25.09.3013.
 Isaac Rosa
Isaac Rosa
Imaginemos por un momento que el rey no sale vivo de la 
clínica Quirón. No parece probable, vale, nos han dicho que solo es una 
operación de cadera, cuya tasa de mortalidad imaginamos muy baja (aunque
 si pregunto al doctor Google,
 no sé qué pensar). Pero por experiencia propia sé que cuando uno se 
tumba en un quirófano está a merced de complicaciones e imprevistos, y 
hablamos de un paciente de edad avanzada y con muchos costurones ya en 
el cuerpo.
Así que la pregunta es: ¿y si el rey muere en el 
quirófano? Les propongo un ejercicio de política ficción, sin morbo ni 
ensañamiento con el enfermo, solo para anticipar un escenario que es 
poco probable, pero no imposible. Tampoco le deseo la muerte a Juan 
Carlos de Borbón, por mucho que desee el fin de su reinado. Aclarado lo 
anterior, ¿me acompañan en este ejercicio de ficción política?
Pongamos que la operación de esta tarde se alarga más de 
lo esperado. A media noche seguimos sin noticias, se extiende el 
nerviosismo y se disparan los rumores. El miércoles amanecemos con un 
parte médico que entre líneas reconoce la gravedad, aunque intenta 
tranquilizarnos. Según avanza el día, y entre llamamientos a la calma y 
un sospechoso apagón informativo, los médicos y los responsables 
políticos van dosificando la información, hasta que a la noche salta la 
noticia: el rey ha muerto.
Lo que viene a continuación es perfectamente previsible. Y
 lo es porque todos los implicados están preparados para algo así, y más
 desde que en los últimos años la salud del rey es una preocupación de 
Estado. Las instituciones, el gobierno, los grupos mayoritarios del 
parlamento, los medios de comunicación. Todos saben qué hacer al día 
siguiente, cuál es su sitio y su papel, porque todos se han preparado 
para algo que tal vez no ocurra mañana, pero puede suceder en los 
próximos meses o años, por pura lógica biológica.
De inmediato, las instituciones activan las “previsiones 
constitucionales”, por la que se inicia el mecanismo sucesorio y de 
forma instantánea sube al trono el heredero. El Gobierno, el PP y el 
PSOE mantienen la “normalidad institucional”, al tiempo que dedican sus 
energías a ensalzar la figura del difunto, recordar su entrega a España y
 destacar el papel moderador y de estabilidad que la monarquía ha tenido
 y etc.
Los medios de comunicación sacan del congelador los 
reportajes, artículos y materiales varios que tienen preparados desde 
hace tiempo, a falta solo de ponerle fecha y punto final. Las 
televisiones programan a todas horas especiales sobre el funeral de 
Estado, los hitos de su vida, la monarquía en la historia de España, la 
figura del príncipe y su enorme preparación para el cargo. El país vive 
varias jornadas de luto, y llegan mensajes condolientes desde el 
extranjero.
¿Y los ciudadanos? En principio, nos tienen reservado un 
papel de espectadores. Nada más. Podemos ir a llorar a la capilla 
ardiente, llevar flores a la puerta del palacio, poner crespones en los 
balcones, y coger sitio en la calle para ver pasar la carroza fúnebre o 
aplaudir al nuevo rey cuando salude en su primer paseo ya coronado. Y 
los más vagos, acomodarse en el sofá a ver la sesión continua de 
telemonarquía que emitirán todas las cadenas.
¿Y los republicanos? ¿Tenemos algo preparado para ese 
momento? ¿Hemos hecho nuestras propias previsiones, tenemos planes de 
emergencia como los tienen las instituciones, partidos y medios de 
comunicación? Permítanme que lo dude.
participar 
en algún acto republicano, siempre he lanzado la misma pregunta a los 
presentes: “¿qué haréis si hoy abdica el rey, o si muere? ¿Tenéis algo 
previsto?” La respuesta (o la falta de ella), me hace temer que no, que 
los republicanos no estamos preparados para enfrentar el momento más 
crítico de toda monarquía: la sucesión en el trono.
Aceptamos que nunca ha sido tan baja la aceptación de la 
monarquía. No nos apuntamos el tanto, pues nos ha venido todo en 
bandeja, ha sido el propio rey el que se ha disparado en el pie 
repetidas veces en los últimos años. Podríamos pensar que hoy la 
convicción republicana está más extendida que nunca, aunque sea más por 
rechazo a la monarquía que por tener principios republicanos.
Y sin embargo, cuando la monarquía está en su momento más
 bajo en décadas, y cuando se aproxima su hora crucial (pues si no 
muere, habrá abdicación en cualquier momento, créanme), los republicanos
 no tenemos plan. No tenemos una plataforma donde sumar fuerzas, ni 
siquiera un espacio donde encontrarnos republicanos de distintas 
sensibilidades. No tenemos quien nos convoque, no tenemos eso tan manido
 de una “hoja de ruta” para traer la República.
Es cierto que estamos demasiado ocupados en contener los 
ataques a la sanidad, a la educación, a la ciencia, a los derechos 
laborales. Pero el republicanismo debe ser parte de nuestra agenda, y la
 monarquía no es ajena al derrumbe español, sino que es uno de los 
pilares que hoy se demuestran podrido.
Sí, es verdad que hay alguna convocatoria cercana (el próximo sábado 28, el llamado “jaque al rey”,
 en la línea de los rodeos al Congreso). Y estoy seguro de que, si esta 
noche falleciese al rey, en seguida circularían convocatorias y 
acabaríamos sacando la tricolor. También creo que, pasados los días de 
la conmoción y el luto, aumentarían las voces pidiendo un debate público sobre la forma de Estado.
Pero no sé si es suficiente. No sé si estamos preparados 
para resistir al aluvión monárquico que nos caería encima en caso de 
muerte o abdicación, ni para impedir que el príncipe no solo suba al 
trono, sino que se consolide como Felipe VI en muy poco tiempo, 
atornillado para un largo reinado.
Yo no tengo mucho que aportar, tampoco tengo plan, ni 
aspiro a convocar a nadie. Solo lo aviso: hoy mismo podría fallecer el 
rey, o quedar incapacitado hasta forzar la abdicación. Y todos están 
preparados, menos nosotros, los republicanos.
eldia
 
 
 
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