La Iglesia Católica fue cómplice en los crímenes contra la humanidad que el franquismo llevó a cabo
Pedro A. García Bilbao
El homenaje que se celebrará en
Tarragona a los religiosos asesinados en la guerra civil y que van a ser
beatificados por la Iglesia, es un triste homenaje, es en realidad, una
doble muerte. La primera fue la que les arrebató la vida al margen de
toda ley y todo derecho, y la segunda, la que una acción ciega e
irresponsable de la jerarquía católica española les va a dar en estos
días. Porque hacer un homenaje a un religioso pretendiendo su santidad,
al tiempo que se calla miserablemente sobre cómo se utilizó la religion y
el nombre de Cristo para matar a miles y miles de personas y para
humillar a cientos de miles, es una contradición de tal grado que no
podrá ser ocultada.
La Iglesia Católica española fue
cómplice en los crímenes contra la humanidad que el franquismo llevó a
cabo. La religión se empleó cada día para humillar a los prisioneros,
para infamarles y aplastarles moralmente, para aniquilar su dignidad,
arrebatarles a sus hijos y coaccionarles cruelmente en el momento de su
asesinato, sin el menor asomo de piedad o decencia y las voces y
conciencias que de entre el mundo de valores católicos pudieron alzarse
fueron enterradas o negadas.
La Iglesia española, su jerarquía, ha
callado, no siete, sino mil veces sobre su complicidad con el
franquismo, a quien otorgó la cobertura de sus mantos y le brindo su
legitimación moral pese al baño de sangre y odio en el que sumió al país
durante años. Los sacerdotes y parrocos colaboraron activamente en el
sistema represivo, se convirtieron legalmente en la puerta de la vida o
de la muerte para sus feligreses, pues sus informes sobre su conducta y
actividad fueron exigidos y recibidos por el poder como una pieza más de
su maquinaria.
Sobre toda esta miserable actividad
asesina, sólo silencio y mala conciencia ha tenido la jerarquia de la
Iglesia Española, la misma que ha dejado creer a todos durante décadas
que la Guerra Civil fue declarada como Cruzada, o que el grito de Viva
Cristo Rey era algo aceptado por la ortodoxia de Roma y no un gesto de
barbarie e intolerancia muy poco cristiano.
En estos días se recuerda a los
religiosos asesinados, uno sólo seria demasiado, los miles que lo fueron
son ya algo insoportable para cualquier persona de bien, pero en el
homenaje que se prepara no habrá lugar para la pregunta necesaria, ¿Por
qué? ¿Cómo fue posible?
Se dirá que hay respuesta a tal
cuestion. Odio a Cristo, odio a la fe, he ahí la pretendida causa de los
asesinatos de religiosos. ¿Están seguros los que tal afirman? ¿De donde
salen esas conversaciones postreras en las que los supuestos martires
no ceden a las exigencias a renegar de su fe? ¿Quienes las recogieron?
¿Quienes apuntaron y transcribieron esas detalladas conversaciones? ¿Un
milagro tal vez? Ha de pensarse que la Iglesia Católica tiene unos
protocolos muy estrictos para poder declarar a alguien martir de su fe.
No basta con haber sido asesinado, en modo alguno. De acuerdo con sus
códigos internos, sólo accede a la condición de martir aquel que es
muerto por odio a Cristo y a la fe en él. Así de claro. Si se les
hubiera matado por odio a ellos personalmente, o por odio al papel
terrenal de la Iglesia, a sus crimenes y traiciones, a su complicidad
con los poderes de este mundo, con caciques y poderosos, con la opresión
y el engaño, si se les hubiera dado muerte por estos motivos y no por
odio a Cristo o a la fe en él, entonces los tales martires no lo serían,
no tendrían derecho a ser considerados como tales.
