Si algún mérito hay que reconocerle al proyecto “podemos” es lo mucho
que ha dado que hablar en los últimos días. Era de esperar, desde que
Pablo Iglesias anunciara en la Sexta sus planes para intentar un
“proceso de unidad”, que no tardarían en alcanzar la modesta cifra de
50.000 firmas. La televisión tiene un poder asombroso, hasta el punto de
que el proyecto “podemos” ya se aproxima en número de seguidores en
facebook al perfil de Belén Esteban, y aunque este dato objetivo no es
ningún indicativo que garantice una victoria electoral, no es muy
descabellado imaginarse al “coletas” colándose en el Europarlamento, con
o sin la ayuda de Izquierda Unida.
Lo cierto es que el hartazgo popular
frente al bipartidismo ha sido determinante para que buena parte de la
izquierda más clasemediera abrace con un entusiasmo desmesurado la
iniciativa de Izquierda Anticapitalista que el profesor Pablo Iglesias,
(representándose a sí mismo), encabeza. No debemos culpar a esta
izquierda desideologizada por no hacer demasiadas preguntas o porque le
importe tres pimientos el contenido teórico y programático del proyecto,
más allá de las declaradas buenas intenciones por recuperar la
democracia y la soberanía, (como si alguna vez hubiéramos tenido algo de
eso). De hecho, si hay que culpar a alguien de que la izquierda no haya
avanzado hacia posiciones revolucionarias es justamente a los propios
revolucionarios, que en las últimas décadas no hemos sido capaces de
construir la herramienta más importante y necesaria para este avance: La
organización revolucionaria.
Habrá quien pueda pensar que arrogarse
la condición de revolucionario a sí mismo, (o a su organización), es
algo soberbio, y mucho más sentenciar si este o aquél proyecto político
es o no es revolucionario, pero lo cierto es que desde hace más de un
siglo existe toda una serie de obras teóricas en torno a la práctica
revolucionaria, que han servido a la humanidad para guiar y materializar
revoluciones por todo el planeta. Esta teoría revolucionaria no es otra
que el marxismo-leninismo, y esta es una realidad histórica objetiva
sobre la que los comunistas debemos insistir, sobre todo en estos
tiempos en que los “marxistas mediáticos” tratan de echar por tierra
toda la experiencia histórica que han supuesto las revoluciones
socialistas, (incluidas las del este), y sobre las cuales hoy podemos
asegurar, con todos sus errores y pese a quien le pese, que han sido muy
superiores, (también moralmente), a cualquier otro modelo
político-económico conocido anteriormente.
Me van a disculpar los amigos que hace
poco me recomendaron leer las conversaciones entre Pablo Iglesias y
Nega. Seguro que son muy entretenidas pero prefiero mantener el “Qué
hacer” como libro de cabecera. Parece mentira que, a 90 años de la
muerte de Lenin, los “marxistas mediáticos” den tan poca importancia a
la obra teórica del hombre que dirigió la primera revolución proletaria
victoriosa en la historia.
Es evidente la necesidad de una política
de alianzas para lograr algunos de los objetivos democráticos que
plantea el proyecto “podemos”, pero si Lenin nos advertía acerca de la
importancia de no hacer concesiones teóricas ni de principios en este
sentido, los “marxistas mediáticos” las hacen ¡incluso antes de
consolidar esta alianza! Algunos de estos marxistas mediáticos, como
Santiago Alba Rico, vienen diciendo que su apoyo a la candidatura
“podemos” se debe a la situación de urgencia que supone el malestar
social, pero dejando claro un par de interesantes apuntes, y es que “Si
hubiera una firme conciencia de clase, un potente movimiento de masas y
un partido capaz de catalizar todo el malestar social, Podemos sería un
atentado a la unidad y un obstáculo para el triunfo revolucionario”,
¿debemos llegar a la conclusión de que, a falta de todo eso, la
candidatura “podemos” es la mejor herramienta para lograr el triunfo
revolucionario?.
