Por
Alberto Cruz
eñores
y señoras intelectuales “progres”, no puede haber una revolución sin un
cambio económico. En ningún caso se puede hablar de derrota de la clase
dominante
Los medios de la burguesía se han referido a
las revueltas árabes como “primavera”. Ciertos intelectuales
progresistas han asumido el vocablo y, subidos en la ola del entusiasmo,
han ido más allá hablando de “revoluciones”. Si ha habido una primavera
la pregunta que hay que hacerse es ¿dónde están las flores? Si se han
producido revoluciones la pregunta sería ¿dónde está el cambio
económico? Porque, señores y señoras intelectuales “progres”, no puede
haber una revolución sin un cambio económico. El argumento que se han
conseguido algunos triunfos “democráticos” como la retirada de los
presidentes, la elaboración de nuevas constituciones o la celebración de
elecciones es muy pobre dado que en ningún caso se puede hablar de
derrota de la clase dominante puesto que en todos los países donde se
han producido esas revueltas esta clase mantiene su control sobre el
poder y los recursos.
Es de suponer que, a estas alturas, la intelectualidad “progre” sepa
que la vida social se determina, en última instancia, por la economía.
Es decir, la contradicción inherente entre capital y trabajo en una
sociedad capitalista. En Túnez, el primer país en desencadenar el
entusiasmo entre la intelectualidad “progre”, se está haciendo una
reforma fiscal que va en la línea de lo que el Banco Central Europeo
reclama a la UE y que ha sido alabada por el FMI al tiempo que reclama
un programa de reformas estructurales que incluyan la venta de empresas
públicas y la devaluación del dinar. Y no debería haber ninguna duda que
el gobierno “democrático” de Túnez lo hará.
Si bien la revolución no es “pura”, como puso de manifiesto el propio
Lenin, hay que estar prevenidos sobre quienes hablan de “revolución”
sin que comprendan lo que significa. Sobre todo en el ámbito económico.
O, por el contrario, lo comprenden muy bien y limitan sus aspiraciones a
la revolución nacional o burguesa en contraposición con la revolución
socialista.
Salvo en Bahréin, Egipto y Yemen no ha habido ninguna revuelta
realmente popular. En Bahréin y Yemen la clase media estaba escasamente
representada en las protestas, mientras que en otros países árabes era
claramente mayoritaria. En Egipto se puede decir que mitad y mitad. Y
una vez satisfechas algunas de sus aspiraciones, bien de poder político o
económico –como el ser partícipes en cierta medida de una tarta que se
repartía la oligarquía sin que les llegase algo a ellos-, se han
retirado rápidamente de las calles. Una revuelta de la clase media es
fácil de controlar aceptando algunas reformas políticas y sociales que
no ponen en cuestión el sistema. Y eso es lo que ha ocurrido en todos
los países árabes. Siguiendo el hilo argumental de la intelectualidad
“progre”, tal vez haya crecido la hierba, pero no han surgido las
flores. Y si han surgido han sido tan efímeras que la pregunta es ¿dónde
fueron todas las flores?
Pero seamos indulgentes con esta intelectualidad “progre”. Lenin
hablaba de las perspectivas de la revolución socialista en el marco del
desarrollo de una revolución nacional o burguesa. Supongamos, y con esta
intelectualidad “postmoderna” es mucho suponer, que se sitúa en esta
línea argumental. El único país donde se puede hablar de una perspectiva
en este sentido es en Egipto, nuevamente.
El candidato de la izquierda en las elecciones presidenciales logró
un espléndido tercer lugar, a sólo cinco puntos del porcentaje logrado
por el candidato de los Hermanos Musulmanes quien, en la segunda vuelta,
se hizo con la presidencia. Es más que probable que se produjese un
fraude electoral que evitase el segundo lugar de este candidato
izquierdista, lo que polarizó el voto final entre el candidato de los
militares y el de los islamistas. En cualquier caso, dos candidatos del
sistema oligárquico bien adaptado al momento post-Mubarak, como muy bien
ha puesto de manifiesto Samir Amin (1) por mucho que entre ambos haya
algún punto de colisión por los espacios de poder, como ocurre ahora
tras las medidas tomadas por Morsi de reducir el poder legislativo de
los militares. El discurso de este candidato de la izquierda egipcia fue
poco postmoderno: rechazo a los dictados del FMI, retorno al
panarabismo nasserista, cancelación del acuerdo de paz con Israel…
La fuerza de este sector revolucionario en Egipto, especialmente en
las zonas fabriles y portuarias, así como los constantes sabotajes
contra el oleoducto que surte de gas a Israel (ya van once atentados que
han obligado a interrumpir el suministro otras tantas veces) y la
permanente convocatoria de huelgas tanto laborales como políticas es una
importante palanca de presión hacia un presidente islamista que se ve
obligado a dar pasos que pueden ser calificados por los más osados como
audaces y que le llevan a un cierto enfrentamiento con los militares.
