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viernes, 14 de diciembre de 2012

SOMONTE: LA DIGNIDAD EN MARCHA



Una crónica de la escritora Sara Rosenberg para inSurGente.- Todo por ganar y nada que perder, salvo las cadenas.

 Cada día recibo y leo decenas de correos y artículos que nos explican y denuncian  aquello que nos está siendo robado o ya fue robado casi sin que nos diéramos  cuenta. Cada día o cada dos días las protestas llenan las calles, pero sin conseguir que al estado le tiemble un pelo, o al menos se modere en su desaforado expolio. Poco a poco pero sin pausa el robo se ha consumado, mientras atontados en las luces de colores de los escaparates y la cultura del espectáculo cotidiano vagábamos en tierras de la subjetividad cruzada cada vez más por la estupidez y la inercia que el discurso oficial potencia. Demasiado tiempo vagando en el vasto desierto de la sentimentalidad y del yo. Una droga dura como pocas. Es verdad que no es fácil detener la maquinaria depredadora del capitalismo. Menos aún si uno tiene salidas para seguir consumiendo la estupidez del sistema. Simbólica o real. En la cultura o en el supermercado, que son ya más o menos lo mismo. Y al estado ladrón no le tiembla un pelo porque los mecanismos de control ciudadano sobre los que administran lo público no existen. El ciudadano sólo puede salir a la calle, encontrarse con las vallas, los palos de la policía y la cárcel como respuesta estatal.
La justicia no sirve ni para protestar una multa. Y protestar una multa también cuesta dinero. Por eso, sólo se podrá detener y destruir la maquinaria depredadora con unidad y organización. La voz en el viento no es suficiente, esa voz debe transformarse en una voz capaz de hacerse oír unitariamente y debe ser capaz de poner en pie alternativas de vida diferentes, autogestionarias y eficaces.    
Sanidad, educación, tierras, trabajo, vivienda, son robados día tras día con la excusa de una crisis que no es más que la expropiación de los derechos ciudadanos para engordar las arcas de la especulación y la estafa.  Esto es el capitalismo y esto es la cara  lavada y sin maquillaje del sistema en que vivimos. Y la relación entre cada lucha se hace imprescindible. Porque cada derecho cercenado forma parte de un retroceso que el capitalismo no puede sino producir. Mientras las luchas sigan dándose parcialmente seguirá en la UCI, pero seguirá depredando.
Es verdad, hubo un tiempo en que desde el mantel caían unas migajas para la extensa clase media y hasta para la aristocracia obrera de una Europa que había colonizado el mundo y esas migajas taparon el horizonte y hasta el sol.  Fueron años donde el neoliberalismo impuso el olvido del internacionalismo de clase, donde los hermanos trabajadores veían a los pobres venidos desde el Estrecho o desde el Atlántico como competidores y no como hermanos de clase, como oprimidos y explotados por los dueños del poder. La dialéctica de la colonización se cumplió sin pausa. Ya decía Fanon hace tanto tiempo que es necesario  descolonizar al colonizado y también descolonizar al colonizador. Colonizadores que a su vez fueron colonizados y creyeron que la subordinación permitiría que las migajas cayeran indefinidamente desde un mantel manchado de sangre. Las migajas coloniales permitieron grandes olvidos, enormes complicidades.  Y dentro de los países colonizados las migajas alimentaron a las burguesías locales cómplices del exterminio necesario para poder someter al pueblo a  las políticas del neoliberalismo. América, Africa y Asia sufrieron terribles carnicerías en nombre de la colonización y la desaforada política extractiva del imperio.  
