Escuálidos
y frágiles, más de cien hombres yacen en el piso de cemento de las
heladas y solitarias celdas de Guantánamo, silenciosamente matándose de
hambre. Despojados de todas sus posesiones, aun de las cosas básicas
como una colchoneta para dormir y jabón, están en silencio mientras los
guardias periódicamente golpean las puertas de acero y les gritan que
muevan un brazo o una pierna para demostrar que aún están conscientes.
El conocido centro de detención está en crisis, sufriendo una
rebelión sin precedentes: alrededor de dos tercios de los 166 detenidos
mantienen una huelga de hambre. Esta semana, 48 enfermeras militares
estadounidenses fueron enviadas para tratar de evitar un suicidio
masivo. El último británico detenido, Shaker Aamer, dijo que estaba
preparado a continuar la huelga hasta su muerte.
La administración de Estados Unidos hace lo que puede para evitar
que miradas indiscretas vean la tragedia que se desarrolla, pero The Independent obtuvo
informes de primera mano. Dos veces por día, los 23 más débiles son
llevados a una habitación. Sus muñecas, brazos, estómago, piernas y
cabeza son atados a una silla, y se realizan repetidos intentos de
forzar un tubo por sus narices hacia su estómago. Es un feo
procedimiento mientras tienen arcadas y las sangre brota de sus narices.
“No nos dejan vivir en paz y ahora no nos dejan morir en paz”, dijo un
preso, Fayiz al Kandari, un kuwaití detenido durante once años sin
cargos.
Cuatro están tan enfermos que yacen con grilletes en el hospital y
los internos predicen que es cuestión de horas antes que uno muera. “Es
posible que yo muera aquí”, dijo recientemente Aamer, de 44 años, a
través de su abogado, Clive Stafford Smith. “Espero que no, pero si me
muero, por favor dígales a mis hijos que los quería por sobre todas las
cosas, pero que tenía que sostener el principio de que no pueden detener
a gente sin un juicio, especialmente cuando han sido autorizados a
quedar en libertad”, dijo el padre de cuatro hijos, que permanece en
Camp 5 a pesar de haber obtenido la aprobación para ser liberado hace
más de cinco años. “Es triste, pero la tortura y el abuso continúan
funcionando en Guantánamo y Estados Unidos está tirando más por la borda
su disminuida autoridad moral”, añadió Stafford Smith.
La protesta, que comenzó el 6 de febrero, se ha expandido ahora a
Camp 5 y Camp 6, donde se estima que de 100 a 130 personas adhieren.
Estos no son los detenidos de alto valor de Camp 7, el puñado de presos
acusado de crímenes terroristas. Los huelguistas de hambre son aquellos
que han esperado durante una década o más un juicio, incluyendo a 86 que
obtuvieron autorización para ser liberados, pero permanecen atrapados
por las restricciones impuestas por el Congreso.
Mientras el presidente Barack Obama se comprometía esta semana a
presionar por el cierre de Guantánamo, los detenidos señalan que volvió
al régimen draconiano de la administración Bush. “Los abogados de la
defensa han tratado de lograr un diálogo constructivo, pero siempre nos
hemos topado con resistencia y silencio”, explicaba el capitán del
ejército de Estados Unidos, Jason Wright, un abogado que describe haber
visto a su cliente Obaidullah ahora con 52 kilos, hecho una “bolsa de
huesos”, como una experiencia “extremadamente angustiante”.
“Me duele la cintura, siento mareos, no puedo dormir bien. Me
siento desesperanzado. No puedo ejercitarme. Mis músculos se han
debilitado en los últimos 50 días. He vomitado cinco veces”, escribió
Obaidullah, un afgano de 32 años que nunca estuvo acusado a pesar de 11
años de detención. “Cuando entré a la habitación estaba visiblemente
cambiado. Dijo: ‘No nos tratan con dignidad, nos tratan como a perros’.
Es claro que si esta huelga de hambre continúa, habrá muertos. Estos
hombres van a morir en esta prisión por nada. Es absolutamente
indignante”, dice el capitán Wright. “La huelga de hambre es una
protesta política. El hecho de que sean tratados así va en contra de la
ley internacional y no es estadounidense”, añadió.
La protesta comenzó el 6 de febrero cuando, según los abogados, la
nueva administración decidió terminar “una era de permisividad” y tomar
una actitud más estricta, en contravención con la Convención de Ginebra.
Los guardias confiscaron todos los “items de comodidad”, pero lo que
indignó más a los detenidos fue que les quitaran el Corán, un acto que
la administración niega.
La protesta fue pacífica hasta el 13 de abril, cuando los guardias
utilizaron balas de goma para mover a los prisioneros de las celdas
comunitarias y algunos respondieron con “armas improvisadas” como palos
de escoba. Los informes de primera mano revelaron esta semana que la
mayoría de los prisioneros está detenida en confinamiento solitario en
celdas vacías, sin ventanas de 3,5 metros por 2. El agua limpia está
racionada y han sido despojados de todas sus posesiones.
Se quejan de que el aire acondicionado está prendido a un nivel de
congelamiento. Los guardias perturban deliberadamente sus horas de
oración y aparecen durante la noche para llevarlos a las duchas. El
marroquí Younous Chekkouri dijo por teléfono a sus abogados que padece
tener que dormir en el piso de cemento y que usa sus zapatos como
almohada. “El dolor comienza inmediatamente cuando estoy en el piso.
Dolor en mi nuca, dolor en mi pecho. Finalmente, a la noche nos dieron
frazadas. Hacía mucho frío. El agua ahora es un privilegio. Nos están
tratando como animales”, añadió. “Creía que mi tortura había terminado,
pero lo de ahora es terrible.”
Amnistía Internacional fue una de las varias organizaciones de
derechos humanos que describieron la situación en el penal de la base
militar en Cuba como “en un punto de crisis”, mientras un especialista
de la ONU en tortura, Juan Mendes, condenó la detención continuada como
“cruel, inhumana y degradante”.
Omar Deghayes, de 43 años, un residente británico que fue liberado
en 2007 sin cargos, recordó el efecto de dos huelgas de hambre más
cortas. Tirado en una “celda-congeladora”, dijo que apenas se podía
parar y estaba consumido por el hambre y los dolores. “Uno comienza a
alucinar. Comencé a escuchar voces. Luego empecé a vomitar sangre y pus.
Tu estómago se contrae y te alimentan a la fuerza en grandes
cantidades, no se puede controlar nada, uno tiene diarrea. Te llevan al
patio y te lavan con mangueras.” La mayoría de la gente no puede
sobrevivir, habiendo perdido más del 40 por ciento de su peso.
El capitán Wright, que viajó en el mismo avión que las enfermeras,
dijo: “No puedo creer que entendieran lo que se les pedía que hicieran
por su país. Sabían lo terrible que sería. Espero que algunas hayan
tenido el coraje de decir que no”.
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