Tras
casi tres meses de protesta en la plaza de Kíev (Maidán)
y después de doce años de no haber pisado esta entrañable tierra,
aterrizo en la capital de Ucrania el segundo día con tiros y muertos.
Desde Berlín escribí el artículo "Horizonte ucraniano" (link abajo);
ahora se trata de contemplarlo de cerca y en caliente.
Este es el resultado. |
Miércoles 19 – Ucrania ha cruzado el límite de la sangre, algo
que de por sí es una tragedia, porque desde la disolución de la URSS
este país había demostrado una rara capacidad de resolver con pactos y
consensos los pulsos y tensiones más agudos. 25 muertos, nueve de ellos
policías, según los informes preliminares contienen una clara
advertencia del potencial de violencia de esta enorme nación europea a
la deriva entre dos imperios. Pero estos muertos no son desenlace de
nada y más bien anuncian más muertos. Entre el aeropuerto y el centro la
policía detiene a los camiones por si traen armas, pero el tráfico de
coches es relativamente fluido. El taxista me pone a caldo a
Viktor Yanukovich, el presidente del país.
Todo sigue abierto, la plaza sigue ahí en pie de guerra. En sus
momentos más masivos ha congregado a unas 70.000 personas en esta ciudad
de cuatro millones de habitantes. Entre ellos hay una minoría de varios
miles, quizá cuatro o cinco mil, equipados con cascos, barras, escudos y
bates para enfrentarse a la policía. Y dentro de ese colectivo hay un
núcleo duro de quizás 1.000 o 1.500 personas puramente paramilitar,
dispuestos a morir y matar lo que representa otra categoría. Este
núcleo duro ha hecho uso de armas de fuego.
Las barricadas formadas con sacos llenos de nieve de diciembre se han
deshinchado tras el brusco descenso de las temperaturas registrado en
las últimas horas. Con la batalla de ayer, cuya responsabilidad imputa
cada bando al otro, el gobierno ha avanzado algunas posiciones en las
calles que conducen a las sedes del poder (Parlamento, Consejo de
ministros, ministerios, sede de la presidencia…) algunos edificios están
desastradas por la ocupación, o calcinados.
Fuera de la zona de los enfrentamientos la situación es de
normalidad, aunque el metro está cerrado y los accesos a la ciudad
sometidos a control para evitar la llegada de los autobuses con
ciudadanos, sobre todo del oeste del país, que quieren unirse a la
revuelta. En algunas carreteras se ha visto a centenares de esos
voluntarios caminando hacia Kíev después de que la policía los hiciera
bajar de los autobuses.
En ese contexto, los ministros europeos no vienen a mediar –son parte
en este conflicto- sino a presionar; Frank-Walter Steinmeier, Laurent
Fabius y Radoslav Sikorski (Alemania, Francia y Polonia), junto con la
errática jefa de la política exterior europea, Lady Ashton, le apretarán
los tornillos a Yanukovich, horas antes de que la UE examine su
insensata propuesta de sancionar a los dirigentes ucranianos que no
sirve más que para colocarlos contra las cuerdas y radicalizar sus
decisiones. Esta mezcla de revuelta popular y de intento euro-atlántico
de cambio de régimen a lo Milosevic, es una insensatez que juega con
fuego.
La jornada del martes en
Kíev fue una especie de 4
de octubre de 1993 moscovita. Aquel día Boris Yeltsin aplastó a su
oposición tras un golpe de estado presidencialista que dejó más de un
centenar de muertos, con el apoyo y aplauso de Occidente. Aquello fue
una tragedia y al mismo tiempo un desenlace: tras la masacre la
situación se estabilizó con el nacimiento del nuevo régimen autocrático
ruso, que hoy administra el denostado Vladimir Putin. El 18 de febrero
de Kíev con sus 25 muertos no promete estabilidad, sino todo lo
contrario: nuevas turbulencias y violencias. El motivo es la general
debilidad, tanto del poder como de la oposición.
El presidente Yanukovich está muy desprestigiado, sobre todo por el
deterioro socio-económico y la corrupción que vive el país. Desde ese
punto de vista no hay gran diferencia de fondo (sí de escala) entre el
EuroMaidan y el
15-M
o las huelgas generales griegas, de las que Bruselas abomina. Pero la
oposición también es débil. Sus líderes, con el protegido de Merkel y
boxeador
Vitali Klichkó en primer lugar, son unos
perfectos inútiles sin apenas control del movimiento popular, cuyo
sector “radical” es una mezcla de ultraderechistas, gente valerosa y,
probablemente, provocadores al servicio de poder y también del enigma.
No tienen más programa que el “que se vaya Yanukovich”, cuyo programa, a
su vez, es mantenerse en el poder. Más allá del más que comprensible
cabreo hacia el gobierno, ¿cuál es el programa social y económico?
Arseni Yatseniuk, otro de los líderes de la oposición es un hombre que
cree en las recetas del FMI, universalmente fallidas desde América
Latina hasta Europa y Rinat Ajmedov, el hombre más rico de Ucrania
(propietario del apartamento más caro de Londres: 155 millones de
euros), y otros magnates apoyan de una u otra forma, por acción u
omisión, “la justa lucha ciudadana”. Hay que recordar que esta
oposición ya estuvo en el poder, tras la “revolución naranja” del 2004 y
que las cosas cambiaron muy poco. La deriva de Ucrania es un panorama
de oligarcas y magnates al servicio de uno u otro imperio.
El país, como Rusia (y a otro nivel, la propia UE, por cierto), debe
encontrar una vía no oligárquica de desarrollo sostenible. Si no lo hace
hay un gran potencial de disgregación e incluso de guerra civil: este
es un país bicéfalo que contiene dos civilizaciones, con diferentes
religiones, identidades y lenguas. Ucrania necesita urgentemente una
mediación bienintencionada, pero sus vecinos imperiales, el Imperio del
Oeste, la UE, y el del Este, Rusia, son más problema que solución.
Al Oeste hay una torpe Alemania con ínfulas de liderazgo que está
estrenando apenas su soberanía exterior. Horas antes de que en Kíev se
escenificara la tragedia,
Merkel recibía en Berlín el
lunes a dos de los tres líderes de la oposición (el tercero es un
antisemita ultraderechista que no es presentable). En lugar de desplegar
un “soft power” benévolo y mediador, la UE baraja sanciones que solo
servirán para arrinconar más al gobierno ucraniano (el siguiente paso
nefasto sería amenazar con la siempre selectiva “justicia
internacional).
Al Este, una Rusia que también presiona fuertemente porque ve en
Ucrania una condición importante para su consolidación geopolítica, algo
que Washington quiere impedir como sea. Pero así como Moscú está de
acuerdo en solucionar el vínculo “comercial y económico” (lo que se
llama la “integración”) en un foro tripartito, con los europeos y
Ucrania (el gobierno de Kíev está por ello), Bruselas/Berlín no quieren
hablar del tema. Es decir, todas las fuerzas exteriores actúan aquí
negativamente, convirtiendo una situación difícil pero solucionable en
un barril de pólvora. En Kíev se necesita urgentemente un mediador.
Jueves 20 – ¿Representa el Maidán a toda la nación?. La
respuesta es no. ¿A toda la capital?, tampoco pero sí a una mayoría de
su población. Hay mucha gente harta de la violencia. La jornada de
tregua de hoy ha comenzado con disparos de ambos bandos que han dado
lugar a una carnicería con varias decenas de muertos. Francotiradores
han matado desde los tejados tanto a activistas de la oposición como a
policías. Se ha visto una veintena de cadáveres de civiles. Los informes
que se recogen al pie de las barricadas son confusos. A primera hora
gana la sensación de que el poder está al caer, porque los manifestantes
han avanzado las posiciones perdidas el miércoles, pero la jornada
concluye con la sospecha de que una acción de fuerza de ese mismo poder
tambaleante podría ser inminente. Entre una y otra percepción, varias
docenas de muertos entre primera hora de la mañana y el mediodía. No hay
mejor ilustración de la volatilidad de la situación y del polvorín en
el que se ha convertido esta revuelta bendecida desde Occidente.
Converso con cuatro personajes de este drama en la esquina de la
calle Institutska con Shokóvichna. Conforme me he ido acercando al
epicentro de la batalla, disminuye el número de gente por la calle. A
apenas diez minutos de aquí, el pulso de la ciudad fluye con completa
normalidad, tráfico, comercios, peatones… Un detalle, los guardias de
tráfico llevan fusil, por primera vez. Algo más abajo, varios miles de
personas mantienen el frente en la plaza (
Maidán).
