No hay que ser un sesudo analista para darse cuenta que este
Tratado supone un ataque frontal contra la clase obrera y los pueblos de
los Estados Unidos y de la Unión Europea.
Aunque las alarmas sobre las
posibles consecuencias del TTIP, o Asociación Trasatlántica para el
Comercio y la Inversión, empezaron a sonar con fuerza a mediados del
pasado año 2014, concretamente cuando en marzo se filtró un primer
borrador del proyecto, lo cierto es que el TTIP se viene negociando en
secreto desde 2013. El Presidente de EEUU, Barack Obama, en su discurso
del estado de la Unión del 12 de febrero de 2013 apeló a un acuerdo que
facilitará los flujos y rebajara las tensiones comerciales a ambos lados
del Atlántico, al día siguiente, el Presidente de la Comisión Europea
por aquel entonces, el portugués José Manuel Durao Barroso, anunció el
inicio de las conversaciones para el acuerdo, que, como se ha dicho
antes, se han mantenido en la más estricta opacidad.
Entre los objetivos declarados del TTIP
filtrados en su momento estaban la reducción hasta el máximo posible
todas las obligaciones aduaneras entre la Unión Europea y los EEUU, si
bien este objetivo se podría dar ya por conseguido en la actualidad, aún
existe cierto “proteccionismo” europeo a las importaciones agrícolas
desde los EEUU, donde se mantienen fuertes aranceles. El TTIP se
propone también reducir al máximo las llamadas barreras no arancelarias,
es decir, diferentes normas que evitan los flujos comerciales que
afectan a diferentes campos: normas de carácter ético, político,
sociales, laborales, de protección de la salud o del medioambiente,
financieras, etc. Por último, y quizá lo más polémico de lo conocido
hasta ahora, es la intención del TTIP de proporcionar a las
corporaciones privadas el derecho de litigio contra las leyes y
regulaciones de los diversos estados, en aquellos casos en los que las
corporaciones sientan que tales leyes y regulaciones representen
obstáculos innecesarios para el comercio, el acceso a los mercados
públicos y a las actividades de suministro de servicios; la intención es
que estos litigios no se establezcan bajo las jurisdicciones de los
estados nacionales, sino a través de estructuras privadas de arbitrio
denominadas “mecanismos de resolución de conflictos”.
No hay que ser un sesudo analista para
darse cuenta que este Tratado supone un ataque frontal contra la clase
obrera y los pueblos de los Estados Unidos y de la Unión Europea. Un
tratado que busca eliminar cualquier barrera a la obtención de
beneficios por parte de las grandes multinacionales europeas y
norteamericanas a costa de una mayor tasa de explotación de la clase
obrera. Es profundamente antidemocrático, tanto lo es que cualquier
multinacional podrá denunciar a cualquier Estado cuando ésta crea o
sienta que cualquier cambio legislativo la puede perjudicar, pero no
solo eso, sino que el llamado “mecanismo de resolución de conflictos”,
es decir, el tribunal que tendría que velar por la justeza de dicha
reclamación, está al margen de cualquier legalidad estatal, para ser más
claros: las multinacionales serían jueces y partes en esas
reclamaciones.
El TTIP es una seria amenaza contra el
sector público, especialmente, contra la sanidad y la educación
públicas, pero también contra cualquier control público de servicios
básicos para la comunidad, como el agua, por poner un ejemplo. También
es una seria amenaza contra nuestro medio ambiente y contra nuestra
salud, tanto en lo que puede suponer de comercialización de transgénicos
o de inseguridad alimentaria, ya que con este acuerdo las 30.000
sustancias ahora prohibidas por la UE pero que se permiten en los EEUU
podrían colarse en alimentos, cosméticos, etc., como, por otro lado,
con la preeminencia de las patentes de las multinacionales farmacéuticas
frente a los genéricos.
Antes de analizar las posibles
consecuencias que la aplicación del TTIP puede tener para una nación sin
Estado como Andalucía, debemos hacer un esquema más general sobre el
TTIP desde el punto de vista de la lucha de clases, contextualizándolo
en una situación de crisis sistémica capitalista y de la consecuente
agudización de las contradicciones interimperialistas, concretamente
entre el bloque capitalista neoliberal occidental, Unión Europea y
Estados Unidos, y el bloque euroasiático, representado por Rusia y
China.
