En cualquier instancia (Comisión
Europea, BCE o FMI) o también en cualquiera de las cumbres europeas, la
reducción del endeudamiento público es, se nos dice, la prioridad
absoluta. Hace ya años que esta política se está aplicando y, lo menos
que se puede decir es que el éxito no acaba de aparecer: para la UE-27
/1, la deuda pública no ha dejado de crecer, pasando del 59% del PIB en
2007 al 85% en 2012. El desendeudamiento está lejos de haberse logrado,
pero, por el contrario, lo que es cierto es que Europa se hunde en la
crisis. Ya se trate de la Unión Europea (de 28 o de 27) o de la Zona
Euro (a composición variable o de 17), la trayectoria es la misma: tras
tasas de crecimiento significativas de 2007, el hundimiento se emprende
en 2008 y se acentúa en caída brutal en 2009. La recuperación de 2010 es
engañosa; desde 2011, está seguida de una desaceleración, prolongada
por una nueva caída (o, en el mejor de los casos, de un estancamiento)
en 2012 y 2013. Más allá de los sufrimientos impuestos a la población,
esta situación está cargada de grandes peligros, pues cada desarrollo de
la crisis puede arrastrar a la economía a un retroceso aún más
profundo.
En efecto, toda crisis se
despliega siguiendo dos caminos de sentidos opuestos: uno que lleva a la
salida de la crisis, purgando las contradicciones que le dieron
nacimiento, el otro que, en un círculo vicioso, hace que al contrario la
crisis provoque más crisis. Entre todos los riesgos que acechan a una
economía ya en la pendiente descendente tenemos que situar en buena
posición el de la deflación, entendida en el sentido de la bajada de los
precios. El peligro no es muy grande si no se trata más que de bajadas
de precios sectoriales. Por ejemplo, si se trata de precios agrarios,
una bajada así no gusta a todo el mundo, pero puede tener una
contrapartida positiva, pues aumenta los salarios reales (por tanto el
poder de compra de los trabajadores) y mejora los márgenes de beneficio
de la industria, reduciendo el coste de las materias primas. Es por lo
que la deflación no aparece a primera vista como un peligro a ojos del
público, pues todo
consumidor no puede más que alegrarse de precios reducidos.
La
situación es completamente diferente cuando las bajadas de precios son
importantes y generalizadas al conjunto de una economía. Pueden entonces
tener un efecto desastroso sobre la actividad. Las cargas fijas (como
alquileres, intereses de deudas, etc.) o también los salarios (si son
poco flexibles a la baja) no siguen el movimiento de los precios,
comprimiendo los beneficios, verdadero motor del sistema. Se desalienta
la inversión, se mina la confianza. La demanda se ve afectada pues
ciertas decisiones de compra pueden ser retrasadas en la esperanza de
futuras caídas de precios. El atesoramiento de la moneda se desarrolla
sin ninguna ventaja para la economía pues, con la ayuda de la bajada de
los precios, el mismo montante de moneda puede comprar con el tiempo una
cantidad creciente de bienes reales.
Para
algunos, poco importa el nivel de los precios: ¿no van naturalmente a
ajustarse en consecuencia las diferentes rentas que los componen
(salarios, beneficios, rentas, etc.)? Esto sería sin duda así si esas
rentas siguieran todas la misma evolución, de forma proporcional. Pero
no es así en absoluto. Algunas se ajustan rápidamente, otras más
lentamente, otras no se ajustan nada. Así, en las crisis del siglo XIX,
precios y salarios bajaban a la par, pero nada dice que lo hagan en las
mismas proporciones y, en general, ese no es el caso.
No
deja de ser cierto sin embargo que la deflación de los precios se
acompaña de una deflación de las rentas, incluso si la segunda no es de
la misma amplitud que la primera. Y esta deflación de las rentas añade
sus efectos deletéreos a la de los precios, pues empuja hacia arriba en
términos reales deuda y tasas de interés. En efecto, un reembolso de una
deuda de un cierto montante pesa proporcionalmente de forma más pesada
sobre una renta reducida y así ocurre igualmente para la tasa de interés
al que se pide prestado. Sin embargo, el aumento del peso de la deuda
real obliga a los deudores que quieren hacer frente a sus obligaciones a
reducir sus gastos y a hacerlo, para poder reembolsar, aún más de lo
que lo habrían hecho en otras circunstancias, agravando así la crisis.
