Etiquetas

sábado, 16 de mayo de 2015

EL NUEVO PLURIPARTIDISMO EN EL ESTADO ESPAÑOL Y EL PODER DE LAS CLASES DOMINANTES

Publicado en: 15 mayo, 2015

Por Jesús Sánchez Rodríguez
 
Análisis sobre la transformación en el sistema de partidos en el Estado español, en el que un sistema pluripartidista está reemplazando al bipartidismo. El análisis se centra sobre si el cambio puuede alterar el dominio indiscutido que ha venido ejerciendo la burguesía con su control del Estado

images_3










Jesús Sánchez Rodríguez[i]            
En todas las sociedades escindidas entre dominadores y dominados, que en las formaciones sociales capitalistas se expresa a través de la existencia de clases sociales, la dominación se lleva a cabo a través de la existencia de un poder político controlado por los primeros. En el capitalismo ese poder político lo representa el Estado moderno, y en su versión más habitual configurada por la democracia liberal, la mediación del control político del Estado se realiza a través de los partidos políticos.

No obstante, el Estado para cumplir con las funciones de su naturaleza clasista goza de un cierto grado de autonomía, es decir, de una autonomía relativa que manifiesta la complejidad de la relación entre la clase dominante y el poder político, y que se expresa, por ejemplo, en la variedad de regímenes políticos o formas que puede adoptar el Estado burgués, pero también en los distintos sistemas de partidos que se pueden formar en cada Estado. Estos dos aspectos son objeto de atención especial en las ciencias políticas.

El tema central de este artículo se va a centrar en el actual sistema de partidos políticos correspondiente a la etapa de democracia liberal en el Estado español abierta con la muerte del dictador, su función respecto a los intereses de acumulación capitalista y el dominio de la burguesía española, y el cambio que se está produciendo en dicho sistema de partidos como consecuencia de los efectos de la crisis económica desarrollada desde 2008, para terminar evaluando si este cambio puede afectar a las condiciones de control político de las clases dominantes. Pero previamente creemos necesario hacer una breve síntesis de la evolución de este sistema para contextualizar y poder entender, luego, el cambio que está teniendo lugar en los últimos meses.

Inicio del bipartidismo, las dificultades de la derecha española para dotarse de un partido propio.

En la primera fase del sistema de partidos políticos en España, la denominada transición democrática, la burguesía española se encontró en un momento delicado para mantener su dominio a través del control del Estado. Al contrario que la clase trabajadora, que había mantenido y reforzado sus partidos políticos, especialmente el PCE, durante la lucha contra la dictadura, la burguesía se encontraba con un gran vacío en este aspecto. Apenas podía contar con la permanencia de los partidos burgueses de la periferia nacionalista en Euskadi y Cataluña y algunos círculos democristianos o liberales, algo absolutamente insuficiente para mantener su dominación en la nueva etapa abierta con el fin de la dictadura. Por ello mismo se la presentó como una urgencia inmediata dos tareas que resolvió con éxito en breve tiempo, la primera fue levantar un auténtico partido burgués, es decir, representante político directo de las clases dominantes, que pilotase la transición según sus necesidades, representación que había delegado durante más de tres décadas en la dictadura. Ese partido capaz de obtener la victoria electoral en los primeros comicios democráticos y asegurar el control del Estado no podía ser la continuación directa de la vieja clase política franquista, como era AP, sino la conjunción de diversas familias políticas de la derecha como liberales, democristianos, socialdemócratas y ex-franquistas, que conformaron la UCD.

La segunda tarea, también importante, fue contrarrestar en el campo de la izquierda el peso adquirido por el PCE durante la larga lucha contra la dictadura, revitalizando un osificado PSOE que había dejado hace tiempo de tener una presencia real en España. La misión que se le encomendaba era la de evitar una hegemonía de la expresión comunista en la nueva etapa democrática, evitando así repetir situaciones como las existentes en ese momento en Francia e Italia, donde dos importantes partidos comunistas dominaban la representación política de la clase trabajadora. Pero también debería servir para poder disponer de una alternativa de gobierno que no pusiese en peligro la dominación burguesa en caso de desgaste de su expresión política genuina, el partido de Adolfo Suárez.

