10.12.2014
Ponencia para el Encuentro De La Red De
Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales En Defensa De La
Humanidad, a celebrar en Caracas del 11 al 15 de diciembre.
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¿QUÉ NOS UNE POR DEBAJO DE LA DIFERENCIA?
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SIEMPRE VUELVE LA REALIDAD NEGADA
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TRES AVANCES TEÓRICOS DE LOS PUEBLOS
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PRAXIS Y MILITANCIA ARTÍSTICO-INTELECTUAL
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A MODO DE RESUMEN
1. ¿QUÉ NOS UNE POR DEBAJO DE LA DIFERENCIA?
¿Qué entendemos por crisis del capitalismo las
personas reunidas en este evento organizado por la Venezuela Bolivariana
cumpliendo un necesario proyecto ideado por Chávez y Fidel Castro, como
explica Carmen Bohórquez1?
¿Cómo podemos definir el largo, convulso y amenazante contexto mundial
quienes aquí debatimos teniendo en cuanta que procedemos de continentes y
países, historias y culturas, experiencias y luchas tan diferentes en
sus expresiones externas como pueden ser las de Suecia, Argentina, Irán,
Uruguay, Congo, Euskal Herria, Estado francés y Venezuela, por citar
sólo el caso del temario que ahora mismo nos reúne en este viernes 12 de
Diciembre?
Más aún ¿cómo nos afecta la crisis actual a los muy
diferentes movimientos obreros, populares y sociales en los que
militamos y con los que nos identificamos, y cómo nos enfrentamos a
ella? ¿Cómo impacta sobre los intelectuales y cómo éstos la interpretan y
hasta la combaten, teniendo en cuenta los diferentes contextos
históricos en los que desarrollan sus múltiples lenguas y tradiciones
que modela sus pensamientos? ¿Y qué inquirir sobre los artistas, sobre
el papel y la función de su arte popular en este contexto sabiendo que
la industria cultural es además de una de las ramas económicas más
rentables del capitalismo mundial también y sobre todo un muy eficiente
instrumento de alienación de masas y de desnacionalización de pueblos
rebeldes en manos del imperialismo? ¿No son demasiadas las diferencias
que nos separan como para intentar encontrar un denominador común que
nos identifique, que nos una como la misma humanidad explotada por el
imperialismo?
Estamos convocados para debatir fundamentalmente
sobre como crear una red que conecte a movimientos populares,
intelectuales y artistas, y la pregunta necesaria que debemos responder
en primer lugar para avanzar en las reflexiones anteriores es ¿qué nos
une a estos tres niveles o espacios, o áreas de prácticas sociales en el
capitalismo actual por debajo de las situaciones concretas tan dispares
en las que vivimos? ¿Qué podemos hacer los movimientos sociales,
intelectuales y artistas, tres espacios de reflexión tan distanciados a
simple vista, frente a un poder tan aplastante como el imperialista?
Estimo que, antes que nada, debemos centrarnos en nosotras y nosotros
mismos para, después, aportar algo al resto de las hermanas y hermanos
explotados.
Planteo una primera y urgente respuesta: nos une la
necesidad imperiosa de detener y revertir la tendencia destructiva a la
mercantilización de la vida y de la naturaleza. El capitalismo se
diferencia de todos los modos de producción, entre otras cosas, también y
sobre todo porque para sobrevivir debe reducirlo todo a simple
mercancía, a valor de cambio expresado en dinero, al margen de la forma
que este tenga. En la medida en que, en última instancia, los
movimientos obreros, populares y sociales, y la intelectualidad y el
arte críticos expresan la resistencia cada vez más consciente de la
humanidad explotada a la extensión destructora de la dictadura del
dinero, de valor mercantil de los sentimientos y de la naturaleza en sí,
en esta medida, el capitalismo debe acabar con ellos para, a la vez,
apoderarse definitivamente del planeta.