Maidán
no es palabra eslava, sino turca. Recuerda que tres imperios se
disputaron esta tierra históricamente; austro-húngaros, rusos y
otomanos. Hoy el juego es entre dos, rusos y euro-atlánticos.
Desde que se cruzó la frontera de la sangre, hay mucha gente harta
del desorden y harta del presidente, unos por considerarlo un
calzonazos que no ha puesto orden, otros por considerarlo encarnación de
todo lo que se ha deteriorado en el país en los últimos años, la
corrupción, el nepotismo, sus negocios familiares, toda una manera de
funcionar. Pero por antipático que sea, este presidente no es Mobutu:
fue elegido en 2010 en unas elecciones limpias (según la OSCE) cuyo
mandato concluye antes de un año. ¿Vale la pena toda esta sangre y la
tragedia que contiene, por echar a Yanukovich un año antes? Los líderes
de la oposición, sostenidos por Estados Unidos y la UE, creen que sí.
Moscú, que sostiene y al mismo tiempo maltrata a sus socios ucranianos y
no confía en Yanukovich porque le chantajeó con una venta a Occidente,
apuesta por el no. Respecto al Maidán, parece un objeto incontrolado en
el que los más brutos mandan cada vez más sin que los líderes de la
oposición puedan imponerse.
Marina, funcionaria de uno de los museos del barrio gubernamental es
muy crítica con Yanukovich, pero aún más con la violencia. “Es una
cuestión de principio, cuando se empieza a matar, se acaban las
razones”, dice. Tatiana, que tiembla tanto por el frío como por la
tensión quiere que la autoridad corte de una vez con esta anarquía. Su
marido es policía, dice que han disparado contra ellos y que ya no se
puede aguantar, aunque hay muchos más civiles que uniformados muertos.
Slava, joven historiador votante de “Svoboda” un partido nacionalista
con conexiones ultraderechistas, dice que todo se solucionaría si
Yanukovich se fuera y se convocaran elecciones anticipadas. Dice que no
existe el peligro de que las regiones del Este y del Sur del país no
aceptaran un nuevo poder y se abriera un proceso degenerativo para la
integridad de este país bicéfalo, con identidades, religiones y lenguas
diversas. Es el más optimista de los que encuentro y, desde luego, el
más representativo, de la opinión de la buena gente que hay en la plaza.
En el país hay adversarios y partidarios del Maidán, la diferencia es que los segundos demuestran una “
pasionarnost”
(una pasión y una febril voluntad para realizarla) de la que los
primeros carecen por completo. La gran mayoría de Ucrania que no quiere
esto no se moviliza y contempla la situación desde la barrera. Las
manifestaciones de apoyo al presidente que se han visto son asuntos de
empresa organizados y subvencionados, una figura familiar y bien
conocida en la ex URSS: Protestas sin alma.
Una conversación agradable y plural, la que mantengo con Tatiana,
Marina, Slava y Viktor, éste último un veterano, si no fuera por su
contexto. Bajo ruido de ráfagas de fuego real y junto a una barricada
con camiones “Kamaz” completamente calcinados que han quedado fuera de
la zona de combate. Detrás nuestro un Mercedes nuevo de trinca
incendiado y más allá un grupo de ambulancias esperando intervenir en
las muchas emergencias del día. Un agente de los cuerpos especiales
explica que les han ametrallado desde la protesta. “Han matado a
cincuenta de los nuestros”, dice, algo completamente exagerado pero que
ilustra las ganas de la policía por cargar de una vez. El enfermero de
la ambulancia confirma haber retirado a un herido de bala en la zona,
pero no era policía, sino civil.
En Maidán y sus alrededores el adoquinado ha sido arrancado para
aprovisionarse de proyectiles. Debajo aparece la tierra y el barro. En
el vecino monasterio Mijailovski hay una especie de cuartel general que
incluye una iglesia, la de San Juan Bautista, que ejerce de hospital de
campaña. Un médico que sale a fumar explica que practican operaciones.
Son las cuatro de la tarde y dice que le han traído diez heridos de
bala, pero ningún muerto. Algunos heridos, cuya condición no es crítica,
prefieren no ir a hospitales por miedo a que los fichen o cosas
peores. Después de casi tres meses de protesta, que desde el 19 de
enero es muy violenta en respuesta a la también violenta carga policial
de aquel día, el verdadero milagro es que no haya habido mucha más
sangre.
A las cinco de la tarde me repongo en una cafetería, ya fuera de la
“zona cero”. La camarera me dice que van a cerrar excepcionalmente.
Esperan medidas de fuerza para esta noche. Le pregunto qué le parece la
situación y me dice que “no se puede disparar contra la policía”. “La
gente está harta de todo esto”, dice. El gran peligro es la general
debilidad. También las soluciones de fuerza se pueden volver contra el
gobierno. Este país es sustancia inflamable. La jornada que comienza con
la idea de que cae el gobierno, se cierra con la sospecha de una
inminente acción de fuerza.
-
Recapitulo: En el
día de la tregua y del duelo por los muertos del martes, con las
banderas a media asta en luto por las víctimas de las violencias de la
víspera, es cuando más muertos se han registrado. Y cada vez hay más
armas. La jornada empezó sobre las nueve de la mañana con una agresiva
ofensiva de los grupos paramilitares de la plaza que rompió todo
propósito de paz. “Los hemos echado hacia allá”, explicaba a medio día
un activista de esa escena armado de casco y barra de hierro. Es verdad,
los echaron, los arrollaron recuperando algunas de las posiciones y
edificios perdidos en la jornada anterior. Por el camino tomaron más de
sesenta policías “prisioneros”. La situación se hizo tan tensa que la
sede del parlamento fue evacuada. Parecía que Maidán iba a tomar el
poder. Entonces aparecieron los francotiradores.
El ministerio del Interior fue el primero en denunciar el hecho,
diciendo que tiraban contra los policías. La oposición dijo que los
baleados fueron ellos y un diario local ofreció un informe detallado
cuya tesis era que los tiradores eran una docena de miembros de una
unidad de élite con domicilio en la sede del consejo de ministros. El
informe es una noticia en sí mismo, tanto si es cierta como si es una
intoxicación, una “utka” como dicen aquí, que proviene de la cocina de
los servicios secretos. Hay motivos para dudar de todo lo que se
publica, y hay que observar los resultados: estamos sobre los 67
muertos, según cifras oficiales, entre ellos 13 policías desde el
martes.
La policía, ahora sí, está recibiendo armas de combate. Hay muchos
heridos de bala y los hospitales están llenos, dice la defensora del
pueblo, Valeria Lutkovskaya. En trenes y vehículos se han confiscado
alijos con destino a Kíev. Todos se acusan de todo. En círculos próximos
al gobierno se constata que la plaza no quiere acuerdos, solo que se
vaya el Presidente. En la plaza se acusa al Presidente, e incluso a
Rusia, de estar detrás de los francotiradores. La plaza es un sujeto
autónomo y sin aparentes problemas de dinero, se dice sugiriendo una
fluida financiación, pero en el campo del gobierno hay brechas,
diputados que se van del partido del presidente, y deserciones tan
significativas como la del alcalde de Kíev. El poder está en el suelo y
parece tan fácil tomarlo que nadie parece preguntarse por el siguiente
paso: qué pasará después. Después de un hipotético cambio de gobierno, o
después de un “restablecimiento del orden”.
Los tres ministros de la UE, Fabius, Steinmeier y Sikorski han
mantenido consultas con el Presidente Yanukovich. Lo que debía durar
hora y media, duró cinco horas e incluyó contactos con la oposición. Los
ministros llegaron con una amenaza de sanciones en su cartera y se
encontraron con decenas de muertos y con que el Presidente iba a
declarar el estado de excepción. La reunión evolucionó en una dirección
más constructiva. Una “hoja de ruta para salir de la crisis”, señalan
fuentes diplomáticas occidentales. En el aire una propuesta de
elecciones anticipadas este año que Yanukovich acepta, se dice. No todos
están contentos con tal “concesión”. “Soy pesimista” (en el sentido de
que Yanukovich no sea destronado para siempre jamás), nos dice el
influyente eurodiputado alemán Elmar Broch, un halcón de la CDU de
Merkel.
