En la edición de Todo por Hacer del pasado mes de marzo publicábamos un artículo extraído de la web www. regeneracionlibertaria.org acerca
 del llamado proyecto Castor de almacenamiento de gas natural. Después 
de haber visto reaparecer este nombre en la prensa en las últimas 
semanas, hemos querido retomar el tema un poco más detenidamente.
¿A qué viene tanto jaleo?
Antes
 de nada conviene recordar brevemente de qué estamos hablando: allá por 
el año 2005, la empresa ESCAL UGS (controlada en un 66% por el 
macrogrupo empresarial ACS) obtenía la concesión de un jugoso proyecto 
que ya llevaban años estudiando. Se trataba de aprovechar un antiguo 
yacimiento petrolífero cerrado desde 1989 y situado a 21km de la costa 
de Vinaròs (Castellón) y Alcanar (Tarragona) para crear un depósito de 
gas natural con capacidad “equivalente a un tercio de lo que se consume en España en 50 días”
 (o, lo que es lo mismo pero no suena tan bien, lo que se consume en 17 
días), con la idea de cubrir puntas de consumo o interrupciones en el 
suministro. Un objetivo tan imprescindible en este mundo de locos por la
 energía, que por lo visto merece la pena cualquier destrozo 
medioambiental que venga por delante. 
Ya
 en 2013, a falta solamente de la instalación de un gaseoducto que 
conecte el depósito con la red peninsular, la empresa comienza a 
inyectar el gas colchón (una cantidad mínima de gas necesaria para poder
 extraer el gas útil a la presión adecuada) para probar que la 
instalación funciona. Y en menos de un mes, en septiembre, llega la sorpresa que
 hizo saltar a la fama al antes desapercibido proyecto Castor. 512 
seísmos, el mayor de ellos de 4,2 grados de magnitud, hacen que el 
Ministerio de Industria ordene el cese de la actividad. Es entonces 
cuando todo el mundo se escandaliza, ayuntamientos y Generalitat culpan 
al Ministerio o a gobiernos anteriores, y todos repiten la pregunta 
(formulada desde hace años por vecinos y organizaciones como la 
Plataforma en Defensa de les Terres del Sénia, http://plataformapelsenia.blogspot.com.es)
 de por qué no existió ningún informe de sismicidad inducida en la 
evaluación de impacto ambiental que fue aprobada por el Ministerio de 
Agricultura y Medio Ambiente, cuando es sabido que este tipo de 
proyectos conllevan ese riesgo. 
Y
 en mayo, tras unos meses de silencio en los que parece que la cosa se 
olvida, se da por fin a conocer el informe encargado al Instituto 
Geográfico Nacional (IGN), en el que se confirma la relación entre los 
seísmos y la actividad del proyecto. Gran sorpresa esto, sobre todo si 
sabemos que el número de seísmos registrados en la zona desde 1920 hasta
 el 1 de junio de 2013 fue de 203, con una magnitud máxima de 3,3. Pero 
el Ministerio de Industria considera que necesita más informes para 
decidir si se cierra o no definitivamente el proyecto. Y en esas estamos
 en el momento de escribir estas líneas, esperando a que los expertos internacionales den su veredicto.
 
 Sacando jugo de donde se pueda
Y
 ante todo esto, vemos cómo gobierno y empresas juegan a pasarse la bola
 unos a otros. Por una parte, tenemos la pelea por librarse de los 
costes del proyecto, que han alcanzado nada menos que 1700 millones de 
euros. Parece que ESCAL UGS puede estar tranquila: uno de los artículos 
del real decreto por el que se autorizaba la concesión dispone que en 
caso de suspensión o finalización de la misma, las instalaciones 
pasarían a ser titularidad del Estado y éste les tendría que indemnizar 
con su valor neto, o bien, si hubiera dolo o negligencia por su parte, 
con el valor residual de las instalaciones. El gobierno parece que se 
dio cuenta de lo que estaba firmando demasiado tarde… porque en 2012 
intentó librarse del dichoso artículo recurriendo al Tribunal Supremo, 
el cual rechazó en octubre (justo después de la ola de seísmos) su 
petición. En conclusión: si se cierra definitvamente el proyecto, el 
gobierno tiene que soltar 1700 millones a la empresa (algunos cientos de
 millones más si tenemos en cuenta que habrá que incluir el coste del 
sellado de los pozos, el desmantelamiento de la plataforma, 
monitorización posterior, etc.). 