Lo que nos identifica y dota de sentido a quienes
aquí estamos es algo invisible a primera vista, algo oculto tras la
apariencia externa de las cosas: desde su ensangrentado origen y a lo
largo de su sangrienta expansión, el capitalismo se mueve siempre
forzado por su irracional lógica de acumulación ampliada, de convertirlo
todo en una nueva rama económica generadora de beneficio privado, es
decir, de mercantilizar hasta el alma, si existiera. La subsunción de la
naturaleza en el capital es también la subsunción de la especie humana
en la irracionalidad del máximo beneficio privado en el menor tiempo
posible y sin reparar en la devastación que ello conlleva. Pulverizar la
naturaleza transformando sus cenizas en materias primas y en fuerza de
trabajo, en beneficio y en mercancía, es a la vez destruir la esencia
crítica y liberadora del intelecto y del pensamiento racional, y de la
capacidad creativa del arte emancipador, es destruir el potencial
revolucionario de la mayéutica, de la heurística, de la dialéctica, en
síntesis arrancar de raíz la antropogenia para imponer el valor de
cambio, el fetichismo de la mercancía y la dictadura del trabajo
abstracto.
Lo que nos une es que, al margen de nuestra
subjetividad, somos parte del Trabajo explotado por el Capital. Las
diferencias, en este nivel de debate, entre militantes en movimientos
populares, intelectuales y artistas que aparentan ser absolutas, se
esfuman en la nada cuando llegamos al fondo de lo real: somos parte del
Trabajo explotado, dominado y oprimidos por el Capital. Luego actuemos
desde esta realidad, y no desde la ficción ideológica burguesa.
2. SIEMPRE VUELVE LA REALIDAD NEGADA
Sabemos que hay una especie de ley de la evolución
que explica que los procesos avanzan de lo simple a lo complejo, de la
menor interacción a la mayor interacción con otros procesos, de manera
que la dialéctica entre la diversidad creciente y la unidad interna es
cada vez más difícil de descubrir, a no ser que nos dotemos de un método
adecuado. Sin duda la complejidad extrema adquirida por el capitalismo a
finales del siglo XX y comienzos del XXI --según el calendario
cristiano-occidental-- fue una de las causas de la proliferación de toda
serie de modas ideológicas de usar y tirar en el mercado de la
industria político-cultural burguesa, saturación de «oferta ideológica»,
por utilizar términos mercantiles, que ha sido correctamente denominada
como «moda post». Modas que fascinadas y obnubiladas por la
multidiversidad de las espectaculares formas policromas mediante las que
se presenta en el exterior la esencia capitalista interior, optaron por
la vía más cómoda y fácil: negar la existencia de contradicciones
internas que determinan las tendencias evolutivas de lo real y de sus
polifacéticas expresiones.
Con el desarrollo capitalista, la forma de su
materialización expresa la forma de organización y choque de sus
contradicciones internas, de su contenido esencial como modo de
producción. Según el Capital choca con mayores resistencias del Trabajo,
tiende a desarrollar métodos de explotación más complejos, mezclas
nuevas de dosis de brutalidad y de astucia, de represión y de consenso
que generan formas sociopolíticas, culturales e ideológicas de
dominación nuevas. De este modo, la creciente complejidad de las formas
expresa la agudización de las contradicciones del contenido interno que
tarde o temprano emergerán como fuerzas sísmicas destructoras. Ahora
bien, el inevitable tiempo de tardanza entre su ebullición subterránea y
su erupción externa, este tiempo de impasse facilita que, en su
ínterin, florezcan delirios reformistas que creen que por arte de
birlibirloque se han extinguido para siempre los límites del
capitalismo, sus contradicciones. Si nos fijamos, todas las modas post
tienen un contenido reformista más o menos explícito o encubierto.
Dado que las formas expresan las interrelaciones de
los contenidos como totalidad, por esto mismo existe una autonomía
relativa en la evolución de las primeras con respecto a la esencia de la
totalidad subyacente. Esta autonomía relativa, más o menos acentuada
según los casos, explica que incidiendo en lo formal, en lo externo,
puede influirse en la evolución de lo interno, el cambio del continente
influye en algunos casos en el contenido. El idealismo reformista cree
que esta posibilidad es absoluta y obligatoriamente eficaz: acabemos con
las formas «malas» del capitalismo para desarrollar sólo sus formas
«buenas» y, con paciencia, transformaremos el capitalismo en su
conjunto. En determinadas circunstancias históricas, la acción
reformista sobre la forma puede y logra paliar, debilitar y hasta
controlar un poco los efectos más dañinos e inhumanos del Capital en
beneficio del Trabajo, pero a la larga, siempre termina resurgiendo la
mala bestia, el Moloch, inherente a la lógica ciega e irracional de la
acumulación ampliada.