La UE no tiene plan ni programa. Lo único que ha hecho hasta el día
de hoy ha sido pasear a más de veinte de sus políticos por el Maidán en
solidaridad con una protesta que en cualquiera de sus países habría
dado lugar a un estado de excepción “antiterrorista” de tomo y lomo hace
muchas semanas. Desde que en 2008 se ideó el esquema para arrebatarle a
Moscú nuevas influencias en la región, la UE actúa en el Este como un
imperio. El acuerdo de integración ofrecido es, manifiestamente, una
antesala para el ingreso del país en la OTAN. La UE actúa como un
imperio ineficaz y torpe. Su credibilidad mediadora vale poco. Carl
Bild, el ministro sueco neocón que está en el origen del plan de
“integración” y que dice que el presidente ucraniano es el único
responsable de todo lo que ha pasado aquí, fue acusado ayer por un
conocido intelectual progubernamental de “tener las manos manchadas de
sangre ucraniana”. Moscú, que ha enviado a uno de sus diplomáticos más
capaces, el defensor del pueblo Vladimir Lukín, tampoco tiene
credibilidad. No se trata tanto de Rusia (aunque en el Oeste de Ucrania
también se trata de eso por claras razones históricas), sino de su
régimen, del carácter siempre “sumergido” y elitario de las relaciones
que el Kremlin mantiene con los políticos ucranianos. Hace falta una
figura independiente y con autoridad que reúna a todas las partes y
detenga esta peligrosa espiral de violencia.
Una diplomacia desmarcada del “o todo, o nada” (la practicada hasta
ahora con enorme torpeza e irresponsabilidad por el eje
Bruselas/Berlín/Varsovia, sobre un agresivo guión más americano que
europeo) y que integrara a Rusia, contribuiría a disminuir muchas
tensiones. Ucrania es un país clave para Rusia, en gran parte forma
parte de la Rusia histórica, que nació en Kíev en el siglo IX, y el
intento de hacerla elegir entre uno y otro imperio contiene serios
riesgos de violencia y desintegración territorial, por la sencilla razón
de que la mayoría de los ucranianos se sienten vinculados a Rusia, algo
que está mucho más allá de la política. Ignorar ese dato es criminal.
Mientras en Moscú hay plena conciencia de ese factor, en Bruselas y
Berlín se prefiere jugar a la ruleta rusa con el espectro de una nueva
Yugoslavia.
Viernes 21 – El poder se descompone en Ucrania, donde se está
incubando desde hace semanas el conflicto Este/Oeste más grave y
peligroso desde el fin de la guerra fría. La Unión Europea ha forzado
un frágil acuerdo nacional que supone la capitulación del Presidente
Yanukovich, que en noviembre se negó a firmar un acuerdo de integración
en la órbita de Berlín y Bruselas. Esta capitulación tiene como única
virtud la de que, por lo menos, dibuja un respiro en la trágica espiral
de violencia de los últimos días: Por primera vez desde el martes, hoy
no ha habido muertos en Kiev.
Arbitrado por los tres ministros de exteriores de Alemania, Francia y
Polonia, el acuerdo contempla el regreso a la constitución de 2004,
medida que el Parlamento aprobó inmediatamente casi por unanimidad y que
significa una importante reducción de los poderes del presidente, así
como el compromiso de formar en un plazo de diez días un “gobierno de
unidad nacional” en el que dominarán las fuerzas pro-occidentales. Para
antes de septiembre se completará una reforma constitucional y no más
tarde de diciembre deberán celebrarse elecciones presidenciales.
El Presidente, que contaba con el apoyo de Moscú, y sus adversarios,
los tres líderes de la oposición apadrinados por la Unión Europea y
Estados Unidos, apelan a acabar con la violencia, exigen una “entrega de
armas” en 24 horas y se comprometen a investigar las violencias de los
últimos días en los que han muerto unas setenta personas, incluidos
trece policías. Una amnistía entrará en vigor, pero solo hasta hechos
anteriores a esas muertes. No habrá estado de excepción.
Paralelamente, en una serie de votaciones meteóricas, el Parlamento
destituyó al ministro del interior, Vitali Zajarchenko, “por violación
de la Constitución con el resultado de muerte de personas”.
El acuerdo no ha sido rubricado por el diplomático enviado por Moscú,
Vladimir Lukín,
un especialista en firmar derrotas. En 1996 Lukín participó en la firma
de la paz de Jasavyurt, que puso fin a la primera guerra chechena con
un acuerdo que humilló a Rusia y abrió la puerta a la segunda guerra en
el Cáucaso del Norte. Lukín hizo ayer una declaración errática,
calificando el acuerdo ucraniano de “incompleto pero útil”. En realidad
es una derrota de la pésima política de Moscú en esta jugada que afecta a
su entorno geopolítico más delicado y vital.
La capitulación de Yanukovich, que ayer parecía preparar un más que
incierto estado de excepción, ha sido resultado de la doble pinza entre
la calle y las potencias occidentales. Amenazado con sanciones por los
ministros europeos, el presidente pudo recibir ciertas garantías de que
no se le aplicará la habitual segunda vuelta de tuerca contra los
adversarios de Occidente más reticentes: la persecución penal a cargo de
los selectivos “tribunales internacionales”.
La intervención, el jueves, de misteriosos francotiradores que
tirotearon a la gente en el centro de la ciudad, uno de los habituales
capítulos de la serie negra que suele acompañar este tipo de crisis
extremas, es una espada de Damocles para Yanukovich. En Rumanía aún se
discute quienes eran y por encargo de quien actuaban los francotiradores
que hace más de veinte años mataron a la gente en Bucarest durante el
derrocamiento de Nicolae Ceaucescu. Algo parecido pasa en Moscú a
propósito de los tiroteos de manifestantes durante el golpe de Estado de
Boris Yeltsin de octubre de 1993. En Kíev ese mismo misterio se
pretende haber resuelto en pocas horas y hasta se presentan fotos y
grabaciones. Habrá que ver…
Ucrania, un país que, a diferencia de vecinos como Bielorrusia y
Rusia, se caracterizaba por su capacidad de consenso y equilibrio, y por
haber evitado siempre la violencia, ha entrado en una nueva etapa. El
acuerdo de ayer no es punto final. Su fragilidad estriba en que por un
lado las autoridades, “han perdido el control del país”, en palabras del
ex vice jefe de la seguridad del Estado, Aleksandr Skipalki, y que por
el otro los líderes de la oposición han perdido el control de la
revuelta popular. Cuando esos líderes anunciaron ayer tarde el acuerdo
en la plaza central de Kiev, fueron silbados y abucheados y con suerte
tienen detrás suyo a la tercera parte de la población de Ucrania.
Miembros del grupo fascistoide “Pravy Sektor” irrumpieron en el
escenario cuando esos líderes explicaron el acuerdo alcanzado. La plaza
pide la destitución inmediata del Presidente y su castigo. “No es por
venganza, sino por justicia”, nos dijo un activista en la plaza. Muchos
creen que el acuerdo es una traición a los muertos de los últimos días.
En cualquier caso, el cambio de figuras ya ha comenzado.
Es la hora de gente como la ex primera ministra,
Yulia Timoshenko,
encarcelada por corrupción, millonaria y líder del partido que más
apoyos encuentra en Washington y en Europa. El parlamento abrió ayer la
puerta de su celda por el procedimiento de anular los artículos que
contemplan su delito. Ahora solo falta una decisión judicial para
sacarla de la cárcel, explicó su abogado, Sergei Vlasenko.
Otra figura en alza es la del magnate
Piotr Paroshenko,
el quinto hombre más rico de Ucrania. Paroshenko patrocinó la
“revolución naranja” que llevó al poder a Timoshenko, fue ministro de
exteriores en 2009 y abogó por un ingreso de Ucrania en la OTAN “en uno o
dos años”. “Con voluntad política, es posible”, dice. Propietario del
quinto canal de televisión, uno de los muchos medios de descarada
propaganda en sintonía con el Imperio del Oeste (ofrece informativos
preparados por
La Voz de América, mientras la televisión rusa
–muy vista en el Este y el Sur hace lo mismo pero con signo contrario),
Paroshenko mantuvo conversaciones el pasado enero con el estado mayor
euroatlántico en la Conferencia de Seguridad de Munich, máximo cónclave
anual del complejo político-militar occidental.