En este contexto quiero situar a lo que es hoy el nacimiento de una vanguardia de clase.  Y que vuelve a poner el dedo en la antigua llaga de la postergada reforma agraria de España, en donde la tierra sigue estando en manos de unos pocos para mal de muchos. Esa reforma agraria que si bien sería una reforma propia de la revolución burguesa, fue también postergada porque aquí todavía vivimos y sufrimos una monarquía –una metástasis más del canceroso estado capitalista- con la evidente concentración de capital derivada de aquella  partición territorial hecha por y para una clase parásita, que sigue robando y parasitando. Dueña de empresas, tierras, bancos y derechos, esa clase colonizadora no sólo colonizó América, Asia y Africa, colonizó,  explotó y explota  su propia tierra y la destruye.
  Y si, hablo de vanguardia de clase, de autogestión y nuevos métodos de lucha, capaces de situar los derechos expropiados por la clase dominante juntos y dar la lucha de manera unitaria, de manera internacionalista, de manera activa y conciente de que el desastre no se resolverá por sectores, porque el desastre se llama sistema capitalista de producción.  Y esta vanguardia obrera que hoy está mostrando cómo avanzar colectivamente necesita que todos y todas la apoyemos y seamos capaces de aprender a generar nuevas formas de funcionamiento y resistencia.  
Esa vanguardia se está gestando en toda España y el mundo. Son resistencias activas, organizadas y con nuevas formas de autogobierno y autogestión económica y social .  Desde los Sin tierra de Brasil, las cooperativas argentinas, las fábricas recuperadas y gestionadas de manera colectiva, los movimientos sociales por la soberanía nacional, por la soberanía alimentaria, los diversos frentes del zapatismo, y otras  muchas formas de resistencia que cada día se extienden, se profundizan y  van gestando un gran frente antiimperialista.  Que es decir anti- depredador, contra el capitalismo financiero y militar que asola el planeta.
Marinaleda, Somonte, las Turquillas son parte de este camino, un nuevo –y antiguo- sentido de lucha  social e internacional.  Lucha de clase, organización de clase, unidad de clase contra el robo del derecho a la vida.  La tierra y el derecho a trabajarla y cuidarla para vivir con dignidad, son el eje del camino emprendido por las mujeres y los hombre que forman el Sat.  Un sindicato que defiende la dignidad de los trabajadores y trabajadoras y que por eso es constantemente criminalizado, perseguido, multado y encarcelado.
El estado delincuente y apropiador  necesita la violencia para imponer sus leyes. Un estado que se hace llamar estado democrático, estado de derecho,  pero utiliza la violencia y la ilegalidad para castigar al SAT con multas y cárcel, en nombre de un derecho a todas luces anticonstitucional. Incluso la deficitaria constitución del 78 defiende el derecho al trabajo y a la vivienda. ¿Entonces en nombre de qué leyes se puede juzgar a aquellos que defienden este derecho?
Es también bajo la luz de la legalidad constitucional donde las acciones del SAT  pueden ser defendidas y expandidas. Es bajo la luz de la legalidad constitucional  donde los banqueros, terratenientes y grandes empresarios deben ser juzgados por  robo y vaciamiento de las arcas públicas y destrucción de los recursos naturales y económicos del  país y del mundo. No podemos olvidar la relación entre los dos puntos del arco:  se criminaliza a los trabajadores y trabajadoras mientras se roba a través de los bancos y las empresas todo el patrimonio colectivo (escuelas, hospitales, universidades, jubilaciones, tierra, salarios, derecho a la justicia, etc. ) y  se financia a una clase parásita que además ha colocado como ministro de defensa al representante de la empresa armamentística implicada en guerras de criminales en medio oriente y en África y en cuanto golpe de estado y conspiración antidemocrática se haya producido en América Latina.
Por eso, incluso dentro de esta legalidad constitucional –pobre, limitada y monárquica como es la constitución del 78- del sistema debemos exigir que la justicia se ejerza contra aquellos que atentan contra nuestros derechos básicos.  Aquellos que cada día promulgan un decreto ley que restringe cada vez más el derecho constitucional. Aquellos que votan el robo de la jubilación a nuestros ancianos, aquellos que recortan la salud y la educación para embolsarse el dinero a través de operaciones de ingeniería mafiosa, aquellos que multan a quienes han sido capaces de ejercitar otra legalidad y demostrar que el emperador está desnudo y que el estado capitalista sólo es una empresa mafiosa.  Peligrosamente ilegal y depredadora.     
