“Tengo muchos amigos
cuyas voces fuertes podrían escucharse en medio mundo, que hubieran
querido y sin duda siguen queriendo expresar su indignación por este
festival de sangre, pero algunos de ellos confiesan en voz baja que no
se atreven por el temor de ser señalados de antisemitas. No sé si son
conscientes de que están cediendo -al precio de su alma- ante un
chantaje inadmisible”. Gabriel García Márquez (1982).
El llamado Holocausto suele
justificar el genocidio sin pausa a que es sometido el pueblo palestino
por parte del Estado de Israel desde hace décadas y que se acentúa en
estos momentos con la masacre institucionalizada en Gaza, la cual cuenta
con el patrocinio del imperialismo estadounidense, sus lacayos europeos
y los miembros de ese conjunto de truhanes que se autodenomina
“comunidad internacional”. El Holocausto se esgrime como justificación
de la pretendida necesidad de Israel de defenderse de todos los
“antisemitas” que quieren destruirlo y para evitar que se vuelva a
repetir el exterminio de los judíos. Nada indica que algo parecido esté
ocurriendo, puesto que en realidad lo que se observa es la sistemática
destrucción del pueblo palestino por parte de los “herederos del
Holocausto”, que utilizan procedimientos similares a los del nazismo,
tales como la construcción de guetos, la limpieza étnica, la “solución
final”, la tortura y asesinato a mansalva de niños, mujeres y jóvenes
con todo el poder de fuego con el que cuenta ese Estado canalla que es
Israel. Sin embargo, tanto el Estado de Israel como sus voceros
mediáticos y académicos y sus poderosos lobbies en varios lugares
del mundo (Estados Unidos, Francia, Argentina, entre los más conocidos)
suelen recurrir por anticipado al Holocausto para justificar sus
crímenes y para dotarse a sí mismos de una “licencia” para masacrar a
los palestinos y proclamarse como dueños “naturales” por un supuesto
dictamen religioso de tipo divino, de las tierras que les han arrebatado
a sangre y fuego.
1
Un ejemplo de lo que es el imperialismo
cultural y su funcionamiento como una máquina bien aceitada nos la
proporciona el tema del Holocausto (con mayúsculas) que hace referencia
al exterminio de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial por parte
del nazismo. En el imaginario cotidiano de la gente en distintos lugares
del mundo, la Segunda Guerra Mundial está quedando reducida sólo a este
exterminio, sin considerar la persecución y el asesinato de gitanos,
homosexuales, discapacitados y opositores políticos, comunistas y
revolucionarios al régimen hitleriano, ni los millones de rusos y de
habitantes de otros pueblos que murieron combatiendo la expansión de las
hordas del nacionalsocialismo por Europa.
Que la Segunda Guerra Mundial se asocie
exclusivamente a los judíos y al Holocausto se debe a que este ha sido
convertido en una poderosa industria, de índole cultural y económica. Al
decir esto debe dejarse en claro que no se está negando la masacre de
judíos en Alemania y en otros sitios de Europa después del ascenso de
Hitler al poder en 1933. No, lo que se está señalando es que en virtud
de circunstancias muy particulares, que enseguida mencionamos, una
masacre se convirtió en el Holocausto y ha sido considerada como la peor
acción criminal de la historia. ¿Por qué no hay celebraciones para los
25 millones de rusos que perdieron la vida durante la Segunda Guerra
Mundial o para los gitanos que fueron exterminados en esa misma guerra?
¿Por qué nadie habla del genocidio del pueblo armenio a manos de los
turcos en 1915-1916? ¿Por qué no hay museos dedicados a la memoria de
los millones de indígenas y afrodescendientes que fueron exterminados
durante la conquista europea que se inició en el siglo XVI? ¿Por qué no
se recuerda a los 10 millones de muertos congoleses en un lapso de
apenas 20 años (1890-1910) por los ocupantes belgas?
Que el Holocausto se haya impuesto como
un hecho único en la memoria del mundo se ha debido a una muy bien
orquestada y organizada acción del lobbyjudío en los Estados
Unidos. La palabra holocausto que proviene del griego (holo: “todo”, y
caustos: “quemado”), empezó a usarse con mayúsculas después de 1967, una
fecha para nada accidental, pues fue el año de la guerra de los seis
días, cuando el estado de Israel ocupó a sangre y fuego los territorios
palestinos de Gaza y Cisjordania.
Norman Finkelstein ha escrito un libro
en el que estudia la forma como se constituyó la industria del
Holocausto, señalando como en la década de 1950 nadie en los Estados
Unidos hablaba del asunto ni muchos menos utilizaba dicho término [1].
Esto tiene una explicación de índole geopolítica, relacionada con las
alianzas de Estados Unidos durante la Guerra Fría, en las cuales
Alemania desempeñaba un papel importante. Por esta circunstancia, en
Estados Unidos nadie estaba interesado en denunciar los crímenes de los
alemanes contra los judíos –salvo los judíos de izquierda, cuyas voces
fueron minimizadas o acalladas–, ya que el gobierno estadounidense debía
mantener sus nexos cercanos con su aliado alemán y las elites judías no
estaban interesadas en hurgar en ese tema, hasta el punto que Congreso
Mundial Judío y la Liga Anti-difamación ayudaron a contener la “ola
anti-alemana” que imperaba entre los judíos de los Estados Unidos.
