Domingo, 25 de Agosto de 2013 10:24
Los tiempos han cambiado. Rusia ha vuelto a ser un actor internacional
protagónico, lo nuevo es que la retórica ha superado a la
confrontación. Ese será el signo de los nuevos tiempos y en esta
dinámica –al igual que China– Rusia tiene algo que decir.
La
Unión Soviética fue el adversario más importante que ha tenido Estados
Unidos en su afán hegemónico en el planeta. Cuando dejó de existir el 31
de diciembre de 1991, desapareció con ella uno de los beligerantes de
la guerra fría, que se proponía superar el capitalismo para construir un
modelo de sociedad más justa y equitativa. Más allá de observaciones
favorables o contrarias a esta aseveración, su desvanecimiento significó
el fin del sistema internacional bipolar que había regido el orbe durante la mayor parte del siglo XX.
Hay
múltiples interpretaciones de lo ocurrido, pero la mayoría evidencian
la idea de que si bien las transformaciones eran imprescindibles para
seguir sosteniendo el modelo y que el resultado de las mismas eran de
difícil pronóstico, existían posibilidades para proyectar a la Unión
Soviética en el tiempo a partir de un nuevo tratado entre las repúblicas
que la componían, aun considerando que algunas de ellas no tenían el
más mínimo interés en seguir perteneciendo a la Unión. Este propósito se
sostiene en las cifras del referéndum hecho el 17 de marzo de 1991, en
el que se consultó a los ciudadanos si querían preservar la Unión
Soviética como una renovada federación con iguales derechos en los que
estuvieran aseguradas las libertades de los individuos
independientemente de la nacionalidad a la que pertenecieran.
En
la consulta participaron nueve de las quince repúblicas, Letonia,
Lituania, Estonia, Armenia, Georgia y Moldavia que poseían alrededor del
20% de la federación se negaron a concurrir al evento comicial. El
restante 80% votó en un 76,4% a favor del mantenimiento de la Unión
Soviética.
Sin
embargo, el curso de los acontecimientos desde marzo se aceleró. Boris
Yeltsin se transformó en el dirigente anticomunista que Estados Unidos
necesitaba. Su carácter ambicioso y su gran olfato político, lo
transformaron en el líder que logró el protagonismo, superando a otros
dirigentes y relegando al dubitativo y pusilánime Gorbachov a jugar un
papel secundario en los acontecimientos que ocurrían.
La
heredera natural de la Unión Soviética fue Rusia, que poseía alrededor
del 77% de su superficie y 51% de la población. En esa condición asumió
su puesto como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la
Organización de Naciones Unidas, acreditándose como el único país (de la
ex URSS) autorizado a poseer armamento nuclear, lo que suponía un
problema porque el arsenal atómico de la Unión Soviética se encontraba
desplegado en varias repúblicas.
El
12 de junio, Yeltsin había sido elegido presidente de Rusia. En esa
condición le tocaba conducir su política exterior. Durante su mandato,
se produjo la caída abrupta de la economía que tuvo un descenso de su
PIB de un 37% entre 1991 y 1999 y, una baja en la expectativa de vida de
67,8 años en 1992 a 65,3 en 2000. Estos datos fueron, –entre otros– expresión de un país estancado que a pesar de su poderío militar no podía tener el más mínimo protagonismo en el escenario internacional.
En
esas condiciones Yeltsin consideró que vincularse a Occidente y su
modelo político–económico le iba a granjear las simpatías de sus
antiguos enemigos. Ello no ocurrió. Así mismo, se vio obligado a
producir una importante reducción de sus arsenales nucleares, mientras
Estados Unidos aceleraba la expansión de la OTAN hacia el este, todo lo
cual generó resistencia en el parlamento y rechazo en la población. En
este mismo ámbito, su intento de “europeizar” Rusia fue un total
fracaso.
Rusia
comenzó a perder significación como potencia mundial. Sus ex aliados se
rindieron a Occidente, su anterior zona de influencia se tornó insegura
y la nula capacidad de actuar en su entorno quedó expresamente
demostrada durante la intervención de la OTAN en Yugoslavia, cuando
Estados Unidos y Europa operaron con total impunidad imponiendo un nuevo
orden mundial a la fuerza, en una de las primeras manifestaciones de la
unipolaridad naciente
Esta
situación se mantuvo durante casi todo el gobierno de Yeltsin, al final
de ese período se pudieron observar algunos cambios que, sin embargo,
no modificaron la situación de debilidad de la anterior potencia bipolar
en el sistema internacional. La
llegada de Vladimir Putin al poder comenzó a transformar esa realidad.
