción y para no caer en una forma más o menos voluntaria de
colaboracionismo con el sistema en aras de la sacrosanta practicidad.
Una eficacia que no nos haga perder de vista el objetivo:
fortalecer nuestra respuesta, individual y colectiva, a la realidad
actual del mundo capitalista y estatista, y, al mismo tiempo, avanzar
hacia la sociedad de justicia y libertad que anhelamos.
Un debate responsable
Ahora bien, es una obviedad decir que no
basta con pensar y hablar para que la realidad del mundo cambie. De ahí
que sea necesario salir de la retórica y ser capaces de poner en causa
no sólo nuestras certidumbres sino también nuestras propias conductas.
Tener presente que esta reflexión requiere una gran dosis de sinceridad y
honestidad: tanto para no conformarse con una “crítica” demagógica como
para no injertar "verdades" nuevas en el tronco de las "verdades"
viejas. Es decir: ser capaces de pensar un anarquismo y un
anarcosindicalismo críticos, heterodoxos, que se nieguen a ser
reducidos a ideología o doctrina, a verdades reveladas, y, a final de
cuentas, a dogmas y fe. Pero también un anarquismo y un anarcosindicalismo que podamos asumir, al alcance de nuestra verdadera voluntad y disposición de lucha.
¿De qué serviría llegar a propuestas muy
radicales si no somos capaces de llevarlas adelante? ¡Tan negativo es
el “conservar” a toda costa como el “innovar” si no hay razones para
hacerlo o condiciones que lo permitan!
Si el ideal libertario es la anarquía y
ésta es la aspiración de vida en libertad, el anarquismo, el
anarcosindicalismo y el movimiento libertario son o deberían medios de
potenciar el ejercicio de la libertad para todos y todas en cada
circunstancia que nos encontremos. Pues es obvio que los y las
anarquistas, anarcosindicalistas o libertarios no debemos encerrar la
libertad en fórmulas simplistas ni aceptar complicadas teorizaciones
para hacer de ella lo contrario de lo que ella es o debe ser para
nosotros. Es decir: el derecho de cada ser humano, de todos los seres
humanos a decidir por si mismos, conscientes de que mi libertad sólo
termina allí donde comienza la de los demás y que por ello ésta debe
complementarse con una indómita voluntad de concertación y solidaridad.
De ahí que no sea posible concebir una reflexión y un debate, entre
anarquistas anarcosindicalistas o libertarios sin partir de la libertad
de cada uno para aportar argumentos, confrontarlos fraternalmente y
tratar de encontrar respuestas en común a las cuestiones que han
motivado tal reflexión y debate. Y aún más cuando el objetivo es saber
si es o no necesaria la "renovación", "reformulación" o “recomposición” del anarquismo, el anarcosindicalismo y el movimiento libertario.
Para evitar infundadas suspicacias, preciso que ya en el título de este texto he puesto "renovación", "reformulación" o “recomposición” entre comillas; pues, para mi, estos términos no deberían significar "sustituir una cosa por otra" sino "dar nueva energía a algo". Es pues obvio que en vez de estos términos yo habría utilizado otros que me parecen más apropiados, como adecuación, reforzamiento, revitalización e inclusive actualización. Con ello quiero decir que, aunque para mi renovar, reformular y recomponer sean términos equívocos, los seguiré utilizando para cuestionar
todo lo que, en la exposición y en la práctica de las ideas
anarquistas, ha podido contribuir a la perennidad del capitalismo y a
lentificar la marcha hacia la utopía libertaria.
¿Renovar, reformular o recomponer el ideal?
Me parece que es más bien al declive del
Occidente (capitalista) que estamos asistiendo que a la
occidentalización (capitalista) del mundo, a la uniformización de la
identidad cultural (modo de vida) del mundo. Y eso pese a que exista
aún, en la mayor parte del planeta, una gran diversidad de valores
específicos de orden religioso, ideológico o filosófico que se
manifiestan a través de estructuras comunitarias. Un fenómeno que la
llegada de Internet y de sus redes sociales ha acelerado, facilitando la
constitución de "comunidades de elección" y debilitando las identidades
nacionales. Pero lo más grave es el debilitamiento de la identidad
internacionalista del proletariado. Al extremo de que ya no tiene
sentido alguno referirse a él; pues, a lo sumo, sólo existen
trabajadores... Trabajadores más divididos que nunca por sus identidades
comunitarias, religiosas, políticas y culturales, aunque más
“semejantes” que antes por el culto del consumo capitalista y la
resignación ante el actual statu quo capitalista y estatista.
