Julián Grimau murió convencido de que Santiago Carrillo le vendió a la policía franquista
Andreu García Ribera
En la última actualización de la de las “Memorias” de Santiago Carrillo,
publicada por editorial Planeta, el autor dedica dos páginas escasas,
de un total de 829, a lo que denomina “la detención y el martirilogio de
Julián Grimau”. Carrillo dice que fue entregado a la policía, en una
cita clandestina, por un traidor de apellido Lara, que después de la
delación desapareció en el anonimato y del que no se volvió a tener
noticia. Carrillo, que en otros hechos de menor relieve se extiende
prolijamente, pasa como por ascuas por el fusilamiento de Grimau en
1963. Mucho se ha conjeturado sobre la irresponsabilidad de encargar el
trabajo para el aparato del partido en el interior a un dirigente
histórico tan conocido como Grimau. También siempre ha extrañado lo poco
que investigó el PCE la figura del tal Lara, su procedencia, sus
contactos dentro o fuera del partido. En fin siempre ha existido una
nube de misterio en torno a las circunstancias que rodearon la detención
y posterior ejecución de Grimau.
En este número de EL OTRO PAÍS vamos a ofrecer un testimonio de referencia, inédito, sobre estos hechos. Es el testimonio del hijo del militante comunista Rafael Verdú Pastor.
Rafael Verdú Pastor nació en la
población alicantina de Mutxamel, en 1921. Después de un inicial
acercamiento a la FAI, muy joven, ingresó en el PCE y se enroló en el
cuerpo de Carabineros, luchando contra la sublevación fascista.
Finalizada la guerra, vivió el dramático epílogo de la Segunda República
en el puerto de Alicante, donde, ante la falta de apoyo internacional
para garantizar el exilio de los miles de congregados, pudo burlar el
cerco de los fascistas italianos de la División Litorio, mandada por el
general Gambara, y regresar a su pueblo, Mutxamel, a siete kilómetros
del puerto. Allí fue delatado por un vecino, detenido y encerrado con
otros miles de republicanos en el castillo de Santa Bárbara y en la
plaza de toros.
Como muchos jóvenes combatientes de la
República, fue obligado a repetir el servicio militar en las filas del
ejército fascista y enviado a un batallón de castigo en Fuerteventura.
De regreso a casa, trabajó como labrador en la entonces rica huerta de
la comarca de l’Alacantí y continuó militando en el PCE clandestino,
siendo detenido y encarcelado por su actividad política en dos
ocasiones, una en la década de los 50 y otra vez a finales de 1960, a
los pocos meses de nacer su hijo. Condenado a ocho años de prisión, fue
puesto en libertad en 1964, con motivo de un indulto otorgado por el
dictador con ocasión de la muerte del Papa Juan XXIII. En el momento de
la detención de Julián Grimau, Rafael Verdú Pastor se encontraba preso
en la cárcel de Carabanchel, en cuya enfermería se conocieron ambos
militantes comunistas. Grimau había sido brutalmente torturado y, ante
la imposibilidad de arrancarle ninguna información, la policía simuló un
suicidio arrojándolo por una ventana de la Dirección General de
Seguridad. Pero Grimau sobrevivió a este intento de asesinato, con
graves lesiones de las que no llegó a restablecerse. Tras una parodia de
juicio, un Consejo de Guerra del ejército franquista condenó a muerte a
Julián Grimau. Y esta vez, con un grotesco ropaje legal, se consumó su
asesinato. Franco firmó el “enterado” de la condena del Consejo de
Guerra sumarísimo sin recurso ulterior de ninguna clase y Manuel Fraga
Iribarne, en su calidad de Ministro de Información y Turismo, anunció y
justificó ante la opinión pública mundial el fusilamiento de Julián
Grimau, el 20 de abril de 1963.
SUS SOSPECHAS LE COSTARON LA VIDA
Durante el corto periodo que
coincidieron en la enfermería de la cárcel de Carabanchel, Julián y
Rafael trabaron una estrecha relación. El hijo de Rafael Verdú Pastor, Rafael Verdú Sala,
con el transcurso del tiempo, se decantó también por la militancia
comunista en el PCE (m-l). Esta afinidad ideológica facilitó que el
padre hiciera partícipe al hijo del contenido de las conversaciones
mantenidas en prisión con Grimau.
