Nunca antes una candidatura electoral
tuvo que ser tan justificada. Nunca un candidato tuvo que explicar tanto
por qué se presentaba a las elecciones, ni tuvo ningún nominado a
candidato que convencer a sus posibles electores de que se
autoproclamaba candidato aunque en realidad eran los electores quienes,
aun sin saberlo, le proclamaban candidato. Nunca un aspirante a
representante tuvo tantas veces que decir que no aspiraba a representar a
quienes se negaban a ser representados aunque en el fondo sí
representaba lo que ellos proclamaban. Ni tuvo que decir tantas veces
que su propuesta era de unidad y participación. Ni hubo candidato a las
elecciones europeas que “desde abajo y desde la izquierda” tuviera tanto
apoyo desde arriba y desde la derecha, desde los medios masivos y desde
los medios alternativos.
El “we can” español ha tambaleado de
nuevo la convulsa vida social volviendo a colocar en el terreno de la
contabilidad política el conflicto social. Este desenfoque, este tratar
de embridar de nuevo al 15M, es decir, tratar de encauzar el
recalentamiento social que tan peligroso resulta para la
institucionalidad se intentó ya en los primeros momentos del estallido
social que significó el 15M. Mayo del 2011 fue la peligrosa eclosión de
la doble crisis que vive este país: la económica y la del sistema
político. La primera, común al resto de Europa, no supone mayor peligro
para el poder que la implementación de un nuevo ciclo de acumulación
corrigiendo los desmanes – según las instancias económicas – del capital
financiero, el reto está en conseguir la aceptación social combinando
la represión y el control ideológico. Pero si el sistema político entra
en crisis y si resulta incapaz de controlar el conflicto, entonces,
empiezan a sonar las alarmas. Son esas mismas alarmas que empezaron a
sonar a mediados de los años 70 cuando el modelo económico español daba
muestras de agotamiento, la muerte del dictador y el conflicto social
suponían un cierto peligro para la continuidad del régimen capitalista.
Peligro cierto o mera posibilidad el capital no escatimó medidas
preventivas.
Ahora, como entonces, el presente sólo
puede leerse desde el pasado. Dice Bensaïd “quien no tiene memoria ni de
derrotas ni de victorias pasadas tampoco tiene demasiado futuro. El
puro “presente del grito” no construye una política” [1] Como entonces,
este presente de continuos estallidos, de calmas tensas, de búsquedas de
referentes, no constituye en sí mismo una propuesta política (de
poder), ni es en sí mismo un proceso revolucionario, aunque lleve en su
seno gérmenes revolucionarios y apunte a crear las condiciones
subjetivas para la ruptura revolucionaria. Los gritos de estos últimos
años (Prestige, No a la guerra, 15M, Stop desahucios, escraches, mareas
verde, blanca, los mineros, las huelgas sectoriales, Gamonal) expresan
resistencias con una potencialidad revolucionaria que no se está dando
en ninguno de los países europeos, ni siquiera en los del sur –Grecia,
Portugal, Italia- afectados en igual o mayor grado por el saqueo
económico pero quizás menos marcados por la deslegitimación del sistema
político. El 15M ha significado y significa la convergencia de las
potencialidades presentes, la posibilidad de construcción de un sujeto
político transformador, de ruptura con la institucionalidad del régimen,
de momento sólo una posibilidad.
A mediados de los años setenta España
vivió una encrucijada parecida. Entonces se planteó el dilema: ruptura o
reforma. Del lado de la ruptura, consciente o inconscientemente, los
jornaleros, los obreros explotados, los parados, los jóvenes sin futuro,
la memoria de las víctimas del franquismo, los fusilados de las
cunetas, los represaliados políticos… Del lado de la reforma, la clase
política emergente, los nostálgicos resignados, las clases medias
amenazadas, los obreros acomodados, los aspirantes a europeos, los
intelectuales miedosos…Del lado de la ruptura, la memoria. Del lado de
la reforma, el olvido.
