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Gilberto López y Rivas
La
transnacionalización corporativa neoliberal trata de imponer su mensaje
unidireccional a través del dominio de los medios masivos de
comunicación
Pablo González Casanova ha insistido en que
vivimos un proceso renovado de dominación y reapropiación del mundo; una
recolonización a través de la ocupación integral de nuestros países,
estructurada en el ámbito nacional mediante reformas constitucionales y
legales, y a través de disposiciones de hecho, realizadas todas ellas
sin consultar a la sociedad y a los ciudadanos en particular. En el caso
de México, se destacan, como ejemplos dentro de las primeras, la
reforma al artículo 27 de la Constitución y sus leyes secundarias, que
pusieron en venta las tierras ejidales y comunales, abrieron los
territorios a corporaciones extranjeras y constituyen, en los hechos, la
ruptura de la alianza social y el pacto político producto de una
revolución armada que da lugar a la Carta Magna de 1917 y que costó al
país un millón de muertos. De las segundas, tenemos al Tratado de Libre
Comercio (TLC), la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América
del Norte (ASPAN), y la Iniciativa Mérida, que dañan gravemente la
soberanía económica y política de la nación, sin que estos tratados y
mecanismos injerencistas hayan sido sancionados por el Congreso de la
Unión, ya ni que mencionar nuevamente a la ciudadanía afectada por los
mismos.
Estas políticas, acciones y transformaciones legalizadas o fuera de
la ley, impuestas por los gobernantes, al profundizar y extender la
ocupación, han refuncionalizado nuestras naciones, sus territorios, sus
recursos naturales y estratégicos, así como al patrimonio cultural de
nuestros pueblos, al proyecto transnacionalizador y hegemónico del
“imperialismo colectivo” encabezado por Estados Unidos[3], sus fuerzas
dominantes y los sectores que dentro de nuestros países establecen
gobiernos de traición nacional[4], que Marx identificaba como aquellos
que ante una invasión extranjera, sacrifican el deber nacional por el
interés de clase.
Por su parte, Camilo Valqui, en su libro Marx vive: Derrumbe del
capitalismo, complejidad de una totalidad violenta, propone el concepto
imperialización para describir esta reconfiguración mundial que conlleva
la transnacionalización neoliberal. Esta imperialización es definida
como el predominio económico, político, ideológico y militar del capital
monopólico transnacional, que se extiende y profundiza: 1) en los
recursos naturales y estratégicos del globo, 2) en la mega producción y
los mega mercados, 3) en los flujos financieros, 4) en la investigación
científica y tecnológica, 5) en las armas de destrucción masiva, 6) en
los medios de comunicación masiva y 7) en las organizaciones
internacionales, como el Consejo de Seguridad de la Organización de
Naciones Unidas (ONU), por ejemplo. Pero, paralela y dialécticamente a
este predominio, también debemos tomar en cuenta su contraparte, esto
es, el carácter pluridimensional de la crisis capitalista actual:
económica, social, militar, política, geopolítica, moral, epistémica,
cultural, intelectual, de alimentos, de materias primas, de energía y
del ambiente.
Esta imperialización mantiene una dimensión militar, que en un
trabajo reciente de mi autoría, Estudiando la contrainsurgencia de
Estados Unidos: manuales, mentalidades y uso de la antropología,
denominó como terrorismo global de Estado[5] para caracterizar la
política de violencia perpetrada por aparatos estatales imperialistas en
el ámbito mundial contra pueblos y gobiernos con el propósito de
infundir terror y en violación de las normas del derecho nacional e
internacional. Sostengo que en el estudio y análisis del terrorismo se
ha enfatizado el terrorismo individual y el de grupos clandestinos de
todo el espectro político, obviando y dejando a un lado el papel del
imperialismo estadounidense y los estados capitalistas en la
organización del terrorismo interno y en el ámbito internacional. El
terrorismo global de Estado violenta los marcos legítimos, ideológicos y
políticos de la represión 'legal' (la justificada por el marco jurídico
internacional) y apela a 'métodos no convencionales', a la vez
extensivos e intensivos, para aniquilar a la oposición política y la
protesta social a nivel planetario.
