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viernes, 17 de mayo de 2013

SOLSTICIO DE VERANO DE LA TRANSFORMACIÓN DEMOCRÁTICA

hogueras-san-juan
Como Jano, el Dios romano de las puertas, los comienzos y los finales, el tiempo que vivimos dibuja un paisaje bifronte: el que cierra la crisis en un momento oscuro de empeoramiento progresivo de nuestras posibilidades de vida y el que la abre hacia una luminosa oportunidad de transformación.
En el lado oscuro, estamos asistiendo, a golpe de decretazos, a una vertiginosa depredación de la riqueza colectiva y a un recorte asfixiante de derechos y libertades. Entre las leyes ya en vigor, como la reforma laboral, el decretazo sanitario o la nueva ley de costas, y las de inminente aprobación, como la futura ley del aborto o la LOMCE, una extensa red normativa nos va atrapando en unas mallas que nos privan tanto de nuestras posibilidades de sustento material como de libertades fundamentales en el día a día de nuestras vidas. El denominado estado de bienestar se desmorona a velocidad de vértigo y servicios públicos que pensábamos conquistados para siempre amenazan con mutar rápidamente a añorados recuerdos del pasado. Elevada a rango de norma constitucional, la prioridad absoluta de “nuestros” gobernantes es el pago de la deuda: a partir de aquí, los intereses del mercado priman, más que nunca, sobre las necesidades de las personas.
En el lado luminoso, la explosión de democracia desde abajo nacida con el 15M sigue viva y generando frentes y fuentes de resistencia muy potentes allí donde el neoliberalismo pega fuerte. Los niveles de conflicto, de protesta en la calle, de generación de prácticas de autodefensa frente al ataque devastador lanzado contra el acceso a los bienes y recursos de todos y todas alcanzan cotas de intensidad, participación e imaginación creativa, como poco, desconocidos desde las movilizaciones de los años 70 y, en buena medida, insólitos. La PAH y las oficinas de vivienda, las distintas mareas o las múltiples plataformas surgidas frente a la dictadura financiera (como la Plataforma Auditoría Ciudadana de la Deuda o la Plataforma de Afectados por Participaciones Preferentes) organizan la metamorfosis del descontento en tácticas de autodefensa y en prácticas de democracia directa en forma de plazas-ágora, de encierros, de comisiones de trabajo o de experimentación de nuevas organizaciones políticas. Se trata de un movimiento destituyente-constituyente que ha conseguido arrancar victorias nada desdeñables, como la aceptación a trámite parlamentario de la ILP para la reforma de la ley hipotecaria promovida por la PAH o el retraso de la aprobación de la LOMCE arrancado por la Marea Verde. Pero lo que más anima, alegra y promete es esta suerte de ambiente de politización generalizada que fotosintetiza el aire liberando realidades y posibilidades oxigenadas de cambio.
Ahora bien, ¿cómo aprovechar estas bocanadas de oxígeno para saltar por encima del -aparentemente- infranqueable muro de bloqueo institucional donde se detienen todas las peleas? Por muy masivas, legítimas, compartidas y potentes que sean las mareas, huelgas o manifestaciones, ninguna es capaz de superar los diques del mandato europeo, la obediencia legislativa del rodillo PP y la eficacia ejecutiva de su gobierno. Las demandas más claras, los gritos más fuertes, las peleas más tenaces se enfrentan al implacable “Sí pueden, pero no quieren”. Sordas, ajenas, lejanas y cada vez más protegidas de la gente por las fuerzas policiales, sus cordones y sus vallas, las instituciones que dicen representarnos desoyen una a una todas nuestras demandas.
¿Qué podemos hacer entonces para no caer en la impotencia y el desaliento? ¿Para, sobre todo, seguir desbrozando el camino de transformación democrática iniciado? ¿Para, además, llevar hasta sus últimas consecuencias las demandas lanzadas desde el 15M? El 15M inauguró, efectivamente, un movimiento de transformación democrática desde abajo donde la democracia se entendía a la vez como asunto político y económico. Contradiciendo la falsedad, interesadamente dada por sentada, tanto de una economía-ciencia cuyas leyes naturales se impondrían obligatoriamente a las necesidades y deseos de las poblaciones, como de una política limitada a la gestión y aplicación de dichas leyes, las plazas y las calles enarbolaron su “no nos representan” y su “no somos mercancía en manos de políticos y banqueros” como estandarte de una exigencia de democracia integral.
