Es
la pregunta que mucha gente se hace en todo el mundo, aunque la
burguesía y los imperialistas lo ponen como una aseveración: sí, el
socialismo ha fracasado, dicen. Esta afirmación tajante es lo que genera
la duda entre los demás.
Nosotros nos hacemos esa misma pregunta,
pero además nos hacemos otra: ¿Ha fracasado el capitalismo?, e
inmediatamente respondemos con la afirmativa: el capitalismo ha
fracasado totalmente y no satisface ninguna de las aspiraciones de los
oprimidos de los cinco continentes.
Los oprimidos quieren paz y el
capitalismo nos conduce a la guerra; los oprimidos tienen hambre y el
capitalismo no puede ofrecerles comida; los oprimidos necesitan un
trabajo y el capitalismo los conduce al desempleo; los oprimidos quieren
aprender y el capitalismo los mantiene en la ignorancia, los oprimidos
quieren libertad y el capitalismo los ata con pesadas cadenas de
hierro,…
Ese es el terrible panorama que padecen
miles de millones de personas en todo el mundo cuando se levantan cada
mañana. Por eso, decir que el socialismo ha fracasado cuando el
capitalismo nos muestra impúdicamente sus llagas y sus frustraciones es
una verdadera aberración. Si de ahí pasamos a preguntarnos si el
socialismo ha fracasado, lo primero que habrá que concretar es en qué
han fracasado los países socialistas.
¿Acaso en los países socialistas los
trabajadores padecieron el desempleo? ¿Sufrieron hambre? ¿Los obreros
disponían de escuelas y universidades para que sus hijos estudiaran? ¿Se
embarcaron los países socialistas en guerras y agredieron a sus
vecinos? ¿Podían reunirse los obreros libremente para discutir y
resolver sus problemas?
Nosotros pensamos que la respuesta a
todas esas preguntas es que, en esencia, el socialismo resolvió de
manera favorable los problemas más acuciantes de las masas explotadas y
oprimidas. Y no sólo ellos: toda la humanidad, todo el mundo salió
ganando con ello; todos debemos sentirnos partícipes y orgullososde que,
por primera vez, se demostrara que el capitalismo no es el fin de la
historia y que es posible construir una nueva sociedad en la que todos
seamos dueños de nuestro destino para embarcarnos rumbo a la paz, la
libertad y el bienestar de una manera definitiva. El socialismo es la
única alternativa. Eso es lo realmente importante: ahora y sólo ahora
está comprobado que el capitalismo es la causa de nuestros problemas y
que la solución está en acabar con él y construir el socialismo como
paso previo hacia el comunismo, la abolición del Estado, de las clases
sociales y de la lucha de clases.
El socialismo no es una utopía, no es un
sueño: se puede y se debe edificar. La historia demuestra que los
pueblos no se suicidan, que siempre han sido capaces de juntarse para
buscar soluciones a su miseria y que, inevitablemente, en todo el mundo
se levantarán por millones para aplastar a la burguesía y abrir el
camino hacia una sociedad nueva. Por tanto, el socialismo no es posible,
es inevitable, y nada ni nadie puede impedir su advenimiento.
Pero el socialismo tampoco es el
paraíso. Los ateos ya sabíamos que el paraíso no existe pero hay algunos
que empiezan a descubrir ahora que bajo el socialismo también hubo
problemas, y a veces problemas importantes que si no se solucionan
correctamente pueden conducirnos marcha atrás.
Por tanto es importante hablar de los
grandes logros históricos del socialismo, pero no podemos ocultar que
también existieron deficiencias y lacras, y que todas esas
deficiencias y lacras no las podemos imputar sólo al triste legado del
capitalismo sino que provienen de errores cometidos por el propio
socialismo.
Cuando estas cuestiones afloran en
algunas reuniones, sólo se tienen en cuenta algunas experiencias
concretas de algunos países socialistas, sobre todo de la Unión
Soviética. Pero se olvidan habitualmente de otras, como la Comuna de
París, la más antigua, aquella que Marx y Engels vivieron muy de cerca.
Decimos esto porque toda esa costra de
pequeño burgueses que proliferan por los diversos movimientos populares,
no pretenden otra cosa que desmoralizar, sembrar el desconcierto y la
confusión.