Valqui considera que la devastación mundial de seres humanos y
naturaleza es propia del capitalismo desde su surgimiento, pero que en
pleno siglo XXI, con la transnacionalización actual, se ha exacerbado
exponencialmente la violencia sistémica y el anti humanismo que le
caracteriza; sostiene que los procesos de reproducción del capital y su
búsqueda insaciable por la ganancia son incompatibles con la vida tanto
humana, como de la propia naturaleza, que este sistema destruye de
manera integral. Así, el capitalismo transnacional es descrito como
expoliador, despótico, depredador, genocida y terrorista, y se vive como
una verdadera tragedia social, como lo podemos constatar en nuestro
país. Esto es, el capitalismo en esencia fue, es y será violencia
sistémica.[6] En esa dirección, las descripciones que hace Valqui del
extractivismo minero, con su destrucción del medio ambiente, ríos,
lagunas, flora, fauna, vida humana, biodiversidad, para el caso del
Perú, México, Chile, etcétera, constituyen un material riquísimo para
fundamentar las luchas contra la minería abierta que, como en Morelos,
amenaza los territorios, especialmente los indígenas, acorde a las
investigaciones realizadas por nuestro colega Eckart Boege.[7]
La imperialización, por otra parte, constituye una forma nueva de
reparto del mundo entre Estados Unidos, Japón, Alemania, Rusia y China
que puede llevar a guerras inter-imperialistas. No obstante, Estados
Unidos, como poder hegemónico, ha instaurado en todo el planeta la
barbarie como proceso devastador del género humano y la naturaleza. El
terrorismo global de Estado o terrorismo trasnacional, cuenta con la
complicidad de la ONU y los gobiernos supuestamente democráticos, que
establecen, paradójicamente, una democracia despojada de todo contenido
participativo, con violaciones permanentes a los derechos humanos, lo
que viene a demostrar que históricamente capitalismo y democracia son
incompatibles. La democracia tutelada por el capitalismo establece,
asimismo, como principal soporte ideológico, una dictadura mediática,
que impone un pensamiento único y un imaginario social que estimulan la
reproducción de consumidores compulsivos, gente dócil y opacada,
obediente, competitiva, conformista, individualista, narcisista.
En el análisis de esta reconfiguración mundial existen coincidencias
con Valqui en otros rubros: por ejemplo, considerar al crimen
organizado, a la economía mafiosa, ilícita, criminal, como otras formas
de acumulación del capital trasnacional parasitario, a la que se le
atribuye el 5 % del PIB global. El dinero denominado sucio va a parar a
los grandes megabancos y empresas financieras. En el trabajo mencionado,
he destacado que el narcotráfico es un arma contundente de
recolonización y de imposición del terrorismo del imperialismo mundial,
por otras vías distintas a las guerras neocoloniales. Por ello, estamos
de acuerdo en asumir lo que Valqui denomina dialéctica de la totalidad
capitalista, para descifrar como se entroncan las lógicas de acumulación
de los capitales trasnacionales del narcotráfico con los grandes
intereses geopolíticos de las oligarquías imperialistas en estas guerras
de recolonización, como en los casos de Afganistán e Irak[8]. También,
hemos venido insistiendo en la participación de la CIA, la DEA, y otros
organismos de inteligencia, en el tráfico de drogas.
La reconfiguración mundial otorga un papel preponderante al Estado.
En el ámbito de la metrópolis capitalistas, como instrumento de la
oligarquía para mantener el complejo militar-industrial imperialista,
los ejércitos, arsenales atómicos, bacteriológicos, químicos, sísmicos,
genéticos, electrónicos, informáticos, complejos de seguridad,
inteligencia, espionaje, fuerzas policiales, grupos paramilitares y
comandos de despliegue rápido para enfrentar guerras de intensidad
diferenciada, entre las que no se pueden excluir, reitero, conflictos
militares entre súper potencias occidentales, y con China y Rusia, en
competencia. En el nivel local del proceso de imperialización, si bien
los Estados nacionales son reducidos en el ejercicio de su soberanía, no
desaparecen, como afirman los ideólogos sistémicos. Estos simplemente
ajustan su actuación para prestar un servicio más eficiente a las
corporaciones transnacionales. El imperialismo actual produce en escala
planetaria democracias subalternas puestas en manos de oligarquías
locales.