En cuanto a la subida de las tasas de interés reales, acentúa el declive
de la inversión puesto que aumenta su coste. En total, una mecánica
infernal se pone en
marcha, una mecánica en la que la
crisis arrastra la caída de los precios (pues la demanda global, en
retroceso, se sigue mostrando inferior a la oferta global) y, donde, a
su vez, la caída de los precios arrastra a la crisis.
Decididamente,
con la deflación, hay peligro en casa. ¿Qué mejor ilustración podemos
tener de ello que la que nos ofreció la gran depresión? En los Estados
Unidos, de 1929 a 1932, los precios al por mayor cayeron un 31,6% /2. De
agosto de 1929 a mayo de 1931, la caída de esos precios fue del 21,2%
en Francia, del 23.5% en el Reino Unido, del 21,4% en Australia, del
24,5% en Bélgica, del 21,4 % en Noruega, del 21,3% en Suecia. Esta caída
prosiguió de mayo de 1931 a marzo de 1933 con el -18,8% en Francia,
-5,8 en Reino Unido, -6,8% en Australia, -21,3% en Bélgica, -5,4% en
Suecia. Los países de la periferia no se quedaron al margen. Lejos de
ello, los precios de las materias primas que exportaban cayeron en
picado de 1929 a 1932: -53,3% el azúcar de caña, -43,7% el café, -83,1%
el caucho, -58,4% el algodón, -69,3 el cobre, -53,5% el plomo, -52% el
estaño /3. Caídas que dan vértigo. Incluso si intervinieron muchos otros
factores, no hay
duda de que una deflación así
contribuyó a hacer de esa crisis el desastre absoluto que fue. Un solo
ejemplo bastará: en los Estados Unidos, después del crack de octubre de
1929, los deudores intentaban desprenderse lo más rápidamente posible de
sus obligaciones. Por ello, de 1929 a 1932, la deuda privada nominal
(expresada en dólares corrientes) se redujo, pero la deuda privada real,
que tiene en cuenta la bajada de los precios, subió en realidad un 10%
/4.
Ahora bien, aunque no esté ya
instalada en la deflación, Europa está manifiestamente bajo su amenaza.
El índice de los precios al consumo de la zona euro (de 17 países) está
en octubre de 2013 al nivel que tenía en mayo de 2013. Lo mismo ocurre
en el caso de la zona euro a composición variable: el índice estimado
está en noviembre de 2013 al nivel que tenía en junio del mismo año. No
se trata por el momento más que de un simple estancamiento y no de
bajadas de precios; pero este estancamiento rompe singularmente con la
experiencia del pasado de la UE y de la zona euro, donde los precios han
estado siempre orientados hacia la subida. De 2001 hasta el estallido
de la crisis en 2009, ya se trate de la UE (de composición variable o de
28, o de 27) o también la Zona Euro (de composición variable o de 17),
las tasas de variación anuales del índice de los precios al consumo no
está jamás por debajo del 2%. Una situación de simple
estancamiento
de este índice (como la constatada hoy) no había sido observada jamás
hasta el presente, por no hablar de tasas negativas. Está claro, la
deflación no está ya aquí, pero llama a la puerta. Como prueba lo que
habría parecido increíble hace poco tiempo: bajadas generalizadas del
nivel de los salarios en los “países del sur” de Europa. En España,
entre 2010 y 2012, ¡la caída es del 7%! /5. En esos mismos países del
sur, los precios al consumo oscilan entre una bajada ya emprendida y un
estancamiento prolongado: están afectados, además de España, Grecia,
Chipre y Portugal /6. Los demás países europeos resisten aún, pero ¿por
cuánto tiempo?