Por todo ello, sorprende que la intelectualidad “progre” no mencione a
Egipto en sus análisis y se obsesione con Siria.
Siria
La revuelta en este país sí contó con un cierto componente popular al
principio, sobre todo porque el principal sostén del gobierno de
Al-Asad es la clase media alta. Los participantes iniciales en la
protesta fueron una abigarrada mezcla de clase media baja, estudiantes
seducidos por la propaganda occidental según la cual habían sido los
blogueros quienes habrían iniciado la revuelta en Egipto, parados y, lo
más importante para quien escribe, jornaleros e inmigrantes de las zonas
rurales. Un dato importante a tener en cuenta es que las primeras
protestas se produjeron en pueblos, no en ciudades, y que cuando llegó a
éstas fue a aquellas que se habían convertido en zonas de pobreza en
contraste con Damasco, Alepo y otras urbes sobre todo de la costa.
Pero ese cariz popular se perdió de inmediato, justo cuando tras la
represión inicial (y no hay que perder de vista que casi en los albores
de la protesta y en paralelo con la represión se inició el proceso de
revuelta armada y enfrentamiento sectario) el gobierno inició un camino
de ciertos cambios –no peores que los puestos en marcha en otros países
de la famosa “primavera árabe” y sí algunos de mayor calado- en el
verano de 2011. A partir de aquí la deriva de la revuelta fue claramente
militar porque no se podía permitir que, al igual que ocurre en otros
países, la clase en el poder se mantuviese (2). Porque a Siria se le
puede criticar de todo, pero hay un cariz que le hace diferente del
resto de gobiernos: el apoyo a la resistencia árabe. Se puede criticar
lo que sea, pero hay un hecho innegable: la victoria de Hizbulá contra
Israel en la guerra de 2006 fue, además de por el arrojo y valentía de
los combatientes libaneses, gracias a las armas proporcionadas al
movimiento político-militar por Siria como ya lo había hecho durante la
guerra de resistencia contra la ocupación israelí del sur de Líbano
entre 1982 y 2000.
Este hecho, que algunos intelectuales “progres” califican de
“geopolítica jesuita” es crucial para entender lo que está pasando en
este país, así como el apoyo que recibe el gobierno sirio de Rusia y
China en cada vez más clara confrontación con EEUU. Si bien rusos y
chinos no tuvieron nada que ver en la guerra en la que Israel salió
derrotado, si tomaron muy buena nota de cómo comenzaba a decaer el poder
estadounidense. La guerra de agresión a Libia fue el pistoletazo de
salida al proceso ruso-chino de enfrentamiento a la estrategia
geopolítica de EEUU que aún no ha concluido y cada día se encona más.
Hablar de oposición de izquierdas en Siria es bastante arriesgado si
no se profundiza. Haberla la hay, pero tan atomizada que es difícil en
estos momentos decir quién es quién y qué y a quién representa. ¿Es de
izquierdas el Partido Comunista, que aceptó participar en las elecciones
parlamentarias de marzo de este año y logró 11 diputados? ¿Es
justificable por la izquierda que un comunista sea ministro de Asuntos
Económicos en el nuevo gobierno de Al-Assad y que haya declarado
públicamente que su labor será la expansión del sector público? ¿Es de
izquierdas el Comité de Coordinación Nacional Para Un Cambio
Democrático, que se ha dividido al menos en tres facciones y donde se
apuesta –quien esto escribe no sabe si estos sectores son grandes o
pequeños- de forma clara por el Consejo Nacional Sirio y su brazo
armado, ambos creados, financiados y sostenidos por Occidente y las
monarquías árabes y Turquía? ¿Qué ha quedado de la consigna de los “tres
noes” con la que el CCNCD salió a las calles: no al régimen, no a la
violencia y no a la injerencia externa? ¿Son de izquierdas los Comités
de Coordinación Local, también divididos y trabajando estas fracciones
con el CNS y su brazo armado?
Porque fuera de los calificativos de “geopolítica jesuita” lanzados
por la intelectualidad “progre”, que sólo ocultan una supina ignorancia
en política internacional, lo que es innegable para cualquiera que tenga
la mente abierta es que sin el apoyo exterior por parte de Arabia
Saudita y sus satélites del Golfo, así como los países occidentales y
Turquía, la revuelta siria habría seguido el mismo camino que las de
otros países: el mantenimiento de las estructuras de poder. Lo que es
aceptable para estos actores externos en otros países no lo es en Siria.
