Sara Rosenberg, escritora.-
Hay una manera de ver y sentir que predispone a la calma, -o a la apatía- en tiempos de grandes tormentas. Quizás sea el resultado de la pereza o de una especie de ceguera producida, regulada y manejada perfectamente por los medios de desinformación. Es verdad que a los esclavos del sistema capitalista nos dejan pocas horas libres, cada vez menos, para reflexionar. Por eso tal vez al llegar a casa agotados, sólo recibimos pasivamente la información que el amo necesita. Es el perfecto vampirismo que ha dado tanto juego en las masivas y exitosas películas de zombies.
Si un
marinero se cansa y sólo escucha información parcial, sin duda el barco
naufragaría porque no sabría medir el calibre de la tormenta y menos su
intensidad. Fiel a sus prejuicios no entendería la relación de un viento
con otro, tampoco la relación de las mareas y las estaciones y quedaría
librado a los detalles más nimios, sin poder reaccionar ni analizar el
conjunto de la situación. Perdido en el color de la bandera o en la
redondez de los salvavidas, su barco sería destruido y el terminaría
ahogado.
El receptor de noticias catastróficas,
el receptor de fragmentos informativos está anestesiado por el volumen y
la constancia de las catástrofes. Y ahí radica su incapacidad de poner
a dudar el mundo. De cotejar y de pensar.
En la vieja fábula de Pedro y el lobo,
que Goebbels tan bien supo utilizar para crear la opinión que permitió
la indiferencia y la aceptación de la muerte concebida como industria,
sucede algo parecido.
La mentira repetida, fragmentada y constante
permite que el lobo se coma a todas las ovejas. Porque el cansancio y
la desconfianza en tu semejante ya ha sido provocada y nadie acude
entonces a ayudarte. La repetición de una mentira desarma todo vínculo
solidario. Y cuidado, el cuento es doblemente cruel porque en nuestro
caso no parte del pastor mentiroso y singular, sino de un inmenso
aparato financiado con millones de dólares y dedicado específicamente a
volvernos sordos y ciegos.
Repetidores y cansados ciudadanos o súbditos
(en España y en otras monarquías, tales como las monarquías tan amigas
de España como lo son las del Golfo Pérsico, ¡oh, casualidad!) que se
someten después de intensas horas de trabajo esclavo al mandato y a la
mentira al encender la televisión que se suele llamar pública aunque sea
una televisión contra todo lo público, contra todo sentido de lo
público y de los derechos elementales a saber, a conocer y a compartir
conocimiento.
Cuando un “presunto asesino” con las
manos llenas de sangre se coloca frente a una cámara y declara haber
matado, el horror es tan grande y el golpe al cerebro tan enorme que se
nos pasan por alto, o no somos capaces de indagar un poco más allá de
las imágenes y las palabras que la acompañan. El shock consigue el
objetivo. Y se empieza a comentar la noticia como cierta. Ese es el
campo de la catástrofe y una vez dentro tiene el poder de succionar el
pensamiento crítico. El receptor se pierde en los detalles de la
supuesta verdad que le han contado, pero ha partido de un lugar falso.
Es como el marinero que no ve el cielo ni el mar. El campo ha sido
acotado y no puede ver más allá. La triada negro-musulmán-asesino se
instala antes de la pregunta por la historia del personaje, y nadie se
pregunta tampoco por la construcción del personaje. No hay tiempo para
preguntar ¿Quién es? ¿Quién lo ha enviado? ¿Acaso está pagando una deuda
con los servicios de inteligencia o con la policía? ¿Acaso está
drogado? ¿Qué tipo de drogas están experimentando con él? ¿Quién
experimenta? ¿Estaba fichado y lo dejaron actuar? ¿O bien todo esto es
otra puesta en escena cuyo protagonista es un descerebrado previamente
descerebrado porque se necesitan chivos expiatorios que consoliden cada
día más los partidos fascistas en auge en Europa? ¿Acaso se ha perdido
la memoria? ¿O este infeliz no se dio cuenta de que lo estaban usando?