Así, durante la etapa de transición española se sentaron las bases del sistema de partidos españoles que habría de durar casi cuatro décadas, un sistema bipartidista de alternancia a nivel del Estado español entre conservadores y socialdemócratas, solo alterado en Euskadi y Cataluña con dos partidos nacionalistas fuertes.

La UCD cumplió su tarea histórica, desactivada la posibilidad de ruptura democrática, consiguió llevar a buen puerto la transición política manteniendo el dominio indiscutible de la burguesía. Pero tanto las tensiones políticas con las que tuvo que lidiar en ese período, como sus propias tensiones internas, derivadas de su composición de amalgama construida en torno a una fuerte personalidad como la de Adolfo Suárez, terminaron por hacer estallar a ese partido , abriendo la segunda fase del sistema de partidos políticos en España.

La desaparición de UCD llevó a una victoria electoral histórica en 1982 al PSOE. Cumplida su primera misión, evitar la hegemonía del PCE en la izquierda, se presentaba entonces el momento de cumplir con la segunda, ser la alternativa de recambio para el mantenimiento del poder de la burguesía. Ahora ésta no iba a gestionar directamente el poder a través de un personal político directamente vinculado a la clase dominante por pertenencia social, identificación ideológica e intereses económicos, sino a través de un partido con importantes vínculos con la clase obrera y otras capas populares, pero que no ponía en cuestión ni la dominación de la burguesía, ni las necesidades de la acumulación capitalista, como la socialdemocracia había ampliamente demostrado en Europa.

El gobierno del PSOE tenía por delante ahora una doble tarea necesaria para la burguesía que la UCD no había tenido tiempo de completar, la incorporación del España a la OTAN y a la Comunidad Europea. La primera conllevaba la necesidad de inferir una grave derrota a la izquierda española, que había hecho de la no pertenencia al bloque militar occidental una seña de identidad importante, y violar una de las principales promesa electorales con la que ganó el PSOE. La incorporación a la Comunidad Europea conllevaba, a su vez, implementar un programa de reconversión, especialmente industrial, impuesto por la burguesía europea para aceptar al nuevo miembro comunitario, cuyo cumplimiento significó el desmantelamiento de una parte importante del tejido industrial español y la derrota de los sindicatos que se opusieron a él. En la última etapa de los gobiernos socialistas el peso creciente de la ideología neoliberal en su seno se tradujo, entre otras cosas, en el inicio de una serie de privatizaciones del sector público como Telefónica, Repsol, etc. Nada mejor para expresar el contenido funcional de la política gubernamental del PSOE para la burguesía española que la huelga general exitosa que llevaron a cabo los sindicatos españoles contra el gobierno de González en diciembre de 1988. Seguramente el cumplimiento de estas tareas por parte del gobierno del PSOE fue más funcional a la clase dominante que si hubiese sido llevado a cabo directamente por el gobierno de un partido conservador, las resistencias hubiesen sido mucho más fuertes y el resultado final habría sido claramente más incierto. Hay que tener en cuenta, tal como apuntan Cynthia Lub y Santiago Lupe que “el modelo de expansión del capitalismo español en la época democrática se basó en los servicios, la construcción y multinacionales de energía y telecomunicaciones. Su base fue las privatizaciones preparadas por Felipe y ejecutada por Aznar.”[ii]

Durante los gobiernos de Felipe González la clase dominante también se dedicó a la tarea de construir una expresión política directa para ejercer su poder político a través del Estado, con unas bases más sólidas de las que gozó la UCD. El resultado final fue la refundación de la expresión política de la derecha española, recogiendo los restos de las formaciones políticas en que había quedado dividido este campo, desde el centro hasta la extrema derecha, y dando lugar la creación del PP. El sistema de partidos volvía a estabilizarse en torno a un bipartidismo imperfecto debido a la excepcionalidad existente en Cataluña y Euskadi. El resto de los partidos de carácter nacional, como IU, o de carácter regional, como el BNG, el Partido Andalucista o Coalición Canaria, no alteraban la dinámica bipartidista dominante.

