20.01.2014
La
solución no es otra que llenar de contenido político y teórico
socialista toda práctica de desobediencia, de lo contrario será
integrada.
En Agosto de 2008 escribí un relativamente largo texto titulado La
desobediencia como necesidad, a libre disposición en la Red. Ahora
presento a debate público en la Kultur Etxea de Burlata, Irunea, este
otro mucho más breve en contenido pero algo más largo en el título al
añadirle la prioridad de la urgencia. Las razones que justifican este
llamado a la urgente necesidad de la desobediencia masiva, sostenida,
coordinada y organizada, son obvias. De verano de 2008 a enero de 2014
se ha endurecido, intensificado y extendido sobremanera el ataque
sistemático e implacable del capital contra el trabajo, de los Estados
nacionalmente opresores contra los pueblos que explotan, y del sistema
patriarco-burgués contra las mujeres. Y este devastador ataque inhumano
va a endurecerse más aún.
Todavía en Agosto de 2008 éramos relativamente pocos quienes
defendíamos no sólo la existencia de una crisis sistémica en el
capitalismo mundial, que iba agravándose por momentos, sino que sobre
todo insistíamos en que esa crisis estaba adquiriendo especial gravedad,
formas y expresiones mucho más agudas en el Estado español por sus
contradicciones sociohistóricas irresolubles. Todavía éramos menos
quienes planteábamos la necesidad de avanzar en la autoorganización
práctica y teórica para aumentar las luchas contra los ataques
capitalistas. El texto La desobediencia como necesidad se inscribía en
este esfuerzo por acelerar la concienciación práctica y teórica que
avanzaba más lentamente que la celeridad creciente de la crisis.
Entonces era obvio que por momentos se agrandaba la distancia entre la
rápida agudización de las contradicciones objetivas y el lento avance de
la conciencia subjetiva organizada como fuerza material.
La reflexión sobre la desobediencia en cuanto una de las señas
básicas de la identidad humana autoconsciente y crítica, esta reflexión
imprescindible, debía ser por tanto impulsada en las dos vertientes de
la praxis: en la acción y en el pensamiento. Bien mirado, este
esfuerzo venía de lejos pero se había reforzado nada más estallar la
crisis parcial en Agosto de 2007, cuando la denominada crisis de los
bonos basura destapaba una podredumbre subterránea más pestilente e
infecta, más generalizada, que la trágica hecatombe de miles de
familias obreras y populares norteamericanas lanzadas al abismo de los
desahucios. Si en Agosto de 2008 éramos pocos quienes advertíamos del
problema, aún éramos menos quienes justo un año antes explicábamos que
la crisis parcial de los bonos basura se inscribía en una dinámica de
confluencia de sub-crisis en una única gran crisis capitalista que por
sinergia dialéctica o ley del aumento cuantitativo y del cambio
cualitativo, era esencialmente más grave que la simple suma de las
crisis parciales, cambio cualitativo ante la que debíamos responder
rápidamente. En Lecciones prácticas de una crisis prevista, del
17-08-2007, a libre disposición en la Red, se avanzaba en esta
dirección.
El punto decisivo sobre el que gira en estos momentos la praxis de la
desobediencia como urgente necesidad no es otro que el de la correcta
valoración de la esencia de la crisis capitalista actual. Más adelante
comentaremos algo sobre la frivolidad inconsciente de quienes siguen
reduciendo la desobediencia a la mera ideología pacifista, pero antes
debemos hincar los pies en el suelo de la realidad e introducir nuestra
cabeza en lo más duro de la lucha de contrarios antagónicos que
determinan las tendencias fuertes que está imponiendo la burguesía
mundial al amparo de la crisis.
La desobediencia, como una de las
tácticas de lucha revolucionaria, sólo tiene visos de efectividad si se
basa en una correcta valoración de los cambios introducidos por el
capital en sus anteriores tácticas, estrategias, doctrinas y paradigmas
represivos, cambios destinados a imponer definitivamente brutales
condiciones de sobreexplotación que, en Occidente, nos recuerdan a las
existentes en el capitalismo de finales del siglo XVIII y primera mitad
del siglo XIX, antes de que la lucha obrera y popular empezara a
obtener victorias sectoriales que mejoraban relativamente su
malvivencia cotidiana. Pero sólo nos lo recuerdan porque ahora, a estas
alturas del siglo XXI la civilización del capital dispone de
instrumentos de terror material y simbólico, de potenciación del
fetichismo, de sumisión y de obediencia muy superiores a los de
entonces.