Y la diferencia, crucial, es el apoyo a la resistencia árabe. Sin
perder de vista que Siria es la puerta de entrada a una agresión militar
contra Irán. No puede haber un ataque contra el país persa si se
mantiene el gobierno de Al-Assad.
La lucha contra el capitalismo se da en todos los países árabes, con
el epicentro en Egipto. Sorprende, o tal vez no, que este simple dato
pase desapercibido para la intelectualidad “progre”, obsesionada con
Siria. Como es lógico, no en todos los países se tiene la misma fuerza.
Hay debilidades –en Siria, por demás- y contradicciones innegables entre
estos sectores que se interrelacionan con las contradicciones
regionales y mundiales. Y ahora en Siria, tal y como era previsible hace
meses (3), aparece con fuerza el factor kurdo en lo que puede ser una
jugada maestra del gobierno de Al-Asad para debilitar la injerencia
externa, sobre todo la turca.
Son estas contradicciones las que se manifiestan en la izquierda
árabe y las que agudizan el enfrentamiento sectario. Son estas
contradicciones las que llevan a una nueva división en las fuerzas
palestinas, con Hamás posicionándose con las monarquías del Golfo contra
Siria (4) mientras que la izquierda mantiene, con críticas, su apoyo a
Al-Assad al menos hasta el ataque contra un campo de refugiados. Por no
hablar de la honesta postura de la Yihad Islámica, que acaba de rechazar
una millonaria oferta de Qatar para abandonar Siria y trasladar sede e
infraestructura a Doha (5).
¿Cómo leer estas contradicciones, cuál es la contradicción dominante?
Este es el dilema. La intelectualidad “progre” postmoderna ha puesto de
forma clara el punto de mira en Al-Assad y utiliza la diatriba, tan
recurrente, del estalinismo para satanizar a quienes consideran que esta
debe ser la contradicción secundaria. Para ser postmodernos su discurso
es muy antiguo, ni más ni menos que “estalinismo”. Ahora resulta que un
movimiento contra la guerra imperialista en Siria es
“antirrevolucionario”. Y se sorprenden porque en América Latina haya
gobiernos que vean lo que sucede en Siria de forma muy próxima, no en
vano la injerencia externa allí es endémica. Estos gobiernos, que se
vienen enfrentando con mayor o menor virulencia a EEUU y sus aliados
internos y externos desde que vienen impulsando un cierto proceso
emancipatorio -no están muy lejanos los casos de Honduras y Paraguay-,
aplican, y hacen bien, un viejo refrán: “cuando las barbas de tu vecino
veas pelar, pon las tuyas a remojar”. Otra vez la geopolítica que tanto
molesta a la intelectualidad “progre”.
Pero si fuesen coherentes con su planteamiento, quienes integran la
intelectualidad “progre” deberían apoyar sin fisuras a la guerrilla
colombiana, algo que no hacen ni remotamente. Aquí sí hay un movimiento
claramente revolucionario que lleva décadas luchando por la democracia,
la paz, la dignidad, la justicia social y un cambio en las estructuras
económicas. Si hablan de dictadura, tortura, represión en Siria deberían
estar el primera fila en la denuncia, en esos mismos términos, de los
asesinatos de sindicalistas colombianos, las desapariciones masivas, las
ejecuciones extrajudiciales –los llamados “falsos positivos”-, la
criminalización de los movimientos sociales, los asesinatos de sus
integrantes y dirigentes tal y como está sucediendo ahora con la Marcha
Patriótica…
Turquía
Obviar, como hace esta intelectualidad “progre”, que hay una dinámica
internacional y geopolítica en todo el mundo es no sólo una falla
intelectual grave sino una irresponsabilidad. Aunque EEUU no es el actor
principal en la situación en Oriente Próximo y el Magreb, sino Arabia
Saudita, no se puede dudar de su capacidad para controlar unos
acontecimientos frente a los que se vio sorprendido. Ahí está el caso de
su acercamiento a Turquía, un país que había sido duramente criticado
por la Administración Obama tras su práctica ruptura con Israel después
del asalto a la flotilla que pretendía romper el bloqueo a Gaza en 2010.
Es a través de Turquía que EEUU y sus satélites occidentales facilitan
apoyo logístico y militar a los llamados “rebeldes” sirios –EEUU ha dado
carta blanca a la CIA y Gran Bretaña lo ha reconocido abiertamente
(6)-, al igual que es por este territorio, así como por Líbano, por
donde les llega todo el armamento desde los países del Golfo y la OTAN.
Turquía está jugando hoy el papel que Pakistán jugó en la década de
1980-1990 para derrocar al gobierno pro-soviético de Afganistán: allí se
apoyó, financió y armó a los talibanes, aquí a los sectarios sunníes.