En varias regiones las guarniciones militares han llegado a acuerdos
con la población local para que ésta impida cualquier movimiento de
tropas bloqueando trenes, como pasó en ayer en Dniepropetrovsk. El
aparato de Estado está descompuesto. Hay sedes del gobierno ocupadas y
asaltadas en Jmelnitski, Uzhgorod, Ternopol, Ivano-frankovsk y Lvov. Se
han asaltado depósitos de armas y unidades policiales se han pasado al
bando de enfrente. Policías de Lvov llegaron ayer tarde de por libre a
la plaza de Kíev. El pacto de ayer ha sido un bendito respiro para
detener la masacre, pero el futuro inmediato es una incógnita. Respecto a
su contexto más amplio, es inequívoco: aquí se está incubando el
conflicto europeo más grave y peligroso desde el fin de la guerra fría.
Confundirlo con una película de Hollywood de buenos y malos es perder de
vista lo esencial.
- La victoria del Narod.
Maidán
huele el principio de la capitulación de su adversario. Hoy ha hecho
sol en Kíev. En la plaza la jornada olía al principio de la capitulación
del adversario: el gobierno y su presidente. El sujeto de Maidán es el
pueblo,
narod en ucraniano. En ruso
pueblo también se dice
narod,
pero el término contiene caracteres y rasgos de una cultura política
indudablemente emparentada pero muy diferente de la rusa. No hay
contradicción. Ocurre en las familias, donde hermanos físicamente
parecidos pueden presentar caracteres muy diferentes. “Parece mentira
que sean hermanos”, se dice.
Mientras los héroes de la historia secular rusa son zares, generales y
políticos, gente de Estado e Imperio, como Pedro el Grande, Catalina II
o el general Kutúzov, en Ucrania aparecen personajes de una épica
completamente diferente; atamanes cosacos, hombres libres “republicanos”
cargados de ideales y actitudes libertarias, vinculados a la lucha por
una vida libre en proto-estados y territorios de los límites de una
estepa infinita (Ucrania significa, precisamente, algo así como “en el
límite”, “junto a la frontera”) y en quijotesca lucha contra adversarios
mucho más poderosos. Figuras como el Cosaco Mamai, que luchó contra la
Orda de Oro en el siglo XIV, Bogdan Jmelnitski, caudillo enfrentado
sucesivamente a turcos, polacos y rusos.
En la Galería Tetriakov de Moscú hay un cuadro del gran pintor ruso
Iliá Repin, “Los cosacos de Zaporozhia escriben al Sultán”, se titula,
que expresa ese desafío libertario al poder instituido, lleno de
desparpajo y fraternidad. No es historia, es presente. En Maidán, en
medio de esa enorme expresión de autoorganización y autonomía social,
se ven carteles con la figura del Cosaco Mamai, retratos de Jmelnitski y
hasta un grupo de tipos rapados al cero y con coletas ataviados al uso
cosaco del siglo XVII que son el vivo retrato de los personajes del
cuadro de Repin.
Hoy es el día del merecido homenaje a este
narod, a todo él
con sus diversos rostros, actitudes y posiciones políticas; la
estudiante ingenua, el ama de casa madura, el paramilitar de extrema
derecha, el señor normal y corriente del montón harto de un sistema
degradado e injusto. Ha hablado con decenas de ellos. ¿Cómo resumir sus
opiniones, sus historias personales, sus esperanzas? Si hubiera que
establecer algún denominador común, sin duda sería el de cierto sentido
de la dignidad.
Durante tres meses, decenas de miles de ciudadanos han dicho “basta” y
han aguantado el tipo aquí, demostrando una voluntad y un tesón
ejemplar. Los brutos de diversa ideología, con predominio del
nacionalismo ultra, que aportan el músculo a la revuelta popular no son
particularmente simpáticos, pero sin ellos el Maidán, simplemente, no
habría sido posible, porque habría sido barrida por la policía en diez
minutos. Estos grupos han ejercido una tremenda e ilegal violencia
(entre los 70 muertos de los últimos días hay 13 policías, dato central
que no puede perderse de vista), que en cualquier país europeo habría
sido inmediatamente declarada “terrorista” y aplastada. Europa y América
han bendecido, financiado y teledirigido todo esto, que no comenzó el
pasado noviembre, sino hace más de veinte años con la disolución de la
URSS. Desde entonces Estados Unidos se ha gastado en Ucrania más de
5.000 millones de dólares en promover el “cambio de régimen” vía
organizaciones no gubernamentales, medios de comunicación y compras de
lealtades, explicó hace poco la vicesecretaria de Estado de EE.UU.
Victoria Nuland.
Todo eso, que es fundamental para comprender lo que pasa aquí, apenas cambia la esencia del impulso ético de este
narod contra
la corrupción, la injusticia y la oligarquía, perfectamente equiparable
a la de los movimientos sociales del resto de la Europa en crisis. Este
narod, sus brigadas de choque, han disparado, matado e
incendiado. Tal es la legitimidad de las revueltas y revoluciones
populares. Nadie está vacunado contra esto en el resto de Europa. La
violencia no es una figura del pasado, es la fiebre de las luchas de la
historia.
Ucrania no está saliendo de una crisis, está entrando en ella. El
resultado de esta mezcla de revuelta popular y golpe de Estado es
incierto y dibuja enormes peligros. Al final, como ya sucedió en la
última “revolución naranja” de 2004, todo puede acabar en un mero cambio
de figuras oligárquicas; las que se orientan a Moscú son relevadas por
las que lo hacen hacia la OTAN.
“En cualquier caso, los oligarcas que tomen el relevo, tendrán que temer al
narod,
replica Olga una jurista con casco de sanitario, la única oriunda de
Kíev de todo un corro de defensores de la plaza dominado por “Galichany”
de Ucrania Occidental. Suena bien, pero si la próxima vez el
narod se
levanta y en lugar de padrinos exteriores tiene adversarios en Europa y
en la OTAN, será aplastado en nombre de la “defensa de la
democracia”. Ocurrió en Moscú en octubre de 1993, con más de un centenar
de muertos.
Sábado 22- Asoma el cisma de Ucrania. Kíev destituye al
Presidente con el que se acababa de pactar bajo presión europea, cambia
la Constitución y convoca elecciones. El Presidente habla de “golpe de
estado nazi” desde el Este del país, donde se reúne un congreso
alternativo de adversarios del cambio. “Me han presionado, pero no
pienso dimitir”, dice Yanukovich. En el país asoma el fantasma de un
doble poder con diversos centros y legitimidades enfrentadas que todos
dicen querer evitar.
En Járkov, la segunda ciudad de Ucrania, en el Este, 3.477 diputados
de todos los niveles de la Ucrania más rusófila han declarado ilegítimas
las decisiones de Kíev, adoptadas, dicen, “en condiciones de terror,
amenazas, violencia y muerte”. El espíritu conciliador del acuerdo de
capitulación de Yanukovich, firmado el viernes por gobierno y
oposición, y garantizado por la Unión Europea -pero no por Rusia que
eludió firmarlo- se ha convertido en papel mojado en menos de 24 horas.
La asamblea de diputados de Jarkov ha llamado a los ciudadanos a que
se organicen para resistir al cambio de régimen de Kíev y “cooperen con
las fuerzas del orden locales”. A la reunión de Jarkov asistieron
observadores de la Duma de Rusia así como varios gobernadores de
regiones rusas limítrofes, que se mostraron discretos y contenidos.
Varios observadores consultados en Kíev y Moscú no excluyen en absoluto
que esta situación se pudra y degenere en violencias.
Tanto la sesión de Kíev como la de Jarkov, comenzaron con
declaraciones de ambos bandos alertando contra la división del país, una
figura familiar y dramática en la historia de Ucrania, cuyas guerras
civiles siempre tuvieron diversas capitales enfrentadas. Todos parecen
ser conscientes de la peligrosidad de la situación y de lo que está en
juego: la integridad territorial del país. Tanto en Moscú como en
Washington los “expertos” hacen quiméricas quinielas con propuestas de
“federalización” de Ucrania, que separen a quienes quieren vivir mirando
hacia el Este de los que prefieren mirar al Oeste, sin que se sepa muy
bien por donde debería discurrir la línea geográfica divisoria. Tanto en
el Este de Ucrania como en el Oeste, hay importantes minorías de
partidarios y adversarios del cambio efectuado. Esas minorías se
activarían inmediatamente en caso de “federalización”. Estoy pensando en
los tártaros de Crimea (furibundos adversarios de Rusia) en el Este, o
en los rutenos que forman parte de la Galitzia, en el Este, pero hay
muchos más.