Retomo la urgente necesidad de unificar las luchas, de comprender que es una misma lucha contra el sistema y es urgente organizarnos para defender y sostener hasta el final esta lucha, porque la dignidad ya está en marcha y “esta humanidad ha dicho basta y ha echado a andar”.                      
Y escuchemos, para aprender y solidarizarnos activamente con una lucha que es nuestra:


Voces de Somonte.
Testimonio de M. , mujer jornalera y miembro del SAT.

Yo no conocía Somonte, pero siempre fui jornalera y en nuestras asambleas hablábamos de la ocupación simbólica de tal o tal finca para poder trabajar. Soy del Sindicato andaluz de trabajadores (SAT) , primero fui del SOC (Sindicato de obreros del campo)  que después pasó a ser el SAT.
En la asamblea se decidió que se iba a ocupar simbólicamente esta finca, y a la gente de la parte de Córdoba nos tocó venir a ver cómo estaba, cómo era el panorama de esta finca porque no sabíamos en que condiciones estaba.
 Vinimos a finales de febrero por primera vez; el camino se  hizo eterno, no conocíamos el camino, no veíamos adónde estaba la casa y deseábamos llegar alguna vez.  Cuando por fin llegamos, hicimos fotos y supimos cómo era la finca.  Nos fuimos, pero volvimos.
Yo nací en Córdoba, soy de capital, pero ahora soy más de campo que un chaparro. Y así fue, se decidió en asamblea que el 4 de marzo se ocupaba, vinimos simbólicamente pero como ya estábamos hartos de simbolismos, decidimos que nos quedábamos.  En ese momento vine con mi marido, con un grupo de gente de Córdoba  y con la familia de un compañero del Sat de Palma del Río que falleció unos días antes, pero la familia se quedó con nosotros. Así nos quedamos. Y desde el primer día estuvimos muy a gusto.  Éramos 20 personas. (*)
            Al poco tiempo a mí me salió trabajo en el campo y tuve que irme a trabajar. Fue entonces cuando vinieron a desalojarnos. Nos mandaron más de doscientos  antidisturbios, un gasto muy grande, un gasto que además pagamos nosotros. En Somonte sólo estaban  veinte personas.
            Yo llamé por teléfono y recuerdo  que escuchaba los golpes a la puerta, las patadas,  los gritos de la gente que pedía respeto. A las 6 de la mañana de ese día ya me había levantado para ir atrabajar cuando llamé y escuché las voces que decían “Darnos 10 minutos, por favor, 10 minutos”, las patadas, los gritos y la gente diciendo “Diez minutos, que la gente está acostada…”  y los gritos de “a la calle”. Yo entiendo que con un desalojo la adrenalina y los nervios estaban a mil.
Corrí a la casa de una vecina que tenía la hija, una chiquilla de 19 años allí, en Somonte y llamamos otra vez. Es peor a veces escuchar que estar allí, decía, porque los estaban desalojando a todos.
A las 6.30 de la mañana, cuando todavía estaban dormidos,  llegaron montones de furgones y coches de la policía y los echaron como perros a la calle. Los empujaron hasta la carretera.
Ese mismo día estuvimos todo el día en la carretera, en la parte baja de la carretera y a las 12 y media dijimos que ya era otro día y volvimos a ocupar la finca y entonces  abrimos todas las naves. Abrimos las naves que habían estado cerradas hasta ese momento. Sólo habíamos habilitado la casa, que era lo que más necesitábamos. Dormíamos en el suelo, en colchones, con frío porque aquí marzo
es frío. Teníamos poquitos sacos de la gente amiga y del sindicato para abrigarnos, pero igual pasamos mucho frío.
