Etiquetas

viernes, 15 de febrero de 2013

LA ESENCIAL VENALIDAD DE LOS INTELECTUALES

El sistema ¿paga a los que van contra él?

Los medios del sistema no pueden voluntariamente permitir y mucho menos financiar la difusión de información que atente contra el sistema. De lo contrario, estaríamos ante un sistema suicida -y los sistemas suicidas, por definición, viven poco. Es esta una verdad casi tautológica que solo la comodidad del no pensar y el simulacro de libertades civiles que aun disfrutamos nos invitan a olvidar.
Sobre este último punto merece la pena detenerse. La peculiar situación de la Guerra Fría ha acostumbrado a los comunistas habitantes del próspero mundo libre capitalista a suponer que, por muy criticable que fuese en otros aspectos, el capitalismo contaba al menos con la ventaja de permitir la plácida existencia de partidos comunistas legales, de intelectuales marxistas que incluso cobraban un salario del Estado a cambio de seguir investigando y difundiendo ideas comunistas y de editoriales y periódicos que difundían sus ideas en forma de bien de consumo en un proceso productivo netamente capitalista.

Stalin, del mediodía a la medianoche.

Observando esta situación, que parece desafiar el axioma expuesto al comienzo, con el espíritu de sospecha propio del que descubre un fenómeno que parece contradecir las leyes de la naturaleza, puede empezar a detectarse que el milagro, como casi siempre, tiene truco. Para descubrir la argucia, es bueno que nos fijemos en un momento clave de esa Guerra Fría.
Cuando Stalin muere en 1953, los comunistas (e incluso no pocos socialdemócratas del mundo entero) lloran la muerte del gran lider que liberó al mundo del nazismo y que llevó a Rusia de la miseria feudal a la prosperidad de una superpotencia del siglo XX. Tres años después, en el XX Congreso del PCUS, Nikita Khruschev lee su famoso “informe secreto” (que era tan secreto que ya se leía en Washington cuando todavía los rusos lo desconocían) en el que se “demostraba” que el gran líder, el vencedor de Hitler, el guía que llevó a la URSS a la prosperidad, no era en realidad sino un psicópata sanguinario, un estúpido ignorante con graves desequilibrios mentales. El informe venía a explicar que todos los espectaculares logros de la URSS, la victoria militar, el milagro económico, etc, se habían logrado a pesar de Stalin, mientras que todos los horrores de la represión política, e incluso todas las muertes de la agresión nazi, habían tenido lugar por su culpa. Por su maldad y su ineptitud.
Cuando el pueblo soviético, especialmente los militantes de base del partido, se enteraron de este radical cambio de rumbo de su gobierno, quedaron perplejos. ¿Stalin de repente era un inepto, un paranoico, un sanguinario…? Jóvenes comunistas georgianos protestaron contra este giro radical en el nuevo Politburó e intentaron homenajear al líder soviético en el tercer aniversario de su muerte. Khruschev respondió enviando tanques a Tiflis, la cidad natal de Stalin, para reprimir a los manifestantes. Murieron varios centenares de ellos. Este envío de tanques contra estalinistas no es tan famoso como los de Hungría y Praga.
Tras esta consigna emitida por Khruschev, la inmensa mayoría de los intelectuales marxistas del mundo siguieron fielmente el guión. Stalin, ayer un semidiós, se convertía en un demonio. Un informe sin la menor base probatoria leído por Khruschev así lo demostraba. (¡Cuánto recuerda esto al caso actual de Gaddafi!) Inmediatamente los intelectuales comunistas franceses, alemanes, italianos, etc. despertaron de su letargo y descubrieron qué gran mal para la causa obrera, para el socialismo internacional, había sido Stalin y el estalinismo. Un caso muy pintoresco nos lo proporciona el gran poeta chileno Pablo Neruda, que escribió versos como estos:
Su sencillez y su sabiduría,
su estructura
de bondadoso pan y de acero inflexible
nos ayuda a ser hombres cada día
(…)
Stalin es el mediodía,
la madurez del hombre y de los pueblos.
Neruda tuvo la mala suerte de dedicar su poema al satánico personaje en 1954, dos años antes de que el XX Congreso del PCUS le descubriese al mundo mediante unos folios que, en efecto, el mediodía de los pueblos era en realidad una oscura noche de pesadilla que, por fortuna, había concluído. Luego, en 1957, el vate rectificó y criticó el “culto a la personalidad” en Stalin como algo sumamente censurable. Un culto a la personalidad que se respira de un modo incomparable en la Oda que él mismo escribiese al líder soviético apenas tres años antes.
Haciendo historia-ficción podríamos preguntarnos ¿qué lugar habría ocupado Pablo Neruda en el Parnaso del Canon de Occidente si, obstinado, hubiese seguido escribiendo odas a Stalin cuando ya no tocaba hacerlo? ¿Conoceríamos ahora de memoria sus Veinte Poemas de Amor y Una Canción Desesperada? ¿Habría recibido el título de Doctor Honoris Causa en Oxford (1965) o el Nobel de Literatura (1971)?