La caída de la Comuna de París de 1871,
que fue una dura derrota de la clase obrera mundial, en modo alguno
desmoralizó a Marx y Engels, que sacaron de ella importantes
experiencias sin las cuales laRevolución de Octubre hubiera resultado
imposible. No existe crisis ni descalabro revolucionario que no se pueda
convertir en una victoria. Esa es también la lección que Lenin extrajo
de la Revolución rusa de 1905, también fracasada.
Los comunistas no somos nostálgicos; ni
podemos vivir del pasado ni tampoco tener en cuenta sólo nuestros
aciertos, que, por lo demás, son muchísimos y muy importantes (más que
los fracasos, por supuesto). Si hablamos del pasado es para aprender de
él y eso constituye la esencia misma de nuestro movimiento. Es lo que
diferencia a nuestra revolución de todas las revoluciones pasadas.
Recordemos aquel pasaje que Marx
escribió hace 150 años en el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte: las
revoluciones proletarias, decía, se critican constantemente a sí mismas,
sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo desde el
principio, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de
los lados fijos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que
sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas
fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden
constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines.Los
aguafiestas.
Sin embargo, a muchos les gustaría que
las cosas fueran de otra manera, que todo fuera como un desfile jocoso
en línea recta avanzando continuamente, sin paradas, sin retrocesos y
acertando en la diana con cada uno de los pasos. Pero las cosas nunca
han sido así, no lo son ahora y no lo serán nunca. Quien opine de otra
manera debe meditar seriamente acerca de dedicarse a sus asuntos
personales porque si se examina a sí mismo se apercibirá de que no
contribuye en nada, que es una carga para el movimiento, que transmite a
los demás su pesimismo, su confusión y su desmoralización.
Ocurre que, la mayor parte de las veces,
ese tipo de personas no tienen el coraje de reconocer su auténtico
estado de ánimo y echan la culpa a los demás, especialmente a los
trabajadores. Ellos se consideran a sí mismos personas conscientes,
comprometidas y abnegadas en la lucha; el problema es que las
masas están muy atrasadas, son egoístas y están muy influenciadas por el
capitalismo, el consumismo y la buena vida. Según este criterio -tan
extendido- el problema no estaría en la vanguardia sino en las masas.
Pues bien, eso no solamente es falso
sino que la divulgación de ese tipo de opiniones erróneas es
profundamente corrosiva, y por supuesto, es impropio de revolucionarios.
Nosotros estamos convencidos de que las masas se levantarán contra el
capitalismo, y lo que nos preguntamos a nosotros mismos cada día es lo
siguiente: cuando eso suceda, ¿estaremos preparados para cumplir con
nuestra obligación de comunistas, de vanguardia revolucionaria?
¿Conseguiremos estar a la cabeza de ese movimiento? ¿Seremos capaces de
orientar las luchas del proletariado y encaminarlas hacia el
aplastamiento de la burguesía y su Estado?
Por eso nosotros, los comunistas, con
quienes debemos ser críticos no es con las masas sino con nosotros
mismos, con lo que decimos y hacemos, y nos convertiremos en un atajo de
canallas de la peor especie cuando pretendamos justificarnos con el
atraso de los demás, de la inmensa mayoría (por real que pueda ser
ese atraso).
¿Quién está realmente atrasado? Esa
postura nuestra explica, además, el mismo atraso del movimiento de
masas. Veamos. Quizá haya quien piense que ese atraso brota
espontáneamente, que las masas son atrasadas por su propia naturaleza o
por ignorancia. También hay quien está convencido de que las masas están
atrasadas por influencia de la propaganda burguesa y la televisión.
Todo eso no es que sea mentira. Es que
es sólo una parte de la verdad que tiene que ser complementada con la
otra: las masas también están frustradas y desmoralizadas por las
múltiples traiciones que han observado a su alrededor durante muchos
años. Y éste es el aspecto del que nadie quiere hablar y, por tanto, a
nosotros nos corresponde sacar a la luz los trapos sucios. Seamos
claros: desde 1939, en condiciones terribles, los obreros españoles han
ofrecido un ejemplo inaudito de resistencia abnegada contra el fascismo;
lo dieron todo y murieron miles en la lucha. Sólo durante la transición
el fascismo asesinó a tiro limpio a más de 500 antifascistas y, sin
embargo, ¿qué vieron los obreros a su alrededor? ¿qué actitud tomaron
aquellos que se proclamaban como su vanguardia? ¿Sepusieron a la cabeza
de la lucha o la escondieron debajo del ala? ¿Acaso esas circunstancias
no influyen sobre el estado de ánimo actual de las masas?