Hoy, en enero de 2010, el hijo de aquel militante comunista ha desvelado a EL OTRO PAÍS
que, siempre que hablaron de aquel episodio, su padre le dijo que
Julián Grimau “murió convencido de que Santiago Carrillo le había
vendido a la policía española”. Santiago Carrillo había llegado a la
secretaría general del PCE en el VI Congreso, celebrado en Praga del 25
al 31 de diciembre de 1959, arrinconando a Dolores Ibarruri al
honorífico papel de presidenta del Partido. Aparte de que, en este
Congreso, Carrillo vio satisfecha su inmensa ansia de poder, se produjo
un hecho verdaderamente inquietante, y fue que la casi totalidad de los
delegados procedentes del interior del país fueron detenidos a su
regreso. La dirección del PCE constituyó en París una comisión de
investigación para esclarecer las extrañas circunstancias de estas
detenciones. Nunca se conocieron las conclusiones de las pesquisas de
esta comisión. En el actual archivo del PCE han desaparecido todos los
documentos relativos a esta comisión, se los apropió Carrillo cuando
abandono el Partido rumbo a las tertulias de la SER, los homenajes del
PSOE, las farras institucionales sobre la Transición junto con Martín Villa y Fraga Iribarne y las amenas charlas con el Rey en la Zarzuela.
El caso es que las investigaciones
sobre las causas de estas detenciones generalizadas de los delegados del
interior fueron enterradas en un silencio cubierto de sospechas. Grimau
no compartió esta política y empezó a sospechar que la policía
franquista estaba incrustada en el aparato carrillista. Estas sospechas
le costaron la vida.
Como disciplinado militante de un
partido clandestino, Grimau no hizo pública la certeza de la traición
sufrida, para no debilitar la lucha de los comunistas, pero a su
camarada preso le hizo estas terribles confidencias.
EL “INFORME ABAD”
No es Grimau el único que sospechó de
Carrillo y sus métodos, ya en 1948, Enrique Líster preparó un informe
para el Buró Político en el que exponía su preocupación por las
repetidas detenciones de camaradas, informe que provocó una airada
reacción de Carrillo y Francisco Antón. Algo más tarde, Francisco Abad,
responsable de comunicaciones por radio desde Francia con el interior
del país, expresó su estupor ante las continuas detenciones que se
producían en España de militantes comunistas que llegaban desde Francia,
manifestando el temor de que la policía franquista estuviera infiltrada
en el aparato del partido. Abad redactó un informe de 120 páginas que
hizo llegar a Dolores Ibarruri y Fernando Claudín, quienes, en lugar de
abrir una investigación, se dedicaron a aterrorizar a Abad para que lo
retirara. El original de este informe se encuentra en los archivos del
PCUS, en Moscú, donde los tentáculos de Carrillo no han podido hacerlo
desaparecer.
Abad falleció al regresar de su exilio
en Moscú, pero antes tuvo ocasión de entregarle a su hija Katya Abad,
que vivía en España desde 1974 y fue secretaria de la Asociación de
Amistad España-URSS, un resumen de 21 folios del citado documento. En
estos papeles se expone el papel de Carrillo en el asesinato de varios
jefes de la guerrilla antifranquista, dice Abad, “para depurar a los
componentes del movimiento guerrillero que, más tarde o más temprano,
tendrían que abandonar el monte para incorporarse a la lucha en las
fábricas o regresar a Francia. Santiago montó un equipo de castigo
compuesto por “Antonio” (José Gros), “Sebastián” (Félix Pérez) y “Partebocas” (Ricardo Navacerrada).
Abad relata, entre las “hazañas” de este grupo de verdugos a las
órdenes de Carrillo, el asesinato del que fue durante muchos años jefe
del Estado Mayor de la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón, “Pepito” o “El Gafas”.
Nunca se dijo nada sobre el paradero final de “Pepito”. Sin
explicaciones, ni acusaciones, fue asesinado, y cuando los guerrilleros
preguntaban por su compañero la dirección, “contestaba siempre que se
había quedado en Varsovia”.
Después, durante muchos años, José
Gros fue guardaespaldas de Carrillo, y Félix Pérez, escolta de Dolores
Ibarruri. Ambos ascendieeron al Comité Central del PCE.