La aspiración de los rusos se manifestó en un artículo periodístico de
la época en el que se señala que “Putin debe restaurar lo que Yeltsin
destruyó: el orgullo de sentirse parte de una gran potencia. Los rusos
quieren respeto, no compasión” En ese marco, Putin anunció lo que sería
su modelo de política exterior: modernización económica, estabilidad
política y mejora de la seguridad.
Al
comenzar su mandato, el nuevo presidente consideró que las condiciones
de debilidad de su país lo obligaban a hacer concesiones a Occidente. No
tuvo reparos en ello, pero paulatinamente esa opción se fue modificando
ante la invariabilidad de la respuesta de Estados Unidos que no alteró
un ápice su política pretendiendo arrodillar al gigante euroasiático. La
agresión occidental contra Irak en el año 2003, fue el punto de
inflexión de la política exterior rusa que nuevamente comenzó a asumir
posiciones de fuerza en su papel de miembro permanente del Consejo de
Seguridad de la ONU. Rusia había vuelto al escenario mundial después de
casi 15 años dando lástima. Un elemento significativo de esta nueva
orientación fue el acercamiento del Presidente ruso hacia China,
concluyendo los problemas limítrofes, incrementando el comercio
bilateral y creando en 2001 la Organización de Cooperación de Shanghái
que se transformó en una contraparte de poder a Estados Unidos en Asia.
Esta
política que se ha seguido desarrollando y fortaleciendo en la medida
del crecimiento económico y la estabilidad interna es la que permite hoy
al presidente Putin enfrentar desde otra perspectiva la nueva crisis en
las relaciones bilaterales, motivadas en el asilo temporal que el
gobierno ruso ha concedido al ex agente de la NSA, Edward Snowden.
Estados
Unidos canceló unilateralmente la reunión cumbre bilateral que debía
realizarse en Moscú a principios de septiembre. Obama se quejó diciendo
que la "retórica" del presidente ruso se asemeja a "los viejos estereotipos de la Guerra Fría". Citó el asilo a Snowden como una anécdota en las tensiones existentes y se burló del presidente ruso, al afirmar que tiene "una mirada vaga, como del chico aburrido que se sienta al final de la clase".
Aunque
en 2009 parecía iniciarse una nueva era de amistad en las relaciones
bilaterales que llevó a que ambos países cooperaran en Afganistán y a
que el gobierno de Estados Unidos haya desmantelado el plan para
construir un escudo anti–misiles en República Checa y Polonia mientras
Rusia apoyaba las sanciones del Consejo de Seguridad de la ONU contra
Irán, las relaciones se han deteriorado por el bombardeo de Libia con el
que Rusia no estaba de acuerdo o la negativa de Putin a presionar al
presidente Assad en Siria.
La decisión de Obama ha recibido el apoyo de republicanos y demócratas. Así mismo, en
una rara ocasión, los editoriales de The New York Times y el The Wall
Street Journal han coincidido esta semana en alabar el anuncio, dando
unanimidad política y mediática a tal decisión como es habitual en los
temas estratégicos de política exterior de Estados Unidos.
Por su parte, Rusia ha manifestado su decepción por tal anuncio. Yuri Ushakov, asesor del presidente ruso declaró que
“Estamos decepcionados por la decisión de la administración
norteamericana de anular la visita que el presidente Obama planeaba
cumplir a comienzos de septiembre a Moscú” y agregó que “es evidente que
esta decisión está relacionada con la situación –no creada por
nosotros– en torno al ex funcionario de los servicios especiales
Snowden”. El asesor presidencial terminó lamentando que esta situación
sea una demostración que Estados Unidos al igual que antes, no tiene
disposición para construir relaciones sobre el principio de equidad.
El vice titular de Relaciones Internacionales del Consejo de la Federación Rusa, Andrei Klimov fue más allá al afirmar que Obama “es un rehén de la situación política interna de su país".
Klimov agregó que se suponía que el presidente estadounidense respetaba
los principios de igualdad mutua y de no intervención en los asuntos
internos de Rusia, pero que en realidad "Estados Unidos se comporta como
si fuera el centro del Universo" concluyendo tajante al expresar la
seguridad de que “la vida va a obligar a Obama a negociar y a colaborar
con Rusia, lo quiera o no”.
Los tiempos han cambiado. Rusia ha vuelto a ser un actor internacional
protagónico, lo nuevo es que la retórica ha superado a la
confrontación. Ese será el signo de los nuevos tiempos y en esta
dinámica –al igual que China– Rusia tiene algo que decir.
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