¿Acaso le han pagado esta muerte? ¿Cómo es posible que a cien metros de
un cuartel militar con centinelas, maten con un cuchillo y un machete a
un soldado? ¿Por qué no había policía ni ambulancias? ¿Por qué en el
video nadie parece sorprendido? ¿Por qué tanta quietud y grabación
televisiva alrededor? ¿Acaso esta atroz noticia es una noticia armada y
controlada? ¿Cómo es que nadie actuó para defender a la víctima? ¿Cómo
hay tiempo de hablar con las cámaras antes de que llegue la policía o
una ambulancia?
Puedo llenar páginas con preguntas, y me dirán que estoy
haciendo eso que España se llamó “conspiranoia”, término surgido en el
calor del 15 M para impedirnos hablar de política seriamente. Para
impedir profundizar en la relación de una lucha social con la otra,
hasta terminar dividiéndola y fragmentándola –mareas de colores, pero
nunca unidad ni programa político- tanto como se fragmenta y se divide
la noticia falsa en los televisores y los periódicos de masas. Ese es el
patrón de conocimiento y es un modelo altamente peligroso para todos
porque está fundando una manera de pensar para no ver el conjunto y ser
dominados. La falta de relación entre los hechos nos deja con las manos
vacías. El árbol devora al bosque. La noticia del crimen se emite sin
cesar durante todo un día, al cabo del cual desaparece sin dejar rastros
al día siguiente y se replica en un caso semejante ocurrido en Francia
pocos días después. Da para pensar que o bien el guionista está muy
cansado o que creen que estamos muy ciegos.
Cuando la noticia desaparece de las
pantallas, en el inconciente queda la imagen de un hombre con las manos
llenas de sangre que a plena luz del día sostiene un machete y un
cuchillo, que supuestamente es musulmán, evidentemente negro y por lo
tanto doblemente dotado para ser asesino, por un simple sistema de
acumulación de terror imaginario provocado y ahora consumado.
Los detalles son escamoteados. La
noticia también, porque la día siguiente no se dice nada más, no hay
declaraciones públicas, se habla de secreto de sumario. Pero los
“presuntos asesinos” que se han declarado asesinos frente a la cámara y
han sido baleados en las piernas, no existen más. Se suprime el caso. El
efecto se ha cumplido. La acumulación de pensamiento catastrófico es
suficiente por hoy.
Sin embargo no sabremos jamás lo que
pasó realmente, de la misma manera que se escamotea y se miente sobre
cómo han armado a asesinos y mercenarios en Libia y ahora en Siria y
sólo se verán las bombas verde moco de la Otan al redoble de discursos
“civilizados” que han hecho del crimen su elemento, y de la desgracia y
la guerra su negocio.
Los medios dirigen y producen el miedo
para controlar y para que la organización social de los oprimidos
naufrague y deba empezar siempre desde cero.
Sin embargo lo cierto es que la
ultraderecha, nazionalista y xenófoba se ha reforzado y unido. En
Inglaterra y en Europa no deja de crecer. Han salido a la calle a cazar
inmigrantes y a quemar barrios pobres. ¿Acaso hemos perdido la memoria?
Apenas han pasado ochenta años, millones de muertos reclaman que nos
preguntemos sobre las razones y los modos de crear este miedo guerrero y
totalitario. En tiempos de tormenta hay que unir los datos y no dejar
que nos distraigan los colores de las banderas. No hay salvavidas y hay
que analizar a fondo las tormentas para no naufragar escuchando con
cansancio y apatía el discurso del amo, que sólo sirve para dividirnos,
confundirnos y paralizarnos. Es parte de la doctrina del shock y su
corazón es el miedo a saber, a preguntar y a pensar con autonomía.
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