En sus memorias de la desmemoria, nada
dice Carrillo sobre este informe, ni siquiera menciona a Francisco Abad.
Preguntado, en diciembre de 2008, por un periodista del diario
madrileño “El Mundo”, acerca de Abad, Carrillo se limitó a decir que
Francisco Abad era un hombre trastornado y que la KGB lo manipuló para
liquidarlo políticamente, por mis diferencias con el PCUS. El informe de
Abad fue redactado en 1955, ¿qué diferencias tenía Carillo con el PCUS
en ese período?.
En junio de 1961, poco antes de su muerte, Luis Vicente Uribe,
miembro del Secretariado del PCE y ex ministro de Agricultura durante
el gobierno del Frente Popular, le confesó a Líster que el examen y la
decisión sobre las eliminaciones físicas se hicieron siempre en el
Secretariado, y el encargado de asegurar su ejecución era Carrillo,
quien tenía los ejecutores en su aparato, y le comentó el llamado caso
Comorera. Joan Comorera fue fundador y secretario general del PSUC, también fue conseller de la Generalitat Catalana con Lluis Companys.
Divergencias de línea política llevaron a que Carrillo y Antón
propusieran la liquidación física de Comorera y, a través de un chivato
que tenía Carrillo infiltrado en el circulo de Comorera, conoció la
decisión de éste de cruzar la frontera, lugar de paso y fecha, y allí
envío Carrillo su equipo de verdugos, formado por seis ejecutores que
estuvieron en la montaña esperando el paso de Comorera durante tres
semanas. Espera que fue baldía, pues Comorera, desconfiando de Carrillo,
cambió a última hora su itinerario, gracias a lo cual salvó la vida.
CAMPAÑA CONTRA COMORERA
Ante la imposibilidad de la
eliminación programada, Carillo, en el más puro estilo policíaco y
provocador, desató, desde las publicaciones del partido y desde Radio
España Independiente, una brutal campaña de denuncia contra Comorera.
Entre otras felonías desde la prensa y radio del PCE, se puso en aviso a
la policía sobre su entrada clandestina en Cataluña. Como extracto de
una de estas infames diatribas, recogemos la siguiente, publicada en el
Mundo Obrero de 30 de junio de 1954, titulada “El traidor y sus amos”:
“..Habiendo sido denunciado por el
Partido Socialista Unificado de Cataluña y por el Partido Comunista de
España como traidor al movimiento obrero, encontrando la mayor repulsa
de los comunistas y trabajadores revolucionarios, ahora la policía
franquista monta esa tramoya de la detención para hacer desempeñar a
Comorera el papel de resistente y así poder pretender engañar a
trabajadores y otros antifranquistas. Los trabajadores y nuestro pueblo
han podido comprobar la justeza de la medida tomada por el Partido
Socialista Unificado de Cataluña al arrojar de sus filas al traidor
Comorera, por ser un enemigo de los trabajadores un agente policíaco…”. Comorera
luchó clandestinamente durante cuatro años en Cataluña y, detenido por
la Brigada Político Social franquista, pasó otros cuatro años en
prisión. Murió dignamente en el penal de Burgos, el 8 de junio de 1958.
Ninguna de las acusaciones contra Comorera fue probada. Después de su
legalización, tras la muerte del dictador, el PSUC organizó un
multitudinario homenaje a Joan Comorera, rehabilitándolo de cualquier
sospecha. Como bien afirmaba Líster en su libro “Así destruyó Carillo el
PCE”, ¿quienes fueron los delatores? ¿Comorera, que vivió y luchó en
Cataluña, o los que lo acusaron falsamente desde fuera?
¿Qué dice Carrillo de Comorera en sus
desmemorias? Se limita a señalar que Dimitrov le había advertido de la
falta de firmeza política de Comorera, sin aportar ningún otro dato o
especificación. También habla de un viaje de ambos, en 1940, aunque
aparentando no conocerse por razones de seguridad, en el Transiberiano
hasta Vladivostok, con objeto de pasar a América con documentación
lógicamente falsa, y que también coincidieron en la cárcel de
Carabanchel, después del fracaso de la insurrección de Asturias, en
octubre del 34. Aquí, con su mala fe habitual, comenta que Comorera le
pareció “poco simpático, en lo personal, y nada interesado por
relacionarse con la izquierda socialista, al punto que su participación
en la creación del PSU de Cataluña y su liderazgo en éste nos pilló de
sorpresa a los que le habíamos conocido tras octubre. A partir de esos
contactos, creo que se desarrollo en mí una reserva personal hacia
Comorera que nunca llegué a superar totalmente”. Curioso este Santiago
Carrillo que recuerda que, en 1934, Comorera no era un tío simpático,
pero olvida que, 16 años después, intentó asesinarlo en un paso
fronterizo o que orquestó contra él una brutal campaña de calumnias que
la historia no sólo no ha confirmado, sino que ha desmentido
sobradamente.