El TTIP, la lucha de clases y las contradicciones interimperialistas
Son muy frecuentes los análisis en los
que la lucha de clases se acota sólo y exclusivamente a las
contradicciones que se dan en el seno de la base económica entre el
trabajo, la fuerza de trabajo, concretamente, y el capital. Sin embargo,
escasean los análisis donde se ponen en una relación dialéctica las
contradicciones en la base y la superestructura, ya que, por el lado
contrario, también abundan los análisis en los que las cuestiones
políticas, o los problemas democráticos, de genero o medioambientales se
desvinculan del modo de producción capitalista y de sus leyes de
funcionamiento más elementales. Desde el marxismo, reivindicamos una
explicación global, dialéctica, que ponga en relación los problemas de
la superestructura con una base económica, que es determinante, no lo
negamos, pero, como solían decir nuestros clásicos: lo es en última instancia.
Al respecto, recientemente, ha sido
publicado un artículo muy interesante que puede servir para explicar
mejor esta cuestión que entendemos fundamental. Se trata del artículo de
Diego Farpón “Algunas notas sobre el TTIP y la lucha de clases” (
http://kaosenlared.net/algunas-notas-sobre-el-ttip-y-la-lucha-de-clases/). Consideramos muy acertada la propuesta central de este artículo: “
La
lucha contra el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversión,
conocido como TTIP (Transatlantic Trade and Investment Partnership) es
una nueva oportunidad para la izquierda de volver a sus valores:
revolución socialista e internacionalismo, lucha contra los estados
burgueses y lucha contra las estructuras supranacionales del capital.”, también es, como no, muy acertada la tesis principal del artículo: “
El
TTIP no surge porque sí, no es ningún capricho de la oligarquía
internacional, ni muestra ninguna maldad de dicha oligarquía: el TTIP es
la concreción histórica del desarrollo del capital y sus necesidades
objetivas. El capitalismo tiende a la concentración y centralización de
capitales, y el TTIP es un gran avance legislativo para el desarrollo de
la economía capitalista –el sistema jurídico es en lo fundamental,
aunque no sólo, un reflejo de las necesidades del sistema productivo-.
El capitalismo, fruto del proceso de concentración y centralización de
capitales tiende a los monopolios. En este sentido el TTIP supone
allanar el camino a la tendencia del capital, en un contexto de crisis
–en las crisis, de por sí, se acentúan los mecanismos del capitalismo
para producir su refundación- para favorecer, especialmente, a la
oligarquía y perjudicar toda aquella economía que no sea monopolista u
oligopólica. La crisis orgánica del capitalismo se ha producido cuando
ha sido imposible revertir la caída de la tasa de ganancia. El
capitalismo muestra en estas crisis como tiene, objetivamente, un final:
se produce un colapso del sistema económico que es imposible evitar”. Pero no solo eso, sino que da en el clavo en una cuestión fundamental: “
La
lucha revolucionaria siempre es una lucha concreta. Ninguna lucha que
carezca de objetivos concretos en función del momento histórico es
revolucionaria: se convierte en una abstracción incapaz de incidir en la
lucha de clases y en la historia. Hoy necesitamos un análisis concreto
del TTIP, algo que, como ya he señalado, se ha elaborado, pero también
una propuesta concreta: ¿por qué luchamos contra el TTIP? ¿queremos
parar el TTIP o queremos canalizar la lucha contra el TTIP para avanzar
en la construcción del nuevo bloque histórico hegemónico que luche por
otro modelo económico y social?”.
¿Dónde está entonces el problema en el
artículo mencionado de Diego Farpón? Está en que, justamente, se queda
en no relacionar la contradicción en la base económica con los problemas
en la superestructura, cuando están íntimamente relacionados y cuando,
además, precisamente es la clase obrera la mayor perjudicada por los
problemas democráticos, medioambientales o de salud pública. Pongamos
un buen ejemplo de lo que estamos planteando, la multinacional francesa
Veolia demandó al Estado egipcio nada más y nada menos que por subir el
salario mínimo interprofesional de 41 a 72 euros mensuales ante uno de
estos tribunales ad hoc a los que hemos hecho referencia antes.
Las necesidades del capitalismo en esta fase exigen el fin de la
democracia, el fin del poder político y acabar con la ficción de que el
Estado es un ente neutro; o el Estado y sus instituciones sirven a sus
intereses única y exclusivamente o se socava, se mina cualquier
resquicio de soberanía nacional y democracia.