Es por esto que la táctica de la desobediencia debe siempre estar
supeditada a la estrategia de la toma del poder como camino hacia la
República Socialista Vasca, porque sólo una perspectiva histórica
revolucionaria puede oponerse a la perspectiva histórica reaccionaría.
El tiempo político no es neutral, es un arma. Es por esto que siempre es
necesaria la revisión autocrítica de lo que se ha escrito y sostenido
en el pasado, porque malvivimos en una realidad objetiva de lucha
permanente de contrarios irreconciliables de manera que el capital, los
Estados español y francés, el sistema patriarco-burgués, también
intervienen activamente en la lucha con sus planes a medio y largo
plazo, con sus innovaciones y con sus alternativas varias, que
frecuentemente aparentan ser diferentes cuando en el fondo buscan el
mismo objetivo. Las referencias a los dos textos arriba citados, el de
2008 y el de 2007, y a otros que no se citan pero que son también
necesarios como los que tratan sobre la teoría de la organización de
2011, por ejemplo, corresponde a este deber metodológico de autocrítica
colectiva permanente, virtud tensa sustituida hace tiempo por de la
cómoda palabrería normalizadora y moderadora.
Lo que sigue es una muy breve síntesis de las tendencias fuertes
desarrolladas por el capital con la excusa de «salir de la crisis»,
síntesis inserta en la línea teórica y política de los dos textos
referenciados pero realizada bajo las transformaciones acaecidas desde
entonces hasta ahora. Consta de tres puntos:
El primero concierne a las dificultades que tiene la izquierda
europea y vasca para superar la derrota teórica y ética –mal llamada
«derrota ideológica»– sufrida en los años ’70 e incrementada en los ’80 y
que justo ha empezado a ser revertida desde la segunda mitad de la
década del 2000. Naturalmente que son fechas aproximadas, que ha habido
lugares en los que la derrota ha sido menos grave y más corta en
duración, y que en otros ha empezado más tarde; ahora no podemos
analizar al detalle estas diferencias. ¿En qué consiste esta derrota en
lo relacionado con la crisis y la desobediencia? Sobre todo en que se
ha perdido o se ha debilitado grandemente el conocimiento teórico de lo
que es el capitalismo y de su capacidad de desactivación por un lado y
por otro de integración en su beneficio del malestar social latente y
hasta emergente. La teoría marxista de la crisis no se limita sólo a sus
causas, sino también a su desarrollo y a sus posibles salidas, con sus
efectos en el largo futuro de la humanidad explotada. Por ejemplo,
ahora mismo la mayor parte de las contestaciones críticas a la
propaganda oficial sobre los supuestos primeros «brotes verdes» se
centran casi exclusivamente en demostrar que lo contrario, siendo muy
contadas las que se extienden más allá de lo inmediato para alertar
sobre lo realmente decisivo: la entrada definitiva del capitalismo
mundial en una nueva fase represiva y explotadora global.
Constreñida por esta limitación, la táctica de la desobediencia sólo
se piensa a muy corto plazo y para áreas muy restringidas de la
totalidad explotada, oprimida y dominada. Por lo general, se cree que la
situación socioeconómica y política tenderá a mejorar a corto o medio
plazo, que la presión no violenta de la llamada «sociedad civil», o del
pueblo a secas, sin contradicciones clasistas internas, logrará frenar
la voracidad omnívora del capital y de su nacionalismo imperialista
facilitando así la realización de acuerdos institucionales que abran
vías para la reconquista de derechos restringidos, prohibidos e
ilegalizados. Simplificándolo un poco: se trata de una desobediencia
parcial, a ratos, sobre aspectos sectoriales, que convive con una
obediencia masiva, cotidiana, psicológico-afectiva y político-cultural.