Todo esto nos lleva, otra vez, al punto
de partida: el problema no son las masas sino la vanguardia, el cúmulo
de derrotismo, de confusión y de desmoralización que los que se
consideran a sí mismos como personas conscientes están transmitiendo a
su alrededor. A pesar de la inmensa confianza que las masas
tenían depositada en los países socialistas y en las organizaciones
comunistas, el revisionismo lleva traicionando al movimiento obrero
desde 1956. Es lógico que las masas nos miren con desconfianza.
¿Murieron un millón de combatientes en la guerra contra el fascismo para
que quince años después los comunistas se reconciliaran con ellos?
Bastante heroico fue que a pesar de ello, a pesar de la traición
revisionista, los obreros siguieran adelante durante muchos años a
tientas, de manera espontánea.
Reflexionemos un poco: en ningún país
del mundo el socialismo ha sido derrotado por el capitalismo, sino todo
lo contrario. Las masas han ganado todas las guerras que han emprendido
contra sus opresores porque son invencibles. Sólo hay una cosa para la
cual se ha demostrado que las masas no están preparadas: la traición
desde sus propias filas, la puñalada por la espalda de todos aquellos
que se proclaman como sus mejores defensores, de los que se llenan
la boca de frases marxista-leninistas aprendidas de memoria.
Con respecto a esto sólo queremos añadir
una cosa a lo mucho que venimos hablando desde nuestros mismos
orígenes: hay quien piensa que no se debe ser sectario para evitar que
muchos luchadores valiosos se queden fuera del partido comunista. Eso es
cierto, pero hay que tener en cuenta que los mayores problemas que
viene padeciendo el movimiento obrero no provienen precisamente de ese
tipo de errores sectarios sino precisamente de que todos esos sujetos
tan valiosos resultan finalmente no ser tales y estarían mejor apartados
de las filas revolucionarias.
Una larga experiencia histórica
demuestra que los auténticos revolucionarios acabamos encontrándonos,
por lejanos que estemos. A veces, sin saber unos de la existencia de los
otros, el enemigo nos junta en las mismas barricadas. Si no nos
encontramos es porque no estamos en la misma lucha y entonces no merece
la pena que nos engañemos hablando de una falsa unidad entre nosotros.
Por lo tanto, es claro que eso no es lo
más importante. Lo importante es justamente lo contrario, a saber, que
en España el fascismo no aplastó al glorioso Partido Comunista y que en
la URSS el imperialismo tampoco lo logró. Los problemas vinieron desde
dentro, porque estaba dentro quien no debía, no porque estuviera fuera
quien debía estar dentro. Esto ya lo sabíamos desde que Lenin estableció
aquella frase paradójica tan olvidada: un partido comunista se
fortalece depurándose.
Todos hemos leído muchas veces que las
famosas depuraciones de Stalin cercenaron a la dirección bolchevique,
hasta el punto de que se quedó él solito al frente. Pero si examinamos
la experiencia historica de cualquier revolución, sucedió lo mismo en
cualquiera de ellas.
¿Acaso en la revolución francesa no
rodaron las cabezas de los propios revolucionarios además de las de los
marqueses? ¿No sucedió eso mismo en México? ¿Por qué ocurre esto? ¿Es
ese drama responsabilidad de los propios revolucionarios? Son las masas
las que hacen la revolución. La respuesta a esas preguntas, a nuestro
modo de ver, es la siguiente: la revolución no la hacen los comunistas
sino las masas. Como su propio nombre indica, las masas es un
conglomerado heterogéneo de millones de personas que se han lanzado a la
batalla por la necesidad y la desesperación de su situación. Cada una
de esas personas que arriesga su vida en la lucha tiene problemas
concretos y urgentes de la más variada especie para los que reclama una
solución.
Justamente los problemas provienen
cuando se trata de determinar no solamente cuál es la solución de cada
problema sino cómo alcanzarla. Entonces todas las revoluciones han visto
abrirse múltiples alternativas, cada una de las cuales se presenta como
la solución por antonomasia.
¿Por qué esas alternativas no pueden discutirse serenamente y resolverse de manera pacífica?