Pilar Calveiro hace también importantes aportaciones a la comprensión
de este proceso de recolonización, especialmente en su libro Violencias
de Estado, la guerra antiterrorista y la guerra contra el crimen como
medios de control global, (Siglo XXI editores, 2012). Aquí sostiene que
vivimos en la actualidad una reorganización hegemónica planetaria basada
en una violencia estatal que se despliega principalmente a través de
dos grandes combates, definidos como guerras contra el terrorismo y
contra el crimen; ambas habilitan el escenario bélico que requieren las
dominaciones autoritarias, facilitando las formas más radicales de la
violencia represiva. La guerra anti-terrorista permite mantener y
expandir el nuevo orden global, mientras la llamada guerra contra el
crimen “recurre a una reorganización jurídica y penitenciaria que
conduce al encierro creciente de personas, en especial jóvenes y pobres,
en aras de la supuesta seguridad interior de los estados. Ambas guerras
se entrelazan, se construyen y se dictan desde los poderes centrales
–ya sean estados-nación u organismos estatales supranacionales, y son
instrumentos útiles para la reorganización global.”
Los rasgos más sobresalientes de esta reorganización hegemónica son,
según Calveiro: el pasaje de un modelo bipolar a otro global, ambos con
un fuerte componente autoritario; en lo económico, acumulación y
concentración neoliberal dentro de un mercado globalizado; en lo
político, debilitamiento de la autonomía del Estado-nación y el
desarrollo de redes de poder estatal-privadas de carácter transnacional,
así como la instauración de democracias procedimentales; en lo social,
la incorporación de tecnología –en especial de comunicación- que
modifica tiempo y espacio; en lo subjetivo, una individualidad blanda,
aislada, en retracción hacia lo privado, como esfera de consumo de
bienes y de cuerpos, todo ello con un uso importante y diferenciado de
la violencia, que se articula con las nuevas formas de lo político,
social y subjetivo.
Esta autora mantiene que las guerras sucias del siglo XX, prefiguran
ciertos modos represivos del mundo global actual, con Estados Unidos a
la cabeza, y con la imposición de un estado de excepción que articula
una red represiva legal con otra ilegal, y en la que se va conformando
un Estado criminal.
“Ganar la guerra sucia –afirma Calveiro-- fue una precondición para
tener alguna posibilidad en la nueva fase de acumulación. Así fue como
se invirtieron todos los recursos necesarios para asegurar la derrota de
cualquier proyecto alternativo en América, una derrota que fue no sólo
militar sino también política. Se selló entonces el triunfo de una nueva
forma de organización nacional, acorde con la reorganización hegemónica
global, que supuso: el vaciamiento de las economías mediante la
imposición del modelo neoliberal, el vaciamiento de la política con la
implantación primero de dictaduras de shock, pero enseguida de
democracias formales e incluso autoritarias, producto de la eliminación
de todas las formas de organización y liderazgo alternativos, y por
último, el vaciamiento del sentido mismo de la nación y de la identidad
Latinoamericana con la incrustación de nuevas coordenadas de sentido
individualistas, mercantiles y apolíticas.”[9]
Es en este contexto global que hemos expuesto, que el patrimonio
cultural, en su significado amplio: natural, tangible e intangible
(lenguas, conocimientos o saberes, técnicas y diversas prácticas
culturales de pueblos indígenas y heterogéneas culturas locales y
regionales, las más de las veces subalternas), los monumentos y
vestigios arqueológicos prehispánicos, los históricos coloniales y
postcoloniales, los artísticos muebles e inmuebles, considerados bienes
de dominio público y uso común; todo este legado que constituye la
memoria de las naciones, de sus pueblos y componentes nacionales,
regionales y locales, soporte también de sus identidades, está siendo
agredido y amenazado por las privatizaciones, concesiones,
aprovechamientos y disposiciones de particulares, empresas,
corporaciones, desarrolladores urbanos, turísticos, delincuencia
organizada, grupos de poder regional, nacional o trasnacional, que
buscan su control, dominio y apropiación. En particular, se busca
destruir el patrimonio comunitario que da cohesión a mecanismos
colectivos que pretenden el interés general y el bien común, y que
constituyen la última línea de defensa y resistencia de los pueblos
frente a la acometida del capital.
La transnacionalización corporativa neoliberal, reiteramos, trata de
imponer su mensaje unidireccional a través del dominio de los medios
masivos de comunicación, la informática y las llamadas industrias
culturales que intentan homogeneizar y uniformar a la humanidad a partir
de su modelo de vida y la mediatización de la fecunda creación nacida
del imaginario popular y del rico patrimonio étnico-lingüístico-cultural
de nuestros países.