Pero no nos cebemos en Neruda. Toda la plana mayor de lo que hoy conocemos como intelectuales marxistas posteriores a 1956 declaró en alta voz su renuncia a Stalin y a sus obras. Antes de 1956 a casi nadie se le había ocurrido que lo de las deportaciones, lo del Gulag y lo del culto a la personalidad fueran cosas censurables, si es que existieron ¡Y eso que muchos de estos intelectuales habían vivido en la URSS de Stalin largas temporadas!
No es este el lugar para determinar si Stalin era un héroe o un tirano. Lo que importa ahora a nuestra argumentación es que no tiene sentido que un simple informe de dudosa capacidad probatoria tenga el poder de cambiar a toda la intelectualidad marxista mundial de un plumazo y para siempre. Que ningún intelectual hoy considerado como tal se negase a creer ese informe antes que a sus propias experiencias directas en la URSS. Que nadie sospechase que tras ese informe podría haber una conspiración para acabar con la amenaza comunista.
¿Nadie? Obviamente esto no es, no puede ser así. Siempre habría (todavía los hay) quienes no creyeron lo que el Informe de Khruschev contaba. Pero ciertamente, los que no nadaron en el sentido que indicaba la corriente pasaron a ser “nadies”. Pasaron a no ser “intelectuales”. Ni en la URSS ni en Occidente se los quería. Apoyar a Stalin pasó a ser cosa de tipos raros y asociales, o de ignorantes campesinos de la estepa rusa, que sustituyeron los iconos ortodoxos por carteles del líder georgiano.
¿Qué hace que un señor, hasta ayer normal, pase a ser un intelectual?
Personas con capacidad de crear opinión mediante libros, artículos y conferencias hay muchas (si se les permitiera hacerlo). Ni siquiera hay que ser demasiado brillante. Si se me permite la irreverencia, poetas tan buenos como Neruda los habría a patadas en el Chile de posguerra. No es tan difícil ser intelectual, escribir poemas de amor, u opinar sobre Stalin. Incluso gente como Luis María Ansón ha hecho las tres cosas. Requiere algunas facultades naturales y un poco de dedicación: es como tener habilidad para hacer ganchillo o pintar acuarelas. Y además es un trabajo cómodo y agradable. Y, lo dicho, no es imprescindible tampoco ser muy bueno.
Ser intelectual no es una cualidad personal, como sí lo es ser inteligente o tener buena voz. “Intelectual” es una profesión, como la de fontanero o profesor. Pensar o escribir sobre polìtica o sobre arte no le convierte a nadie en intelectual. El que contrata a alguien es el que convierte a ese alguien en intelectual. El intelectual es una persona a la que se le paga para elaborar un determinado producto. En sentido estricto, el propio intelectual se convierte a menudo en un producto. Su nombre se convierte en una marca, con el fetichismo propio de cualquier marca. Si firmar un autómovil con el nombre Mercedes-Benz equivale a venderlo como lujoso, poner “Noam Chomsky” en un libro equivale a vender sus ideas como antisistema (y venderlas muy bien, además.)
¿Por qué suponemos que Chomsky, Wallerstein, Galeano, etc. son voces de las que tenemos que fiarnos cuando hablan, por ejemplo, de la presente situación en Siria? ¿Por qué un profesor de lingüística norteamericano o un escritor uruguayo deberían saber mas sobre Siria que, por ejemplo, un profesor de matemáticas estonio o un programador indonesio? No solo esto. Esto tampoco es tan importante.
Lo peor es esto: ¿qué nos hace creer que Noam Chomsky es un incorruptible y honesto antiimperialista y anticapitalista? ¿Por qué suponemos que Chomsky, por ejemplo, jamás emitirá una opinión que beneficie a las grandes multinacionales? ¿Quién de los que me está leyendo que no haya tenido interés por la lingüística habría jamás conocido las opiniones políticas de un aburrido profesor de Pennsylvania? ¿Conoce alguien las opiniones políticas (quizá interesantísimas) de su vecino del quinto?
Está claro que lo que convierte a Chomsky en intelectual de referencia para la izquierda no es la calidad, mayor o menor, de sus conocimientos, ni tan siquiera su coherencia ideológica o su bella prosa. Quien logra el milagro es el mercado. A Chomsky le publica sus libros en España el Grupo Planeta. Las portadas de sus libros brillan en las librerías, su nombre suena en la radio, en la TV, en la prensa. Nada de esto le ocurre a nuestro vecino del quinto, que tiene varios fabulosos y reveladores libros escritos cogiendo polvo en un cajón.
Así que es el grupo Planeta el que nos ha colocado a Chomsky como referente del antiimperialismo hispano. Pero es que ¿acaso el Grupo Planeta, sus accionistas y sus medios no son en teoría enemigos acérrimos del antiimperialismo, del marxismo y de todo lo que huela a disidencia anticapitalista? ¡Hemos dejado que Goebbels nos elija a nuestros intelectuales antinazis de referencia!

Acabemos con el fraude de los intelectuales a sueldo.

