sábado, 4 de octubre de 2014
Un artículo de Tamer Sarkis Fernández
Con sus diarias 
invenciones sobre “rebeliones populares”, “gobiernos sectarios” y 
bombardeos del “Régimen” contra población civil en Siria, los medios de 
comunicación del sionismo encendieron una bomba real de indignación y 
gregarismo entre pobladores y comunidades sunníes europeas. Las grandes 
agencias de prensa que ordenan agendas periodísticas locales sabían 
perfectamente lo que hacían al diseminar sus mentiras, estudiosas como 
han sido de la Escuela de Chicago y de su Teorema de Thommas. Según éste
 último, cuando una masa de personas otorga verosimilitud a una mentira,
 la mentira acaba generando idénticas consecuencias reales a las 
generables por una verdad.
Y al son de este 
efecto-llamada tendido por los peliculeros productores de hechos, 
decenas de miles de musulmanes sunnitas han ido moviéndose hacia Siria e
 Iraq desde el Viejo Continente, no sin antes contactar con redes 
vehiculares de captación. Ministerios, policías, Inteligencias, fueron 
licenciosos. Dieron cobertura y amparo mientras los supuestos 
“muyahidines” iban a parar al gran “ejército libre” en construcción, que
 ha acabado por mostrarse trampolín hacia grupos terceros deseados por 
el sujeto itinerante. Acostumbrados a jugar con sentimientos, creencias,
 supersticiones e identidades proyectándolos en su circuito-global, a 
los maestros del espectáculo no se les ocurrió tomarse en serio la 
posibilidad de que otros estuvieran jugando con ellos en la 
materialización de sus fuerzas distintivas.
En este sentido, el 
Estado Islámico es la genuina “prueba del algodón”: la verdad tendencial
 de la llamada “revolución siria”, o su Potencia aristotélica devenida 
Acto, tal y como la mariposa es al gusano la Potencia, sólo que al 
revés. The proof of the pudding is in the eating es un aforismo inglés 
que Engels reproducía en Anti-Dühring al intentar divulgar al máximo el 
contenido de la 6ª Tesis marxiana sobre Feuerbach. Pues bien: la sola 
visión del Estado Islámico molesta al espectáculo imperialista en la 
medida en que la organización constituye muestra viva del cariz 
primigenio reaccionario de la llamada “rebelión”. La última habría sido 
no-susceptible de haberse transmutado en simbiosis con el propio EI, si 
no hubiera mediado entre ambos estadios toda una identidad 
trans-organizativa de ideología de fondo.
Por eso es que la 
presencia del Estado Islámico sobre el terreno estorba al espectáculo: 
porque da al traste con sus cuentos. Porque el Estado Islámico no ha 
despuntado espontáneamente como la naturalidad de las setas en el 
bosque. Porque, en definitiva, no puede ser que se hayan vuelto tan 
malos y tan fieras esos que eran tan auto-gestionarios, tan rojos, tan 
románticos, tan espontáneos, tan primaverales, tan civiles y tan del 
Pueblo. 
La imborrabilidad del 
regnum del EI en áreas sirias como la de Raqqa o campo de Alepo es ni 
más ni menos que la sorna con que la realidad, tozuda e imbatible, saca 
la lengua contra el cuento rosa-progre que la Clinton o Henry-Levy nos 
relataban en sus entrevistas por la CNN, y después de cuya audición el 
espectador occidental podía irse a la cama tan contento. O contra el 
cuento trotsquista de que dicha supuesta atmósfera rosa-progre iba a ir 
tornándose roja “rodeada por la solidaridad internacional de todos”. 
Pues no, señores encantadores. Su alucinado “movimiento progresivo de 
masas” se ha vuelto lo que se ha vuelto, a partir de lo que ya era (y 
como no podía ser de otra forma), pero más “puro” y más heavy. Y es que 
ya nos advierte Karl Marx -en esto, también, muy Aristotélico- de que la
 verdad de la substancia de algo solamente se revela fenoménicamente, 
habiendo alcanzado el fenómeno estadios superiores de su desarrollo.
La verdad -la libertad- 
triunfa, y, al final, resulta a vista expuertas que sí; que sus queridos
 militares sirios desertores, sí, en verdad fueron desertores, pero no a
 la dulce imagen que ustedes gustan pintar, sino más bien al estilo en 
que Goded, Mola, Franco, Moscardó, Cascajo o Queipo habían sido 
desertores respecto del Ejército de la República Española. Los “píos” 
llamamientos de los Xeih, sí, señores, sí, obtuvieron cierta resonancia 
popular en Siria, pero exactamente como el enrolamiento en las filas de 
Falange había sido provisto en España desde una innegable base social 
popular en términos socio-económicos demográficos. 
Y no, señores, no: no 
hubo ideología ni práctica que fueran del Pueblo, sino justamente Vacío 
ideológico y oportunismo y venalidad de quienes creyeron apuntarse a un 
caballo, que se les dijo por antena parabólica, iba a ser prontamente 
ganador, combinándose al unísono con el sectarismo y el “espíritu 
gregario de cuerpo” sediento de la sangre del sirio diferente, más el 
resentimiento de décadas esputado por las “grandes familias” sunníes 
effendi ex-caciquiles rurales locales desbancadas, tal y como en Homs. 
Mezquindad en parte larvada (hay que reconocerlo y evitar que se repita)
 por la fermentación de serias lagunas ideológicas y omisiones prácticas
 en la penúltima Línea política gubernamental. 
Pues las instituciones 
prescindieron, a la ligera y durante años, de caminar entre el Pueblo y 
fundirse con éste, desamparando considerable número de áreas caídas así 
bajo influjo y patronazgo de hijos de viejos linajes ex-agropecuarios. 
Quienes, reconvertidos al comercio, a la gestión administrativa local y 
al chanchullo compartido con elementos de la seguridad local, aguardaban
 a que, como había ocurrido ya en 1978 con la promoción anglosajona de 
la revuelta hermano-musulmana, las miras imperiales volvieran a posarse 
en su relativa capacidad de acaudillamiento, apelativa, una vez más, al 
milenario “espíritu de cuerpo”. 
 
 
 
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