EL CASO QUIÑONES
En sus Memorias, Carrillo, 60 años después, destila un odio incomprensible hacia Heriberto Quiñones,
quien trató heroicamente de reconstruir, en el interior del Estado
español, un PCE abandonado por sus dirigentes en la primavera de 1939.
Este honesto comunista condenado a muerte, tuvo que ser llevado por dos
soldados al lugar de ejecución, pues debido a las torturas recibidas, no
podía caminar siquiera un metro. Pues bien, de este hombre que se
comportó valerosamente, tanto a lo largo de su vida como en el momento
de ser detenido y fusilado, reconoce ahora Carrillo que “a estas
alturas, la verdad es que no tengo datos para probar que Quiñones sea un
agente franquista o del Intelligence Service. En el momento en que he
podido acusarle de esto utilizaba juicios de quienes le habían tratado y
obraba impulsado por la necesidad de combatir todo intento de ruptura
del partido”. Parece una disculpa a toro pasado, pues ni eso, la
soberbia de Carrillo no puede retroceder ni un milímetro y termina
diciendo: “En las condiciones de la terrible persecución de los años 40,
fuese Quiñones un agente o fuese simplemente un ambicioso aventurero, y
a pesar de que terminase ante el pelotón de ejecución, lo suyo fue una
tremenda provocación”.
¿En qué consistió la tremenda
provocación de Heriberto Quiñones? Quizás en haber intentado reorganizar
el Partido y la resistencia antifranquista, mientras Carillo había
abandonado la lucha el 8 de febrero de 1939, tras la caída de Barcelona,
y no regresó a España después, tal como era la orden del PCE, para
continuar la guerra. Aquí, la mendacidad de Carrillo no tiene límites,
si en sus hagiografías de los años 70 fue la sarna la que le impidió
retornar al territorio republicano del Centro-Sur y del Levante, ahora
escribe que se quedó esperando en Toulouse el embarque en un avión que
hacía la ruta a Casablanca con escala en Alicante. Nueva falsedad, no
regresó, al igual que otros dirigentes, porque prefirió quedarse en
París a volver al Madrid de la resistencia. Tres días después de salir
de Cataluña, Enrique Líster salió de Toulouse para la zona centro-sur de
la península, la noche del 13 al 14 de febrero de 1939. En ese avión
iban 13 pasajeros, a pesar de que el avión tenía 33 plazas. Es decir que
quedaron 20 plazas vacías. Si Carrillo hubiera querido, podía haber
regresado.
La saña con la que Carillo persiguió a
los comunistas que, en el final de la guerra y después de ella, se
quedaron a resistir a la dictadura fascista sólo se explica por su afán
de escalar cotas de poder en el partido y la necesidad de eliminar
testigos incómodos del abandono en que dejó a los militantes tras su
deserción, compartida con otros dirigentes, de febrero de 1939.
Carrillo obvia, elimina, falsea o
edulcora todos los hechos de su biografía que puedan perjudicar su
imagen fabricada de lúcido creador de la política de reconciliación
nacional y abanderado de la transición a la democracia. Pero hay otra
historia, de comunistas asesinados, denigrados y expulsados, con el
único fin de destruir un partido de clase y revolucionario y ofrecer a
la burguesía, a cambio del acomodo institucional y sus retribuciones, un
partido comunista obediente e inofensivo para el sistema capitalista.
Pero la historia es tozuda y la verdadera historia de Carrillo está
saliendo a la luz, con dificultades, pero abriéndose paso en el marasmo
de mentiras interesadas que plagan la vida de este siniestro personaje
que tiene como mérito indiscutible ante sus anfitriones de hoy haber
liquidado la potencialidad revolucionaria del Partido Comunista de
España.
http://www.elotro
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