Sin perspectiva histórica de las innovaciones explotadoras y
represivas introducidas durante la crisis, nuestra mente no puede
superar lo más inmediato, ni tampoco comprender los dramáticos efectos
acumulativos de tales innovaciones en la creciente precarización de la
vida.
El segundo punto concierne precisamente al concepto de precarización.
Precarizar la existencia, reducir casi hasta la nada la sensación
colectiva de seguridad vital imponiendo la incertidumbre atemorizada,
hacer del egoísmo más frío e individualista la única garantía de
sobrevivencia en medio de la precariedad absoluta, y en este contexto
presentar al Estado como el guardián que nos protege de los peligros
pero a costa de cederle nuestra libertad, este es uno de los objetivos
vitales buscados por el capital. Aunque siempre haya alguna fracción
burguesa dispuesta a frenar un poco el empobrecimiento social y la
precarización, la tendencia mayoritaria de la clase dominante ha sido,
es y será la de reducir las condiciones vitales al mínimo suficiente
para la imprescindible recomposición y cualificación de la fuerza de
trabajo, nunca más allá de ese mínimo socialmente establecido por la
lucha de clases. La burguesía no descansa en imponer ese mínimo,
sabiendo que sólo la lucha obrera y popular se lo impide; por esto,
cuando se sabe con fuerza sociopolítica suficiente endurece sus ataques a
los instrumentos obreros y populares por antonomasia: sus
organizaciones, sus sindicatos, sus movimientos populares y sociales,
sus medios de prensa libre y crítica, etc. Debilitados éstos, o
destruidos, ilegalizados, entonces la clase dominante endurece sus
ataques.
Aunque existe una conexión interna casi directa entre la pobreza
relativa y absoluta y la precarización social, hay que saber que en
determinados períodos la pobreza puede ampliarse o reducirse según los
vaivenes de la lucha socioeconómica de clases, pero que la precarización
es una necesidad tendencial al alza de la lógica capitalista que sólo
puede ser derrotada mediante la revolución social y política. Sólo la
revolución socialista puede acabar con la tendencia a la absoluta
precarización existencial porque ésta no es otra cosa que la pérdida
total de medios propios de autoexistencia, de medios de producción
propios, colectivos y comunes, que garanticen que una persona no tenga
que venderse a un empresario como esclavo asalariado por poder
subsistir. La precarización consiste en la indefensión creciente, en la
pérdida de la independencia personal y colectiva porque se ha caído en
la dependencia del salario propio o ajeno ya que el capital se ha
apropiado mediante la violencia física o económica de las fuerzas
productivas.
La precarización aumenta al aumentar la concentración y
centralización de los capitales, de la riqueza, en cada vez menos manos,
mientras por el lado opuesto aumenta la gente que carece de todo menos
de su fuerza de trabajo, y eso cuando todavía está en condiciones
psicosomáticas de ser explotada hasta el límite. Por esto existe
relación casi directa entre empobrecimiento y deterioro de las
condiciones de vida y trabajo, por un lado y precarización vital por
otro lado aunque en determinadas fases de la lucha de clases la
burguesía tenga que conceder aumentos salariales y mejoras sociales
debido a la gran fuerza obrera mientras que, por lo bajo, continúa
aumentando la población que sólo tiene su fuerza de trabajo para
existir. Una vez que a un pueblo o a una persona se le ha expropiado de
cualquier medio de autoexistencia independiente de la propiedad
burguesa, o sea, una vez que se le ha rebajado a la inhumanidad de
esclavo asalariado directo o indirecto al margen de la cuantía salarial
que reciba, se multiplica exponencialmente la probabilidad de
empobrecimiento. A la vez, se refuerza la tendencia al autoritarismo, al
recorte de derechos y libertades. Y es que la tendencia a la
concentración de la propiedad privada en una minoría selecta es
incompatible con la tendencia al incremento del malestar social difuso e
inconcreto en su inicio, pero que puede concretarse y materializarse
después.
