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viernes, 2 de agosto de 2013

EL DÍA QUE HITLER PERDIÓ LAS OLIMPIADAS


Un día como hoy hace 77 años comenzaban las Olimpiadas nazis en Berlín, conocidas como la plataforma deportiva que ayudó a ocultar el holocausto, pero que también pasará a la historia por un pequeño gesto de compañerismo, que pasó a convertirse en una de las mayores hazañas recordadas en el deporte.

olimpiadas1936


Alto, rubio y de ojos azules, Luz Long era el representante por excelencia de la raza Aria. Su victoria como saltador en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 estaba supuesta a demostrar, una vez más, la superioridad de los genes germanos sobre los del resto de las etnias mundiales. Estaba supuesta a demostrarlo, pero un pequeño gesto de humanidad, lo cambió todo.

Aquel cuatro de agosto de 1936, las emociones no podrían haber sido más vacilantes para el Tercer Reich. Jesse Owens, el negro de raza que había terminado de obtener el oro en la competencia de los 100 metros llanos, amenazaba ahora con ganarse un pase a las finales de salto en largo de los mismos juegos y competir contra el ario Long. Y tal hazaña, romper con los 7,15 metros establecidos por la prueba, no hubiera costado mucho a Owens, de no ser por la gran parcialidad con que los jueces de prueba calificaban los saltos de aquel hombre de tez oscura, que ya había logrado robarse una pequeña parte del gran sueño hitleriano.

Por su parte, el rubio Long ya había cumplido su cometido en la competencia de aquella jornada; Owens, por el contrario, tenía una situación más difícil: dos de los tres saltos posibles concedidos por el Comité en caso de fallo, habían sido dados como inválidos por los jueces de la competencia. Posiblemente las presiones generadas por el Führer hayan determinado que los dos primeros saltos de Jesse Owens se hayan considerado como “pisar la tabla” de inicio de salto. Al deportista, por ende, le quedaba solo un salto para ser descalificado; probablemente Hitler estaba contento. O nervioso. O ambas.

Fue en ese momento, en que uno de los actos humanitarios más simples de una persona, fue consagrado como una de las hazañas más recordadas en la historia del deporte: aún contra las sabidas presiones del nazismo entero, Luz Long, la esperanza aria, se acercó a su contrincante afroamericano para sugerirle que tomara el salto desde una distancia de varios centímetros antes de la tabla de inicio. El alemán sabía que a Owens le sobraba distancia para clasificar, aún prolongando su vuelo desde un largo que fuera imposible de rebatir por los jueces. Siguiendo el consejo del Long, Owens no tuvo problemas para pasar a la instancia final, celebrada al día siguiente.

El cinco de agosto de 1936, Luz Long, tras un salto 7,87 metros de longitud, obtuvo la medalla de plata, mientras que Owens, con 8,06 metros, ganó el oro y un nuevo record olímpico. No bastando con desafiar la autoridad del régimen Nazi el día anterior, el alemán, y en un gesto memorable de humildad, fue el primero en saludar y fotografiarse con el nuevo campeón de salto en largo olímpico.
Luz Long continuó su vida deportiva algunos años, y tras su retiro ejerció su profesión de abogado. Cuando comenzó la segunda guerra mundial y como un castigo a aquella “traición” al partido, Long fue enviado a combatir en Italia. A pesar de la excepción que se hacía con los deportistas destacados, Luz Long fue enviado al frente, y murió en acción, el 13 de julio de 1943.

Jesse Owens, quien viajó a Alemania para conocer a la familia del difunto, diría que “se podrían fundir todas las medallas y copas que gané, y no valdrían nada frente a la amistad de 24 quilates que hice con Luz Long en aquel momento”.

Como título póstumo, Luz Long fue distinguido con una medalla Pierre de Coubertin, el máximo reconocimiento olímpico. Aunque estadísticamente las medallas olímpicas de Berlín hayan sido obtenidas en su mayoría por los atletas alemanes, aquel 5 de agosto quedará como el día en que un pequeño gesto de solidaridad ganó a la opresión de una dictadura; o también como el día en que Hitler perdió las Olimpiadas

Jesse Long
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