Desde la Grecia
esclavista hasta el presente capitalista: la falacia de la democracia (I parte)
¿Es el pueblo el que gobierna en la
democracia?
Manuel Moncada Fonseca
I. Introducción
Por
insensato que parezca, sostenemos que cualquier atrocidad contra los pueblos
que se haya perpetrado y se siga perpetrando en el mundo capitalista y sus
periferias, debe estimarse inherente al funcionamiento real de la democracia. Y
si algo funciona en beneficio de la humanidad, no resulta nunca una dádiva de
ésta, sino una indiscutible conquista de los oprimidos. En este sentido, a
nuestro parecer, aquello que llaman derechos democráticos son, en realidad,
derechos populares. Y por mucho que la palabra se traduzca como poder del
pueblo, democracia jamás ha sido, ni es, eso. Más aún, en contraposición al
concepto “demos” traducido al español y a otros idiomas (probablemente con maña),
como pueblo, existe en griego una palabra del vulgo que designaba a las
mayorías, a la masa del pueblo. Se trata del concepto “laós”.[1] y [2]
Veamos
el presente: la hegemonía que EEUU, la Unión Europea e Israel pretenden
imponerle a toda la humanidad y el dominio total sobre cada persona del planeta[3]; la
privatización a ultranza; las patentes transnacionales, como las de Monsanto;
el brutal intercambio desigual; el carácter extraterritorial que los países
enriquecidos le atribuyen a sus leyes; la corrupción inherente al mundo de
libre empresa; la mercantilización abierta o encubierta de la educación en
muchísimos rincones del planeta; la cultura enajenante que inoculan la prensa,
la radio, la televisión, el cine y los medios en manos transnacionales; la
falsa fe religiosa que inculcan muchas iglesias; las destructivas mentiras mediáticas;
la asquerosa manipulación de la ciencia en función de someter a las naciones;
la criminalización de las protestas sociales; el narcotráfico, el saqueo de los
países empobrecidos;[4]
las guerras genocidas; los llamados estados fallidos como Irak, Afganistán y
Libia; las sanguinarias dictaduras militares que el imperio ha impuesto a
pueblos enteros en distintos momentos históricos; la CIA, con todas sus
acciones criminales y siglas; Alqa Eda, la OTAN, la ONU con todos o casi todos
sus organismos; el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco
Interamericano de Desarrollo y organismos semejantes; las artificiales crisis
alimentarias, financieras, etc.; la brutal depredación del medio ambiente y
muchas cosas más, han sido, y son, parte inseparable del funcionamiento real de
la democracia, como poder de élites y no de masas, como se ha inculcado a lo
largo de siglos.
Coincidimos
así con el planteo que hacía Álvaro Cunhal: “…afirmamos como
marxistas-leninistas […] que la más democrática de las democracias burguesas
sirve a la burguesía contra el proletariado, protege y defiende la explotación
de los trabajadores, usa el poder del Estado contra los trabajadores, y, si la
lucha de éstos pone en peligro los intereses del capital, la burguesía
dominante, por muy “liberal” y “democrática” que sea, no duda en violar la ley,
retirar las libertades y recurrir a métodos abiertamente terroristas.”[5]
Nos parece demás entrecomillar las palabras “liberal” y “democrática”.
II. Definiciones y
concepciones sobre democracia[6]
1.
¿Es el pueblo el que gobierna en la democracia? La definición de
democracia que dan los diccionarios, da claras muestras de las limitaciones
estructurales que encierra este concepto de cuño esencialmente opresor. Sobre la base de las acepciones que da al
concepto thefreedictionary nos cuestionamos: ¿Hasta dónde un pueblo, en
un medio completamente controlado por el capital, sus ideólogos y sus medios de “comunicación”, tiene
posibilidades reales para escoger y elegir libremente a sus gobernantes?
¿Podemos ignorar las asquerosas formas que se adoptan en Occidente para
manipular a masas enteras? ¿Es, en
verdad, la democracia una doctrina interesada en defender que el pueblo
participe en los asuntos importantes de gobierno? ¿Es el pueblo el que gobierna
en ella? ¿No es acaso sintomático que las democracias occidentales por
excelencia suelan ser los países más “desarrollados”? ¿No será que democracia y
condición de país “desarrollado” se sustentan en el saqueo de las riquezas de
los países empobrecidos? ¿No es cierto, acaso, que ahora que estos países se están
rebelando contra el saqueo de sus riquezas naturales, la democracia de los
países enriquecidos está siendo severamente cuestionada? ¿Se incluye,
entre los asuntos importantes en que, presuntamente, participan los miembros de una
colectividad, lo relativo a la distribución equitativa de la riqueza?