Además hemos sufrido mucha represión, miles de multas y detenidos. Cada día hay multas y detenidos.  Nos quieren frenar con tantas multas, pero somos un sindicato normal y corriente, que sólo quiere que la gente pueda trabajar la tierra y vivir con dignidad, que no haya tanta injusticia con la gente trabajadora.
Las multas, no se exactamente a cuánto ascienden, pero piden años de cárcel y más de cuatrocientos mil euros a la gente que está a la cabeza del SAT.  A Cañamero, a Gordillo, a Lola, y con la ocupación de la finca de las Turquillas ha pasado más de lo mismo. 
La única manera de acabar con esto es luchar, seguir luchando por la justicia.  Por eso es importante el apoyo de toda la gente, de ustedes, de toda España y del mundo. La gente que viene a vernos nos ayuda, porque aquí el día a día es duro, a veces nos venimos abajo, no es fácil. Pero la gente que estamos aquí, es porque nos lo creemos. Otro mundo es posible y eso es lo que creemos.
Somos veinticinco personas fijas. En un día normal, se reparten los trabajos y cada quien sabe lo que tiene que hacer. Yo antes ayudaba a una compañera a cocinar. Ella se fue y ahora llevo yo la cocina, atiendo,  lavo y cuando hay mercadillo voy al huerto a recoger y ayudo con las cajas. Todos hacemos de todo. Hay mucho trabajo.  Y todo se decide en asamblea. Desde que nos levantamos, a las 7.30, ya está el trabajo repartido entre el campo y la casa.  Hay que limpiar la casa, las naves, o hay que recoger pimiento o lo que haya en la huerta.
Trabajamos de 7.30 a 2 de la tarde y de 3 a 5, porque a las seis ya es de noche. Por eso hemos quitado la siesta, hay mucho trabajo y no hay tiempo. En verano es diferente porque hace mucho calor, hemos tenido días de 50 grados, pero este invierno será duro y hay que prepararse porque hace mucho frío .       
Yo estoy aquí por mí y por mi hijo, que tiene 17 años.  La situación económica es muy mala. Siempre he estado luchando y trabajando, pero la situación económica en mi casa era insostenible y lo he dejado todo. Y cuando digo todo, es todo. 
En mi casa no había nada, absolutamente nada. Ahora mi hijo está con mi hermana,  
le da de comer mi hermana y si yo estuviera allí serían dos bocas; estando aquí me han cortado la luz tres veces por no poder pagarla. Tengo un recibo de alquiler de 36 euros y no lo podía pagar sin tener trabajo, estuve a punto de ser desahuciada en el 2011, todavía con el gobierno de Zapatero. Frené el desahucio gracias a la ayuda del SAT –hicimos una rifa, una colecta- pude pagar, pero todavía tengo una deuda de 108 euros y tengo que pagar sí o sí.
Soy jornalera y me siento orgullosa de ser jornalera. Es un trabajo duro, bonito y digno. Siempre he trabajado en el campo, porque el campo no tiene puertas y me siento libre trabajando en el campo, trabajando para nosotros, no para ningún hijo de puta, no tener que aguantar –eso ponlo en letras grandes- NO TENER QUE AGUANTAR A NINGÚN HIJO DE PUTA Y VIVIR DE UN JORNAL QUE ES NUESTRO.
EL CAMPO ES LIBRE AUNQUE ALGUNOS LE QUIERAN PONER PUERTAS.
Cuando esto salga adelante me gustaría poder vivir de un jornal digno, nuestro. Va a costar echarlo a andar. No es un huevo que se ponga a freír.
Tengo claro que si nos echan de aquí, volveremos. Sola no, sola nadie hace nada, por eso estamos juntos.
No sé cómo la gente en mi misma situación y en la situación del resto de mis compañeros, no dan el paso y dicen Basta. A veces pienso que son sumisos o nunca han luchado, o nunca van a luchar.  A ellos les hablo, para que despierten.  

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