Pascual Serrano
Nuestra racional Europa mercantilista no
entendió la revolución bolivariana, no entendió a Chávez y ahora
tampoco entiende ni el dolor que ha provocado su muerte en los
venezolanos, ni su funeral, ni su duelo, ni su embalsamamiento. Se dice
con desprecio que estamos ante un rito faraónico, un culto a la
personalidad típico de religiones trasnochadas y regímenes totalitarios.
Recuerdan los casos de otros líderes de la izquierda como Lenin, Ho Chi
Minh y Mao Tse Tung, cuyos cuerpos también fueron embalsamados. El
presidente venezolano en funciones lo justificó de forma sencilla: “Se
ha decidido preparar el cuerpo del comandante, embalsamarlo, para que
[...] pueda ser observado eternamente”. De modo que los que no dudaron
en publicar ni criticaron la difusión de una foto [falsa] de Chávez
intubado en portada de un periódico, les pareció morboso que durante
siete días los venezolanos pudieran acercarse al cuerpo de su
presidente.
Es curioso, los sistemas que construyen
auténticos templos en forma de centros comerciales, torres que quieren
llegar al cielo presididas por los logotipos de sus grandes firmas
empresariales y estadios olímpicos donde solo practicarán deportes las
élites que generan beneficios económicos, llaman faraónicos a los
mausoleos construidos para que los ciudadanos visiten el cuerpo de un
líder político al que admiran.
Sociedades cuyos programas de televisión
más exitosos se fundan en la presencia vacía y hueca de individuos cuyo
único mérito es ser famoso por haber salido en los programas donde
salen los famosos. Donde las publicaciones más demandadas son las que
presentan como exclusiva las fotos del dormitorio de la celebridad
famoso y se pagan cifras millonarias por las imágenes del bautizo del
último vástago. Esas sociedades ahora acusan a Venezuela de culto a la
persona.
Los que han visitado las tumbas de
Lenin, Mao Tse Tung y de Ho Chi Minh saben que las colas -no de
turistas, sino de locales- son kilométricas. Algo que no sucede con los
“líderes” del capitalismo, que a lo más que aspiran es a alguna estatua
en un parque cuyo texto del pedestal deben leer los viandantes para
reconocerlos. Y si alguno se atreve a un mausoleo, como Franco en España
o Hassan en Marruecos, ninguna visita se acerca por allí.
El ritmo trepidante del capitalismo
occidental no se caracteriza por buscar personajes que sean referentes
éticos a los que inmortalizar. No hay colas de ingleses visitando al
tumba de Churchill, ni de franceses la de De Gaulle, ni de
estadounidenses la de Washington, Lincoln o Roosevelt. El capitalismo no
tiene necesidad de inmortalizar con prestigio y devoción a las personas
admiradas porque lo hace con dinero en vida. Un héroe del capitalismo
es Steve Jobs, el fundador de Apple. Ocupó portadas y portadas en la
prensa, su muerte fue un fenómeno noticioso mundial, sus biografías
fueron bestsellers de ventas. Pero, sobre todo, el capitalismo le pago
mucho, mucho dinero. Dentro de cinco años nadie se acordará de él y, por
supuesto, nadie se interesa por visitar su tumba. El mercado hace lo
mismo con los deportistas. Son deseados por patrocinadores y empresas, y
aunque son admirados por la ciudadanía, todos sabemos que la mayoría
terminan vendiéndose al mejor postor. Precisamente los deportistas más
queridos por los pueblos son los que no son succionados por el mercado,
bien porque triunfan en un deporte no comercial o porque se mantienen
fieles a los colores de su país renunciando al dinero que les ofrecen
fuera. Es el caso de los deportistas cubanos.
En el capitalismo la aceptación social
se paga con dinero, cuando el capitalismo está contento con alguien le
da mucho dinero para que tenga una gran casa, coma bien y viaje en un
lujoso coche. Cuando se muere ya no se le puede retribuir y el mercado
te olvida. El último homenaje es la esquela en la prensa, que también es
mayor cuanto más dinero se paga por ella. En cambio, los pobres no
pueden reconocer a sus mitos y admirados con dinero porque no lo tienen.
Les pagan con la inmortalidad del recuerdo, y con todos los sistemas
que puedan para mantener ese recuerdo. Y el embalsamamiento es uno de
ellos. Una vez más los ricos se burlan de los pobres porque no manejan
dinero en sus relaciones y afectos. Los ricos y su capitalismo no
entienden que el amor de los pobres vale más que todo su dinero y, sobre
todo, es inmortal. Porque cuando el pobre visita la tumba de su héroe,
de su líder, está agradeciéndole lo que hizo en vida y recibiendo
fuerzas para seguir luchando por sus mismas causas. Mientras tanto, el
rico solo intercambia dinero con sus héroes. Y como no puede hacerlo
cuando muere, lo olvida, y se queda solo con su dinero, a la búsqueda de
otro héroe al que pagar.
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