En Kíev las brigadas paramilitares de la revuelta, con un gran
componente de partidos de extrema derecha, han tomado el control del
barrio gubernamental donde se encuentran las sedes del parlamento, del
gobierno y de la presidencia. Los policías han desaparecido por completo
del centro de la ciudad, donde por segundo día consecutivo no se ha
derramado sangre, aunque sí hubo intentos de linchamiento de diputados
adversarios. El presidente Yanukovich ha huido de Kíev.
En manos de la oposición y en ausencia de muchos diputados del
antiguo partido gubernamental, el parlamento cambió sus fichas después
de cambiar de constitución; nombró como presidente de la cámara a
Aleksandr Túrchikov, mano derecha de la ex primera ministra Yulia Timoshenko, y como nuevo ministro del Interior a
Arsen Avakov,
también miembro del partido de Timoshenko, Batkivshina. A continuación
se aprobaron en batería la destitución de Yanukovich (“autodestituido
por sus formas anticonstitucionales”, se dice), la convocatoria de
elecciones para el 25 de mayo y la puesta en libertad de Timoshenko, que
salió del hospital penitenciario de Jarkov en silla de ruedas por la
tarde y llegó a Kíeven avión privado a las 19,30.
Apoyada por Estados Unidos y la Unión Europea, Timoshenko fue
encarcelada por corrupción en agosto de 2011 y condenada a siete años de
cárcel, después de perder unas elecciones limpias contra Yanukovich en
el conjunto del país, pero ganarlas en Kíev y muchas regiones del centro
y Oeste del país.
Insisto: El movimiento que acaba de tomar el poder representa solo a
una parte del país. Faltaba solo un año para que Yanukovich concluyera
su mandato, pero la degradación económica del país, el escandaloso
exceso de corrupción y nepotismo, el inesperado y mal explicado rechazo
de un económicamente catastrófico acuerdo de integración con la Unión
Europea y el decidido apoyo político internacional de Berlín, Washington
y Bruselas, que vieron en la coyuntura una posibilidad de cambio de
régimen para instalar en Kíev un gobierno a su medida, azuzaron el
movimiento popular de noviembre, que se fue radicalizando y haciendo
cada vez más violento conforme el poder titubeaba entre la represión y
las concesiones, ofreciendo una desastrosa imagen de debilidad. El
episodio de los francotiradores ha sido decisivo.
La violencia de esta semana, iniciada pocas horas después de que la
canciller Angela Merkel recibiera en Berlín a los líderes de la
oposición, reiteradamente bendecidos por el
establishment
político-militar euroatlántico al completo en la reciente Conferencia de
Seguridad de Munich, supone una trágica frontera para Ucrania, donde el
consenso siempre había hasta ahora superado sin sangre todas las
desavenencias políticas de este país de civilización bicéfala y obligado
por su propia identidad a mantener complicados equilibrios entre Rusia y
Occidente. Que este cuadro, con la inquietante perspectiva que
contiene, fuera definido hoy como “momento histórico” y “situación
fluida” por el alemán Martin Schulz, presidente del Parlamento Europeo,
dice mucho sobre la actual política europea.
Yulia Timoshenko, que ya anuncia su candidatura a las presidenciales
convocadas para mayo, pronunció su primer discurso en libertad al filo
de las nueve y media de la noche ante varias decenas de miles de
personas en la gran plaza de Kiev. “Nuestros héroes no han muerto”, dijo
sentada en una silla de ruedas y anunciando que se levantará un
monumento a su memoria. “Lloré y recé por vosotros”, dijo en un tono
apasionado, pero no suscitó el menor entusiasmo en la masa. Consciente
de que el movimiento se niega a abandonar la plaza, dijo, “no abandonéis
éste lugar, vosotros sois la garantía de que se cumpla lo acordado”.
“Con vuestro valor, sangre y heroísmo, os habéis ganado el derecho a
gobernar Ucrania”, añadió.
La ex primera ministro prometió que se castigará a los responsables
de las violencias “con todo el rigor de la ley y en un juicio severo”.
“Por otro lado”, añadió, “no podemos vivir con odio y agresividad en el
corazón. Necesitamos curar las heridas y encontrar el coraje, el amor y
la responsabilidad para restablecer el país y devolver a la gente la paz
y la tranquilidad”.
-Judíos asustados.
El festival de grupos de extrema derecha violentos de la plaza asusta a
la comunidad judía de Kíev. Moshe Reuven Azman, uno de los rabinos de
Ucrania, ha aconsejado a la comunidad judía local a abandonar la capital
e incluso el país. “No quiero tentar al destino”. Citado por la prensa
de Israel. Desde Berlín me dicen que los medios germanos han pasado
sobre este informe con gran discreción. Sin relacionarlo con nada.
Ucrania fue uno de los principales escenarios del escenario del
holocausto hitleriano.
- ¿Por qué Rusia pierde siempre?. La batalla por Ucrania viene
de lejos. En su último capítulo histórico comenzó en el mismo momento
en el que se disolvió la URSS, en 1991. Más de dos décadas después,
aquellas fracturas tectónicas aún se están asentando. En ese periodo, en
el espacio potsoviético ha habido guerras, convulsiones y revoluciones
coloreadas en las que, en mayor o menor medida, se han vivido pulsos
entre Occidente y Rusia. En el Báltico, en Asia Central y en
Transcaucasia, Moscú ha ido perdiendo posiciones, una tras otra. Sus
“victorias”, en Abjazia y Osetia del Sur, por ejemplo, han sido
defensivas. Preservar algunos jirones ¿Por qué pierde siempre Rusia?
La pregunta es pertinente ahora, cuando lo que se dibuja en el
firmamento es una derrota que marca una línea roja decisiva e
inadmisible para Moscú: correr la frontera de la OTAN hasta territorio
ruso.
Más allá del propósito general de echar al adversario de sus patios y
ampliar su propio corral, la política occidental no tiene calidad ni
visión. Hay en ella mucha chapuza y aún más irresponsabilidad, pero
entonces, ¿por qué gana? No es la agresividad occidental, sino la
debilidad rusa la que explica la situación. Y la clave de esa debilidad
reside en el propio sistema ruso de poder.
Mantener unas buenas relaciones con las ex repúblicas de la URSS era,
y es, la gran prioridad de Moscú pero no funciona. Con algunas no es
fácil por “razones históricas”, podría decirse -el caso de las
repúblicas bálticas. Con otras se podrían mencionar “diferencias
culturales”, el caso de los países de Asia Central, pero ¿cómo explicar
los continuos malentendidos y recelos del Kremlin con bielorrusos y
ucranianos? El poder autocrático ruso, el
samovlastie, aunque sea
mucho más suave que el de los zares o el de la URSS, es incapaz de
desarrollar relaciones de confianza incluso con aquellos de sus vecinos
más directamente emparentados con quienes comparte historia, cultura y
destino común. El caso de Ucrania es ejemplar.
La gran mayoría de los ucranianos se sienten próximos a Rusia por ese
parentesco, pero el poder ruso no interactúa con las sociedades sino
con grupos locales elitarios. Moscú no ofrece un modelo amable y
atractivo a sus hermanos. El Kremlin no reconoce la autonomía social y
ni siquiera la entiende. Sin eso no hay acción social ni intervención
política posible en una sociedad moderna. Los interlocutores de Rusia en
Ucrania son un puñado de magnates. Sus partidos, el “Partido de las
Regiones” de Yanukovich, por ejemplo, son infraestructuras artificiales
sin alma construidas desde arriba. Los anhelos e intereses de la clara
mayoría de la sociedad ucraniana vinculada hacia Rusia y que tiende
hacia ella, apenas aparecen en el radar del Kremlin. Eso explica que esa
mayoría pueda ser ninguneada y arrollada tan fácilmente por una minoría
cargada de “
pasionarnost” y mucho más organizada que tiene sus bastiones en el Oeste del país.
También en el bando ucraniano más nacionalista y pro Otan hay
magnates corruptos, pero a diferencia del Kremlin, esos magnates y los
padrinos euroatlánticos que los sostienen interactúan con la sociedad.
Su propaganda y su acción política es mucho más dinámica y eficaz. Y
venden un “sueño europeo”. ¿Cuál es el sueño del Kremlin? Sin reconocer y
entender la autonomía social, Moscú está condenado a perder siempre.
Esa es la gran debilidad del poder ruso y actúa también de puertas
adentro. Cuidado con Rusia porque comienza a lanzar señales de Maidán.
