Publicado en: 8 abril, 2015
Por Ilka Corado
La violencia de género sigue siendo un
tema escabroso para muchos “cristianos,” que entre golpes de pecho
culpan a las víctimas por el proceder de los verdugos.
¡Ay, la sangre de Cristo tiene poder! Es
una de las frases con las que se persignan y claman al Señor –de los
anillos- de los cielos, seguido de una: es que a saber ni en qué andaba
metida por eso le pasó lo que le pasó. Por eso terminó así. Es que ya se
veía venir, era una buscona. A una mujer decente no le pasan esas
cosas. La culpable siempre es la víctima cuando de violencia de género
se trata.
Ahí están las parvadas de sotanudos que
cuando una víctima llega y confiesa que la violaron ellos le recomiendan
rezar y perdonar al abusador, pero que no denuncie ante las autoridades
terrenales porque será Dios el que se encargue de que él pague. Ajá.
Estos mismos recomiendan no decirle nada
a nadie, porque está en juego el prestigio de la víctima. Que se lo
guarde y que le pida a Dios resignación. “Pero hija, -porque se creen
Tatas los desventurados- en cierta forma tú te lo buscaste por vestirte
así, lo provocaste.” Y tantas razones que dan para hacer creer a la
víctima que no es tan culpable el abusador.
Y si es la pareja la que la agrede
física y emocionalmente aconsejan que lo perdone porque “él es padre de
sus hijos” y que hay otras vidas de por medio, que él va a cambiar con
el tiempo, que le tenga paciencia. Que le ruegue mucho a Dios porque él
hace milagros y que no quiere ver hogares destruidos. Mientras tanto al
abusador le aconseja que es bueno tener mano dura como cabeza del hogar
pero que la modere. -¿Cabeza del hogar? Y ahí murió la flor. A botar
pulgas a otro petate.
El mismo proceder en rabinos y pastores.
Eso en cuanto a los encumbrados que por
teólogos se creen puros y castos. Pero en tema de la doble moral
religiosa, de los prejuicios y estereotipos que pululan en nuestro día a
día, el patriarcado y el machismo son fundamentales. Todo esto untado
con el aceite de los santos oleos y agua bendita permite que solapemos
la violencia de género en nombre del Señor.
Guardamos silencio, no nos involucramos
porque “allá ellos ese es problema de pareja.” No debe existir
consideración alguna cuando de violencia de género se trata. Debemos
involucrarnos. Eso de orar para que se resuelvan las cosas es pura
dejadez. No podemos dejar de buscar lo que es justo por miedo a los
problemas que esto nos vaya a traer.
Lo justo es la equidad y el respeto. Lo
justo es que el abusador pague. Lo justo es evitar tragedias. Para eso
tenemos que dejar de ser pasivos y apáticos. Para eso tenemos que dejar
de darnos tres golpes de pecho, dejar de implorarle a los tres clavos de
la cruz y a los santos y vírgenes, para eso tenemos que actuar. Acudir a
la justicia terrenal.
No podemos tener el descaro de llamarnos
pro vida y estar en contra del aborto, cuando vemos que hay tantas
niñas violadas y que a consecuencia están embarazadas. Eso es inhumano.
Es inhumano y de doble moral saber que
ahí frente a nuestras narices está un hombre agrediendo física y
emocionalmente a su pareja y nosotros no hacemos nada por evitarlo. Sea
nuestro familiar o no. Nuestro deber humano es denunciarlo. Nuestro
deber humano no es orar, encender veladoras, guardar silencio, no es ir a
contárselo en confesión al sacerdote o decírselo al pastor o al rabino,
esperando que sean ellos como “iluminados” los que pongan orden.
Con el tema de la violencia de género y
de inequidad, es nuestra obligación involucrarnos. Todo lo que es
injusto, lo que mancilla, lo que tenga que ver con abuso es nuestra
obligación denunciarlo. Combatamos la violencia de género actuando. Eso
de que en boca cerrada no entran moscas es sermón de cómodos e
indiferentes. Es letanía de dictadura militar.
Si tan creyentes somos pues oremos y a
la vez actuemos. Invocar al “Glorioso” en asuntos de violencia de género
es patético. Combatamos los feminicidios, los abusos sexuales, los
embarazos a consecuencia. Si le toca ir al bote a un familiar pues que
le toque, no podemos solapar porque exista un lazo sanguíneo de por
medio. Eso es inmoral. La violencia de género de denuncia en el
Ministerio Público o en una estación policial, y no en confesión con
sacerdotes, pastores o rabinos.
En estos tiempos de cuaresma en que la
mayoría anda con aires de santidad, es bueno detenernos a pensar en lo
que estamos o no estamos haciendo para combatir la violencia de género.
Dejemos los tres clavos de la cruz en paz, y también a los poderes de la
sangre de Cristo. A lo que te truje Chencha. Nosotros con la justicia
terrenal. El asunto de los cielos no es de nuestra jurisdicción, dejemos
de andar buscando excusas –para zafarnos- para no involucrarnos. Eso de
que calladitos nos miramos más bonitos vergüenza nos debería dar
decirlo.
Nota: este artículo pertenece a la trilogía de Semana Santa. En los que también están De cachurecos y mojigatos hipócritas. Y, La homofobia en nombre del Señor.
Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado.
Abril 01 de 2015.
Estados Unidos.
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