Ante una tal situación, es obvio que no
sea suficiente con llamar a la resistencia o a romper las cadenas de la
explotación y la dominación. No, no lo es, y demasiado sabemos el por
qué no lo es. Basta con ver la actitud de los capitalistas y los
políticos frente a la “crisis” y el poco eco de los llamados a la
movilización general para impedir las actuales políticas antisociales y
defender las conquistas sociales (que tanto costó conseguir), para
comprender el por qué el discurso emancipador es hoy inoperante.
Esto no significa, evidentemente, que
debamos renunciar a la lucha por un mundo mejor, por una sociedad sin
explotación y dominación. Al contrario, esa lucha es hoy más necesaria
que nunca. No sólo porque la injusticia continúa y la irracionalidad del
sistema capitalista amenaza con destruir el planeta sino también porque
hoy existen las condiciones materiales y técnicas necesarias para
organizar una sociedad en la que todos los seres humanos puedan
satisfacer sus necesidades vitales y vivir libres y en paz. Y, además,
porque la conciencia de la negatividad del capitalismo desborda -y de
mucho- las filas libertarias.
Me parece pues obvio que la "renovación", "reformulación" o “recomposición”
no pasa por el cuestionamiento de la necesidad de luchar, y aún menos
por la de cuestionar el objetivo emancipador del ideal libertario: poner
fin a toda forma de explotación y dominación. No, no es pues el ideal
ni la necesidad de luchar por alcanzarlo que se deben cuestionar. ¿Qué
sentido tendría cuestionarlo y seguir pensándonos y proclamándonos
anarquistas, anarcosindicalistas o libertarios? Salvo si llamárselo es
sólo una cuestión de pose o de conveniencia. Y si no es así, y si no es
el ideal ni la necesidad de luchar por él que se deben renovar, ¿qué es
pues lo que, en el actual contexto, se debe cuestionar?
¿Renovar, reformular o recomponer la práctica?
Se sea anarquista, anarcosindicalista o
libertario, en los tres casos se es víctima de la explotación y la
dominación y se debe luchar contra ellas. Podría ser diferente la manera
de hacerlo; pero ¿no es la misma? ¿Es realmente diferente? Sea cual sea
el frente de lucha, la forma de luchar, sus “armas”, ¿no son la
asamblea y la acción directa, la organización sin dirigentes ni poder
ejecutivo? Además, ¿es posible, para un anarcosindicalista, acantonarse
en la lucha sindical y no participar en las demás luchas sociales? ¿La
anarquía no es la autonomía y la autogestión de la vida social, laboral y
lúdica? Y ¿no es la anarquía la que debe dar sentido y estructurar la
sociedad a la que aspiran anarquistas, anarconsindicalistas y
libertarios? ¿En qué sentido pues se debería renovar, reformular y recomponer la práctica?
La respuesta me parece obvia,
incuestionable, puesto que todos somos conscientes de que no sostendría
la explotación y la dominación sin la “sumisión” de los explotados y dominados. Es pues esta “sumisión”, nuestra “sumisión”, en tanto que explotados y dominados, que se debe cuestionar.
Es pues evidente que, si de verdad
queremos luchar hoy más eficazmente contra el sistema de explotación y
dominación capitalista actualmente hegemónico en el mundo, no se
conseguirá renovando, reformulando y recomponiendo nuestra práctica sino haciendo que ella sea más consecuente con el ideal y con lo que exige hoy la lucha por él.
Y no sólo en la práctica de los anarcosindicalistas sino también en la
de los anarquistas o libertarios; porque, como es el caso de la inmensa
mayoría de los explotados y dominados, también para nosotros el talón de
Aquiles de nuestra práctica es la sumisión-integración al sistema económico capitalista y a su ideología “consumerista”.
Por ello, e independientemente de si la "hibridación socio-laboral" propuesta por Tomás Ibáñez pueda quedar "un tanto coja o un tanto escasa" sin adjetivarla con el calificativo de "comprometida" como propone Antonio Carretero para que ella lo sea "con la transformación social", no creo que esto pueda entenderse como “renovación”, “reformulación” o “recomposición”
del anarcosindicalismo. ¿Acaso no es o debería ser consustancial con el
anarcosindicalismo la "hibridación socio-laboral"? ¿Es posible concebir
un anarcosindicalismo que no se mezcle "con las variadas formas de
resistencia que se encuentran esparcidas por todo el tejido social para
inventar conjuntamente nuevas formas de lucha…"? ¿No es o debería ser lo propio del anarcosindicalismo el "imprimir
a nuestro modo de luchar y de organizarnos el sello de una perspectiva
global que interconecte los diversos frentes de lucha…"? La lucha anarcosindicalista contra el capital ¿no trasciende o debería trascender "el mundo laboral y adoptar unas formas que abarquen la realidad social en toda su extensión"? Tendría algún sentido un anarcosindicalismo que no quisiera "avanzar
hacia una auténtica hibridación donde una misma forma de lucha y una
misma forma organizativa abarquen indistintamente ambas problemáticas,
realizando su simbiosis"? ¿No se ha dicho siempre que el modo de
funcionamiento y de organizarse del anarcosindicalismo prefiguran y son
las bases de la sociedad comunista-libertaria del futuro? ¿No es todo
eso también lo propio del anarquismo y el movimiento libertario?