Durante la Guerra Fría los izquierdistas de Occidente han consumido las ideas que los intelectuales aupados por instituciones y editoriales nada izquierdistas les han brindado. Nos han acostumbrado a ver como lógico que el sistema otorgue premios, cátedras y prestigio a los antisistema. Pero no nos engañemos. Los antisistema no tienen megáfono (Zizek no lo tenía en Wall Street, pero sí tiene las cámaras de todas las televisiones y las páginas de todos los periódicos). En otros tiempos, una mordaza tapaba la boca de los que hablaban contra el sistema. Hoy ya no tienen mordaza pero sus voces tampoco se oyen, porque los antisistema del sistema gritan muy alto, tanto que solo se les oye a ellos. Una tarea fundamental de los antiimperialistas y anticapitalistas de hoy es volver a pensar por nosotros mismos. El fetichismo de un nombre prestigioso, de una cátedra de Universidad, de un hermoso libro a a la venta en una librería no puede embelesarnos. La vanguardia ideológica no puede proporcionárnosla el Grupo Mondadori de Berlusconi o el Grupo Planeta de José Manuel Lara. El trabajo ideológico debe volver a ser colectivo y espontáneo y el liderazgo, si lo hubiese, nunca podrá estar mediatizado por El Corte Inglés.
El liderazgo ideológico no se gana en las conferencias organizadas por la Caixa. Se gana en la trinchera, en las barricadas, en la lucha cotidiana y real contra el capitalismo y el imperialismo. Por eso precisamente es por lo que todos los intelectuales a sueldo han ayudado a la OTAN a acabar con Libia. Pero también por eso es por lo que los líderes socialistas del mundo (Ortega, Chávez, Lukashenko, Morales, Correa, Fidel…) han condenado a la OTAN y han apoyado a Gaddafi. Porque a ellos no les paga nadie. No están ahí, en su posición de liderazgo, porque los haya puesto ninguna multinacional. Al contrario: están ahí, a pesar de las multinacionales, porque se han ganado su puesto con el apoyo popular, en las urnas o con el fusil, en la selva. Están ahí porque no trabajan de revolucionarios: son revolucionarios.

El Día del Sacrificio y Santiago Alba Rico.

No es tan buen escritor como Pablo Neruda, me parece a mí, pero desde luego no escribe mal. En la Nochevieja de 2006, un día después del Aid al Adha, Santiago Alba Rico escribió esto: El día del Aid-al-Adha, el día en que Alá perdonó la vida a Ismail, el día en que los dictadores musulmanes indultan a los condenados, los estadounidenses ejecutaron a Sadam Huseín; el día en que Dios sustituyó la víctima humana por un cordero, liberando así a los hombres del círculo interminable del sacrificio, EEUU restableció la maldición sacrificial.
A las seis de la madrugada Sadam Huseín subió al cadalso, firme y sereno, según todas las noticias; rechazó la capucha de reo y tranquilizó al verdugo; su dignidad no demuestra ni su superior moralidad ni la justicia de su gobierno, pero rebaja a los ejecutores un peldaño por debajo de su propia abyección. Todo el que se entristezca por su muerte sin ser pariente suyo está loco; todo el que se alegre sin haber sufrido daño de su mano es un criminal. Todo el que no se escandalice está legitimando, y reclamando de nuevo, las decapitaciones en directo de los salafitas, el atentado de las Torres Gemelas, el dolor de los proletarios e inmigrantes de Madrid, el horror del metro de Londres, la sangre de los turistas de Bali y los siniestros abusos de todas las dictaduras, incluyendo a aquellos por los que se condenó al propio Sadam Huseín.
El expresidente iraquí no tuvo un juicio justo y murió, por tanto, tan inocente como el día en que nació; su ejecución le exculpa de hecho de todos sus crímenes, porque castiga su imperdonable error de no haberlos cometido, a partir de 1990, a favor de su verdugo. Un tribunal de excepción establecido por un ejército ocupante, sin las más mínimas garantías procesales y animado exclusivamente por un principio retributivo y ejemplarizante, es tan legítimo y justo como el que formasen diez mafiosos para acuchillar al miembro de una familia rival o cien esbirros del Ku-Klux-Klan para linchar a un delincuente negro. Sin un juicio justo, no se ha probado que Sadam Huseín fuera culpable y, una vez muerto, ya nunca se podrá probar. El día del Cordero su inocencia resplandece como la de Ismail en el ara del sacrificio y quizás la firmeza y dignidad del reo, con el Corán bajo el brazo, se alimentase justamente de este recuerdo y de esta identificación, que otros muchos, en todo el mundo árabe y musulmán, establecerán espontáneamente. (…)
Eran otros tiempos. El Grupo Prisa, Tele 5, el PSOE, IU, protestaron por el bombardeo a Irak. Santiago Alba Rico no podía ser menos.
La compasión que le suscitó Sadam Husein hace cinco años no la merece hoy Gaddafi. Quizá sea porque Gaddafi era mucho mas tirano, mucho más déspota, mucho menos demócrata que Husein.
O quizá es que es muy triste dejar de ser un intelectual y resignarse a ser un simple vecino del quinto.

http://dizdira.blogspot.com.es

No hay comentarios:

Publicar un comentario