Fue por esto que la moda post desapareció del mercado
ideológico nada más que las contradicciones del capital empezaron a
salir a la luz. Dicho grosso modo, desde el inicio de la década de 1990
se intensificaron, extendieron e interrelacionaron las crisis parciales y
aisladas, o sub-crisis, hasta llegar al caos sistémico actual. En este
evento tenemos dos ejemplos de que el capitalismo no había triunfado
definitivamente en 1989-91: uno fue la demostración cubana de que podía y
quería sobrevivir como nación independiente en medio de los peores
cercos imperialistas, y el otro fue el acto heroico de 1992 dirigido por
Chávez contra la opresión y miseria creciente que sufría su pueblo.
Ambos fueron una afirmación de resistencia que demostraba que la
humanidad seguía viva y dispuesta a vencer, simultánea a otros
diferentes pero con la misma identidad sustantiva: revueltas de hambre
en 1992 en ciudades norteamericanas, zapatismo, altermundialismo y
antiglobalismo, luchas obreras en la Europa y en Corea del Sur de
mitades de esos años, crisis de los «dragones asiáticos» de 1997,
victoria venezolana en 1999 y apertura de múltiples procesos en las
Américas como la revuelta de Seatlle, el corralito argentino, las luchas
bolivianas por el agua y el gas en esos años, y un inabarcable listado
hasta llegar al período 2007-2014.
Hemos citado muy pocas de las abundantes prácticas de
masas contra la injusticia, y ninguna de las aportaciones teóricas,
culturales y artísticas realizadas por grupos o personas de izquierdas
contrarrestando el dominio cuasi absoluto de la ideología imperialista y
su industria de alienación de masas. Pero desde la mitad de los ’90 en
adelante poco a poco fue recuperándose el pensamiento crítico colectivo
que tuvo en los encuentros internacionales de los Foros contra la
globalización uno de sus espacios de asentamiento y expansión. Al igual
que sucede con la memoria reciente sobre las luchas materiales en los
últimos veinte años, también debemos rescatar del silencio los avances
realizados en la crítica teórica rigurosa del imperialismo en este
período.
Era necesario mostrar que la futilidad del iluso
triunfalismo de los ’90 no se sustentaba en criterios objetivos de la
evolución capitalista sino en voluntariosos subjetivismos de la clase
dominante para, desde esa fantasía, asegurar un orden explotador que
hacía aguas por todas partes. Hay que recordar que conforme transcurría
la década de los ’90, EEUU, la OTAN y otras estructuras
político-militares elaboraban nuevas doctrinas de contrainsurgencia y de
guerra en respuesta a la recuperación de las luchas de las clases y de
los pueblos. En la medida en la que, una vez más, el Estado burgués
tenía que irrumpir en público como fuerza policíaco-militar decisiva
para el mantenimiento del sistema, en esta medida se desplomaban las
modas post y reaparecían las contradicciones internas del capitalismo.
3. TRES AVANCES TEORICOS DE LOS PUEBLOS
En el capitalismo euro-yanqui se nos dijo que la
clase trabajadora había desaparecido para dar paso a una masa
heterogénea e informe de sujetos aislados explotables de mil modos
distintos, masa amorfa que a lo sumo puede definirse como «multitud»,
«ciudadanía», «gente», «los de abajo», etcétera, o a otra escala como
«infraclase», «precariado», «chavs» en cuanto nueva clase diferenciada
de los restos extintos del proletariado y de la debilitada «clase
media». Si buceamos un poco en la historia de las mercancías
ideológicas, vemos que justo bajo los ecos del Mayo’68 reaparecieron las
nuevas tesis sobre la sociedad post industrial y la desaparición del
proletariado, que de revivían anteriores ideas sobre las élites que
habían sustituido a las clases, y que incluso habían acabado con la
clásica propiedad burguesa de las fuerzas productivas al multidividir su
propiedad en pequeñas acciones y participaciones compradas por las
capas medias y altas del proletariado, que así se aburguesaba. La tesis
del «capitalismo popular» es tan vieja como el primer laborismo
británico de finales del siglo XIX aunque llegó a su esplendor
inmediatamente después de la II GM.