Ser consecuentes para ser revolucionrios
Por supuesto no seré yo quien reproche a Tomás Ibáñez y a Antonio Carretero el que defiendan un anarcosindicalismo de "hibridación socio-laboral"
más comprometido. Al contrario, pues quizás sea necesario hoy insistir
en ello. De ahí que considere sus reflexiones, como también las de José
Luís Carretero, muy enriquecedoras, como aportes analíticos al debate, y
pertinentes para incitarnos (a todos: anarcosindicalistas, anarquistas y
libertarios) a luchar más eficazmente por la emancipación humana. Mi
única queja es que hayan obviado abordar la importancia decisiva del “compromiso” (consecuencia entre palabras y actos) para hacer posible la “transformación social”.
De ahí que, descartadas la "renovación", "reformulación" o “recomposición” del ideal y de su práctica horizontal-asamblearia, sea necesario considerar la negatividad de nuestra sumisión-integración
(al sistema económico capitalista y a su ideología “consumerista”) como
rémora en la potenciación de la lucha emancipadora; pues sólo siendo
conscientes de ello se puede enfrentar objetivamente el problema de la
eficacia y comprender por qué, ser consecuentes con el ideal libertario, es la manera más eficaz
de luchar por él. Entendiendo por consecuencia la correspondencia entre
la conducta y los principios éticos que pretendemos deben guiarla, y
por ideal libertario los principios de libertad y de respeto-apoyo mutuo
que permiten la supresión completa de todas las manifestaciones de la
autoridad y el pacto social entre iguales.
Ser pues consecuentes
con el ideal libertario en todo momento y circunstancia; porque es
siéndolo que se es revolucionario y se contribuye más eficazmente a
cambiar el mundo autoritario. Pero, evidentemente, no serlo sólo de palabra sino en la praxis de cada día y en la medida que las circunstancias lo exijan y lo posibiliten.
Entendiendo por consecuencia libertaria el rechazo del autoritarismo en
todas sus formas y tanto si viene de otros como si viene de nosotros
mismos; pero también dando el ejemplo de tal rechazo con actos que
demuestren nuestra verdadera voluntad de insumisión al Orden
establecido. Demasiado hemos visto a dónde nos ha llevado la
inconsecuencia a lo largo de la historia, y cómo el capital y el Estado
se han hecho fuertes de nuestra adaptación-sumisión-integración al
Orden imperante, pese a pretender lo contrario. Ser pues consecuentes y,
si no somos capaces de serlo, ser honestos y reconocerlo. No pretender
dar lecciones de radicalidad a los demás si no somos capaces de
asumirla. Entendiendo por radicalidad no la violencia
verbal o física (son las circunstancias las que la determinan) sino el
nivel de resistencia frente al sistema y de ruptura con él. Es decir:
ser a la vez consecuentes y audaces para intentar llevar –lo más lejos posible y sin sectarismo ni afanes protagonistas- esa resistencia-ruptura
a través de cuantas acciones de protesta surjan hoy; pues ya se ha
visto como esas acciones, al igual que los cambios microevolutivos
graduales, pueden provocar cambios e innovaciones decisivas en el
fenotipo social.
En resumen: Soy plenamente consciente de
no haber dicho nada nuevo y de que todos los demás lo son más o menos.
No obstante, considero necesario no olvidar que, como dijo Einstein, “no se puede resolver un problema manteniendo lo que lo crea”.
Dicho crudamente: si la explotación y la dominación existen por nuestra
sumisión, no se podrá ponerles fin manteniéndonos en ella. Claro que
decir esto no es nada nuevo ni resuelve el problema; pero me parece ser
necesario recordarlo de tanto en tanto y, hacerlo, quizás contribuya a
resolverlo.
OctavioAlberola
OTRA HUMANIDAD ES NECESARIA