Las
expropiaciones proletarias a supermercados han puesto nerviosos a los
burgueses y a sus mariachis. No saben qué hacer porque les han dado
donde les duele, es decir, en la propiedad privada, y dada la situación
social su miedo es que este tipo de acciones se extiendan como reguero
de pólvora. Se imaginan los palacios de señoritas convertidos en
consejos obreros y tienen que tirar de ansiolíticos para poder pasar la
tarde. Incluso nos hablan de “la ley de la selva” cuando cada vez es más
difícil llevarse algo a la boca o vivir bajo techo. Cualquiera podría
pensar que el desorden actual es precisamente la ley de la selva y que
lo que pretenden las expropiaciones no es otra cosa que poner un poco de
orden. Algo así como que los alimentos que lucen los burgueses en sus
escaparates terminen en los estómagos de los obreros o que los millones
de viviendas vacías sean ocupadas por desahuciados.
Cualquier persona que se detenga a pensar cinco minutos entiende
que el hambre que sufren muchos obreros no se debe a la escasez sino a
que los explotadores acaparan los alimentos en sus almacenes poniéndolos
a la venta a precios inalcanzables. Es decir, la industria de la
alimentación en manos privadas es incapaz de satisfacer las necesidades
de los trabajadores, tan solo sirve para el lucro de la burguesía.
Naturalmente comerciar sobre nuestra hambre está protegido por la ley,
así como la ley protege los desahucios, los despidos, las
privatizaciones de la sanidad y la educación, es decir, todo lo que
beneficie a la burguesía, pues el derecho en un régimen burgués,
fundamentalmente, gira en torno a la defensa de la propiedad privada.
Discutir sobre la legalidad de una expropiación proletaria es tan
ridículo como pedir permiso a la burguesía para construir el socialismo.
Para un burgués expropiar alimentos en un supermercado es un pecado
capital sencillamente porque va en contra de sus intereses, de ahí que
se pongan como fieras y dediquen horas y horas a lanzar sermones en
televisión sobre lo bueno que es ser un pobre honrado que se alimenta de
la caritativa mano de la iglesia o de los no menos caritativos cubos de
basura, las dos principales salidas que brindan en este maravilloso
Estado social y de derecho, y que no deja de ser uno de los métodos que
utilizan los explotadores para controlar y mantener mansa a la clase
obrera.
Otra cosa bien distinta es la opinión de nuestros iguales. Los
obreros que recibieron los carros de comida expropiados han dado la cara
agradeciendo el gesto y apoyando este tipo de acciones. Es una
vergüenza que personas que se dicen progresistas confundan la opinión de
los palanganeros de la burguesía con la opinión de la clase obrera.
Nosotros, como comunistas que somos, tenemos que ocuparnos de los
nuestros, lo que opine el enemigo debe importarnos un bledo. Quien
piense que el socialismo lo va a construir la burguesía vía decreto ley
mejor que pida ingreso voluntario en un psiquiátrico a ver si con suerte
lo suyo tiene cura. La revolución la harán los obreros organizados,
esos mismos que son explotados, hambreados, desahuciados, esos mismos
que efectivamente aplauden las expropiaciones. A eso se llama lucha de
clases, eso que algunos dicen que no existe. Pues amigos, existe, vaya
que si existe, y en lo adelante todos y cada uno de nosotros tendrá que
definirse, o se está con la clase obrera o contra ella.
Sobre esto último algunos demagogos han utilizado las lágrimas de la cajera del Mercadona para insultar a los jornaleros del SAT, intentan hacer ver que dichas expropiaciones van en contra de los obreros porque una cajera tuvo que ser apartada tras múltiples avisos dado su manifiesto histerismo. Hay que ser un hijo de puta manipulador para transformar eso en una agresión. Si esa cajera cree que se va ganar el reino de los cielos protegiendo los intereses de su explotador allá ella. Y esto hay que advertirlo, la lucha de clases no es un terreno de juego limpio en el que todo está claro, los burgueses a un lado y los obreros al otro. Así como hay burgueses que se sitúan llegado el caso con la clase obrera, hay obreros que se sitúan con sus explotadores. A veces porque son sobornados -todos conocemos casos de progresistas que tras contemplar los tapices se cambian de chaqueta-, otros por pura alienación, y no pocos porque sencillamente creen que algún día heredarán la empresa de su jefe o que les va a tocar el euromillón.