Por supuesto, no existe en la actualidad
un partido capaz de semejante tarea, ¿no deberían los revolucionarios
entonces ponerse de inmediato a construirlo? Esa es otra de las premisas
que señalaba Lenin y sobre la que ninguno de estos “marxistas
mediáticos” parece hacer ni puñetero caso. Lenin planteaba que “la
primera y más urgente tarea práctica es crear una organización de
revolucionarios capaz de dar a la lucha política, energía, firmeza y
continuidad”, ¿Qué es lo que en su lugar plantean los “marxistas
mediáticos”? Nos dicen que, aún sin la organización revolucionaria,
debemos caminar urgentemente hacia una alianza con los reformistas, ¡y
todo por la causa del triunfo revolucionario!
De nuevo, “nuestro pecado capital
consiste en rebajar nuestras tareas políticas de organización a nivel de
los intereses inmediatos”. Si Lenin planteaba esto frente al
economicismo hace más de un siglo, hoy debemos aplicar la misma teoría
frente al electoralismo y el oportunismo, que plantea la urgencia de
llegar a las instituciones burguesas, a cualquier precio y de la mano de
quien sea, aún en las condiciones de debilidad absoluta en que se
encuentran los destacamentos revolucionarios, como se ha dicho, sin una
organización política fuerte y firme. Santiago Alba Rico se lamenta de
la falta de conciencia de clase, pero es poco probable que el discurso
ciudadanista que abanderan los “marxistas mediáticos” y la candidatura
“podemos” vaya a ayudar mucho a potenciar esa conciencia.
Claro, ocurre que cuando un marxista
plantea este tipo de cuestiones, que forman parte de la teoría más
elemental para cualquier comunista, enseguida hay un “marxista
mediático”, (o algún discípulo), preparado para colgarle el san Benito
de la “ortodoxia marxista-leninista”. Señores, ¿acaso quieren hacernos
creer que ustedes son marxistas-leninistas no ortodoxos? Por favor,
expliquen este concepto porque inevitablemente llegaremos a la
conclusión de que ustedes no son marxistas-leninistas, simple y
llanamente. Y no pasa absolutamente nada por no ser marxista-leninista,
podremos coincidir en algunas barricadas, pero no traten de hacer pasar
el reformismo bernsteiniano de toda la vida por marxismo.
En los últimos días he leído unos
cuantos artículos en defensa del proyecto “podemos”, en los que se han
tratado de ridiculizar a quienes, desde una perspectiva revolucionaria,
planteábamos nuestra oposición al mismo. Se ha dicho incluso,
(miserablemente, por cierto), que quienes no apoyamos esta iniciativa es
porque no empatizamos con el sufrimiento de la gente que sufre la
crisis económica. Se nos ha llamado sectarios, agoreros, zancadilleros,
automarginales y un sinfín de adjetivos más.
Me han sorprendido especialmente las
declaraciones del rapero Nega (LCDM), que planteaba en un artículo el
dilema de que “a veces hay que elegir entre reforma o revolución o entre
reforma y la nada”, la cuestión es que, aquello de la realpolitik de la
que tanto se habla últimamente, nos lleva a pensar que este dilema se
traduce en la práctica en elegir entre la nada o Izquierda Unida, y lo
cierto es que algunos comunistas consideramos que la nada nos ofrece más
posibilidades revolucionarias que las reformas en manos de los
reformistas. Algunos consideramos que la lucha teórica de la que hablaba
Lenin sigue siendo una tarea de primer orden para hacer avanzar a la
izquierda hacia posiciones revolucionarias. No es una cuestión de
esquizofrenia ni una caza de brujas. Imaginaros por un momento que Rosa
Luxemburgo le hubiera preguntado a Karl Liebknecht ¿Para cuándo la
revolución, Karl? y éste hubiera contestado: ¡para cuando algunas dejen
de meterse con Bernstein! Hubiera sido una gran pérdida teórica si
Luxemburgo no hubiera enfrentado las teorías oportunistas y claudicantes
de Bernstein que hoy vuelven a reeditar estos “marxistas mediáticos”.
“Mientras el conocimiento teórico siga siendo el privilegio de un puñado de “académicos”, el partido correrá el riesgo de extraviarse. Únicamente cuando las amplias masas trabajadoras empuñen el arma afilada y eficaz del socialismo científico habrán naufragado todas las inclinaciones pequeño-burguesas, todas las corrientes oportunistas. Entonces será cuando el movimiento se asiente sobre bases firmes.”Rosa Luxemburgo
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