Pero, pese a todo, Turquía el eslabón más débil de toda esta
estrategia una vez que Al-Assad ha decidido abrir el frente kurdo. La
consecuencia de la crisis siria es el debilitamiento de Turquía como
potencia regional. Sus pretensiones de convertirse en una potencia
sub-imperialista en la zona se están diluyendo de forma muy rápida y
ahora tiene que colocarse a la defensiva. Aquí también hay
discrepancias. Para unos, Al-Assad ha alentado a los kurdos. Para otros,
no ha tenido más remedio que dejarles hacer. En cualquier caso, la
realidad es que los kurdos no están participando en la llamada
“oposición” siria y mucho menos en la creada, financiada y armada por
los países occidentales y las monarquías del Golfo.
La fuerza kurda más activa en Siria, el Partido de la Unión
Democrática (PYD), es una rama del Partido de los Trabajadores del
Kurdistán (PKK), el más feroz enemigo de Turquía. Sorprende que la
intelectualidad “progre”, tan solidaria antaño con el PKK, haya pasado
por este hecho como la luz por el cristal, sin tocarlo ni mancharlo. Por
utilizar un término mexicano, ha “ninguneado” un aspecto crucial de la
situación en Siria con amplias resonancias regionales puesto que los
nervios ya están a flor de piel en el gobierno turco. Lo que mal que
bien había logrado controlar en Irak, donde los kurdos aceptaron desde
el primer momento el padrinazgo de EEUU en su lucha contra Saddam
Hussein, no lo va a poder hacer en Siria. Los kurdos iraquíes son
dóciles a las pretensiones imperialistas, los del PKK no. Y menos si el
gobierno de Al-Assad resiste. Otra diferencia crucial de las
contradicciones regionales y mundiales que no gustan a la
intelectualidad “progre”.
Tal vez, dada su obsesión con Al-Assad, esta intelectualidad “progre”
solucione el tema posicionándose con la formación más reaccionaria de
los kurdos sirios, el Consejo del Pueblo del Oeste del Kurdistán (PCWK),
que está apoyado y financiado por los kurdos iraquíes. Aunque lo van a
tener difícil, de todas maneras, porque tanto el PYD como el CPWK se han
negado a formar parte y a colaborar con el Consejo Nacional Sirio, como
sí han hecho otros sectores que la intelectualidad “progre” considera
de izquierdas en Siria.
Y tal vez, sólo tal vez, deberían leer a los kurdos de Turquía y cómo
el rechazo a lo que está ocurriendo y a la guerra contra Siria es
total. Es más, el único alcalde marxista en Turquía, en la localidad de
Samandag, provincia Hatay, no tiene reparos en calificar como “bandidos”
a los miembros del llamado Ejército Libre Sirio que campan a sus anchas
en la zona bajo el amparo del gobierno turco.
Ilusión
La intelectualidad “progre” habla de revoluciones árabes y se hace la
ilusión que la participación de las clases más pobres es prometedora.
Pero habría que recordarles a Marx y su visión del lumpen proletariado.
La pregunta es si este sector tiene clara una conciencia de clase, dada
la facilidad con la que en Túnez, por ejemplo, ha caído en las redes de
la oligarquía aunque aún haya algún conato de lucha en Sidi Bouzaid, la
localidad en la que se inmoló el joven que dio origen a la “primavera”.
Una vez más, la intelectualidad “progre” confunde los deseos con la
realidad. Este sector se está dejando influenciar por el canto sectario
lanzado desde las monarquías del Golfo –Siria es el caso más claro, pero
también en Túnez y Egipto- y son la carne de cañón de una estrategia
para desintegrar los Estados y hacer inviable no ya un estado árabe
unido, al estilo del panarabismo de Nasser, sino uno socialista.
Plantear esto no es ni ser dogmático ni estar constreñido por una
camisa de fuerza marxista. Simplemente, es poner las cosas en su sitio
porque hay quien rumia sus derrotas internas con la realización de sus
sueños “revolucionarios” y eso en última instancia no supone otra cosa
que ampliar más la distancia que separa a esta intelectualidad “progre”
de las clases populares. Si hay algo que es un oxímoron es hablar de
“revoluciones árabes” cuando lo que se ve por todas partes es el
sectarismo, el dinero de las monarquías del Golfo -Qatar acaba de
otorgar 2.000 millones de dólares a Egipto en “ayuda para reactivar la
economía” (7)- y las armas de los países de la OTAN.
No hay flores en la “primavera árabe” y si las ha habido, así hayan
sido efímeras ¿dónde fueron todas las flores? Puede que alguien se haga
la ilusión que existen pero, por ahora y siempre con la mirada puesta en
Egipto, en el resto de países no son más que simples adornos florales
de plástico, es decir, artificiales y apropiadas para una foto.