Si, como es de prever, la aplicación de
este Tratado puede suponer un aumento del paro, una reducción de
salarios y un aumento en los precios de productos básicos al darse una
mayor concentración de la oferta, podemos suponer, como consecuencia,
que será la clase obrera la que consumirá en masa alimentos con
sustancias dañinas y perjudiciales para la salud, la que tendrá más
problemas para acceder a medicamentos o a servicios como la educación o
la salud, como de hecho ya está ocurriendo. Por supuesto, un Tratado
como éste afecta al conjunto de lo que podíamos denominar como pueblo,
es decir, trabajadores autónomos, profesionales, pequeños y medianos
propietarios, etc., es más, el capitalismo actualmente no tiene más
remedio que acentuar su lucha contra los pueblos, abriendo la
oportunidad de crear verdaderas alianzas revolucionarias del pueblo
frente a las oligarquías y las multinacionales, por una democracia
popular socialista. Hoy más que nunca la democracia no es un
significante vacío de significado, hoy defender la democracia es
enfrentarse al capitalismo, no cabe otra. La clase obrera y sus
organizaciones han de ponerse al frente de la lucha de los pueblos, por
la democracia, por la soberanía nacional, por la defensa de lo público,
por la defensa del medio ambiente, etc.
El TTIP también es fruto de la fuerte
agudización de las contradicciones interimperialistas en el mundo. No
podemos olvidar que el TTIP no se puede desligar de su “tratado
hermano”, el TTP, el Tratado Transpacífico, firmado por EEUU, Chile,
Colombia, México, Japón y Vietnam. A poco que nos fijemos, veremos que
entre los firmantes de estos tratados no encontramos a ninguno de los
llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), países que en
estos años han venido experimentando un espectacular crecimiento y
desarrollo económico, y que a pesar de la crisis capitalista que estamos
sufriendo, han conseguido fuertes ritmos de crecimiento, especialmente
China. Sin embargo, estos países no componen un bloque homogéneo en
absoluto, India, por ejemplo, no ofrece ningún signo de rivalidad hacia
los EEUU o la UE, por otro lado, tanto Brasil como Sudáfrica suelen
tener posiciones ambiguas y vacilantes, pero en todo caso no ofrecen
tampoco signos apreciables de rivalidad frente a los EEUU o el bloque
europeo, más allá de posiciones puntuales fruto de presiones por la
izquierda que existen en los partidos de gobierno de ambos países, PT en
Brasil, ANC en Sudáfrica, de la defensa de determinados aspectos
relacionados con la soberanía e independencia económica de ambos países,
o con la defensa de determinados “intereses regionales”
latinoamericanos o africanos, respectivamente, así como la defensa de
las relaciones y las alianzas comerciales de ambos países especialmente
con China. Sin embargo, el que estos países no den muestras de
rivalidad e incluso, en el caso de la India, mantengan excelentes
relaciones comerciales y diplomáticas con los EEUU y los Estados de la
UE, no significa que no sean vistos por éstos como auténticos rivales
geopolíticos, ni que multinacionales norteamericanas y europeas
instiguen a sus respectivos Estados a “disciplinar” a esos países,
especialmente en lo que se refiere al posible abandono del dólar o del
euro en las transacciones comerciales y al uso del yuan, el rublo u
otras monedas nacionales.
Sin embargo, la cuestión cambia en lo
que se refiere a Rusia y China. Ambos países no solo son advertidos por
los EEUU y la UE como “auténticos peligros para la humanidad”, sino que
la rivalidad es ya evidente, lo que no quita que, por ejemplo, en el
caso de China se mantengan intensas las relaciones comerciales. A pesar
de que China ha crecido menos que en años anteriores, un 7,4% en el
tercer trimestre de 2014, son ya muchos los indicadores que la sitúan
como la primera potencia económica; por primera vez desde 1872, Estados
Unidos no ocupa el primer lugar de PIB ajustado por paridad de compra,
según datos del FMI, ese puesto habría sido ocupado en el 2014 por la
República Popular China. Por su parte, Rusia, desde la llegada al poder
de Vladimir Putin la pasada década, comenzó una estrategia de
desarrollo nacional que superase el caos derivado de la caída de la
Unión Soviética, basándose en una oligarquía que no desea someterse a
los dictados de occidente y que, sobre todo, es consciente de que sus
intereses como clase solo pueden ser defendidos por un Estado nacional
ruso fuerte e independiente.