Los medios de comunicación masiva conforman, metafóricamente, las
“tropas ideológicas” que intentan someter a la opinión pública con la
desinformación, la contra información y la propaganda abiertamente
sistémica; se transforman en tribunales de facto en los que
comunicadores, locutores, editorialistas, expertos y analistas políticos
condenan sumariamente toda oposición al orden establecido. A esto se ha
denominado “dictadura o terrorismo mediáticos”, y a los mercenarios de
los medios, “sicarios mediáticos”.
Ese modelo de la globalización excluyente requiere de una humanidad
indiferenciada, sujeta a las leyes del mercado, al individualismo
competitivo que proclama la ley del más fuerte (darwinismo social),
alienada por el consumismo y el egoísmo posesivo. El capitalismo
neoliberal necesita también de la propagación generalizada de un
cosmopolitismo que erosione y destruya, si es posible, la identidad
nacional[10], la defensa de la soberanía, el derecho a la
autodeterminación, la salvaguarda de los recursos estratégicos y
naturales, las autonomías indígenas, las democracias participativas;
todo ello en aras de alcanzar el “paraíso terrenal” que significa la
sociedad del mercado proyectada como el ideal a realizar por una
sociedad de consumidores desclasados, apátridas y apolíticos. Se
pretende que el mundo que ofrece la mundialización neoliberal en sus
variantes estadounidense y europea sea el único posible, sin alternativa
viable, y que la única opción realista debe ser el conformismo social y
la resignación política.
En el V Congreso Internacional de Cultura y Desarrollo, efectuado en La Habana, se destacó:
“Nueva expresión de la violencia, la corriente
homogenéizante amenaza con ahogar la diversidad cultural y con borrar el
rostro de las naciones y de los múltiples sectores que conviven en
ellas...En el día de hoy, defender la diversidad cultural equivale a
contribuir a preservar el futuro de la humanidad” (V Congreso
Internacional de Cultura y Desarrollo. En defensa de la diversidad
cultural. La Habana, Cuba. 11 A 14 de junio de 2007 http://www.lacult.org/docc/Informe_Cult_y_Des_esp.pdf p, 1.)
Pese a esta maquinaria militar, policial, económica, cultural,
ideológica y política desplegada por las fuerzas del mercado y sus
asociados en el Estado y los poderes fácticos, tiene lugar en el ámbito
planetario —y también en nuestro país— la resistencia de los explotados:
pueblos originarios, afro descendientes, mujeres, homosexuales,
jóvenes, obreros y aun sectores intermedios que conforman el pueblo
nación, se manifiestan contra los efectos depredatorios del
neoliberalismo.
En cada uno de nuestros países latinoamericanos, se han ido
constituyendo los pueblos-nación a través de la participación de los
distintos agrupamientos étnico-clasistas, objetivamente explotados y
oprimidos, en las respectivas contiendas independentistas, contra las
intervenciones extranjeras, luchas liberadoras, anti dictatoriales y de
transformación social que fueron conformando a su vez una cultura
nacional popular, por ende, representativa del cúmulo de rebeldías e
insumisiones. Esta cultura nacional popular es el sedimento de las
resistencias y del afán por un futuro donde la diversidad cultural sea
patrimonio de la humanidad[11].
Sin duda, el complejo de paradojas capitalistas que sustenta, fragua
y perpetúa la violencia de la totalidad capitalista es una verdadera
bomba de tiempo de proletarios y pueblos que estallará y barrerá a los
que dominan el mundo actual. Seguramente, se articularán todas las
formas de lucha, revueltas, protestas, descontentos, agravios, paros,
huelgas, movilizaciones, redes sociales, fuerzas anti sistémicas,
insurgencias y movimientos revolucionarios; se promoverán
transformaciones sociales y reformas importantes para acumular fuerzas
estratégicas entroncadas con la revolución.