Desde esta perspectiva, la marxista, la desobediencia debe adquirir
otro contenido diferente al que se le daba hasta ahora porque la
creciente precarización de la existencia sólo puede mantenerse a la
larga mediante un sistema represivo que anule cualquier posibilidad de
resistencia, sobre todo antes de que esta empiece a tomar cuerpo en las
iniciales desobediencias descoordinadas pero que pueden llegar a ser
peligrosas si crecen y se coordinan. Y sobre todo cuanto la resistencia
avanza de ser defensiva a ser ofensiva, es decir, cuando mediante la
formación teórica y política toma conciencia de que la superación de la
precariedad vital exige la socialización de las fuerzas productivas,
la socialización de los bienes privatizados por y para la burguesía y
que antes eran comunes, colectivos, públicos, en síntesis, mediante la
expropiación de los expropiadores. En la medida en que no exista esta
conciencia política y teórica, la desobediencia defensiva puede llegar a
ser tolerada y en determinadas circunstancias inducida y apoyada
indirectamente por determinadas fuerzas burguesas para manipular la
simple indignación del pueblo utilizándolo contra otros sectores
burgueses. Tal ha sido el caso de la manipulación por parte del PSOE de
amplios sectores del movimiento 15M, aunque no de todos, para crear un
«movimiento ciudadano» contra el PP.
La desobediencia indignada sirve de poco si no avanza a la rebelión
política y teóricamente guiada. Entre otras muchas, la experiencia
alemana también es aplastante, y del mismo modo en el que el avance del
autoritarismo social norteamericano marca la pauta del capitalismo
mundial, la alemana marca la del europeo. Pues bien, el retroceso
sistemático y continuado de las condiciones de vida y de trabajo, de los
derechos reales, durante más de dos décadas en Alemania muestra la
perversa capacidad del capital para anular la mitología tópica de las
tácticas de desobediencia del famoso «movimiento verde», «ecopacifista»,
«ecofeminista», «alternativo», etc., integrándolo en buena parte
incluso en la política euroimperialista. Y por si fuera poco, una vez
desactivada aquella desobediencia, aquella famosa «nueva forma de hacer
política», la burguesía alemana está preparándose para atacar a su
verdadero enemigo: la lucha obrera y popular mediante la militarización
soterrada pero legal de la vida sociopolítica al permitir por primera
vez desde 1945 que el ejército intervenga públicamente con excusas
manipulables y laxas como las de situaciones de riesgo, catástrofe, etc.
En realidad se trata de la dinámica de policializar lo militar y de
militarizar lo policial que recorre con diversos ritmos e intensidades
todo el capitalismo mundial, y que responde a las necesidades represivas
detectadas en las proyecciones de futuro que realizan los aparatos
multidisciplinares en los que la industria político-mediática está
integrada como parte esencial. Estos aparatos son a su vez parte de los
«comités de crisis» de los Estados en los que se planifican estrategias
diferentes para diferentes posibles crisis más o menos graves o
parciales, hasta llegar a las definitivas, las crisis revolucionarias.
¿Alguien cree que las nuevas leyes represivas introducidas por el PP, la
compra masiva de armas y municiones antidisturbios, la impunidad legal
represiva concedida a las policías hasta ahora «privadas», todo esto y
más responde sólo a los específicos intereses económicos de la
industria de la represión, como se ha sostenido desde el reformismo, o
en realidad responde a las previsiones del Estado como centralizador
estratégico de todas las represiones?
En la medida en que la precariedad de la existencia aumenta, tarde o
temprano se refuerzan las condiciones objetivas que facilitan el
surgimiento de las desobediencias, de las resistencias y de la
conciencia revolucionaria como síntesis última de este proceso, siempre y
cuando existan organizaciones revolucionarias que luchen en el interior
de las masas explotadas aportando su experiencia teórica, recibiendo
lecciones prácticas y fusionándose con y en las luchas concretas.
Y el tercero y último punto trata precisamente de las relaciones
entre la praxis organizada y las desobediencias desorganizadas y
descoordinadas como componentes de una estrategia revolucionaria de toma
del poder. ¿Por qué se plantea tan crudamente el problema en vez de
hablar genéricamente, en abstracto, por mucho que se llegue a
especificar y hasta dar nombre concretos a formas particulares de
desobediencia? Pues porque siempre hay que bucear hasta la raíz de los
problemas, ahí en donde se libra el choque a muerte entre la
independencia y la dominación, entre ser propiedad-de-sí-mismo y
para-sí-mismo, o se propiedad-de-otro y para-otro; dicho de otro modo,
entre la propiedad colectiva en la que la persona se sabe parte activa y
dirigente, libre, y la propiedad privada en la que la persona se sabe
parte pasiva y dominada, esclavizada.