Algún día habrá una revuelta social en Rusia en la que la ciudadanía
exigirá otro tipo de relaciones, otro tipo de sistema socio-económico y
otro tipo de poder, y el Kremlin no sabrá qué hacer porque no entenderá
nada: un poder ciego y anticuado, casi patrimonial en sus relaciones
internas, no sabrá cómo reaccionar. Solo la sociedad rusa puede cambiar
eso. Esperemos que pacíficamente.
Domingo 23- En la Laura de Kíev. El movimiento de la Plaza de
la Independencia de Kíev, el Maidán, tiene un gran apoyo popular en la
capital ucraniana de cuatro millones de habitantes. La gente de la plaza
y diversos expertos dicen que el movimiento cuenta con un apoyo de
hasta el 70% en la ciudad. Lejos de la plaza la temperatura de ese apoyo
baja manifiestamente en el termómetro popular. Frente a las opiniones
del Maidán, las de la gente que circula este domingo por la Laura de
Kíev, uno de los lugares santos de la religión ortodoxa, son mucho más
matizadas. Tampoco representan al conjunto de la ciudad, de la misma
forma en que Kíev no representa al conjunto de Ucrania, pero dan una
idea de una realidad mucho más compleja, matizada y diversa de lo que se
sugiere. Declarado patrimonio de la Humanidad por la Unesco, el
monasterio se adscribe al Patriarcado de Moscú. Es muy significativo que
incluso aquí se recojan opiniones favorables al movimiento, aunque no
sean mayoritarias.
Todo empezó en este lugar, sobre este meandro del Dniepr, en el siglo
IX. La Rus de Kíev fue el primer estado ruso, patrimonio común de
rusos, bielorrusos y ucranianos. Históricamente Rusia comenzó en
Ucrania. Abordamos a la gente; opinión sobre el Maidán,
responsabilidades por la sangre derramada y expectativas:
(Igor, unos 45 años. No declara profesión)
“Estoy en contra del Maidán pero (el presidente) Yanukovich ha sido
el responsable de permitir que la situación llegara a estos extremos.
Detrás de todo esto están los magnates. Hay que unir a todos los eslavos
porque de lo contrario se derramará aún más sangre y los resultados
serán nefastos. Rusos, bielorrusos y ucranianos somos pueblos hermanos y
eso está muy por encima de la política. No se trata de Putin y
Lukashenko, se trata del pueblo, de todo lo que nos une por los siglos.
“Me asombra la actitud de los políticos occidentales. Apoyaron a gente
criminal como (el presidente georgiano) Shakashvili que bombardeó con
sistemas de artillería en salvas a la población civil de Tsjinvali
(Osetia del Sur) sin decir ni pío. Con Timoshenko no cambiará nada, es
la peor posibilidad, los magnates de siempre vuelven a repartirse el
poder. El pueblo no tendrá nada qué ver. Se cambia unos magnates por
otros. Estoy por el renacimiento nacional de Ucrania y por su unidad,
pero las tendencias de las regiones del Oeste son muy peligrosas, un
nacionalismo de tipo fascista”.
(Larisa, pedagoga unos 35 años)
“Apoyo el Maidán, pero lo que ha pasado ha sido muy malo. Ha muerto
gente. El pueblo necesita paz y tranquilidad. ¿Quién es responsable de
las muertes? Todos son culpables. Vemos el futuro con pesimismo, porque
no hay unidad, todos se acusan entre sí. Ayer hubo jornada de duelo,
rezamos porque Dios nos dé buenos dirigentes que se ocupen de la
población. Nadie quiere una guerra”.
(Gregori y Tatiana, madre e hijo, ella contable, él masajista)
“Estamos en contra del Maidán, por eso hemos venido hoy a rezar”,
dice la madre. ¿Quién tiene la culpa?, “Occidente, especialmente
América”, dice el hijo. “Y la Unión Europea”, añade la madre. El
futuro: “hay un mandamiento bíblico que dice que no matarás a tu
hermano”. “El país se va a dividir”.
(Valentina y Sergei, jubilados)
“Naturalmente que estamos a favor del Maidán. Hace tiempo que había
que hacer algo. El responsable por el derramamiento de sangre es aquel
que tenía posibilidades e instrumentos para evitarlo: el gobierno
corrupto. ¿Hacia donde va el país?, esperemos que a Europa, dice ella.
“Hacia un mayor estado de derecho, por lo menos hay una gran esperanza
en que se vaya hacia algo mejor”, dice él.
(Pareja joven, Vladimir y Vika. Él profesor de educación física, ella esteticien)
“La valoración es ambigua. En Maidán hay cosas positivas y
negativas. La violencia ha sido muy negativa y los responsables por el
derramamiento de sangre no están claros. ¿Quién está detrás de los
francotiradores? Es algo sobre lo que no hay manera de aclararse. La
división del país sería un desastre, esperemos que se evite”.
(Aleksandr, paleta, unos 25 años)
“Estoy a favor del Maidán, pero no necesitamos ninguna Europa, ni
tampoco a Rusia; nosotros solos. Los culpables de la violencia son
quienes estaban detrás de ella. Nadie lo sabe con exactitud, pero el
pueblo lo aclarará.”
- Peregrinaje dominical a Mezhigorie, residencia del
presidente huido de Ucrania en los alrededores de Kíev. La víspera, la
televisión del magnate atlantista Piotr Paroshenko (su nombre suena como
primer ministro) ha mostrado imágenes de la casa. Se busca una
narrativa a la Ceaucescu, pero no se ha encontrado ni el retrete de oro
de este dictador que ganó en 2010 unas elecciones limpias cuando era el
político más popular del país, ni el armario de los zapatos de Imelda
Marcos.
La casa no tiene nada de particular más allá del habitual mal gusto
de los nuevos ricos de Eurasia; mucho dorado de Valencia, unas jaulas
con animales en el recinto, estanques, una botella de champagne (ni
siquiera francés) en el mueble bar de la sala de sesiones y otras
banalidades. El lugar ni siquiera era propiedad de Yanukovich. Forma
parte del patrimonio del Estado y el Presidente, que es un millonario,
se lo acondicionó. Pero las imágenes de la tele son demoledoras: esta
riqueza habla de un desenfreno choricero para el que no hay pan ni en el
granero de Europa que es Ucrania. Lo poco que le podía quedar de
prestigio a Yanukovich tras las violencias de esta semana se ha ido
definitivamente al garete con estas imágenes. La noticia de que el
recinto estaba abierto ha excitado el morbo popular: la gente ha venido
de excursión en masa a fisgar desde la capital y provincias. En los
accesos al lugar se forman enormes atascos de tráfico.
La obligada escenificación mediática de estas ambiguas revoluciones
tampoco fue redonda anteanoche en la plaza. En lugar de a un Nelson
Mandela la “revolución” ucraniana tiene a…Yulia Timoshenko en silla de
ruedas (¿la necesita, o es comedia?) y con trenzas. Timoshenko llegó en
avión privado desde el hospital penitenciario de Jarkov en el que
estaba encerrada por corrupción. Justo para el telediario. Su presencia y
su discurso atraen a unas 50.000 personas, pero en la plaza no hay ni
rastro de pasión. No es aclamada. En su entorno y en su partido, ya hay
claros codazos de rivalidad. Viene de dos años de cárcel pero ya gobernó
este país. Y la gente se acuerda. Timoshenko quiere entrar en la OTAN y
se lleva bien con Putin, interesante combinación. Al día siguiente,
junto al edificio del Parlamento, se organiza un piquete de protesta con
carteles, con las fotos de Timoshenko y su adversario, el presidente
huido, unidas por el signo de igual y unas flechas que ilustran el
intercambio de figuras. “La gente no ha muerto por esto”.
“Transparencia”, se pide. La escenificación habitual de una revolución
diáfana ha pinchado manifiestamente en Ucrania.
- En Crimea algunos incidentes menores junto al ayuntamiento
de Kerch, con colocación de la bandera rusa en el ayuntamiento. Más de
20.000 manifestantes anti Maidán en un mitin en Sebastopol, ciudad de
todas las glorias militares rusas que forma parte de Crimea y por
extensión de Ucrania. Luto en el entierro de dos de los muchos policías
que han muerto a tiros en Kíev. Gran manifestación en Odesa (varias
decenas de miles) al grito de “Odesa, ciudad heroica” (por su
resistencia contra los nazis) y “El fascismo no pasará”.