Las tensiones en la arena internacional,
desde el conflicto ucraniano, pasando por los conflictos en Siria, la
presencia del llamado Estado Islámico o el acoso y cerco a Irán, hasta
los problemas planteados en el Mar de China o por el programa nuclear en
Corea del Norte, están empujando cada vez más a la Federación Rusa y a
la República Popular China a entenderse. Frente al divide y vencerás que
intenta una y otra vez Washington, y también Bruselas, lo que se ha
dado es una mayor integración política y económica euroasiática. Pero no
solo eso, este eje euroasiático está jugando un importantísimo papel
económico en Latinoamérica junto a Brasil, Venezuela, Bolivia, Ecuador o
Argentina, y también en África, junto a Sudáfrica, fundamentalmente, o
Nigeria.
En este sentido, debemos entender el TTIP, como una respuesta occidental al reto euroasiático con los siguientes objetivos:
- Limitar la soberanía de los Estados y disciplinar a los mismos en
beneficio de las multinacionales norteamericanas y europeas y en
detrimento de decisiones soberanas de los Estados que pudieran
beneficiar a empresas rusas o chinas.
- El TTIP es un movimiento estratégico de EEUU para mantener su
hegemonía, la hegemonía de un capitalismo neoliberal, bajo la cual
también, no lo olvidemos, quedaría Europa subsumida, que no tendría el
estatus de socio en igualdad de condiciones. Para ello contaría con una
poderosa arma, pues de conformarse el bloque TTIP-TPP, éste englobaría
en torno a un 75% del comercio y del PIB mundial. Esto permitiría tomar
decisiones dentro del bloque sin apenas resistencias y sin tener en
cuenta los intereses de los países externos, reglas que posteriormente
se impondrán a los países que queden fuera del bloque. Legislar a
voluntad las reglas de juego del comercio mundial es determinante en la
estrategia hegemónica norteamericana; todo ello forzaría a China a tener
que aceptar estas normas de comercio impuestas por Occidente y
doblegaría, o al menos contendría de forma efectiva a Rusia, al poder
aislarla económicamente.
Hay que señalar que la negociación del
TTIP ha provocado ciertas disensiones en el seno de determinadas élites
en Europa, especialmente en Alemania, donde los ex cancilleres Schmidt o
Schröder se han pronunciado en contra del TTIP, al entender que
supondría una subordinación a Washington, igualmente Sigmar Gabriel,
actual vicecanciller, también ha expresado sus reticencias al TTIP.
Como resumen, no podemos dejar de
enmarcar el TTIP dentro de la lógica del capitalismo en su fase
imperialista, tal y como fue teorizado por Lenin: “
Por eso, sin
olvidar la significación condicional y relativa de todas las
definiciones en general, las cuales no pueden nunca abarcar en todos sus
aspectos las relaciones del fenómeno en su desarrollo completo,
conviene dar una definición del imperialismo que contenga sus cinco
rasgos fundamentales siguientes, a saber: 1) la concentración de la
producción y del capital llegada hasta un grado tan elevado de
desarrollo que ha creado los monopolios, que desempeñan un papel
decisivo en la vida económica; 2) la fusión del capital bancario con el
industrial y la creación, sobre la base de este “capital financiero”, de
la oligarquía financiera; 3) la exportación de capital, a diferencia de
la exportación de mercancías, adquiere una importancia particular; 4)
la formación de asociaciones internacionales monopolistas de
capitalistas, las cuales se reparten el mundo, y 5) la terminación del
reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más
importantes. El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo
en la cual ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del
capital financiero, ha adquirido una importancia de primer orden la
exportación de capital, ha empezado el reparto del mundo por los trusts
internacionales y ha terminado el reparto de todo el territorio del
mismo entre los países capitalistas más importantes” (
http://www.marx2mao.com/M2M(SP)/Lenin(SP)/IMP16s.html). Estas palabras de Lenin, de hace casi un siglo, no pueden estar de más relevancia en la actualidad.
¿Y Andalucía?