Consolidación del bipartidismo, las alternancias de gobierno

Así, tras el desgaste de los varios gobiernos encadenados de Felipe González (1982-96), y especialmente con la oleada de escándalos de corrupción en la que se vieron envueltos los socialistas a principios de los 90, la alternativa volvió a pasar a manos del gobierno conservador de Aznar, y la burguesía española volvió a recobrar el control directo del Estado a través de un partido y una clase política con la que tenía vínculos directos y estrechos.

Como apunta Gregorio Valdelvira sobre las tareas del nuevo gobierno Aznar respecto a las necesidades de la burguesía española, “Correspondía al PP, tras su victoria relativa en las elecciones generales de 1996, finalizar la liberalización económica, reducir los gastos del Estado y cumplir los objetivos acordados por la Unión Europea en Maastricht, sobre todo en lo relativo a la convergencia de las economías de los países miembros y los requisitos exigidos para acceder a la unión monetaria. Las primeras medidas del gobierno Aznar, aprobadas en junio de 1996, pretendían impulsar la inversión con estímulos fiscales. Otras medidas liberalizaban las telecomunicaciones, el transporte, la vivienda, el suelo, la energía y los honorarios profesionales. La reforma del IRPF de 1998 aspira a reducir la carga fiscal de los contribuyentes en un 11%. También se pretendía reformar el Estado del bienestar revisando las prestaciones sociales.” [iii]

Efectivamente, el gobierno Aznar cumplió con los requisitos que imponía la UE para poder incorporar a España a la moneda común, el euro, y terminó de completar, profundizándole, el programa de privatizaciones iniciado por el último gobierno del PSOE. Durante los gobiernos del PP entre 1996-2004, las políticas neoliberales triunfantes en el mundo se terminaron de asentar en España y afianzaron el dominio de la burguesía frente al retroceso de la clase trabajadora y sus organizaciones, en medio de una coyuntura de bonanza económica que si bien evitó recortes sustanciales del gasto social, también sirvió para asentar el crecimiento en el sector inmobiliario que generaría la burbuja que estallaría años después. No obstante, fue diferente el primer gobierno entre 1996-2000, el cual, debido a la necesidad de contar con otros apoyos parlamentarios debió de mantener una política moderada, y el segundo gobierno entre 2000-2004 que, al apoyarse en una mayoría absoluta, permitió a Aznar desplegar abiertamente su política neoliberal.

La derrota del PP en 2004, en la que pesó de manera especial asuntos como la participación en la guerra de Irak, o la gestión de los atentados del 11-M de ese año, dio paso a un nuevo gobierno del PSOE.

Rodríguez Zapatero puso el énfasis sobre todo en políticas de defensa de las minorías con la extensión de derechos civiles, pero en política económica se rodeó de un equipo de liberales que marcaron su impronta. En la primera parte de sus gobiernos buscó poner en práctica una política socialdemócrata redistributiva que permitía la situación debido a una coyuntura económica favorable, pero el estallido de la crisis en 2008 arruinó ese intento y puso a prueba una vez más la funcionalidad de la socialdemocracia en el proceso de acumulación capitalista. En mayo de 2010, presionado por las instituciones europeas que se habían inclinado por las políticas de austeridad bajo el liderazgo alemán, Zapatero dio un brusco giro neoliberal y aplico un programa de austeridad y recortes sociales que le supusieron la convocatoria de una huelga general. No obstante, antes del estallido de la crisis, el gobierno socialista tampoco hizo ningún intento serio por corregir las bases del sistema económico español, basado en el dominio de la oligarquía financiera e inmobiliaria y que, como hemos visto, se empezó a gestar en los últimos años del gobierno González y se consolidó con los gobiernos de Aznar.

