JUAN
MANUEL KARG – La Cumbre de las Américas nació en 1994 bajo la órbita de
la Organización de Estados Americanos (OEA) y como idea del entonces
presidente norteamericano Bill Clinton, con el objetivo de alinear a la
región, plagada de gobiernos conservadores, en un contexto global de
creciente hegemonía estadounidense. Así, en 2001 en Quebec (Canadá),
casi por unanimidad –con el sólo voto en contra del venezolano Hugo
Chávez, ante la ausencia de Fidel Castro de aquellas reuniones– se
definió comenzar a dar forma a la propuesta del ALCA: Alianza de Libre
Comercio de las Américas, que finalmente fue derrotada en Mar del Plata
el 2005, tras una decidida intervención del propio Chávez, Néstor
Kirchner y Luiz Inácio Lula da Silva.
Hubo una explicación a esa
derrota de Bush: a partir de aquel momento, un conjunto de gobiernos
posneoliberales se expandieron en la región, como subproducto de
diversas elecciones presidenciales donde los pueblos de América Latina
definieron dejar atrás a quienes habían gobernado para minorías y no
para mayorías. A los casos ya citados, se sumó la administración del
Frente Amplio en Uruguay, del Movimiento Al Socialismo en Bolivia, y de
Alianza País en Ecuador, entre otros. Así nacieron, luego, nuevas
instancias de integración regional, como Unasur –2008 en Brasilia– y
CELAC –2011 en Caracas–, que aportaron la posibilidad de pensar otro
tipo de institucionalidad, con mayores niveles de autonomía.
Mucho cambió desde la última
Cumbre de las Américas, realizada en 2012 en Cartagena de Indias
(Colombia), a esta que se avecina en Panamá. En aquel entonces, Cuba
estaba excluida del cónclave, llevando a un conjunto de países de la
región –los del ALBA y algunos de Unasur– a levantar una voz de protesta
por aquella ausencia. Y, además, como mencionábamos previamente, estaba
muy fresca la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños (CELAC), primer bloque verdaderamente continental –con 33
naciones, y sólo las ausencias de EE.UU. y Canadá–. Por ello, en aquella
reunión de Cartagena, la soledad norteamericana fue casi total: hasta
el anfitrión Juan Manuel Santos, uno de los aliados estratégicos que
Washington mantuvo en la región en la última década, expresó su
disconformidad por la ausencia de Cuba. El descontento de Obama con la
reunión fue tal que ni siquiera hubo una declaración final del cónclave.
El resto es conocido: en
diciembre pasado, mediante una declaración conjunta de Barack Obama y
Raúl Castro, Estados Unidos y Cuba comenzaron un entendimiento mutuo que
provocó la liberación de presos entre ambos países: así, “Los Cinco”
retornaron a La Habana tras quince años en cárceles norteamericanas y el
ex contratista de Usaid, Alan Gross, viajó hacia Washington luego de
haber sido imputado por intento de espionaje en la Isla. Actualmente
ambos países negocian la reapertura de embajadas, para lo cual La Habana
pide que se retire a Cuba de la lista de países “patrocinantes del
terrorismo” que su vecino del norte realiza año a año. Esta novedad
geopolítica fue definida por Obama en los siguientes términos: “No podemos hacer lo mismo que hemos hecho durante las últimas cinco décadas y esperar un resultado diferente”.
Sin embargo, el cambio de
política de EE.UU. hacía Cuba también introdujo un reacomodamiento
geopolítico de la Casa Blanca en cuanto a su política exterior. ¿En qué
sentido? Obama intenta actualmente un reequilibrio diplomático, tras lo
cual, luego de sus negociaciones con La Habana –y también con Teherán,
en vistas a un posible acuerdo nuclear que fue abiertamente rechazado
por el primer ministro israelí, Netanyahu– ha apuntado sus sanciones
hacia Caracas y Moscú, tras una creciente presión del Partido
Republicano, quien ganó recientemente las elecciones intermedias. Por lo
tanto, si en las anteriores Cumbres de las Américas aparecían voces
críticas al papel de EE.UU. respecto a Cuba, es de esperar que en Panamá
se produzca una situación similar pero respecto a Venezuela.