Para concretar el TTIP al marco andaluz,
debemos recordar los objetivos concretos fundamentales: 1) acabar con
las barreras arancelarias, especialmente las relacionadas con la
producción agrícola; 2) acabar con las llamadas barreras no
arancelarias, entendidas como la legislación que pueda impedir lo
obtención de beneficios a las grandes multinacionales; y 3) el derecho
de litigio a las multinacionales contra las instituciones. A su vez
estos objetivos tienen que ser puestos en relación con la consideración
de Andalucía como un país configurado históricamente en la opresión, la
marginación y la dependencia política, económica y cultural.
El conjunto de instituciones políticas
andaluzas consideradas como propias, esto es, la Comunicad Autónoma de
Andalucía, de ninguna de las maneras pueden ser consideradas como
instituciones de un ente político soberano. Sin entrar en más
consideraciones, dichas instituciones son el resultado de una
desconcentración y, en algunos casos, de una descentralización de la
gestión administrativa de determinados asuntos. Por tanto, el TTIP no
puede suponer un ataque a lo que no tenemos: soberanía nacional, poder
de decisión.
Una primera visión nos debe llevar a
concluir que la aplicación del TTIP ha de profundizar en los rasgos de
marginación, sumisión, especialización económica y dependencia de
Andalucía. Este tratado, por la lógica seguida en años atrás, reforzará
nuestro papel de país turístico, en el litoral, y suministradora de
materias primas, fundamentalmente producción agrícola, aunque capítulo
aparte merecería la cuestión agraria, es decir, analizar las
consecuencias del TTIP en el campo andaluz. No podemos olvidar el hecho
de que sector agroalimentario supuso en el 2011 aproximada mente el 20%
del PIB andaluz.
El TTIP, sin lugar a dudas,
profundizará, como viene haciendo la PAC, en el acaparamiento en manos
privadas de la tierra, según datos del INE del 2011, el 2% de los
propietarios acapara el 50% de la tierra. Este proceso de acaparación
tiene como consecuencia la especulación y la subida del precio de la
tierra. Si las tierras públicas no han sido capaces de desarrollar una
alternativa, definitivamente, con el TTIP lo serán menos aún, siendo
objeto de privatizaciones, ya más del 95% de las explotaciones de la
tierra andaluza están bajo regímenes de propiedad privada. A la vez,
grandes corporaciones están detrás de este proceso de acaparamiento de
tierras. Entre las 16 comarcas españolas con mayor presencia de
sociedades mercantiles propietarias de tierra, diez se encuentran en
Andalucía.
La reivindicación de soberanía
alimentaria, tal y como se ha venido reivindicando desde el SAT y las
organizaciones ecologistas, viene a chocar frontalmente contra el TTIP,
es decir, conseguir abastecer a la población andaluza con su producción
agrícola, manteniendo razas y semillas, de una forma respetuosa con el
medio ambiente, choca inevitablemente con una gran industria que solo
busca el valor de cambio, que busca una agricultura de exportación, con
puestos de trabajo de semiesclavitud, y sin una industria transformadora
local que fije a la población rural en sus pueblos. Estamos hablando de
una visión colonial del campo andaluz desde un punto de vista
económico.
La alimentación de la población es un
gran negocio para las multinacionales, el TTIP puede suponer la
derogación de toda la normativa europea que regula la seguridad de la
producción agrícola. Detrás están conocidas multinacionales
norteamericanas como Monsato y Cargill. La producción agrícola
norteamericana se encuentra con grandes dificultades a la hora de
acceder al mercado europeo, no solo con dificultades arancelarias, sino
con normativas sobre seguridad alimentaria y medio ambiente. En el punto
de mira se encuentra el llamado principio de precaución, por el que
cualquier sustancia sospechosa de ser tóxica no puede sacarse al mercado
sin que la empresa previamente haya demostrado su inocuidad. Sin
embargo, en EEUU las cosas ocurren de un modo diferente. La empresa saca
el producto al mercado y después tiene que ser la administración quien
demuestre que es tóxico para poder prohibirlo. También se pretende el
llamado reconocimiento mutuo de productos: esto significa que un
producto norteamericano que cumpla los estándares de Estados Unidos se
permitiría de forma automática en la UE incluso si no cumple las normas
de la UE, y viceversa. Tampoco podemos olvidar que lo que se pretende
es inundarnos de productos genéticamente modificados, al respecto, hay
que señalar que Andalucía es un auténtico campo de experimentación de
transgénicos, entre el 2009 y el 2011, saltaron las alarmas por las
solicitudes de plantaciones experimentales de transgénicos,
especialmente en la provincia de Sevilla en localidades como Alcalá del
Rio, Marchena, Lebrija, Dos Hermanas, Guillena, Écija, Utrera o El
Cuervo, detrás, como no, estaban la tenebrosa Monsanto, pero también
Bayer y Pioneer.
