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lunes, 2 de diciembre de 2013

LA EDUCACIÓN QUE QUEREMOS

educación


Victor Manuel Arias

Malos días corren para la educación pública, parecía ayer cuando en una manifestación de los años 70 en un barrio popular de Barcelona un grupo de jóvenes sostenía una pancarta con el lema: “Los hijos de los obreros queremos estudiar”. Esta fotografía ha vuelto a recorrer, 40 años después, las Redes Sociales del Siglo XXI como recordatorio de las luchas que se realizaron a favor de una educación pública de calidad, universal, laica y accesible a todos especialmente a los hijos de los trabajadores que tradicionalmente, por razones económicas y sociales, se encontraban excluidos de ella. Recordemos la educación que recibieron nuestros padres y nuestros abuelos, de cómo se vieron obligados a abandonar sus estudios a los 12 ó 13 años de edad porque tenían que ir al campo a ayudar a su padre o a ir a la fábrica, pues en casa se necesitaba que entrara otro sueldo. Recordemos sus historias de la escuela, su educación basada en recitar la lista de los Reyes Godos, su educación de curas y monjas que aterrorizaban a los niños con el infierno, la educación basada en el terror a los castigos físicos y a las humillaciones, de reválidas y exámenes…

Mucho tiempo ha pasado desde aquellos años, pero según se mira en el tiempo parece que en vez de avanzar volvemos a aquella época oscura. Por un lado vemos como con la Estrategia Universitaria 2015 y el Plan Bolonia se pretende convertir a la universidad en una especie de “cortijo” de las grandes multinacionales, teniendo estas una presencia cada vez mayor en los Campus, con voz y voto en los Consejos Sociales de las respectivas Universidades. Con ello pretenden que la universidad pase de ser de un ente educativo autónomo de titularidad pública, a una especie de “parque de negocios” donde las grandes multinacionales como Repsol, Banco Santander o Telefónica puedan formar a sus trabajadores precarios y sin derecho. Vemos como la escuela vuelve también a ser el “cortijo” de los gobernantes de turno eliminando toda participación democrática de la comunidad educativa, pasando la administración a poner al equipo directivo “a dedo”.

Vemos como la vieja reliquia de la enseñanza de la religión católica sale reforzada, impartiéndose hasta bachiller,  (si fuera por la jerarquía eclesiástica la seguiríamos cursando hasta en FP) contando su nota para la media de cara a optar a becas o  conseguir entrar en una carrera. Mientras se eliminan asignaturas como Filosofía de bachiller, pues parece ser que no les interesa que los jóvenes tengan capacidad crítica. Con su cantinela de fomentar el “esfuerzo” y la “excelencia” buscan poner reválidas al final de cada ciclo educativo, (primaria, secundaria, bachiller…). Quien no apruebe los exámenes de la reválida no obtiene título, a pesar de haber aprobado todas las asignaturas de todo el ciclo, así pues vemos el ejemplo extremo de cómo se premia el esfuerzo memorístico sobre el esfuerzo diario producto del trabajo en clase.

 Es en secundaria según sus rendimientos se propone segregar a los estudiantes entre “los que valen para estudiar”, que estarán destinados a realizar bachillerato y los “que valen para trabajar”, que estarán destinados a realizar una formación profesional devaluada y a convertirse en carne de trabajo precario. Recordemos cuando nuestros abuelos nos contaban que en las escuelas religiosas de los años 40 los alumnos pobres se encontraban segregados de los ricos, pues eso una vuelta al pasado. 

Por eso, gracias a la nueva ley de educación se vuelve a reforzar la financiación pública a la enseñanza privada, aunque practiquen prácticas tan dudosamente democráticas como calificar la homosexualidad como una “enfermedad” o prohíban la coexistencia  de alumnos de distintos géneros en sus clases.

Echamos la vista atrás, miramos el presente y forzosamente debemos sacar dos conclusiones. Una, todos los avances sociales, incluidos las conquistas en materia educativa, no han caído del cielo, han sido conseguidos gracias a la lucha de nuestros abuelos y abuelas que se partieron el pecho en huelgas obreras y estudiantiles, para que sus hijos y nietos pudieran tener un futuro más digno y con más oportunidades. La segunda lección es que cuando la lucha cesa todo lo conseguido se va perdiendo. Y lo vemos ahora, cuando el movimiento obrero y estudiantil no ha salido de su letargo, los poderosos nos están arrebatando de manera acelerada todos los derechos conseguidos con sangre, sudor y lágrimas.

No hay otra opción para conseguir una educación totalmente pública, gratuita, laica, democrática, científica que trate a los estudiantes como seres humanos que necesitan formarse y no como meros instrumentos comerciales sólo nos queda un camino y es el de la lucha, el de la movilización sostenida. Así nuestros abuelos pudieron conseguir aquellas pequeñas conquistas y sólo así podremos conseguir la educación que queremos.

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