En este marco ideológico en el que la sociología, la
antropología, la economía, la historia y demás «disciplinas
intelectuales» creadas en lo que llamados Occidente, actuaron --actúan--
como armas de la guerra cultural imperialista, fue imponiéndose en
muchos centros académicos del mundo la misma superchería, de manera que
varias generaciones de dirigentes en esos países, muchos de ellos a
sueldo de las empresas transnacionales, actuaban según la misma creencia
transplantada desde las metrópolis, desde la universidades y empresas
occidentales. Mientras que fracciones cualificadas de sus clases
trabajadoras resistían como podían al expolio transnacional y a las
agresiones armadas directas o «invisibles», la creencia ideológica
dominante, oficial, sostenía los tópicos de los opresores.
Un mérito incuestionable de estos pueblos explotados
fue el de pensar por ellos mismos, al margen y frecuentemente en contra
del determinismo economicista de la «izquierda» eurocéntrica y
«rusocéntrica» hasta finales de los ’80. Pero semejante logró sólo pudo
alcanzarse después de sucesivas derrotas sufridas al haber seguido
obtusa y dogmáticamente las miopes extravagancias de la «izquierda»
eurocéntrica que imaginaba que el resto de mundo era como el suyo. Estos
pueblos superaron dos obstáculos teóricos formidables: el primero y más
inmediato, el «rusocentrismo» y el eurocentrismo de las teorías e
ideologías sociales, que les impedían llegar a un conocimiento propio de
su propia situación; y el segundo, una vez aquí, superar las múltiples
apariencias fenoménicas de lo real, cuestión a la que nos hemos referido
arriba, para bucear hasta encontrar la raíz de sus problemas, y una vez
en la profundidad de las contradicciones aportar enriquecedoras teorías
revolucionarias al resto de la humanidad.
De hecho, el evento que ahora realizamos es un
ejemplo de este triple mérito: la izquierda eurocéntrica no captó,
malinterpretó y hasta despreció la sublevación de 1992 dirigida por
Chávez y el período posterior, hasta no tener más remedio que rendirse a
la evidencia, y eso no siempre; la izquierda «rusocéntrica» cubana
apenas comprendió el contenido histórico del Ejército Rebelde, y a
escala general lo mismo ha sucedido con las luchas de las naciones
trabajadoras del llamado impropiamente Tercer Mundo. Luego o
simultáneamente, el segundo logro fue la crítica radical realizada por
sus izquierdas superando la bazofia de las denominadas «ciencias
sociales» burguesas desarrollando una independencia teórico-política que
les ha permitido y exigido a la vez avanzar al tercer logro: bucear
hasta sus contradicciones específicas que son una forma precisa de las
contradicciones esenciales del capitalismo mundial, descubrirlas como
formas autónomas de la lucha de clases mundial e integrarlas en la
totalidad de la lucha esencia entre el Capital y el Trabajo que recorre a
la humanidad entera.
La triple conquista explica que movimientos obreros,
populares y sociales del mundo debatamos aquí y ahora sobre lo que nos
une frente al enemigo común, el imperialismo. Muy lógicamente, existen
diferencias y discusiones sobre cuestiones precisas en los niveles
histórico-genéticos, pero que son matices enriquecedores siempre porque
lo genético-estructural está asumido. Por tanto, en el plano de la lucha
de la clase trabajadora frente a la crisis capitalista, la primera
tarea a desarrollar es la de que cada nación obrera practique su
liberación de clase dentro de la dialéctica entre lo singular, lo
particular y lo universal.
4. PRAXIS Y MILITANCIA ARTISTICO-INTELECTUAL
Hemos recurrido al empleo de una de las categorías
del método dialéctico porque además de ser imprescindible para
revolucionar el mundo, también nos lleva directamente al famoso y
permanente debate sobre el «papel de los intelectuales» en la liberación
humana. Debo confesar que para mí la palabra «intelectual» me produce
un rechazo inmediato gravado a fuego por las lecciones de la militancia,
excepto en los sobresalientes casos en los que es la praxis la que
determina y llena de contenido al adjetivo de «intelectual». Lo
sustantivo, la substancia de la tarea intelectual no es otra que la
praxis revolucionaria, es decir, la comprensión del mundo como proceso
simultáneo a su transformación revolucionaria, y viceversa, la
transformación revolucionaria como proceso simultáneo a su comprensión.
Pero también en esta dialéctica los pueblos trabajadores explotados nos
dan lecciones viales. Che Guevara le dijo a Nasser que si un político no
se había jugado la vida alguna vez, jamás pasaría de ser un simple
político. Lo mismo hay que decir sobre los intelectuales.