Por otro lado, la eliminación de
aranceles (recordemos que el sector agrario es de los pocos sectores
donde los aranceles son algo más altos) y la autorización de una serie
de productos y prácticas propias de las grandes explotaciones
estadounidenses (hormonas, uso masivo de antibióticos, etc.) harán muy
difícil que las explotaciones andaluzas puedan competir con las
explotaciones norteamericanas, más penetradas por el capital de las
empresas multinacionales. Estamos ante la recta final de un proceso de
implantación de un modelo agrario basado en grandes explotaciones
propiedad de grandes empresas dedicadas al monocultivo. En aras de la
competencia, la calidad de la producción agrícola andaluza deberá bajar
en calidad y adaptarse a las normas del mercado, y como no, los
trabajadores del campo andaluz sufrirán las consecuencias con sueldos
cada vez más miserables.
Andalucía como país colonial, objeto de
grandes inversiones especulativas en el litoral, con una economía
extractiva en el interior, en el que las instituciones autonómicas
surgidas del régimen español del 78 serían si cabe más inútiles que
nunca, ese es el panorama y como complemento: mayor tasa paro, y eso que
en la actualidad tenemos un 34% de paro, todavía peores condiciones
laborales y sociales, mayores desigualdades, peor sanidad, peor
educación, etc. No exageramos si decimos que Andalucía puede vivir una
regresión al siglo XIX con la aplicación del TTIP si no se pone remedio,
¿y cuál sería el remedio? Para un país como Andalucía, concretamente,
para el conjunto del pueblo trabajador, es decir, su mayoría social, la
solución no puede ser otra que la conquista del poder político, de unas
instituciones libres y soberanas que estén al servicio de la clase
obrera y del conjunto del pueblo oprimido andaluz.
La lucha revolucionaria por la soberanía nacional
Recientemente, con la victoria electoral
de Syriza en Grecia se ha reavivado el debate sobre el margen de
maniobra de un gobierno de izquierdas en el marco de la Unión Europea y
cabría también decir de la OTAN. Hemos visto como después de un momento
inicial en el que el nuevo gobierno griego parecía plantar cara a
Bruselas se ha pasado a aceptar, al menos, que todo siga igual, dando al
traste momentáneamente con las promesas del fin de la austeridad y con
el programa de “salvamento social” propugnado por Syriza. Todo este
debate tiene que ver lógicamente con la soberanía nacional como
instrumento en manos del pueblo trabajador para hacer frente a las
agresiones imperialistas.
Como afirmaba hace poco el dirigente crítico de Syriza, Stathis Kouvelakis: ”Algunos
de los debates que hemos tenido en Syriza se han resuelto de una manera
negativa. La idea de que podríamos romper con las políticas de
austeridad y sin embargo, evitar la confrontación con la Unión Europea
ha sido refutada en la práctica. La tendencia mayoritaria en Syriza
evitó dar una respuesta clara a lo que sucedería si los acreedores de
Grecia se negaban a negociar. Los que mantenían esta posición también
pensaban que nuestros socios europeos estarían obligados a aceptar la
legitimidad de Syriza y a aceptar las demandas del gobierno griego. Y
hemos podido ver claramente que este no es el caso. La tendencia
dominante dentro del liderazgo de Syriza tiene la ilusión de que es
posible cambiar las cosas, incluso dentro del marco de la Unión Europea
actual. Estas instituciones han mostrado su verdadero rostro, que es la
imposición de políticas neoliberales extremadamente duras y otras
políticas que conducen a la marginación económica y social de países
enteros (…) Hay un obstáculo real, no sólo una barrera psicológica, sino
también una barrera que tiene que ver con la estrategia política. Como
casi toda la izquierda radical europea, Syriza cree en la idea de que es
posible reformar y transformar las instituciones europeas existentes
desde dentro” (https://borrokagaraia.wordpress.com/2015/02/25/coyuntura-griega-tras-triunfo-de-syriza/) .
