Silvio Diderot
Dicen que una imagen vale más que mil
palabras. Sin embargo mejor merecería la pena señalar que un recorte de
periódico (en este caso digital) vale más que mil declaraciones de
intenciones.
Podemos observar cómo El País se dispone a emitir un titular que, a todas luces, debería ser objetivo e imparcial. “Al menos dos muertos en las marchas contra el Gobierno de Venezuela”
reza un titular que olvida señalar de qué bando son los muertos (Al
menos uno era chavista) y se encarga de señalar directamente que las
marchas van contra el gobierno bolivariano. Este titular se transforma
rápidamente en una justificación de la violencia callejera contra el
gobierno señalando que “las protestas respondían a la detención de cinco estudiantes opositores la semana pasada”.
La propia noticia intenta aparentar objetividad aunque no puede
esconder su sesgo. Nada exagerado a primera vista. Sin embargo debemos
ver qué más nos ofrece la versión digital del diario español para que la
construcción de nuestra subjetividad apriorística ya conciba al
gobierno como “el culpable” antes de haber leído si quiera la noticia.
Rápidamente podemos ver como la noticia
enlazada a este suceso pasa de la represión a un hecho económico que, en
relación, no tiene demasiado que ver con la narración estrecha del
suceso. “La inflación más alta del mundo” reza el titular
de la siguiente noticia, en su subtitulo los datos que muestran este
fenómeno acompañado de la lapidaria frase: “la escasez de bienes se dispara”.
Nuestra percepción al haber echado el vistazo rápido se va
construyendo. La imagen de Venezuela como un país inestable,
empobrecido, anárquico y al borde del colapso económico y social. ¿No
debería el español medio sentirse identificado con la apatía y desgana
de un escenario de estas características?
Finalmente leemos como un último vínculo indica que “Caracas suspende las remesas a Colombia”.
De nuevo el chavismo (ahora sin Chávez) en su beligerante política de
tensión con Colombia, pensará cualquier que eche un vistazo a esta
noticia tras leer una serie de titulares que predican el caos en el país
latinoamericano.
El lector, sugestionado ya por la
barbarie de la muerte callejera, la injusticia de la represión
estudiantil, el empobrecimiento del pueblo por la inflación y el colapso
humanitario asociado al desabastecimiento, termina vinculando, una vez
más un hilo conductor de que en Venezuela todo va mal y es por culpa del
gobierno.
Llegados a este punto el lector ha
recibido suficientes códigos de información para llegar a la conclusión
de que Venezuela se hunde, el pueblo está sufriendo y la protesta es
aplastada vilmente por un totalitario e incendiario gobierno
bolivariano. La culpa es del gobierno y sería mejor que no estuviera.
Una vez transformada la subjetividad
apriorística del lector este abre la noticia y procede, con una recién
construida máscara de prejuicios, a leer una versión de los hechos
narrada por un grupo editorial que perdió no pocas ganancias económicos
en el país latinoamericano debido a expropiaciones en beneficio de
alfabetización y educación del pueblo.
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