El giro neoliberal del gobierno del PSOE le llevó a su derrota en noviembre de 2011, pero el sistema bipartidista seguía funcionando perfectamente a favor de las clases dominantes españolas. Zapatero había iniciado en mayo de 2010 las políticas adecuadas para la burguesía para hacer frente a la crisis, estás políticas serían continuadas y profundizadas por el nuevo gobierno del PP que le sustituyó. El acontecimiento que escenificó el traspaso del testigo de las políticas neoliberales fue el acuerdo entre el PP y el PSOE para modificar la constitución e introducir el techo del déficit. Todo parecía indicar que el poder político de las clases dominantes, controlando el Estado, estaba asegurado bien a través de su representación directa y genuina, el PP, o a través de quienes representaban una variante plebeya, el PSOE.

Resquebrajamiento del bipartidismo, ¿qué nuevo escenario?

La tercera fase del sistema de políticos en el Estado español se va a iniciar con las consecuencias políticas derivadas de la grave crisis económica desencadenada en 2008, que tendrán un cierto retraso con respecto a los efectos económicos y sociales.

La profundización de las políticas de austeridad por parte del PP a partir de 2012, la fuerte contestación social a estas medidas, incluyendo dos huelgas generales, y los continuos casos de escándalos de corrupción que le han salpicado de manera intensa han producido un rápido desgaste del gobierno de Rajoy. Pero el PSOE no ha sido capaz de reponerse de su desprestigio de la etapa anterior y la fórmula de alternancia que venía funcionando desde el inicio de la transición ha quedado bloqueada, abriéndose, así, una crisis del bipartidismo con la aparición de nuevas fuerzas políticas en un escenario rápidamente cambiante. Pero la cuestión esencial no es tanto si un cambio a un sistema pluripartidista es en sí mismo importante, sino qué efectos puede tener sobre la situación de dominio de la burguesía española, de continuación del control del Estado, porque pudiese darse el caso de que los nuevos actores políticos rompiesen o se orientarse a romper ese dominio, como podría ser el caso de Syriza en Grecia, o sirviesen de recambio político para continuar la misma situación de dominación. Eso es lo que vamos a intentar discutir a continuación.

Las clases dominantes españolas, lideradas por la oligarquía financiera, necesitan continuar en la senda iniciada en mayo de 2010, consolidar las importantes victorias conseguidas con la excusa de la crisis sobre la clase trabajadora y las demás clases populares. Mantener la redistribución de rentas que se ha producido a favor de las clases altas, conservar los recortes de derechos laborales producidos con las distintas reformas laborales, evitar que se reviertan los recortes realizados en el Estado de bienestar, consolidar la senda de recuperación de beneficios en detrimento de los salarios, afirmar el dominio de la oligarquía financiera y de las grandes multinacionales, y asegurar que cuando se produzca un nuevo ciclo de recuperación económica la clase obrera entre en él más debilitada y sometida que antes de la crisis.

El PP ya ha manifestado su voluntad de continuar por la senda emprendida con el gobierno Rajoy, y el PSOE, a pesar de haber renovado su dirección, no ha hecho ninguna autocrítica de las políticas del gobierno Zapatero, con lo cual cabe interpretar que ninguno de los dos componentes del bipartidismo tiene intención de cambiar la senda iniciada en mayo de 2010. Pero los cambios que se están produciendo en el panorama político no permiten pronosticar ni una continuidad del gobierno PP, ni un gobierno alternativo del PSOE, lo más probable es algún tipo de coalición gubernamental con alguno de los nuevos actores políticos.

El primer desafío al sistema bipartidista lo supuso la irrupción de Podemos a partir de sus buenos resultados en las elecciones europeas de 2014. Durante unos meses se tuvo la impresión de que la hegemonía bipartidista daría paso a un sistema de tres partidos importantes, incluso con un peso principal por parte de Podemos. Igualmente, este partido suscitó la esperanza o el temor, según los casos, de que representase la versión española de Syriza, tanto por su orientación política como por su importancia electoral. El nerviosismo en algunos sectores del PP y del PSOE les llevó a evocar la posibilidad de tener que llegar a un gobierno de gran coalición, como se había experimentado en Grecia o Alemania, algo inédito en España salvo en casos puntuales como fue el gobierno socialista en Euskadi entre 2009-2012 apoyado por el PP. Pero rápidamente la situación se volvió a transformar con un cuarto candidato a conformar el nuevo sistema pluripartidista, Ciudadanos. Esta vez la alternativa aparecía por la derecha.