En esta dirección, compartimos la crítica afilada de Valqui cuando se
refiere a los supuestos marxistas que esperan el fin natural del
capitalismo y el triunfo también natural de la revolución y del
socialismo, haciendo abstracción de los sujetos históricos y de la
crítica de las armas, con un marxismo de cátedra, con los circos
electorales como esperanza sexenal, el cretinismo parlamentario, en
suma, la conciliación de clases de una república amorosa. Valqui, y
coincido con él, no da lugar a ilusionismos reformistas a partir de su
crítica a las izquierdas sistémicas que una vez en el gobierno sirven a
las transnacionales, optando por capitalismos subalternos nacionalistas,
por capitalismos moderados, o capitalismos de “rostro humano”, que en
realidad constituyen mascaras útiles para encubrir la verdadera catadura
de la claudicación a las ideas de trasformación social, como fue el
caso de Lula, en el Brasil, y el Partido de la Revolución Democrática,
que con su firma del Pacto por México, no sólo legitimó un gobierno
impuesto por el mercado electoral y los poderes facticos, sino que está
avalando otras contrarreformas neoliberales, como la laboral y la mal
llamada “reforma educativa”.
En los ámbitos de la academia, me sumo a la crítica de quienes han
renunciado a la teoría marxista del imperialismo, los llamados por
Valqui espadachines ilustrados de la burguesía transnacional, y a
quienes han abandonado los rigores de los análisis de clase, pero
siguiendo cabalmente las advertencias de González Casanova en cuanto
formular las redefiniciones de los conceptos fundamentales. Por ello, él
destaca que no podemos quedarnos en el concepto tradicional de lucha de
clases que conserva un sentido fabril y economicista del que no logra
desprenderse. El concepto de explotación tampoco es suficientemente
comprensivo. Ambos conceptos, el de clases y el de explotación,
requieren ser complementados o superados por el de dominación y
apropiación del excedente y de la riqueza a costa de los trabajadores y
de los pueblos, en procesos de apropiación del plusvalor y del capital
acumulado, y en procesos de distribución y apropiación inequitativa del
excedente y de la riqueza. Ambos conceptos vinculan el poder político,
represivo, informático, cultural y social con las relaciones de
producción. Asimismo, no podemos quedarnos en el concepto de
imperialismo sin señalar que en la etapa de la globalización las
demarcaciones de las “fronteras”, de lo “externo” y lo “interno” (que a
los nacionalistas les sirvieron para ocultar las contradicciones
internas atribuyendo todos los males a las externas) se ha confirmado
cada vez más a lo largo del mundo. En el interior de las naciones está
lo exterior. En cada Estado nación se dan los vínculos y redes con otros
Estados-nación, con el capital multinacional y transnacional, con el
Estado global incipiente y con sus asociados locales. Las luchas tienen
que darse en lo local, lo nacional y lo global, privilegiando unas y
otras en forma práctica. Y sin descuidar ninguna.[12]
Conclusión
La defensa del patrimonio cultural pasa, entonces, por tomar
conciencia del significado totalizador de esta recolonización que afecta
las bases de reproducción de los pueblos y la sobrevivencia misma de la
especie humana. Las dimensiones de la ocupación afectan todas las
esferas de la vida humana y ponen en peligro los fundamentos materiales y
territoriales de las formas colectivas de convivencia, exacerbando al
máximo la polarización social y profundizando las condiciones de pobreza
de millones de seres humanos.
Considero importante conocer a fondo el sistema de
explotación-dominación que enfrentamos, pero es también fundamental
confiar en la capacidad y voluntad de los pueblos para desarrollar
estrategias de lucha que combinen creatividad con eficiencia,
centralidad con autonomía, principios éticos con construcción de
alternativas.
La izquierda actual, después de las experiencias traumáticas de la
burocratización del socialismo real y la institucionalización de la
izquierdas dentro de los esquemas de la democracia tutelada, se define
en función de que tanto es capaz de mantener una posición de congruencia
ética y coadyuvar a construir poder popular en formas de democracia
participativa que impidan la utilización de aparatos políticos para el
encumbramiento y ascenso social de unos pocos.
Nuestros enemigos son poderosos pero no invencibles. Si está en juego
la sobrevivencia misma de la especie humana, confiemos en que las
fuerzas de la vida y el valor de la dignidad prevalecerán por sobre la
maquinaria capitalista de muerte y destrucción.
Notas
[1] Ponencia para el Coloquio Huellas y nuevos derroteros del
patrimonio cultural, los días 11, 12 y 14 de junio, Delegación
INAH-Morelos, Cuernavaca.