Aunque la burguesía diga lo contrario,
los comunistas somos partidarios de resolver todos los problemas de la
revolución de forma pacífica. Pero -parece tonto decirlo. Hablar de la
revolución es sólo hablar de la mitad de la cuestión. la otra mitad es
la contrarrevolución.
Una revolución desata una feroz
contrarrevolución y desde hace siglos los burgueses son maestros en el
arte de la mentira, el engaño, la manipulación, la infiltración y el
enfrentamiento. Si sabemos que esto lo hacen ahora, cuando tienen todo
el poder en sus manos, ¿qué no harán cuando se vean privados de él? Lo
harán todo: sacarán a los tanques, lanzarán misiles con cabezas
radiactivas y no les importará organizar una carnicería de enormes
dimensiones para salirse con la suya.
La contrarrevolución impide que los
problemas se solucionen (ahora y luego) de manera pacífica. Así ha sido
siempre y -lamentablemente- así seguirá siendo en el futuro.
Engañaríamos a los trabajadores si les dijéramos otra cosa y nosotros
mismos debemos estar preparados para esa eventualidad porque dialogares
fácil pero para lo otro hay que aprender a disparar los cañones.
Esa es la raíz también del hundimiento
de los países socialistas (que no hay que confundir con el hundimiento
del socialismo). Hay quien cree que el socialismo es un modo de
producción, un punto de llegada cuando, en realidad, el socialismo no es
más que una fase de transición hacia el verdadero punto de destino, que
es la abolición de las clases, de la lucha de clases y, por tanto, de
todos los Estados, de la violencia y de toda forma de poder y de
opresión de un hombre sobre otro. Nosotros queremos llegar ahí; el
socialismo es sólo el trayecto.
Quizá muchos hablen del fracaso del
socialismo porque no saben lo que es el socialismo y se imaginen -en su
infinita ingenuidad- que tras hacer la revolución en 1917 Rusia era un
país socialista en 1918. Obviamente eso no sucedió así porque el
socialismo es una etapa de transición que requiere un tiempo para su
edificación durante el cual actúan fuerzas -como ya hemos dicho- de muy
distinta naturaleza. Unas empujan hacia adelante y otras empujan hacia
atrás.
En la Crítica del Programa de
Gotha, Marx ya decía que el socialismo se crea sobre las ruinas del
capitalismo y por lo tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en
lo económico, en lo moral y en lo intelectual, el sello de la vieja
sociedad de cuya entraña procede. Como los satélites espaciales, el
primer problema del socialismo es despegar, romper con la inercia del
pasado y con la ley de la gravedad que nos sujeta a la tierra. Sin eso
no podemos alcanzar el cielo.
Pero luego resulta que el cielo al que
llegamos no es el que describe la Biblia y que aparecen nuevos problemas
y nuevos antagonismos que también hay que saber resolver de manera
adecuada porque si nos desviamos sólo un milímetro de la trayectoria
precisa, en lugar de ir a la Luna acabamos en Júpiter o, lo que es peor,
volvemos a caer en la Tierra.
Si no se despega, ni se rompe total y
absolutamente con el capitalismo y cada una de sus lacras, si las
contradicciones de todo tipo que el socialismo engendra no se solucionan
correctamente, si la revolución se adormece, los problemas se irán
acumulando hasta hacerse insolubles.
El capitalismo no es el fin de la
historia y el socialismo tampoco. La historia no se detiene nunca.
Cuando los países socialistas no avanzaban en realidad estaban
retrocediendo, no sólo por la presión imperialista sino porque a ella se
le unieron los errores propios, creando una correlación de fuerzas
muydesfavorable que los acabó sepultando.
La tarea no es nada fácil. Pero es más
fácil para nosotros de lo que fue para los parisinos en 1871 o los
soviéticos en 1917. Ahora sabemos mucho más y podemos seguir aprendiendo
de su experiencia, podemos seguir discutiendo y llegaremos a una
comprensión mucho mejor, no para ser unos eruditos sino para mejorar lo
que ellos hicieron, evitar sus errores y multiplicar sus gigantescos
éxitos.
La Comuna de París sólo duró unas
semanas. la Unión Soviética duró cuarenta años. El siguiente durará
cuarenta siglos!. El socialismo no solamente no ha fracasado sino que ha
puesto a toda la humanidad en las más altas cumbres jamás alcanzadas.
Tenemos motivos para ser muy optimistas.
A los fascistas no se les respeta duro se les combate.
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