La península “forma parte de las regiones del país que no están de
acuerdo con lo ocurrido en la capital y que contienen un conflicto que
puede llegar a ser muy peligroso”, me dice Ievgen Kurmashov, uno de los
expertos del Instituto Gorshenin de Kiev. En la península conquistada
por Catalina II al turco que Nikita Jrushov regaló caprichosamente a
Ucrania en los años sesenta, el “escenario de Abjazia” (Georgia) es
posible, dice Kurmashov: las autoridades locales piden a Rusia que
anexione el territorio. “No hace falta ni una intervención militar: la
flota rusa del Mar Negro ya está allá (en régimen de alquiler)”, señala
el experto. En el peor escenario, una escisión del ejército ucraniano
sería catastrófica, “la decisión sobre a qué bando apoyar recaería sobre
los mandos locales, lo que podría crear una situación peligrosísima”,
dice Kurmashov que está francamente alarmado.
- Revancha contra la lengua rusa. El parlamento ucraniano
anula la ley que regula la cooficialidad de la lengua rusa, vigente
desde hace dos años en la mitad oriental del país y que fue clave en la
victoria electoral del huido y depuesto presidente saliente, Viktor
Yanukovich, en las elecciones de 2010. La decisión, sumamente
desestabilizadora, afecta a los derechos básicos de millones de
ucranianos de habla rusa, y contribuirá a los preocupantes procesos de
cisma y división que los cambios políticos han abierto en el país.
El 26,6% de los más de 45 millones de ucranianos declaran el ruso
como lengua materna en el último censo disponible. En zonas
históricamente rusas y de gran población rusa ese porcentaje es
mayoritario, por encima del 60% en Crimea. Ucrania contiene además
minorías que hablan otras 17 lenguas, entre ellas las más importantes el
rumano y el húngaro.
La ley que se ha derogado permitió a los gobiernos locales y
regionales dar estatuto de cooficialidad a todas esas lenguas allí donde
fueran usadas por más del 10% de la población. Había entrado en vigor
en agosto de 2012 y desde entonces ha sido aplicada con gran éxito a
favor de la lengua rusa en cinco regiones y nueve grandes ciudades del
país, y en otras ciudades y localidades en beneficio del rumano
(moldavo) y el magiar. Ha sido anulada por 232 votos sobre los 334
diputados registrados en la sesión, es decir por un margen mucho menos
mayoritario que las otras decisiones votadas en la cámara al amparo del
cambio político que ha desarbolado al Partido de las Regiones, que era
el más numeroso de la cámara y representaba mayoritariamente a la
mayoría ucraniana más vinculada a Rusia. La Casa Blanca aplaudió ayer
el “trabajo constructivo” del nuevo parlamento de Kíev.
La cámara, que ha cambiado de constitución y anteayer destituyó al
Presidente Yanukovich, ha elegido como “presidente en funciones” al
nuevo jefe del parlamento,
Aleksandr Túrchikov, brazo derecho de la rival de Yanukovich, Yulia Timoshenko.
En su primera declaración Túrchikov describió como “catastrófica” la
situación económica de Ucrania, cuyo PIB (113 millardos de dólares) está
por debajo del nivel de 1992 y su reparto per cápita muy por debajo del
de 1989 y con un extremo nivel de desigualdad.
En ese contexto, desde Bruselas, el FMI, Estados Unidos y diversos
gobiernos europeos, se habló ayer de “ayudas económicas” para Ucrania.
Tanto el comisario europeo Olli Rehn, como el secretario del tesoro
estadounidense, Jack Lew mencionaron “condiciones” y “reformas
necesarias” que el país debería emprender a cambio de tales ayudas, que
no tienen cifra. La última vez que se barajó una cifra para Ucrania fue
en boca de la canciller Angela Merkel, el martes pasado en Berlín.
Merkel mencionó “600 millones de euros”. Ucrania destinará este año
7.900 millones de dólares al pago de su deuda.
Una masiva ayuda económica europea estabilizaría muchos problemas de
Ucrania, pero la Unión Europea, que no ha sido capaz de movilizar un
Plan Marshall para los miembros de su zona euro en el sur de Europa, aún
lo hará menos con Ucrania. Moscú, que aprobó un paquete de 15.000
millones de dólares, además de una rebaja en el precio del gas
equivalente a 2.000 millones anuales, ha puesto la medida en suspenso
hasta que se aclare la situación. El país se enfrenta un delicado e
imprevisible periodo de turbulencias.
Mientras en diversas regiones y ciudades del Este de Ucrania se
registraron incidentes y enfrentamientos de poca envergadura, en Kíev la
jornada dominical ha sido tranquila. Decenas de miles de ciudadanos
circularon por la Plaza de la Independencia, el Maidán, poniendo flores
en memoria de las más de 80 personas muertas en la semana. La policía
sigue ausente del centro de la ciudad. Las sedes del gobierno, el
parlamento y la presidencia están vigiladas por las fuerzas
paramilitares de la oposición triunfante. En lo que en esta parte del
mundo se conoce como “
narodnoye gulianie” (paseo popular),
centenares de familias, parejas y grupos informales se fotografiaban en
los escenarios de las batallas campales de los últimos días. El
singular centro de esta bella y amable ciudad, está lleno de edificios
calcinados, barricadas, adoquines extraídos de la calzada y de montañas
de basura y neumáticos para alimentar los incendios que han hecho
posible esta mezcla de revuelta popular y golpe de estado apadrinado por
Occidente.
Lunes 24 – El poder cambia de manos, como en la novela de ese
título del premio Nóbel polaco Czesław Miłosz: El ganador se queda con
todo y hay que ver cómo queda en eso la independencia e integridad de
Ucrania, aprisionada entre dos imperios igual que aquella Armia Krajowa
aplastada en Varsovia entre alemanes y soviéticos. Cambia de manos con
carácter rotundo y radical. El viernes se firma un acuerdo, el sábado es
papel mojado. El sábado hay un presidente legítimo con quien hay que
negociar un “gobierno de unidad” (Unión Europea
dixit), el
lunes es un prófugo de la justicia con orden de busca y captura por
“crímenes”, cuya detención se espera de un momento a otro. No hay duda:
el poder ha cambiado de manos.
Un movimiento que nunca habría ganado sin contar con el apoyo de
Occidente y que representa quizá a un tercio del sentir de este país, se
ha impuesto rotundamente sobre otro tercio que no se identifica con él,
ante la neutral angustia del resto de la población de una nación de más
de 45 millones de habitantes. Quien quiera ver aquí una “fiesta
europeísta”, es un irresponsable.
Viktor Yanukovich, hasta hace pocas semanas el político más popular
del país, es un paria en busca y captura. El viernes se fue de Kíeva
Járkov, segunda ciudad del país, en el Este. Allí debía participar el
sábado en un congreso de más de 3.700 diputados disconformes con el
cambio de poder. Bien por sentido de la responsabilidad (consagrar con
su presencia el establecimiento de una duplicidad de poder antesala de
una posible guerra civil), bien por sentir que Rusia no le apoyaba en
eso, bien por ambas cosas, el caso es que Yanukovich no participó en
aquello. Intentó tomar un avión para salir del país pero la guardia de
fronteras se lo impidió. Entonces se fue en coche a Donetsk, su patria
chica. Desde allí, ya sin acompañamiento de guardias de tráfico, solo
con su escolta, se fue de noche a Crimea, donde llegó el domingo. Allí
se despidió de algunos de sus guardaespaldas, a los que eludió de su
compromiso. Se le ha visto en las inmediaciones del aeropuerto de
Belbek, precisamente el mismo escenario en el que se decidió el
cautiverio de Mijail Gorbachov, aquel increíble agosto de 1991.
A Yanukovich se le acusa de estar tras la orden de matar
manifestantes usando francotiradores. La acusación es “matanza masiva de
civiles”. La orden, si existió, podía referirse solo a abatir a los
manifestantes que empuñaban armas de fuego y que a su vez habían matado a
una buena docena de policías. Pudo también convertirse en un tiroteo
indiscriminado a cargo de provocadores o de profesionales del ramo
subidos de anfetaminas, porque, efectivamente, los manifestantes cayeron
como conejos (“fue un safari”, me dice un observador) y eran personas
equipadas para el combate, pero sin armas. La pregunta sobre si hubo un
exceso criminal a cargo de los ejecutores de la presunta orden en tal
oscuro episodio, ya no es relevante cuando el poder ha cambiado de
manos. En estas condiciones se aplica una expeditiva justicia de
vencedor.