Al momento de escribir estas líneas, Nicolás Maduro anunciaba la recolección de más de 3 millones de firmas de la campaña: “Obama deroga el decreto ya”, cuya
entrega, en palabras del Jefe de Estado, se hará en la propia Cumbre de
las Américas –por ello es de esperar que la cifra sea aún más grande,
visto y considerando que aún resta tiempo–. Asimismo, la consultora
Hinterlaces confirmaba un aumento en la imagen positiva de Maduro luego
de la decisión de Obama: parece haber primado la idea de “cerrar filas”
en torno al gobierno ante el cuestionamiento de Estados Unidos. Ambas
noticias le dan confianza al mandatario venezolano para ir a la reunión
de Panamá, con una ratificación importante también de los países de la
Unasur y de su Secretario General, Ernesto Samper.
Hay otro elemento relevante para
considerar: de 2009 a esta parte se intensificaron los vínculos entre
los países de América Latina y el Caribe y el bloque de los BRICS
–Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica–, que se propone la
configuración de un nuevo orden mundial: multicéntrico y pluripolar.
Aquí hay otra diferencia respecto a Cartagena de Indias: allí la idea de
multipolaridad se verificaba más difusa, y la vinculación entre la
región y, principalmente, China y Rusia, era bastante menor a la que
podemos dar cuenta en la actualidad.
Ahora bien, adentrándonos en el
“contenido formal” de la reunión, los tres ejes temáticos planteados por
el país anfitrión en los documentos previos a la cumbre son los
siguientes:
a. combate a la pobreza;
b. aumento de la cooperación en materia de salud, educación, seguridad, medio ambiente, y energía;
c. fortalecimiento de la gobernabilidad democrática y participación ciudadana.
Seguramente exista un piso de
acuerdos en cada uno de estos puntos. Y, probablemente, alguna
declaración final que albergue la “unidad en la diversidad” de la
reunión respecto a los ejes planteados –siempre y cuando no haya mayores
disensos, tal como sucedió con la fallida declaración de Cartagena,
frenada por EE.UU. De todos modos, lo central de Panamá pasará también
por lo discursivo y lo gestual: allí se podrá verificar un nuevo momento
político en la región, marcado por un intento de reacomodamiento de
Washington en su política de alianzas –tema condicionado, asimismo, por
su política doméstica–. Sin dudas, EE.UU. también buscará una mejor
“radiografía” de la situación continental –y de sus fuerzas políticas–
tras sus anuncios respecto a Cuba y Venezuela.
Varias dudas surgen como
interrogantes previas a una reunión de primer orden para el continente.
¿Hasta qué punto EE.UU. podrá intentar recuperar su hegemonía perdida en
la región en este tipo de instancias, visto y considerando las nuevas
alianzas internacionales de América Latina y la ratificación en las
urnas del conjunto de los gobiernos posneoliberales? Es decir, ¿hasta
qué momento intentará torcer, por la vía diplomática, una situación
regional que se le hizo adversa en elecciones y que sus fuerzas afines
–internas y externas– aún no pueden remontar?
Por otra parte, algo más concreto
y llano, más vinculado con lo táctico: ¿intentará Obama una “colisión
frontal” con Maduro en Panamá o buscará descomprimir la situación, visto
y considerando que la política que hoy lleva adelante respecto a
Venezuela ya se demostró ineficiente, en el pasado, respecto a Cuba?
Además, ¿logrará EE.UU. alinear, de forma más sistemática, a los
miembros de la Alianza del Pacífico, o sucederá como en Cartagena, donde
incluso algunos de esos países mostraron cierta distancia respecto a
Washington? Faltan apenas días para comenzar a desandar estos nudos
centrales. Recién el 11 de abril, cuando termine la Cumbre de Panamá,
tendremos respuestas certeras a algunas de estas interrogantes.
Juan Manuel Karg es politólogo de Universidad de Buenos Aires y analista internacional.
Juan Manuel Karg es politólogo de Universidad de Buenos Aires y analista internacional.
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