Che Guevara no era un intelectual ni tampoco un
político, aunque desarrolló un poderoso intelecto y unas cualidades
políticas majestuosas porque era un revolucionario que dio contenido
radical a su labor político-teórica. ¿Y qué decir de Hugo Chávez? ¿De
Rosa Luxemburgo, etc.? La praxis que les identifica es tanto más valiosa
ahora que entonces por tres razones: una, porque, como hemos visto, el
capitalismo necesita mercantilizar el pensamiento, la cultura, el arte,
cualidades que definen junto a otras el modelo de ser humano rico en
relaciones y en creatividad, y por ello autoconsciente, enemigo mortal
de reducir el pensamiento a mercancía. La privatización e
industrialización del conocimiento, de la cultura, mediante las patentes
de propiedad es una de las formas más destructoras del saber humano
ideada por el imperialismo para subsumirlo en su industria cultura. Los
pueblos expoliados y empobrecidos apenas pueden defender su creatividad
intelectual, artística y científica. La tarea organizativa y
movilizadora de sus intelectuales militantes es decisiva en la defensa
de la soberanía lingüístico-cultural: es una tarea política en su misma
naturaleza porque sólo tiene visos de victoria si genera un poder
político capaz de vencer la fagocitación intelectual de las grandes
potencias: la llamada «fuga de cerebros» de los años ’60 y ’70 es un
juego de niños comparada con las presiones actuales.
Dos, porque la complejidad de lo real exige de un
método de conocimiento filosóficamente ágil, móvil, consciente de lo
contradictorio del mundo y por eso consciente sus propias
contradicciones en cuanto autogeneradoras de nuevas verdades relativas,
concretas y objetivas. La intelectualidad militante es irreconciliable,
por una parte, con la visión tradicional de la filosofía como mera
apetencia, querer o incluso «amor» hacia el conocimiento puro e
inmaculado, sino como método crítico de transformación de las
condiciones sociales que determinan el pensamiento; y por otra parte, es
irreconciliable con cualquier forma de positivismo que rechaza todo
método que recurra al principio de unidad y lucha de contrarios, que
rechaza el decisivo criterio de la «negatividad absoluta» como momento
previo al salto a la novedad cualitativa.
La negatividad absoluta de la clase trabajadora, del
Trabajo, es la burguesía, es el Capital; esa absoluta negatividad
presiona en la unidad y lucha de contrarios entre Trabajo y Capital para
forzar la victoria revolucionaria del primero sobre el segundo mediante
la intervención consciente de la clase obrera como fuerza social
organizada políticamente. Esta pugna recorre y determina de mil modos
diferentes todas y cada una de las casi infinitas formas en la que toma
cuerpo el Capital como relación social que se autoreproduce, también y
cada vez más mediante el trabajo complejo, cualificado, tecnificado, de
eso que la docta ignorancia idealista define como «economía de la
inteligencia, cognitiva o inmaterial», como si la fabricación de
instrumentos complejos por los humanos de hace 1,8 millones de años no
fuera «economía cognitiva» realizada para acelerar la ley del ahorro de
energía o del mínimo esfuerzo y la ley de la productividad del trabajo,
como base materialista objetiva de la antropogenia.
La cualificación cognitiva de relativamente pocos
trabajos concretos, ya activa en esas primeras herramientas complejas
realizadas en el comunismo primitivo, entra en fragrante contradicción
con la esquilmadora simplificación y descualificación de la mayoría de
los trabajos concretos, realizados por fuerza de trabajo condenada al
analfabetismo funcional más básico. Esta contradicción también recorre
la estructura social entera expresándose con terribles efectos
alienadores, reaccionarios y hasta fascistas mediante la manipulación
inconsciente y subconsciente de la estructura psíquica de masas
realizada por el Capital sobre el Trabajo esclavizado psicológica y
mentalmente con la ayuda inestimable de la ignorancia cultural más
desoladora. Incluso el relativamente escaso trabajo cualificado, la
«economía cognitiva», se sostiene sobre una asfixiante formación
parcial, unidimensional y monotemática, estricta y fríamente tecnicista
según las exigencias de la máxima rentabilidad instrumental y
positivista, que expulsa al olvido y que reprime toda muestra de cultura
libre, no mercantilizada, la verdaderamente peligrosa para la
burguesía.