Los dos nuevos partidos han aparecido y crecido apoyados en un discurso regeneracionista para acabar con el ambiente de corrupción imperante, que durante el gobierno Rajoy ha alcanzado cotas realmente alarmantes. Pero aparte de este tema se diferencian en todo lo demás. Podemos se inclina, en medio de contradicciones y vaivenes internos, por recuperar el programa original de la socialdemocracia, abandonado por el PSOE hace tiempo a favor de otro de carácter social-liberal. Ciudadanos representa el programa de la derecha española sin la carga de la corrupción que lastra al PP.

Durante unos meses, cuando el sistema de partido parecía evolucionar hacia la hegemonía de tres partidos más o menos equilibrados, el PSOE aparecía como el eje de cualquier gobierno, bien como gran coalición, bien en solitario con apoyos puntuales del PP o Podemos. Pero la irrupción, también meteórica, de Ciudadanos reequilibró de nuevo la balanza más a la derecha, convirtiéndose este partido en el nuevo eje gubernamental, bien con el PP o con el PSOE, reduciendo drásticamente cualquier poder condicionador de Podemos. La clase dominantes española volvía a recuperar la seguridad en el control del aparato estatal y mantener firme el poder político.

Conclusiones

El sistema de partidos en el Estado español en la etapa democrática se ha basado en un bipartidismo imperfecto. La expresión conservadora del mismo, la representante directa de los intereses de la clase dominante, ha sido y es la parte más inestable, primero con un partido de aluvión y efímero como fue la UCD que estalló debido a las tensiones políticas de la época y sus propias contradicciones; luego con un partido, el PP, que consiguió reagrupar a la dispersa derecha española tras la desaparición de la UCD y que mantuvo la hegemonía en ese campo durante más de dos décadas, hasta que el desgaste por sus políticas de austeridad y, sobre todo, los casos de corrupción le han minado y han hecho ascender a primer plano a una de las formaciones disponibles de recambio en el panorama de la derecha, ha sido Ciudadanos, pero también podía haber sido UPyD. La recomposición de la derecha se hace ahora en un doble partido, de manera que su base electoral de apoyo no se debilite. La competencia entre ambos será superficial, en lo fundamental ambos se orientarán, con matices si se quiere, a la defensa de los intereses de la clase dominante.
La componente socialdemócrata del bipartidismo, el PSOE, ha sido más estable, tras marginar al PCE en los primeros tiempos de la transición, ha transitado por épocas de gobierno y oposición sin que sintiese la amenaza de ser desplazado por otra alternativa. Sus políticas, como las del resto de la socialdemocracia europea, nunca han puesto en cuestión el poder de las clases dominantes, ha tenido una orientación más redistributiva, pero dentro de los parámetros que garantizasen el proceso de acumulación capitalista, y cuando ésta ha entrado en crisis ha sacrificado los intereses de la clase trabajadora y el resto de las clases populares como demostró claramente el giro neoliberal de Zapatero en mayo de 2010. Ahora se siente amenazado, por primera vez, con la alternativa que representa Podemos. Este partido quiere disputarle su proyecto original, el de la socialdemocracia clásica, aderezado con dosis de populismo.
En conclusión, y sin querer pecar de pesimistas, creemos que el sistema pluripartidista que va a reemplazar al anterior bipartidismo no representa ninguna amenaza para el poder de la clase dominante. Su control del poder político estatal y la defensa de sus intereses esenciales no parecen que vayan a ser puestos en peligro. La única incógnita por resolver será el papel a jugar por Podemos desde la oposición.
[i] Se pueden consultar otros artículos y libros del autor en el blog : http://miradacrtica.blogspot.com/
[ii] Cynthia Lub y Santiago Lupe, El fin de la “España prospera”
[iii] Gregorio Valdelvira González, Las ondas largas de la política en el siglo XX, pág. 47

No hay comentarios:

Publicar un comentario