2. Falacias sobre la
democracia[7] “Sobre democracia -leemos-
se habla y se escribe mucho. Y no hay régimen político, por despótico que sea,
que no intente llamarse a sí mismo democrático en cuanto depositario de la
voluntad del pueblo. Es que hay algo en la democracia que la recomienda como la
forma de vida más acorde con la naturaleza libre, igualitaria y social del
hombre. Por eso todos quieren apropiarse de su nombre.”
La
democracia se ve, acá, como intrínseca a la naturaleza humana, naturaleza a la
que también se le endilga la libertad y la igualdad dadas por sí mismas. Pero
ello contradice el carácter histórico que posee el desarrollo social, con
grandes momentos que diferencian un tipo de sociedad de otro. Lo contradice de
igual forma la realidad que envuelve, hoy, la vida de la mayor parte de la
población humana privada, por la fuerza, de los medios necesarios para llevar
una vida, en verdad, libre e igualitaria. Se le estima, así, existente desde
siempre. Empero, el ser humano no nace
libre, se vuelve, o se puede volver tal, en los procesos reales de su compleja
vida social, en la medida que luche por ello. Más aún, su liberación con
respecto a la opresión interna y externa está lejos de culminar. En lo atinente
a la afirmación que toda fuerza
política quiere apropiarse de
este concepto, puede, quizá, admitirse en cierta forma, pero sólo partiendo de
la vana ilusión que aún genera el concepto al comprendérsele, a secas, como
poder del pueblo.
El
autor da, luego, la razón a los que conciben la democracia como lo hace él: “Hay quienes sostienen que no se puede hablar
de democracia sin calificativo. Y no les falta razón. […] Quizá la explicación está en que la
democracia satisface el instinto que tiene el hombre de ocuparse de la cosa
pública, aunque sea malamente.” Para reforzar su planteo, cita lo que, al
respecto, decía J. K. Chesterton: “Este es el primer principio de la
democracia: las cosas esenciales en los hombres son las cosas que ellos poseen
en común y no las […] que poseen separadamente. Y el segundo
principio es […] el instinto o deseo político” como algo “que los hombres poseen en
común.”
Apréciese que a Chesterton sólo se le ocurre reconocer como poseído de conjunto el “instinto o deseo
político”. En cambio, la riqueza material queda excluida de esa posesión. Ello
debido a que la democracia aborrece la propiedad social porque ésta atenta
contra la existencia del sistema capitalista que ella representa. Por otra
parte, aunque de alguna manera resulta refutable que el autor mantenga
que sólo hay una manera de entenderla, ciertamente, en los marcos de este sistema, pese a las variadas formas de
comprenderla, la misma es única, pues responde en lo fundamental al
funcionamiento de este sistema opresor; así, deviene, en lo esencial, dictadura
de élites. No en vano, Rafael Narbona acota:
“Si los manuales de texto mantuvieran un
compromiso sincero con la verdad, deberían enseñar a los niños que la
democracia es la pantomima concebida por el capitalismo para legitimar un mundo
injusto, desigual e insolidario.”[8]
3.
Estado y propiedad. Conviene hacer un paréntesis para enlazar el
concepto democracia con el de propiedad y Estado burgués, puesto que lo que
acabamos de leer nos recuerda, justamente, lo que ocultan, con más frecuencia,
los eufemismos que utiliza el sistema capitalista: el poder material, el poder
sobre los medios de producción; lo que, paradójicamente, se refleja en que, a
veces, la propiedad se dibuja como algo inherente a todas las personas sin
excepción, como se aprecia con nitidez, por ejemplo, en lo que escribía José
María Moncada.[9]
En efecto, este personaje hablaba en abstracto
sobre el estado y la propiedad. Al primero le atribuía el “deber de proteger [a] las personas y sus bienes, amparando así
los derechos de todos.” Estimaba que todos las personas, sin excepción,
poseen bienes, o que dichos bienes son, en todo caso, comparables entre sí:
digamos, la casa del rico, con la del pobre, sí la tiene; la ropa del primero,
con la del segundo; y así sucesivamente. Y no exageramos cuando sostenemos que
Moncada presentaba la tesis consistente en que todas las personas resultan
poseedores de bienes; más aún, que cada cual nace poseyéndolos; luego, los
tiene mientras permanece en la escuela y, de igual forma, cuando se vuelve
adulto, momento en el cual “el hombre
posee todo lo que con su propio esfuerzo ha adquirido, lo que ha heredado de
sus padres o parientes, lo que ha recibido de donación o por compra.”[10]
Estamos, como puede
verse, frente a una igualdad abstracta entre los diversos bienes, desde el
biberón de la infancia -pasando luego por el tajador y el lápiz del estudiante
de escuela, y la ropa poseída en todos los tiempos, incluidos los harapos-
hasta las grandes posesiones de tierra, almacenes, bancos y grandes fábricas,
medios de producción utilizados siempre para explotar el trabajo ajeno, base
real del bienestar y la riqueza de pocos.