[2] Doctor en Antropología, profesor investigador de la delegación del INAH en Morelos
[3] Ver: Pablo González Casanova: “Los indios de México hacia el
nuevo milenio”. La Jornada, México, 9 de septiembre de 1998. También:
Grupo Paz con Democracia. Llamamiento a la Nación Mexicana. La Jornada,
16 de noviembre de 2007.
[4] Marx usa este término en el 'Manifiesto del Consejo General de la
Asociación Internacional de los Trabajadores' sobre la guerra civil en
Francia en 1871, para referirse al gobierno de Thiers, que ante la
insurrección de la Comuna de París, no duda en inclinarse por el interés
de clase por sobre el deber nacional frente al invasor prusiano.
Marx-Engels-Lenin. La Comuna de Paris. Madrid: Ediciones Akal, 2010, p.
6.
[5] Gilberto López y Rivas. 'Estudiando la contrainsurgencia de
Estados Unidos: manuales, mentalidades y uso de la antropología'.
México: Ocean Sur, 2013.
[6] "Marx vive: Derrumbe del capitalismo, complejidad de una
totalidad violenta. Tomo II", de Camilo Valqui Cachi, México: UAG, UACM,
2012.
[7] Ver: Eckart Boege. “La minería industrial en territorios
bioculturales de los pueblos indígenas. El despojo de los indígenas de
sus territorios en el siglo XXI.” Rebelión, 4 de junio del 2013
[8] Notable en el caso de Irak, además del genocidio, el
desplazamiento forzado de población y la virtual destrucción de toda la
infraestructura estatal, es la devastación y el saqueo de su patrimonio
cultural por las tropas de ocupación, mercenarios y coleccionistas,
durante estos diez años de guerra.
[9] Pilar Calveiro. Violencias de Estado, la guerra antiterrorista y
la guerra contra el crimen como medios de control global, Buenos Aires:
Siglo XXI editores, 2012
[10] En el debate que se suscitó en torno a los libros de texto
gratuito 'Mi libro de historia de México', para Cuarto, Quinto y Sexto
grados de educación primaria en el año 2003, varios autores analizamos
los intentos de omisión, distorsión o tergiversación de la historia de
nuestro país para socializar a las nuevas generaciones en la amnesia y
la asepsia de nuestra “identidad nacional”, la cual en estos libros es
obra de las élites, criollos, intelectuales, poetas y literatos, con
interpretaciones hispanistas, eufemismos y el intento obvio de minimizar
al máximo toda mención de Estados Unidos que pudiera ser considerada
ofensiva. Para ello, se omiten y falsean datos de las relaciones entre
los dos países, marcadas por la guerra de conquista (1846-48) y sus
despojos territoriales, las agresiones armadas filibusteras, como las de
William Walker a Baja California y Sonora, y las efectuadas por las
fuerzas armadas estadounidenses, como la ocupación de Veracruz en 1914 y
la incursión a Chihuahua persiguiendo a Francisco Villa en 1916. Ver:
Gilberto López y Rivas, “La amnesia conveniente; los libros de historia
frente a los Estados Unidos” en 'Secuestro de la memoria. Un debate
sobre los libros de texto gratuito de historia de México', México:
Delegación D-II-1A-1, Sección 10, SNTE-Colegio Mexicano de Antropólogos,
A. C., 1993. Pp. 95-100.
[11] Estas ideas y conceptos -pueblo-nación, cultura nacional
popular, étnico-nacional, etcétera-- constituyen un aspecto importante
de la llamada Cuestión Nacional que he desarrollado en otros textos:
Gilberto López y Rivas. 'Nación y Pueblos Indios en el Neoliberalismo'.
México: Plaza y Valdés, 1995, 1996; Alicia Castellanos Guerrero y
Gilberto López y Rivas. 'El Debate de la Nación, Cuestión Nacional,
Racismo y Autonomía'. México: Claves Latinoamericanas, 1992; Gilberto
López y Rivas. 'Antropología, Minorías Étnicas y Cuestión Nacional'.
México: ENAH-Aguirre y Beltrán, 1998.
[12] Pablo González Casanova. 'De la sociología del poder a la
sociología de la explotación. Pensar América Latina en el siglo XXI'.
Antología e introducción por Marcos Roitmann. CLACSO Coediciones-Siglo
del Hombre Editores. Bogotá, 2009.
www.enelvolcan.c