Por tanto, una cosa es tener tacto con los obreros cuando se realizan acciones de este tipo, y otra muy distinta es ser un pendejo y abortar la acción porque una cajera tire del carro de comida haciendo de guardia de seguridad.
En mi opinión, este tipo de acciones, tanto a nivel de agitación y propaganda, como en el plano de la educación de masas, y por supuesto, en el de la satisfacción inmediata de necesidades apremiantes, son mucho más eficaces que mil multitudinarias manifestaciones en las que después todo cristo se va a su casa y santas pascuas. Se podrá discutir el modo en que hay que llevarlas a cabo para que sean eficaces, pero es indudable que en ellas anida un potencial enorme. La burguesía nos promete desde sus medios de comunicación más ajuste, más peste para los obreros. Nos promete también más represión en el plano legal y policial. Todo ello tras cinco años de saqueo capitalista exacerbado. No hay salida de la crisis que no signifique una salida del capitalismo pues es precisamente el capitalismo la crisis en sí, y eso no se puede lograr ocultando nuestras intenciones ni caminado de puntillas para no despertar al bebé que tan plácidamente duerme en el regazo de la burguesía. La propiedad privada es la madre del cordero, el origen de nuestros problemas. Tenemos perfecto derecho a rebelarnos, y si algún leguleyo progresista arguye no sé qué código le diré que vaya consultando el crujir de los estómagos mientras camina en dirección al carajo.
Sobre esto último algunos demagogos han utilizado las lágrimas de la cajera del Mercadona para insultar a los jornaleros del SAT, intentan hacer ver que dichas expropiaciones van en contra de los obreros porque una cajera tuvo que ser apartada tras múltiples avisos dado su manifiesto histerismo. Hay que ser un hijo de puta manipulador para transformar eso en una agresión. Si esa cajera cree que se va ganar el reino de los cielos protegiendo los intereses de su explotador allá ella. Y esto hay que advertirlo, la lucha de clases no es un terreno de juego limpio en el que todo está claro, los burgueses a un lado y los obreros al otro. Así como hay burgueses que se sitúan llegado el caso con la clase obrera, hay obreros que se sitúan con sus explotadores. A veces porque son sobornados -todos conocemos casos de progresistas que tras contemplar los tapices se cambian de chaqueta-, otros por pura alienación, y no pocos porque sencillamente creen que algún día heredarán la empresa de su jefe o que les va a tocar el euromillón.
Por tanto, una cosa es tener tacto con los obreros cuando se realizan acciones de este tipo, y otra muy distinta es ser un pendejo y abortar la acción porque una cajera tire del carro de comida haciendo de guardia de seguridad.
En mi opinión, este tipo de acciones, tanto a nivel de agitación y propaganda, como en el plano de la educación de masas, y por supuesto, en el de la satisfacción inmediata de necesidades apremiantes, son mucho más eficaces que mil multitudinarias manifestaciones en las que después todo cristo se va a su casa y santas pascuas. Se podrá discutir el modo en que hay que llevarlas a cabo para que sean eficaces, pero es indudable que en ellas anida un potencial enorme. La burguesía nos promete desde sus medios de comunicación más ajuste, más peste para los obreros. Nos promete también más represión en el plano legal y policial. Todo ello tras cinco años de saqueo capitalista exacerbado. No hay salida de la crisis que no signifique una salida del capitalismo pues es precisamente el capitalismo la crisis en sí, y eso no se puede lograr ocultando nuestras intenciones ni caminado de puntillas para no despertar al bebé que tan plácidamente duerme en el regazo de la burguesía. La propiedad privada es la madre del cordero, el origen de nuestros problemas. Tenemos perfecto derecho a rebelarnos, y si algún leguleyo progresista arguye no sé qué código le diré que vaya consultando el crujir de los estómagos mientras camina en dirección al carajo.
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