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miércoles, 31 de julio de 2013

MEMORIA DEL EXILIO IV: LUIS BUÑUEL




“El cine es un arma maravillosa y peligrosa si la maneja un espíritu libre. Es el mejor instrumento de poesía, con todo lo que esta palabra tiene de subversión de la realidad, de umbral al mundo maravilloso del subconsciente, de inconformidad con la realidad que nos rodea”
LUIS BUÑUEL
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 Emiliano Gómez Peces

Luis Buñuel Portolés (Calanda -Teruel-, 1900 – Ciudad de México, 1983). Director español de cine  y una de las grandes figuras de la historia del cine. Su padre, Leonardo Manuel Buñuel, fue un indiano fantasioso que regresó de Cuba enriquecido y se instaló en Calanda, donde contrajo matrimonio con María Portolés, una muchacha de diecisiete años, casi  30 menos que él, y con la que tuvo siete hijos, de los cuales, Luis, sería el primogénito. Al poco tiempo de nacer, la familia se traslada a Zaragoza, aunque sigue veraneando en Calanda.

Contagiado del ambiente familiar, Luis Buñuel confesó haber sido de niño muy religioso y creyente, pero hacia los catorce o quince años cayeron en sus manos libros de Spencer, Kropotkin, Nietzsche y Darwin, especialmente El origen de las especies, y comenzó a perder la fe. Con el tiempo, el hombre que declaró “soy ateo, gracias a Dios” llegaría a ser el emblema viviente de un arte blasfemo e iconoclasta, se acercaría al ideario anarquista, ingresaría en el grupo parisino de jóvenes revolucionarios que abanderaban la estética del surrealismo y trabajaría al servicio de la República montando documentales durante la guerra civil española.

Buñuel estudió el bachillerato con los jesuitas de Zaragoza y luego su padre lo envió a Madrid para que se hiciera ingeniero agrónomo. Providencialmente fue a parar a la Residencia de Estudiantes, lugar donde confluyeron algunos de los poetas y artistas más relevantes de la época, como Ramón Gómez de la Serna, Federico Garcia Lorca o Salvador Dalí, con los que trabó una fecunda amistad. Practicaba con notoria pericia el boxeo, e incluso a punto estuvo de proclamarse campeón amateur de este deporte.

Por último se decidió por la carrera de Filosofía y Letras, que pudo terminar en 1923, el mismo año en que falleció su padre, y dos años después se trasladó a París. En 1926 le impresionó vivamente una película de Fritz Lang, Der müde Tod (Las tres luces), y decidió dedicarse al cine, para lo cual se ofreció como ayudante de Jean Epstein, con quien colaboró.

Con su amigo Salvador Dalí,  que por aquel tiempo se dedicaba a la pintura en su residencia de Cadaqués, realizará su primer guión cinematográfico: Un perro andaluz. El filme, rodado en París por Luis Buñuel fue un escándalo, pero también un éxito en ciertos círculos que lo aplaudieron como el gran cineasta de vanguardia del momento. Más tarde, vendría otra película surrealista, ya sin Dalí, L’age d’or (La edad de oro) y el siguiente filme sería Las Hurdes, tierra sin pan, documental sobre la barbarie y la miseria de la España profunda.

Hollywood se interesó inmediatamente por el prometedor y provocador director cinematográfico, pero aunque llegó a viajar a Estados Unidos en calidad de observador, Buñuel no se plegó a las tiránicas reglas de los productores y pronto abandonó La Meca del cine. Tampoco duró mucho su alineación en las huestes surrealistas. Con el estallido de la Guerra Civil española el autor aragonés se exilió en el continente americano antes de colaborar con el gobierno republicano, para el que trabajó en un documental titulado “España leal en armas”.

En 1944 está trabajando como conservador de películas en el MOMA de Nueva York, y tres años después se traslada a México, que sería su segunda patria, para rodar un filme, Gran Casino, que constituyó un estrepitoso fracaso.

No obstante, pactó con la productora la realización de dos películas comerciales para que le dejasen llevar a cabo un proyecto personal: Los olvidados (1950), que acaparó premios a la mejor dirección, argumento y guión en los festivales de Cannes y México. Pese a las precarias condiciones en las que se desenvolvía allí su trabajo, siguió coleccionando galardones y asombrando al mundo con Subida al cielo (1951), Las aventuras de Robinson Crusoe (1952), Nazarín (1958) y otras.

Regresó a España para dirigir Viridiana (1961), con un argumento basado en una novela de Pérez Galdós, igual que su otro film español, Tristana (1970). La etapa final de su carrera es francesa, y en ella analizó a la burguesía presentando una imagen completa de la destrucción, el engaño y la falsa apariencia. La fascinación por todo un amplio repertorio de símbolos se concreta en sus tres últimas películas: El discreto encanto de la burguesía, 1972 -Oscar de Hollywood al mejor guión-; El fantasma de la libertad, 1974; y Ese oscuro objeto del deseo, 1977.

Aunque en las últimas décadas de su vida pudo trabajar con mayor libertad y mayores medios en Francia, su obra completa se caracterizó precisamente por una formidable coherencia pese a todas las circunstancias adversas. Hasta el último día de su vida fue leal a la fiera y ambiciosa estética de su juventud: “Yo quería cualquier cosa, menos agradar”. Pero también a un escrupuloso sentido moral, esa gran lección que Luis Buñuel quiso legar al mundo, porque, como él mismo decía, “la imaginación humana es libre, el hombre no”.

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