Pero
 como dice el refrán, no hay mal que por bien no venga, y una noticia 
así – la de los resultados del informe del IGN- no se podía dejar pasar 
sin intentar sacar algo de provecho político, más aún en plena campaña 
electoral europea. Así, tenemos a la Diputación de Castellón (del PP) 
exigiendo responsabilidades legales a la empresa y al gobierno del PSOE 
que aprobó la concesión, a la Fiscalía presentando una querella por 
delito de prevaricación ambiental (a la entonces Secretaria de Estado de
 Cambio Climático) y por delito contra el medio ambiente (a la empresa),
 y a los ayuntamientos de la zona afectada reuniéndose para exigir al 
Ministerio el cierre definitivo. Por otra parte, aprovechando también la
 coyuntura, el PSOE y algunos partidos de izquierda anuncian que se 
comprometerán a prohibir la técnica de la fractura hidráulica (técnica 
de extracción de gases enormemente dañina para el medio ambiente, www.todoporhacer.org/la-fractura-hidraulica) si llegan a gobernar. Todo un circo político al que por desgracia ya nos tienen bastante acostumbrados/as. 
¿Y qué sacamos de todo esto?
Si
 tratamos de sacar alguna conclusión de toda esta historia, el escenario
 realmente no parece muy esperanzador. Vemos una vez más cómo las leyes y
 reglamentaciones de supuesta protección ambiental son sorteables por 
todos lados (en este caso, entre otras muchas cosas, no incluyendo en la
 evaluación lo que pudiera tener una mala nota, el riesgo de inducir 
seísmos), vemos cómo las empresas no encuentran ningún obstáculo en su 
carrera (ni por motivos económicos ni medioambientales), vemos a los 
gobiernos de uno u otro color subiéndose al carro de la defensa del 
medio ambiente sólo en el momento en que les interese (y hasta donde les
 interese), y al final de la película, en el mejor de los casos, si se 
cierra definitivamente el almacén, nos quedamos con una comarca un poco 
más destrozada y muy probablemente casi 2000 millones menos en las arcas
 del Estado. 
No
 deja de resultar paradójico que al final sea la propia chapucería y 
ambición de la empresa concesionaria la que esté a punto de llevar al 
cierre del proyecto. Sin embargo, la mayoría de las veces por desgracia 
esto no ocurre así, y los efectos de proyectos de este tipo sobre el 
medio, por muy devastadores que sean, no suelen salir a la luz hasta que
 es demasiado tarde (por mucho que se suelan conocer de antemano). 
Por
 eso mismo, si algo sacamos en claro de este ejemplo es que para hacer 
frente a este tipo de ataques sólo podemos confiar en nuestra propia 
fuerza, en la presión popular que podemos ejercer si somos capaces de 
recuperar un tejido social consciente del peligro que suponen cada uno 
de estos macroproyectos no sólo contra nuestro entorno sino también 
contra nuestra propia salud y supervivencia. En el caso del proyecto 
Castor, la mayoría de acciones se han limitado a lo institucional o 
reivindicativo. Habrá que usar la imaginación para ampliar el repertorio
 y, sobre todo, continuar el esfuerzo de que la gente vea a quién 
beneficia y a quién perjudica todo esto.
OTRA HUMANIDAD ES NECESARIA  
No hay comentarios:
Publicar un comentario