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jueves, 17 de octubre de 2013

LA VERGÚENZA DE SER MUJER. EL ÚTERO COMO NEGOCIO

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 El artículo firmado por Rocío Ovalle publicado en el número 9 de La Marea, denuncia el gran negocio que resultan ser para la sanidad privada en India, las extirpaciones de útero generalizadas, indiscriminadas e innecesarias realizadas a mujeres indias de las clases más desfavorecidas. La escandalosa media de edad de las pacientes-víctimas es de 28 años. La aparente excusa es evitarles un hipotético cáncer ginecológico en un momento indeterminado del futuro de sus vidas. Además de esconder las consecuencias de esta operación a mujeres sin información, analfabetas muchas veces, se aprovecha la discriminación y exclusión social que en esa cultura, pero no sólo en ella, produce la menstruación, (recuérdese que en la España rural de los años 50 se pensaba que la cercanía de una mujer menstruante podía estropear una salsa, agriar el vino, marchitar las plantas. etc, y aún en nuestros días y en nuestras pantallas están presentes los anuncios de compresas que eliminan el funesto y avergonzante maldito “olor”) exclusión que se obviaría con la desaparición del ciclo femenino.
Hay un par de cuestiones que me gustaría subrayar al respecto de la lacerante realidad que denuncia el artículo. En primer lugar, el hecho universal de la medicalización innecesaria del cuerpo de la mujer tanto en la menstruación, como en el embarazo, el parto y el climaterio, que son los momentos clave de su desarrollo biológico. Medicalización ya denunciada  por teóricas del feminismo y filósofas  tan reconocidas como Simone de Beauvoir  o, en nuestros días, Germaine Greer. Las cesáreas innecesarias, la forzada postura de la parturienta en el ‘potro’ ginecológico, para facilitar la comodidad del médico y no el trabajo de la parturienta, a la que ayudaría la postura sedente. El ancestral desprecio, minusvaloración de la corporeidad femenina que tantas muertes por septicemia provocaba durante el puerperio, desde que los partos se hospitalizaron, al no cuidar los médicos su propia higiene, manos que pasaban directamente de manejar cadáveres al vientre que alumbraba y sangraba. La consideración del climaterio como una enfermedad, que hacía, hasta anteayer, del tratamiento de reposición o sustitución hormonal casi una obligación moral para las mujeres que quisieran estar al día, acordes con los tiempos y mantenerse siempre jóvenes (otra obligación, por cierto para las féminas), manteniendo una actividad forzada y artificial de los ovarios. Hasta que se han hecho tan patentes los peligrosos efectos secundarios que comportaba, desde varios tipos de cáncer a un significativo aumento del riesgo de sufrir un infarto, que no se ha podido seguir ocultándolas o argumentar que eran menos las posibles consecuencias negativas frente a la inmensa ventaja de la prolongación de la juventud de la mujer. Ventaja de la que disfrutaban sus parejas, sin tener que pagar con su propia salud, por cierto.
En segundo lugar, el hecho de que esta medicalización, promovida por parte de muchos profesionales de la medicina presionados por la poderosa industria farmacéutica, y aceptada acríticamente por la sociedad en general, se apoya en una concepción de la mujer que subyace al prejuicio de que el cuerpo de la mujer es, respecto al del hombre, sucio, defectuoso, enfermizo, débil, inferior en suma.
Las tres religiones monoteístas, judaísmo, cristianismo e islamismo, han utilizado, reforzado, difundido y convertido en dogma, el insidioso prejuicio  que se desliza ya  en el pensamiento de Aristóteles (s. IV antes de nuestra era). Según este filósofo, la mujer se asimila a la materia, lo negativo, impuro etc. Aristóteles fue discípulo de Platón y conocedor de su visión dualista de la realidad. Platón considera que la realidad se divide entre mundo “sensible”  y mundo “inteligible”. El mundo sensible es el que puede percibirse por los sentidos, es el mundo material, y lo material es, según Platón, impuro, defectuoso, cambiante, perecedero, mortal. El mundo “inteligible” es el mundo de las ideas, solo puede ser entendido, pero los sentidos no lo pueden percibir. El mundo de las ideas sería inmaterial, abstracto, permanente, perfecto, eterno. Aristóteles se inspira en esta concepción platónica de la realidad, y aplicándola a su antropología, entiende que la mujer es la materia, defectuosa en sí misma,  su biología es impura y contaminante. Es ella quien transmite el cuerpo al niño en la generación, mientras que es el hombre, el varón quien trasmite el alma en el acto de la generación.
Diversos mitos religiosos expresan estas ideas y las convierten en verdades indiscutibles, en dogmas, en fuente de mandamientos, de obligaciones y prohibiciones que justifican condenas y castigos. Y cuando son asumidas por la sociedad civil, en leyes. Leyes que están fundamentadas en creencias que se aceptan sin crítica, tan indiscutibles parecen puesto que no somos conscientes de las teorías, convertidas ya en creencia, que las fundamentan. Y es que, como explica Onfray en su Tratado de ateología, la mentalidad platónico aristotélica impregna la visión del mundo en  la que está inmersa la cultura occidental, de modo especial la medicina y el derecho. Esta inmersión impide, o al menos dificulta, que nos distanciamos de ella lo suficiente como para verla objetivamente y poder ser conscientes  de los prejuicios que comporta y someterlos a crítica.
* Ampara Ariño Verdú es profesora de la Universitat de València

OTRA HUMANIDAD ES NECESARIA 

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