Y tres, la descualificación inherente a la producción
mercantil en cadena nos replantea la función social de los artistas,
que no sólo de los intelectuales y de los movimientos obreros y
populares. Hablamos de artistas en plural porque no tenemos tiempo para
debatir las múltiples concepciones de Arte, ni sobre el momento
histórico de la aparición de la estética como sentimiento y cualidad
que, según todo indica, estaba ya presente en los neandertales, si no
antes. Pero sí debemos saber que con la dictadura del valor de cambio,
de la mercancía, la estética, lo bello, el arte y hasta la misma cultura
sufre una degradación cualitativa. Si definimos a la cultura de la
especie humana-genérica como la producción de los valores de uso en base
a las capacidades colectivas e individuales, y su distribución social y
horizontal en base a las necesidades colectivas e individuales,
entonces esta cultura genérica desaparece aplastada por la propiedad
privada de las fuerzas productivas, y con ella el arte y la estética en
su sentido de especie humana genérica.
La esencia de la cultura burguesa radica en la
producción de máquinas humanas. La latencia subterránea e imperecedera
de lo bello y estético como expresión «inmaterial», simbólica, emocional
y afectiva realizada en los valores de uso, es cada vez más aplastada
en las profundidades de lo inaccesible a la irracionalidad instrumental
de la lógica del máximo beneficio mercantil. La militancia estética,
artística, cultural e intelectual pugna así con la esencia misma del
valor de cambio que lo reduce todo a la superficialidad fetichizada del
dinero. Para el Capital lo bello es el dólar. Frente y contra esta
degradación, los y las militantes que realizan su praxis en la lucha
teórica y estética se enfrentan a una prioridad: extender en las
izquierdas el criterio de que la emancipación humana es una obra de arte
global, total, es un «todo estético», según lo pensaba Marx. Para el
humanidad explotada, la libertad es el canon de la belleza.
5. A MODO DE RESUMEN
Concluyendo, los movimientos populares y la
militancia artística e intelectual somos parte del Trabajo explotado por
el Capital. De hecho, es imposible establecer fronteras insuperables
entre las tres áreas ya que la conciencia radical y la cultura crítica,
que es lo mismo, forman una unidad interna en cualquier praxis de lucha
de un pequeño movimiento social que en su barriada empobrecida organice
una sesión de teatro y un recital de poesía. La larga historia de la
emancipación de los pueblos explotados nos muestra cómo el arte y la
cultura denigrados como «populares», «vulgares», «primitivos»… por la
clase dominante y por el imperialismo, tienen contenidos progresistas y
hasta revolucionarios que debemos rescatar, actualizar y abrirlos al
futuro.
La burguesía busca desesperadamente encontrar nuevas
ramas productivas que contrarresten la tendencia a la caída de la tasa
media de ganancia, y la «cultura» abstractamente definida le ofrece un
campo de negocio prácticamente inagotable. Se trata además de un
«negocio redondo», como se dice, porque no produce únicamente rentas
económicas, sino también políticas, ideológicas, costumbristas,
sexuales… beneficios globales que apuntalan los cimientos de un
capitalismo aquejado por una crisis de sobreproducción agravada por un
agotamiento de los recursos y un crecimiento imparable de los mal
llamados «costos externos», los causados por la rotura casi irreversible
del inestable equilibrio medioambiental y climático. El caos
geopolítico y la militarización son parte de esta dinámica y la
empeoran.
Más que nunca antes, la dialéctica entre lucha de
clases, reconquista de derechos humanos concretos, profundización del
pensamiento racional y de la creatividad artística libre, la lucha por
la recuperación de los bienes colectivos y comunales expropiados al
pueblo y privatizados, la reintegración de la humanidad en la naturaleza
y su desmercantilización, la emancipación de la mujer que deja de ser
«instrumento de trabajo» en propiedad del hombre, la reducción drástica
del tiempo de trabajo explotado y el aumento del tiempo libre y propio,
la satisfacción de estas y otras muchas necesidades radicales se ha
convertido en una tarea imperiosa. Y entre todas ellas, como síntesis de
todas ellas, destaca fundamentalmente la toma del poder por la clase
trabajadora. No hay otra alternativa que esta para defender los derechos
de la humanidad. Cada pueblo deber lograrlo según, desde y para sus
circunstancias, debilidades y fuerzas, pero, al fin y al cabo, se trata
de una labor de la humanidad entera, como unidad consciente en lo básico
opuesta a la unidad de mando del imperialismo.
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