Las diversas formas de desobediencia tarde o temprano llegan a este
punto de bifurcación: por el lado de la izquierda, avanzan llenando su
desobediencia de contenido socialista y colectivo, o por el lado de la
derecha, frenan su desobediencia aceptando la derrota. No existe una
tercera alternativa cuando se ha avanzado hasta la cuestión de la
propiedad y del poder, cuando se ha llegado al límite de la acción
desobediente porque, a partir de ahí, lo que se cuestiona es la opresión
misma. Por ejemplo, el ejercicio del divorcio legal y definitivo, que
no la simple separación; la decisión de abortar después de haber
discutido y enfrentado a todas las presiones contrarias; la decisión de
denunciar en el juzgado las agresiones machistas en el domicilio, en
la empresa, en las relaciones afectivas, sabiendo que con ello se
inicia de un duro proceso judicial lleno de incertidumbres pero que
conduce a la justicia, estos y otros pasos hacia la libertad son
tomados, por lo general, después de prácticas de desobediencia
creciente, de resistencias cotidianas, de negativas y de rechazos a las
órdenes que emanan en todo momento del sistema patriarco-burgués.
Las desobediencias iniciales de muchas mujeres tienen en esencia la
misma lógica interna que otros procesos de lucha emancipadora en los que
las iniciales resistencias se enriquecen y radicalizan mediante el
contacto con otras experiencias, con colectivos de ayuda y solidaridad
mutua que aportan conciencia teórica y apoyo práctico. Los movimientos
populares y sociales en barrios y pueblos que se enfrentan al racismo,
al narcocapitalismo, a los desahucios, a la especulación urbanística, al
consumismo de las grandes superficies; las luchas sindicales y
sociales, culturales, recreativos; las reivindicaciones socioecológicas;
la autodefensa antifascista, todas estas riadas que pueden ir
confluyendo en un incontenible tsunami de emancipación nacional de
clase, recorren cada una a su manera el mismo sendero básico del ejemplo
puesto sobre la inicial desobediencia antipatriarcal.
Como resultado, si el proceso sigue adelante, las desobediencias
tienden a mirar más al futuro que al presente, toman conciencia de que
llegarán batallas más ásperas y que la sencilla pero necesaria negación
inicial ha de dar el salto a una lucha por un objetivo preciso: la
libertad. Según sean las luchas, la conciencia política que cohesiones
esas desobediencias iniciales va apareciendo como necesaria con
diferentes ritmos, pero en líneas generales y sobre todo en un contexto
de larga crisis profunda, entonces esa concienciación puede avanzar
más rápidamente tal como lo explica la ley del desarrollo desigual y
combinado.
Para terminar, llegamos al momento en el que la conciencia
desobediente se enfrenta al problema de asumir el contenido político de
toda explotación, incluida la que esa conciencia sufre, o de
retroceder espantada ante la perspectiva que se le abre. La ideología
dominante, la síntesis social burguesa, nos hace creer que existen
cauces legales, «democráticos», que debidamente cumplimentados
«resuelven los problemas» por lo que las desobediencias siempre tienen
que moverse por el interior de esas veredas, sin desbordarlas. Hacerlo,
salirse de lo tolerado y de lo «democrático», deslegitima la razón de
la protesta y justifica que la ley intervenga. Tal creencia presiona
demoledoramente en todas las situaciones individuales o colectivas en
las que puede crecer una resistencia a la opresión, sean las que
fueren, porque están inscritas en el código ideológico del
democraticismo burgués. «Tolerancia democrática» y desobediencia
limitada y cobarde se apoyan mutuamente, formando las dos mandíbulas de
un cepo que una vez cerrado amputa la conciencia y encadena la
libertad.
La solución no es otra que llenar de contenido político y teórico
socialista toda práctica de desobediencia, de lo contrario será
integrada, paralizada o destrozada.