Cuando
era joven, me apunté a unas Comisiones Obreras, que prometían entonces
un sindicalismo de nuevo tipo. Esta concepción se contraponía a los
sindicatos de tipo viejo, que por regla general, se organizan de manera
jerárquica y, una vez han adoptado esta forma de organización, son
poco permeables a la crítica, especialmente cuando el arribismo y el
burocratismo se instalan.
Dentro de las organizaciones sindicales
jerárquicas, hay una tendencia ha hacer caso omiso de las críticas de
izquierda y considerar, de alguna manera, que fomentan la división y
que con ello ayudan al enemigo. No tiene por qué ser siempre así, pero
esta es una posición que se suele dar con frecuencia y es posible que
yo mismo en algún momento de mi ya larga vida de lucha la haya
defendido.
En los periodos en los que los
sindicatos celebran sus congresos, el deseo de unidad es abrumador y
esto juega a favor de las direcciones establecidas. En estos eventos,
los éxitos se acostumbran a atribuir a los de arriba y la culpa de los
retrocesos recaen en la derecha y en la clase capitalista. Ahora, por
ejemplo, se culpa de todos los fracasos a la austeridad y las leyes
antisindicales que han sido impuestas de manera “unilateral”.
Sin embargo, lo que está ocurriendo es
exactamente lo que era de esperar de la derecha y de los capitalistas.
Por esto, en las situaciones actuales, los sindicatos deberían ser
capaces de mirarse al espejo y reflexionar sobre las razones principales
que se esconden detrás de sus fracasos, entre las que yo me atrevo a
situar: la no comprensión de las características de la crisis, la
inexistencia de una buena estrategia de combate, la falta de una
verdadera solidaridad obrera, el arribismo en todos los niveles y una
tendencia al sectarismo e incluso competencia mercantilista entre
ellos mismos.
Las distintas huelgas generales de los
últimos tiempos y el amplio apoyo que suscitaron, podrían haber sido el
comienzo de algo nuevo. Pero los viejos hábitos no se han disuelto.
En definitiva, estamos atrapados por un
momento en el que las organizaciones sindicales han quedado a la deriva.
No acaban de detectar que se aproximan a una derrota general. Hay una
permanente negación de los propios errores y de las lecciones
históricas. El miedo a la autocrítica y las inercias acomodaticias, los
están conduciendo cada vez más cerca del precipicio.
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