Esta actitud cambió luego de finalizada
la guerra de junio de 1967, cuando Estados Unidos muy impresionado por
la victoria de Israel sobre los países árabes decidió convertirlo en un
aliado estratégico en el oriente medio. De repente, que coincidencia,
apareció en el panorama el asunto del Holocausto, el cual rápidamente se
convirtió en una verdadera industria, para justificar tanto la política
criminal del estado de Israel contra sus vecinos, en primer lugar los
palestinos, como para respaldar la alianza entre el estado sionista y el
imperialismo estadounidense. En este proceso, la construcción del
Holocausto se convirtió en una excusa para deslegitimar de entrada
cualquier crítica dirigida a los judíos y en especial al estado de
Israel, respaldando la pretensión que los judíos son un pueblo elegido.
En concreto, quienes más han sentido el
Holocausto son los palestinos, puesto que en Estados Unidos los
sionistas han explotado hasta el extremo la persecución nazi para
ocultar y justificar los crímenes que el Estado de Israel viene
realizando contra los palestinos desde 1948, y que se efectúan sin pausa
en forma cotidiana, porque en “tiempos normales” cada semana son
asesinados dos niños palestinos.
2
Como cualquier industria, la del
Holocausto necesita producir a diario para mantener su rentabilidad. Y
eso es lo que efectivamente sucede, pues todos los días se ponen en
escena películas, series de televisión, programas de radio, se publican
libros, revistas y propaganda alusiva al hecho. Hasta tal punto ha
adquirido importancia el tema que en los propios Estados Unidos es más
nombrado el Holocausto que el ataque de Pearl Harbor o el lanzamiento de
las bombas atómicas sobre Hiroshima o Nagasaki. En las universidades se
han creado cátedras especiales sobre el Holocausto y en 17 estados se
dictan cursos escolares sobre el asunto.
Los grandes periódicos y medios de comunicación, usualmente controlados directa o indirectamente por el lobby judío,
no dejan pasar un día sin difundir alguna noticia o historia
relacionada con el Holocausto. Las editoriales de Estados Unidos han
publicado más de 10 mil libros sobre el asunto, la mayor parte de ellos
verdaderas patrañas intelectuales, sin ningún rigor, seriedad, ni
coherencia analítica. Esto hasta tal punto es cierto que, a pesar de que
ya han transcurrido 70 años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial,
en lugar de disminuir los sobrevivientes del Holocausto, estos aumentan
sin cesar con el paso del tiempo. Esto tiene una explicación económica,
vulgarmente económica, porque la aparición de nuevos sobrevivientes se
convierte en una forma de presión para que Alemania, Suiza y
eventualmente otros países europeos se comprometan a pagar millonarias
indemnizaciones, no a quienes sufrieron en carne propia, sino a los
representantes del poderoso lobby judío de los Estados Unidos.
Con esta perspectiva, el genocidio nazi ha sido convertido en un
negocio, en una especie de casino de Montecarlo, en el que los
industriales del Holocausto amasan cuantiosas ganancias: en 1997, Suiza
entregó 1.250 millones de dólares y el Congreso Mundial Judío, con sede
en los Estados Unidos, había recibido hasta fines de la década de 1990
la fabulosa suma de siete mil millones de dólares. Lo significativo
estriba en que “una parte importante de los sobrevivientes del
Holocausto nunca ha visto ni un dólar de ese dinero, porque lo cobran
las organizaciones judías que gestionan las reparaciones económicas ante
los Estados europeos involucrados”. Por esta razón, “muchos de sus
dirigentes son verdaderos gánsteres y sinvergüenzas profesionales que
deberían estar en la cárcel”, puesto que el exterminio en los campos de
concentración “fue utilizado por los dirigentes israelíes en el último
cuarto de siglo como instrumento para un chantaje moral y político, pero
en tiempos más recientes también para el chantaje financiero” [2].
El Holocausto no sólo se ha convertido,
como vimos, en una prospera industria sino también en una arma
ideológica de dominación imperialista porque el victimismo étnico de que
han hecho gala los judíos, de Estados Unidos y del Estado de Israel, ha
servido para presentarlos ante la faz del mundo como “mansas ovejas”
que han sido y siguen siendo víctimas de todos los “antisemitas” del
mundo, empezando por los palestinos. De esta manera, se invierte la
historia y los palestinos –torturados, masacrados, asesinados y
perseguidos por el estado de Israel desde 1947- aparecen como los
agresores de los “pacíficos” sionistas. Así mismo, al elevar el
Holocausto al nivel de crimen único se niegan y ocultan todos los otros
genocidios que se han cometido, y que se cometen en estos momentos en
diversos lugares del mundo, como si el resto de la humanidad que sufre
no tuviera derecho a que sus sufrimientos fueran dignos de
consideración. Como bien lo dice Finkelstein: “A la vista de los
sufrimientos de los afroamericanos, los vietnamitas y los palestinos, el
credo de mi madre siempre fue: ‘Todos somos víctimas del holocausto’” [3].
Notas
[1]. Norman Finkelstein, La industria del Holocausto. Reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío, Siglo XXI de España Editores, Madrid, 2002.
[2]. Norman Finkelstein, La Jornada, septiembre 12 de 2004.
[3]. N. Finkelstein, La industria del Holocausto, p. 13 (Énfasis nuestro).
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