Además, la economía
europea está particularmente desprotegida frente al riesgo
deflacionista. En cualquier caso, bastante más que la economía
americana. En efecto, desde el estallido de la crisis financiera, el
banco central americano (la FED) no se ha contentado con asumir
sistemáticamente su papel de prestamista de última instancia; no se ha
contentado tampoco con mantener una tasa directora cercana a cero. Desde
el comienzo de 2013, ha comprado todos los meses 85 millardos de
dólares de bonos del Tesoro y de títulos ligados a préstamos
hipotecarios, financiando el déficit público, inundando el mercado de
liquidez. Un aporte masivo, que ha contribuido con fuerza a sostener la
actividad, impulsando en particular la recuperación de la Bolsa
americana. Y esto, cuando el riesgo deflacionista no está presente en
los Estados Unidos. No se puede contar con el BCE para realizar una
política comparable.
Lo que está en
cuestión no es -no es ya- una simple agravación de la crisis, sino un
salto cualitativo de ésta, del que será muy difícil volver. El ejemplo
de Japón está ahí para ilustrar los riesgos de un tal deslizamiento. En
ese país, el estallido de las burbujas inmobiliaria y bursátil de los
años 1980 desembocó en una violenta deflación de los precios, poco o mal
controlada. Muchos factores contribuyen a explicar el desfallecimiento
del crecimiento que siguió, pero la deflación tiene ciertamente su parte
en él. Lo más llamativo es que esta deflación prosigue aún: de 2008 a
2013, el índice de los precios de la economía japonesa (el índice de los
precios del PIB) continúa cayendo, sistemáticamente, año tras año. En
cuanto a la actividad, sigue estando golpeada por una enfermedad de
abatimiento. En efecto, como en los demás países desarrollados, el PIB
en volumen del Japón ha registrado una caída brutal en 2009 (-5,5%),
seguida
de una recuperación en 2010 (+4,7%) y una recaída en 2011 (-0,6%).
Pero, lo que es característico es que si el crecimiento era del 1,9% en
2012, se ha desacelerado luego y, de nuevo, permanece sin tono, con el
+1,8% en 2013, y +1,5% y luego el 1% previstos para 2014 y 2015 /7.
¿Es
este el camino que queremos tomar? Algunos se alegran de las bajadas de
precios actuales en nombre de la famosa política de deflación
competitiva, mediante la que se trata no de ampliar los mercados, sino
de morder en los de los demás. ¿Miden esos los riesgos que se asumen? A
fuerza de caminar al borde del precipicio, se acaba por caer en él.
Mientras la política de austeridad esté ahí, el peligro deflacionista
planeará por encima de nuestras cabezas. Es tiempo aún de reaccionar, de
cambiar de dirección. Hay que hacerlo ahora, inmediatamente,
rápidamente.
19/12/2013
http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article30708Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR
Notas
1/
La Zona Euro fue creada en 1999 por 11 de los 15 países con que contaba
entonces la UE. Se les sumaron Grecia en 2001, Eslovenia en 2007,
Chipre y Malta en 2008, Eslovaquia en 2009 y Estonia en 2011. En 2004,
Malta, Chipre, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Polonia, República
Checa, Eslovaquia, Eslovenia se adhirieron a la Unión Europea. En 2007,
fue el turno de Bulgaria y de Rumanía, seguidas en 2013 por Croacia. Ya
se trate de la UE o de la Zona Euro, “de composición variable”, los
datos que son presentados para un año dado corresponden a la composición
que tenía la UE o la Zona Euro durante ese año.
2/ Historical Statistics of the United States, 1975 : 199, 1004. Série E23 pour les prix de gros (Indice BLS).
3/ Isaac Johsua, La crise de 1929 et l’émergence américaine. PUF, 1999, págs. 225, 233.
4/ Isaac Johsua, La crise de 1929…, op. cit, pág. 101.
5/ Romaric Godin, La Tribune, 27/11/2013.
6/ Datos sobre los precios proporcionados por Eurostat.
7/ Datos y previsiones de la OCDE.