Llevar hasta sus últimas consecuencias el “no nos representan” significaría forzar la apertura de un proceso de ruptura con el régimen político del 78, donde los partidos y, sobre todo, el bipartidismo, monopolizan la toma de decisiones políticas. Implicaría, por lo tanto, instituir tiempos, espacios y órganos de participación y decisión a través de los cuales poder organizar los asuntos comunes. Exigiría, en definitiva, tomarnos el poder de pensar, de decir, de hacer respecto a las cuestiones que nos importan. Cuestiones como las relaciones sociales, las prioridades productivas, el modo de vida en las ciudades y en el campo, la distribución de los tiempos de trabajo y no trabajo etc.
Llevar hasta sus últimas consecuencias el “no somos mercancías” impulsaría, para empezar, la realización de una auditoría ciudadana de la deuda susceptible de discriminar entre su parte de pago inesquivable y su parte ilegítima y, por ende, no asumible. Supondría, además, redefinir el concepto de riqueza. ¿Qué es eso que llamamos riqueza social? Algo que, como poco, generamos entre todas y todos. Algo que, como mínimo, debería traducirse en la generación de herramientas que permitieran el sostén material de una vida digna para toda la población: un sistema fiscal que redistribuyera la riqueza, una renta básica que retribuyera a cada quien por su aportación a la riqueza colectiva, una forma de propiedad y gestión común de los bienes y recursos considerados fundamentales para el bienestar general de la población (como la salud, la educación, el transporte, la movilidad, el acceso a la ciudad, al conocimiento, a la cultura etc.) capaz de blindarlos frente a la voracidad privatizadora y compatible con un desarrollo sostenible.
Podríamos designar las instituciones que ahora bloquean el acceso a la democracia política y económica como instituciones zombis ya que, aun muertas en vida tras haber perdido el apoyo y legitimidad de la gente, continúan funcionando como autómatas. Programadas por la Troika para satisfacer las prioridades de las élites financieras, estas muertas vivientes no se destruyen por sí mismas, sino que, por el contrario, pueden sobrevivir mucho tiempo y con consecuencias muy destructivas. La miríada de iniciativas y proyectos autogestionados (cooperativas de consumo, huertos urbanos, centros sociales, espacios infantiles, cooperativas laborales etc) son prácticas que ya reflejan posibilidades más igualitarias y democráticas de organizar lo cotidiano. Pero, aisladas y limitadas, tales realidades se revelan ahora mismo impotentes frente al ritmo y capacidad mortífera de la vampirización del capitalismo financiero.
No nos queda otra que poner sobre la mesa la cuestión del poder, del poder de cambiar las cosas, pero de cambiarlas en un sentido macro: de abajo a arriba, por supuesto, pero para que en el arriba de todas y todos se establezcan nuevas reglas que desplacen la obtención de beneficio o de rentas financieras como eje articulador de nuestras sociedades. Un desplazamiento que colocara en el centro, de una vez para siempre (o, al menos, durante el máximo tiempo posible), la prioridad de las vidas de las personas como principio de organización social. Un principio que debería aspirar a institucionalizarse lo antes posible tanto para detener la máquina neoliberal de acumulación por desposesión, como para anclar esa conquista en los cimientos más profundos, estables y duraderos posible.
Este tiempo histórico parece brindarnos la ocasión de disfrutar de un solsticio de verano de transformación democrática que no podemos dejar pasar. Ojalá Jano, también Dios de los solsticios, pudiera echarnos una manita.

Texto escrito por @enredmad

OTRA HUMANIDAD ES NECESARIA 

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