Como se ha señalado al principio,
debemos enmarcar el TTIP en el contexto general de la lucha de clases,
pero en una visión global de la lucha de clases, sin economicismos ni
visiones unilaterales. La lucha de los grandes corporaciones por
aumentar la tasa de beneficios está llevando a la humanidad a la ruina,
pero la solución no puede venir de la ilusión en creer que se puede
negociar de tú a tú con las instituciones del imperialismo o a pensar
que el imperialismo da legitimidad a los resultados electorales, bueno,
en realidad, los imperialista si respetan y legitiman los procesos
electorales cuando sus candidatos resultan ganadores. El imperialismo
no respeta ni sus propias normas de juego.
La lucha contra el TTIP, pero en general
contra el capitalismo en su fase imperialista, posibilita a la clase
obrera la creación de alianzas políticas con otros sectores de la
población oprimidos. Un gran frente popular antiimperialista, contra el
TTIP, contra la UE, la OTAN, las grandes corporaciones y las injerencias
norteamericanas es más posible y necesario que nunca, pero el caso
griego nos advierte que encabezando ese gran frente ha de estar la clase
obrera y que sus organizaciones políticas que hagan romper con la
ilusión ingenua de que es posible negociar con el imperialismo de igual a
igual. La unidad popular ha de ser hacia la ruptura de los marcos
establecidos por los imperialistas, en buena lógica tácticamente se
pueden definir muchos y diferentes escenarios de ruptura hasta incluso
renuncias temporales, siempre y cuando persigan la estrategia
rupturista.
Al respecto, debemos luchar contra toda
ilusión de restaurar un capitalismo ajeno a las doctrinas neoliberales,
ya sean bajo las propuestas socialdemócratas, keynesianistas o
neokeynesianas de izquierdas. Estas propuestas coinciden en señalar que
la crisis que vivimos es de falta de demanda, por tanto, estimulando
la demanda se solucionarían todos los problemas. Se idealiza el papel
del Estado, se niega la lucha de clases, pero sobre todo, se idealiza un
periodo histórico único del capitalismo en el que fueron posibles en el
Occidente capitalista cierta redistribución de las rentas y cierto
bienestar social obrero y popular, dependiendo del país. Ese periodo fue
único e irrepetible, hoy, el capitalismo no se puede entender sin las
recetas políticas neoliberales, el TTIP es buen ejemplo de esto que
estamos diciendo. El capitalismo si quiere sobrevivir tiene que ser
neoliberal, es decir, profundamente antidemocrático, destructor del
medio ambiente, opresor de los pueblos y de su soberanía, y más
agresivo que nunca contra la clase obrera que nunca.
También es necesario aprovechar las
contradicciones interimperialistas, en el caso griego, observamos como
Syriza, al principio, parecía querer explotar dichas contradicciones,
especialmente cuando se insinuó la posible compra de deuda griega por
parte de Rusia. Hoy por hoy, cualquier estrategia de ruptura y de
desconexión con las instituciones o con los acuerdos de los imperialista
ha de implicar la explotación de sus contradicciones, concretamente, ha
de implicar un acercamiento al bloque euroasiático ruso-chino, en
conjunto a los BRICS, así como al bloque progresista latinoamericano.
Acercamiento que no ha de estar exento de crítica y que por supuesto no
puede condicionar un camino propio desarrollo, al respecto queremos
hacer notar que a pesar de considerar tanto a China como a Rusia como
países imperialistas, no podemos de ninguna de las maneras asimilarlos
al imperialismo norteamericano o al de los Estados de la Unión Europea
caracterizados por su voracidad, injerencias, y sobre todo, agresividad y
violencia. Insistimos, estamos hablando de esta coyuntura, quizá en
otra, las formas agresivas corresponderían a otros actores, pero hoy
esas formas les corresponden a norteamericanos y europeos como hemos
podido observar en Libia, Mali, o actualmente en Ucrania, Siria, Irak o
Venezuela.
Hillary Clinton definió al TTIP como la
“OTAN económica”, debemos recordar que la OTAN se creó contra la URSS y
las democracias populares del este europeo bajo la locura anticomunista,
hoy, se trata de la locura neoliberal, de pura supervivencia del
capitalismo como medio de producción. En esa locura neoliberal, de
contradicciones interimperialistas hace falta disciplinar a los viejos
aliados de la “guerra fría” contra el peligro euroasiático.