4.
En qué consiste “La perversión de la democracia”[11] Examinemos ahora un
ataque contra la democracia, pero sólo a partir de que en ella se evidencian
síntomas que pueden amenazar su existencia. Un ensayo atribuido a Documentos de NOA que
trata sobre la perversión de la
democracia, asume que la
consistencia real de ésta descansa en la estructura de partidos; mismos que,
según este escrito, conforman su verdadera base. A partir de las dinámicas partidarias internas y del
poder real que posean estas estructuras, prosigue el texto, se produce la
degeneración de la democracia bajo las más diversas formas. En esto se incluyen
los "Nuevos Movimientos Sociales", nacidos tras haberse
producido el hundimiento de las ideologías [?]; así como los movimientos que “exigen
presencia en las instituciones”, “yendo más allá de los meros grupos de
presión.” De ahí que afirme: “La democracia en su sentido primigenio
puede llegar a verse desplazada por los "comunitarismos" provenientes
de los nuevos, y viejos, integrismos.”
El texto marca el terreno de la democracia para
restringirla sólo a las fuerzas que se han visto representadas por sus valores
y principios, propiamente, los de las fuerzas del capital. No en vano en él se confiesa:
“Definimos la democracia como: un sistema
basado en la libre competencia entre distintas facciones políticas cuyos
miembros son elegidos como representantes de los ciudadanos.” En
otras palabras, un grupo pequeño se arroga el derecho a detentar la totalidad
del poder y a representar a las restantes fuerzas sociales, cuya participación
democrática es aceptable sólo sí se reduce a elegir a sus “representantes”.
El
mismo texto vira luego a un plano que aparenta cierta crítica al concepto
tratado: “La clave de este sistema no es
el principio de “un hombre, un voto”,
[…], sino la existencia de
partidos que representan ideologías o visiones globales de la sociedad,
supuestamente ya presentes en ella.” Y, a renglón seguido, anota “que
las ideologías y los intelectuales […] no están presentes en la
sociedad ni son sustentadas por sectores de la población […], sino que son interpretaciones complejas e
interesadas, […], inculcadas en la
sociedad […] por esos grupos
minoritarios y elitistas.”
Lo
que acá se deja consignado es que las ideologías y los intelectuales no
representan a nadie, salvo a las élites. Pero, tras lo que parece ser una
crítica a la democracia, se oculta su apología: “Al ser puestas en circulación [estas ideologías] crean situaciones nuevas y son adoptadas
por sectores diversos en sus aspiraciones y luchas. De hecho los intelectuales han sido definidos como los
suministradores de legitimidad a grupos sociales. Lo que actualmente
parece descartado es la identificación estricta entre poder económico y poder
político, una teoría básica de la izquierda y del marxismo.” Acá el autor,
amén de atribuirle a los intelectuales
del sistema opresor el monopolio para suministrar legitimidad a los grupos
sociales, trasluce lo que le interesa descalificar: a las fuerzas de izquierda
y al marxismo en el que se basan muchas de ellas. Niega, por otra parte, ese
vínculo que, desde la época esclavista hasta el presente, la historia demuestra
sobre bases sociales distintas: el existente entre el poder político y el poder
económico.
Lejos de externar una crítica a la democracia “como
tal”, el texto asume el ideal democrático recogido en sus páginas, sólo que
visto como valedero dentro de la horma del sistema capitalista: “Evidentemente, hoy la clave del sistema
democrático no es el votante, es la estructura partidista. Con la legitimidad
que le da la representación del ciudadano, el partido puede realizar la
demagogia que quiera manejando el poder de amplificación que le dan los
modernos medios de comunicación; puede acordar la alianza que desee […]; puede manipular el lenguaje y obscurecerlo
a voluntad; puede justificar intereses oligárquicos o partidistas […]; puede […] reformar o torcer su ideología cuanto desee. / “El partido no tiene obligación alguna porque los
sistemas políticos actuales (democrático, oligárquico, comunista, totalitario)
le otorgan la primacía absoluta del área política, de la interpretación de las
posibilidades del sistema, […] representado
por el Estado [en lo social] y en lo
económico por las empresas.”