Nuestra guerra civil fue un momento de
excepcionalidad donde la explotación, la miseria, el hambre, pero
también la conciencia de otro mundo posible construyeron el poder
popular que se enfrentó al fascismo –el de dentro y el de fuera. No se
fracasó, se sufrió la primera derrota del siglo XX, nuestra segunda
derrota fue la Transición. A finales de los años 70, el miedo del poder a
una posibilidad revolucionaria decantó el proceso hacia la reforma que
llamaron la Transición española. Un producto que posteriormente tendría
un alto valor de exportación. Todos los poderes, constituidos y
constituyentes, se articularon en una estrategia común para conjurar la
ruptura.
También entonces el conflicto social se
daba en todos los ámbitos, en los centros de trabajo, en los barrios, en
el campo, en la educación. La institucionalidad política, lastrada por
el aparato franquista, se mostraba incapaz de reconducir el proceso. De
ahí que, desde fuera y desde dentro, hubiera que favorecer y alimentar
una “tercera vía”: un líder, una consigna vacía y un consenso. El
régimen se travestiría, el miedo de los intelectuales –siempre con un
pie en el estribo- los convertiría en bisagras de la reforma, las
promesas europeistas alimentarían las esperanzas de bienestar, y la
democratización del consumo sedaría los cuerpos y las mentes. Así se
fraguó, desde el poder el centro de la UCD, luego el cambio del PSOE,
después la democracia de todos los partidos.
En la coyuntura actual, tomando cierta
distancia respecto de la retórica mediática. La propuesta de la
plataforma Podemos no se diferencia gran cosa de la propuesta
normalizadora que significó la Transición española. La diferencia más
significativa es que las elecciones se han convertido en el instrumento
normalizador, en el cauce adecuado para restaurar el orden, igualmente
adecuado para una derecha sin legitimidad suficiente y para una
izquierda aún asustada por la guerra civil. Ilustración de esta
situación es la valoración tan positiva de la policía, según el
barómetro del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), justo cuando
aumenta la represión.
Desde el 2011 cuando el 15M visibiliza el
resquebrajamiento de la legitimidad del sistema político (“lo llaman
democracia y no lo es”, “no nos representan”) el régimen baraja
distintas opciones de continuidad: a) la restauración autoritaria
(aumento de la represión y el control social, silenciamiento de las
protestas, estabilización del sistema económico, amedrentamiento de las
clases medias, reforzamiento de la ultraderecha), b) un gran pacto de
salvación nacional (acuerdos entre la clase política para garantizar la
estabilidad económica) c) canalización y normalización de la protesta.
Los dos primeros escenarios no están
teniendo ni los apoyos ni la fuerza suficiente, el primero encuentra
rechazo en Europa, demasiado riesgo para la economía, el segundo carece
de base social, el tercero está por testarse, todo dependerá del acierto
en la elección de los personajes a promover, de la potencia de las
consignas y de la fabricación del consenso necesario. Objetivamente, el
“we can” español se inscribe en este tercer escenario. Evidentemente,
nada de lo que aquí planteo es el resultado de ninguna conspiración, se
trata sólo del resultado no intencional de acciones que sí son
intencionales. Es la propia coyuntura la que favorece, la que genera la
oportunidad, para el lanzamiento de una figura mediática que viabilice
una opción consensuada. Se trata de una coyuntura distinta a la del 2009
cuando Izquierda Anticapitalista, escindida de Izquierda Unida (IU), no
contaba con ninguna figura capaz de arrastrar el voto de la izquierda
social que perdía IU; ahora parece haberla encontrado.
Medios de comunicación, liderazgo e
institucionalización son las tres patas que tratan de estabilizar la
“democracia” española, o lo que es igual, de legitimar el golpe
autoritario que necesita la economía. Si el conflicto social no hace
viable la relegitimación de los partidos políticos la opción más
razonable –desde la perspectiva del poder- será la relegitimación del
sistema por la vía electoral. Frente a la acumulación de poder que
representa Gamonal, frente a la reapropiación de lo político o frente al
conflicto transformador, la vía electoral de Podemos sería la opción
más viable para la continuidad del régimen.
Un proceso revolucionario es una
potencialidad que aspira a convertirse en probabilidad. En el camino se
entreveran momentos de calma con estallidos sociales y ambos tributan al
proceso de acumulación de poder. Pero también en estos momentos las
fuerzas conservadoras hacen su trabajo. Desde el punto de vista del
análisis político este me parece que es el momento que vivimos.
Mi abuela que era campesina, religiosa y de Valladolid decía que “de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno.