Victor Manuel Arias
Malos días corren para la
educación pública, parecía ayer cuando en una manifestación de los años
70 en un barrio popular de Barcelona un grupo de jóvenes sostenía una
pancarta con el lema: “Los hijos de los obreros queremos estudiar”. Esta
fotografía ha vuelto a recorrer, 40 años después, las Redes Sociales
del Siglo XXI como recordatorio de las luchas que se realizaron a favor
de una educación pública de calidad, universal, laica y
accesible a todos especialmente a los hijos de los trabajadores que
tradicionalmente, por razones económicas y sociales, se encontraban
excluidos de ella. Recordemos la educación que recibieron nuestros
padres y nuestros abuelos, de cómo se vieron obligados a abandonar sus
estudios a los 12 ó 13 años de edad porque tenían que ir al campo a
ayudar a su padre o a ir a la fábrica, pues en casa se necesitaba que
entrara otro sueldo. Recordemos sus historias de la escuela, su
educación basada en recitar la lista de los Reyes Godos, su educación de
curas y monjas que aterrorizaban a los niños con el infierno, la
educación basada en el terror a los castigos físicos y a las
humillaciones, de reválidas y exámenes…
Mucho tiempo ha pasado desde
aquellos años, pero según se mira en el tiempo parece que en vez de
avanzar volvemos a aquella época oscura. Por un lado vemos como
con la Estrategia Universitaria 2015 y el Plan Bolonia se pretende
convertir a la universidad en una especie de “cortijo” de las grandes
multinacionales, teniendo estas una presencia cada vez mayor en
los Campus, con voz y voto en los Consejos Sociales de las respectivas
Universidades. Con ello pretenden que la universidad pase de ser de un
ente educativo autónomo de titularidad pública, a una especie de “parque
de negocios” donde las grandes multinacionales como Repsol, Banco
Santander o Telefónica puedan formar a sus trabajadores precarios y sin
derecho. Vemos como la escuela vuelve también a ser el “cortijo” de los
gobernantes de turno eliminando toda participación democrática de la
comunidad educativa, pasando la administración a poner al equipo
directivo “a dedo”.
Vemos como la vieja reliquia
de la enseñanza de la religión católica sale reforzada, impartiéndose
hasta bachiller, (si fuera por la jerarquía eclesiástica la seguiríamos
cursando hasta en FP) contando su nota para la media de cara a optar a
becas o conseguir entrar en una carrera. Mientras se eliminan
asignaturas como Filosofía de bachiller, pues parece ser que no les
interesa que los jóvenes tengan capacidad crítica. Con su cantinela de
fomentar el “esfuerzo” y la “excelencia” buscan poner reválidas al final
de cada ciclo educativo, (primaria, secundaria, bachiller…). Quien no
apruebe los exámenes de la reválida no obtiene título, a pesar de haber
aprobado todas las asignaturas de todo el ciclo, así pues vemos el
ejemplo extremo de cómo se premia el esfuerzo memorístico sobre el
esfuerzo diario producto del trabajo en clase.
Es en secundaria según
sus rendimientos se propone segregar a los estudiantes entre “los que
valen para estudiar”, que estarán destinados a realizar bachillerato y
los “que valen para trabajar”, que estarán destinados a realizar una
formación profesional devaluada y a convertirse en carne de trabajo
precario. Recordemos cuando nuestros abuelos nos contaban que en las
escuelas religiosas de los años 40 los alumnos pobres se encontraban
segregados de los ricos, pues eso una vuelta al pasado.
Por eso, gracias
a la nueva ley de educación se vuelve a reforzar la
financiación pública a la enseñanza privada, aunque practiquen prácticas
tan dudosamente democráticas como calificar la homosexualidad como una “enfermedad” o prohíban la coexistencia de alumnos de distintos géneros en sus clases.
Echamos la vista atrás,
miramos el presente y forzosamente debemos sacar dos conclusiones. Una,
todos los avances sociales, incluidos las conquistas en materia
educativa, no han caído del cielo, han sido conseguidos gracias a la
lucha de nuestros abuelos y abuelas que se partieron el pecho en huelgas
obreras y estudiantiles, para que sus hijos y nietos pudieran tener un
futuro más digno y con más oportunidades. La segunda lección es que
cuando la lucha cesa todo lo conseguido se va perdiendo. Y lo
vemos ahora, cuando el movimiento obrero y estudiantil no ha salido de
su letargo, los poderosos nos están arrebatando de manera acelerada
todos los derechos conseguidos con sangre, sudor y lágrimas.
No hay otra opción para
conseguir una educación totalmente pública, gratuita, laica,
democrática, científica que trate a los estudiantes como seres humanos
que necesitan formarse y no como meros instrumentos comerciales sólo nos
queda un camino y es el de la lucha, el de la movilización sostenida. Así nuestros abuelos pudieron conseguir aquellas pequeñas conquistas y sólo así podremos conseguir la educación que queremos.
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