Delimitando los campos. Aunque se menciona
junto a lo democrático, lo “oligárquico”, lo “comunista” y lo “totalitario”,
revolviendo asuntos contrapuestos con el fin de “socializar” lo malo del actuar
del primero con el de las demás fuerzas políticas, ello no cambia lo que
revelan las palabras leídas: la identificación de la democracia con el poder de
minorías. Por lo demás, el texto deslinda los campos: con todos sus errores, ésta
no deja de ser el “mejor sistema” político existente en comparación con todos
los demás, a los que el texto echa en un sólo costal; cumple así con lo que
sostiene arriba: “manipular el lenguaje y obscurecerlo a voluntad”. Repárese,
además, en el divorcio perverso que se hace, otra vez, entre lo político,
representado por el Estado; y lo económico, por las empresas. Sutil forma de
apañar a éstas desligándolas del Estado y sus decisiones.
¿Qué se critica de fondo? Como ya sostuvimos,
las críticas a la democracia que aparecen en el texto, son formales. Ahora
surge algo de mucha mayor importancia, toda vez que deja develado aquello que
se critica a fondo: “Últimamente, la
desvirtuación más llamativa de la democracia han sido los Nuevos Movimientos
Sociales […]: ecologistas, etnistas, feminismo posibilista, antirracismo,
multiculturalismo, presencia social homosexual, movimientos religiosos,
antiglobalización, antimultinacionales, antialgo, antitodo, y, sobre todo,
nacionalistas separatistas, en una amalgama
arribista y a menudo contradictoria.” Justamente, lo que acá se cuestiona es
que los movimientos sociales cobren cada vez más beligerancia dentro del
sistema democrático, lo que encierra una amenaza, así sea potencial, a su
existencia.
De ahí que leamos: “Estos grupos exigen representación y reconocimiento de su identidad al
margen de los sujetos políticos (partidos, individuos o clases sociales), lo
cual es una extensión ilegítima de la representación política y la convierte en
una democracia corporativa”; quiere decir, colectiva. Por otra parte, trata de
enredar las cosas, igualando a las fuerzas contrarias a la globalización y a
las transnacionales con las “antitodo”; fuerzas a las que, de conjunto, llama “amalgama
arribista” y “contradictoria”.
¿En qué radica el temor
hacia la “corporativización” de la democracia? El texto lo revela de forma meridiana: “Cuando el corporativismo se instala como
forma política en el seno del Estado acontece la muerte de cualquier resquicio
de forma democrática […] en él.”
Y refuerza la misma idea: “En este contexto se encuadra también la
actividad de los sindicatos o de las asociaciones cívicas […] que
prosperan con una sumisión difusa a la ideología dominante […] y una inserción regulada en los procesos de toma de decisiones
institucionales que satisface sus demandas cotidianas y refuerza su poder y su
sentido.”
Y al citarse a pensadores burgueses de principios
del siglo XX, se disipa por completo cualquier duda que pudiera haber en torno
a la identificación del texto con un
poder en el que la participación de las masas esté controlada o excluida
totalmente: “Esta crítica a la
degeneración y envilecimiento de la democracia ya fue descrita por pensadores y
sociólogos de principios del siglo XX: / “Weber […] predijo que una sociedad burocratizada
necesitaría una élite dirigente en el poder y en contacto con las masas a
través de “jefes
carismáticos […]
/ “Schumpeter negó
la existencia de los conceptos de “voluntad general” y “bien común”.” Y naturalmente, “afirma la primacía del caudillaje político
en el engranaje democrático.” Etcétera.
En
síntesis, en los Documentos de NOA, única señal de autoría que posee el texto
examinado, la democracia es un asunto de caudillos: “La principal objeción a la
teoría democrática es la presunción de que la población tiene una opinión
definida y racional sobre todas las cuestiones.” Y el reto que debe
asumir el sistema burgués consiste en restaurar “los valores democráticos” lo cual
“supone destruir los nuevos corporativismos y las ilegalidades en las que se
fundan los etnismos, ecologismos, sexismos, integrismos y nacionalismos.”
Fin
de la primera parte.