Estos días se homenajea, en Kíev al centenar de caídos en este
tumulto, sin que nadie mencione que entre esos nuevos “héroes de
Ucrania” hay un montón de policías, quizá el 10% de los muertos lo son.
“Esos no cuentan”, me dice una taxista manifiestamente adversaria del
cambio de poder. Lo dice en voz baja, como si tuviera vergüenza de no
estar de acuerdo con lo que ha pasado. El estado de ánimo de esta mujer
es crucial para comprender la desmoralización y pasividad de los
adversarios del Maidán, no ya en Kíevsino en el conjunto del país.
Yanukovich, presidente desde 2010, que encarceló por
corrupción a su adversaria Timoshenko, que ahora pide su piel y un
“castigo ejemplar”, será la próxima víctima de la lucha política en su
genuina y bestia modalidad local. “Una lucha por el derecho a gobernar
una pirámide corrupta”, apunta con fatalismo un observador nativo en un
despacho bien decorado que no se sabe quien paga. Si Timoshenko, la
Mandela con trenzas de pacotilla que fue primera ministra, dirigió esa
pirámide, Yanukovich la monopolizó. La fortuna de su familia (en el
sentido facineroso que este término tiene aquí) se multiplicó. Eso
ocurrió en una época de crisis general –hasta en Alemania se nota esa
crisis- que el pueblo sentía. Pero lo que tuvo mayores consecuencias no
fue solo ese deterioro popular, sino su combinación con la ruptura de
cierto equilibrio elitario.
Nada ilustra mejor la situación que la casa del Fiscal General de
Ucrania (ahora ex), Viktor Pshonka. El hogar de quien velaba por la
justicia en el país es una mansión de mafioso, con una profusión de lujo
que haría sonrojar a los peores chorizos de Marbella. Pshonka y su
colega Alksandr Klimenko, el ministro de los impuestos (ahora ex), ha
sido detenido en la frontera con Rusia. Moscú no quiere saber nada de
estos “refugiados políticos”.
Quien quiera atribuir todo esto al “salvajismo eslavo”, o a la
“herencia soviética”, es libre de hacerlo. En realidad es versión local
de algo mucho más general y profundo: el capitalismo depredador ha
enloquecido en todas partes. En lugares como Ucrania y Rusia de una
forma particularmente bestia, pero observen a su alrededor, en Madrid,
Atenas o Berlín, y analicen la evolución de las sociedades estos últimos
veinte años. La ex URSS simplemente asumió el capitalismo en sus
particulares condiciones locales… Por lo demás, ese salvajismo preside
las relaciones internacionales. Las grandes potencias también actúan
criminalmente. Hacen a sus adversarios más débiles, “propuestas que no
se pueden rechazar” como la de Marlon Brando en El Padrino. Ahí dentro
cabe un enorme festival de hipocresía: Quienes en Rusia usan métodos
expeditivos contra trabajadores emigrantes de Tadjikistán y torturan a
caucásicos sospechosos, dan lecciones advirtiendo contra las tendencias
fascistoides de cierto nacionalismo ucraniano en alza. Quienes han
desencadenado guerras espantosas en Irak y otros lugares, con varios
centenares de miles de muertos a su cargo, las dan de derechos humanos,
urbi et orbe. La guerra fría fue un pulso entre facinerosos y ahora
vuelve a llamar a la puerta en el frente del Dniepr.
- Rusia responderá, pero no ahora. El perdedor se lame las
heridas. El pulso por Ucrania continúa. Se va a radicalizar y tiene un
gran campo por delante. Los riesgos son obvios; guerra fría junto a la
línea del Dnieper, en juego la integridad territorial de un país enorme y
quién sabe si hasta un violento conflicto civil que nadie desea. Aquí
no hay que hacerse ninguna ilusión, pero la derrota en el último
capítulo de ese pulso –el cambio de régimen en Kíev- es de tal magnitud
para Moscú, que el perdedor debe contentarse con intentar limitar los
daños. Cualquier respuesta mal calculada puede volverse en su contra.
Rusia responderá, pero no ahora. Más adelante.
Gorbachov perdió, voluntariamente, la Europa del Este. Yeltsin el
Báltico, Transcaucasia y el Asia Central. ¿Perderá Putin Ucrania? No sin
pelear. Esta no es la Rusia de los noventa, sino algo más gallito y
mucho más endurecido por las lecciones de los últimos veinte años. ¿La
principal de ellas?: Occidente no respeta a los débiles. Habrá
respuesta, pero no ahora.
Aguada y vilipendiada su olimpiada de invierno, Ucrania reduce a
calderilla las relativas victorias diplomáticas de Putin en los últimos
años. En el Kremlin hay motivo para el vértigo porque la línea del
Dnieper es antesala de la propia Rusia. Un barril de pólvora en la
puerta de casa es algo que hay que manejar con cuidado. De ahí la
prudencia de Moscú.
Nada de fomentar un doble poder en el Este del país, nada de fomentar
el separatismo ni de bendecir los planes de federalización que se
manejan entre los expertos rusos y estadounidenses. Nada de agitar
Crimea, tierra de viejas glorias militares rusas. Cuidado con mover
ficha. De repente uno de los grandes éxitos de los últimos años, el
“acuerdo de Jarkov” de 2010 para mantener la flota rusa del Mar Negro en
sus bases de Crimea hasta 2040, puede saltar por los aires.
En todo el Este de Ucrania los adversarios del cambio de Kíevestán
paralizados, su líder en busca y captura, su partido atravesado por
deserciones y desmoralizaciones. Líderes de ese espectro como el alcalde
de Jarkov, Gennadi Kernes, rechazan “todo separatismo o federalismo”.
Ni siquiera se contesta la revanchista anulación de la ley de lenguas,
una irresponsable provocación para millones de ucranianos rusoparlantes,
aunque menos grave de lo que parecía ayer pues un artículo de la
constitución equilibra algo el asunto. Moscú no quiere agitar eso:
responsabilidad y realismo. La mayoría social opuesta a lo que ha ganado
en Kíevy que venció en las elecciones de 2010, sigue ahí. Simplemente
hay que reconstruirla políticamente. Paciencia y cuidado.
Eso no impide engañosas “declaraciones fuertes”, como la del primer
ministro Dmitri Medvedev desde Sochi poniendo en duda la legitimidad del
estropicio jurídico sobre el que se asienta el cambio de régimen en
Kiev, mientras Europa mira hacia el otro lado olvidándose de lo que
firmó el viernes.
”La legitimidad de toda una serie de órganos de poder allá suscita
muchas dudas”, ha dicho Medvedev que le puso un poco de cuento al asunto
al hablar de, “un gobierno de gente con mascaras negras y fusiles
Kaláshnikov que se pasea por las calles de Kíev”, una descripción en
sintonía con la imagen que la tele rusa enfatiza y difunde.
Más allá de esa retórica, para Rusia es la hora de la contención y la
prudencia. Lo más destacable de la declaración del primer ministro ruso
ha sido la frase de que, “todos los acuerdos que se han firmado con
Ucrania se van a respetar” y “para nosotros Ucrania sigue siendo un
socio serio e importante”.
Nada de todo aquello sobre lo que este diario ha venido advirtiendo
como gran peligro estos días (el Este de Ucrania, Crimea, la lengua) va a
estallar ahora. A medio y largo plazo es otro asunto. Mucho depende de
cómo se maneje. Tanto para Moscú como para Kíev, la relación es
demasiado importante e intensa como para jugar con ella. En Kíev todos
los gobiernos de la oposición llegan al poder con gran energía antirusa,
pero luego las realidades moderan esa fiebre. Una vez más Rusia va a
trabajar a fondo con el nuevo poder, intentando que actúe esa tendencia.
En eso el papel de Occidente es fundamental. Una vez más: En materia
del pleito alrededor de la integración económica de Ucrania con la
Unión Europea, Putin propuso desde el principio –y Ucrania lo apoyaba-
discutir el asunto a tres bandas; Moscú, Bruselas, y Kíev. El papel de
Mister Niet
aquí lo ha ejercido la Unión Europea, con su Señora Merkel en el
centro, flanqueada por los polacos y bajo la estratégica batuta de
Estados Unidos, lo que es sumamente desestabilizador.
Canadá, con una fuerte población de origen ucraniano, ha amenazado a
Rusia con sanciones, “si Putin se inmiscuye”, ha dicho su ministro de
emigración. La Casa Blanca ya ha advertido a Rusia contra una
“injerencia militar” en Ucrania. La guerra fría llama a la puerta y en
una de estas, alguien va y le cede el