La Iglesia Española ha sido incapaz de
preguntarse por las razones de tanto odio, del que se llevó por delante
tantas vidas de sus religiosos, en un número y proporción que
ciertamente sorprenden. ¿Fue sólo odio ciego a Cristo? Hacerse esta
pregunta no parece que esté en el programa de los actos de homenaje de
Tarragona. Hay una respuesta oficial. «Fueron muertos por odio a a la
Fe». Fin de la historia.
Poco importa que el mayor asesino de
católicos fuera Franco, nada que miles de sacerdotes y religiosos que se
habían significado con el sufrimiento de los pobres fueran respetados y
que la República no promovió, ni justificó, ni ordenó persecución
alguna. ¿Humildad?, ninguna, ¿autocrítica? cero, ¿soberbia?, toda. Al
contrario, se predica un olvido total para los sacerdotes asesinados por
el fascismo, salvo para afirmar que lo fueron por su actividad política
y no por su fe. Los nombres de muchos verdaderos hombres de fe que se
jugaron la vida por salvar a los debiles y a los perseguidos, siguen a
día de hoy negados, olvidados, borrados de la historia de la Iglesia
española; las decenas de sacerdotes vascos fusilados, los parrocos
ejecutados o perseguidos por los fascistas por haber protegido a
personas perseguidas, como ocurriera en algunos casos en Mallorca y
Galicia, son ignorados. Son muchos los casos de ese tipo los que han
sido escondidos, borrados de la historia por la jerarquía católica
española. La persecución religiosa a los protestantes por el hecho de
serlo, con centenares de encarcelados y procesados, con decenas de
ejecuciones, con el expolio y el robo a sus familias como ocurrió en la
zona ocupada por los fascistas, no es algo que merezca una sola palabra.
Los religiosos asesinados en la guerra
civil no merecen un homenaje hipócrita y falso. Algunos de ellos
asumieron su muerte sabiendo que no serían martires nunca, pues les
quedó muy claro que la excusa para su asesinato no era otra que el
rechazo a la complicidad de la Iglesia con los golpistas o con los
abusos de siglos. Esas muertes fueron crímenes para la Ley republicana, y
representan un horror surgido desde abajo, en ningún caso fueron
resultado de ordenes del gobierno republicano y las fuerzas de policia o
de seguridad que podrían haber protegido a aquellos ciudadanos, se
encontraban inmersas en una lucha desesperada contra las unidades
militares sublevadas que practicaban una guerra de exterminio realmente
atroz. Si no se hubiera producido el golpe de estado de julio de 1936,
esos miles de religiosos nunca hubieran sido perseguidos y hubieran
salvado sus vidas, pero la Iglesia Católica española se ha mostrado
incapaz de condenar el golpe, la guerra, y el mosntruoso papel que
asumió bendiciendo los asesinatos masivos, los encarcelamientos y las
humillaciones colectivas que se realizaron bajo el estandarte de Cristo,
al punto de que la variante española del totalitarismo se caracteriza
como régimen nacional-católico; tendríamos que irnos al Irán integrista
para encontrar algo parecido a aquello en lo que se convirtió España en
los años cuarenta en lo que a papel de una religion en la vida pública
se refiere.
En los actos de Tarragona en los que
serán homenajeados los supuestos martires, participarán las autoridades
públicas españolas y catalanas con un nivel de representación oficial
como jamás se ha llevado a cabo en homenaje alguno a las víctimas del
fascismo. La cobertura prevista de prensa, radio y televisión es casi
total, completa, con la transmisión en directo de toda la ceremonia. Los
mensajes no tendrán contraste alguno, estamos ante una inmensa
operación de propaganda, una intoxicación completa en la que se va a
usar el nombre y el recuerdo de victimas inocentes, consideradas como
tales por la ley republicana, para infamar el nombre de la República. Un
pretendido acto de memoria que no es sino en realidad un ejercicio de
desmemoria, sin un asomo de autocrítica y de una soberbia sin límites.
Un triste epílogo para muertes tan injustas, pero completamente
previsible en quienes justificaron el exterminio de cientos de miles de
compatriotas y siguen callando a día de hoy.
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