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jueves, 20 de diciembre de 2012

ENTREVISTA DE TRABAJO


entrevista

Llego tarde a la entrevista de trabajo. Voy caminando porque no tengo coche, hay mala combinación de transporte público y tengo pinchada la rueda de la bici. Después de diez minutos, caigo en la cuenta de que me he olvidado el currículum en casa. ¡Mierda! El chico que me llamó dijo que llevara todo preparado, porque si les gustaba me contrataban; fotocopias del DNI y de la tarjeta de la seguridad social, fotocopia del último título académico, número de cuenta corriente, y sí, currículum actualizado y con fotografía.
Vuelvo rápidamente a casa. De camino, voy llamando un taxi para que me recoja en la puerta, porque si no, no hay manera de llegar puntual. Subo, recojo el currículum de encima de la mesa,  si es que estoy empanada, y bajo saltando los escalones de dos en dos. El taxi aparece enseguida. El conductor marroquí, muy amable, permanece casi todo el trayecto callado. – ¿Es al otro lado de la avenida, verdad? – me pregunta. Sí, pero no se preocupe, déjeme aquí y ya cruzo yo al otro lado.
Le pago siete euros y cruzo al lugar donde he sido convocada para la entrevista. Es un hotel. Me indican que suba a la quinta planta, al salón que hay saliendo del ascensor a la derecha. Entro. Ya están sentados formando un círculo un grupo de chicos y chicas, y un señor de barba, deduzco que de recursos humanos, está hablando de la empresa que puede que nos contrate. ¡Mierda! Otra entrevista de grupo Tomo asiento y me entran ganas de marcharme, pero siento que estoy pegada a la silla.
El señor de la barba nos explica que quieren contratar a veinticinco jóvenes para promocionar un gimnasio y que necesitan personas abiertas, dinámicas y capaces de transmitir al cliente las ventajas del producto. – Bueno, para saber un poco como sois, vamos a hacer un juego. Es muy divertido, yo he oído de cada cosa… – dice el señor de la barba mientras nos sonríe con sus dientes blanquísimos–. Imaginad que estáis encerrados en esta habitación y no hay manera de salir. Todos queréis salvaros, pero sólo uno puede ser el elegido para hacerlo. Tenéis que poneros por parejas y contarle a la otra persona por qué deberíais ser vosotros los elegidos para salir. Luego vuestro compañero o compañera tendrá que defender en público vuestra candidatura.
Me bloqueo. Una chica con el pelo recogido en una coleta me pregunta si podemos ir juntas. Le digo que sí. Le cuento una historia absurda: Estoy terminando la licenciatura en la universidad de superhéroes y con mis poderes podríamos salir todos juntos, no haría falta que saliese sólo yo. Patético.
La chica me cuenta su historia, tomo notas para defenderla luego en público. Mi turno. Me pongo roja como un tomate, y cuantas más palabras salen de mi boca, más estúpida me siento. Terminamos. Una chica ha contado que debía salir porque había recibido un whatsapp de los mayas, otro porque su padre trabaja en Telecinco y alguien deberá informar sobre nuestro secuestro… Una chica de pelo castaño empieza a recoger nuestra documentación y nos hace firmar un documento de la ley de protección de datos, porque se va a quedar con nuestros currículums. El señor de la barba nos invita a acompañarle para enseñarnos las instalaciones del gimnasio que tenemos que promocionar. Bajamos por grupos, sin dirigirnos casi la palabra. Seguimos al señor de la barba, asintiendo con la cabeza y observando las posibilidades del gimnasio inmenso que está todavía en obras. –Por mí, ya hemos acabado – dice el señor –. Quisiera daros las gracias por haber acudido a la cita, que parece que siempre tenga que dar gracias el trabajador. ¿Y tú quien se supone que eres, imbécil?
No me han llamado. Optaba a trabajar 48 horas durante un mes por un salario bruto de trescientos veinticinco euros, unos seis y pico la hora. La mayoría de compañeros parecían gilipollas, el jefe también, pero no me alegro de que no me hayan dado el trabajo. Soy estudiante universitaria recién licenciada, con buena media y con cierta experiencia laboral a mis espaldas, sobre todo en sectores distintos al mío. Desde agosto estoy parada, envío a diario mis datos a empresas, pero nunca me llaman. Es mi realidad, y la de muchos otros. Me gustaría sobre todo no tener que ponerme en ridículo delante de desconocidos para tratar de conseguir inútilmente algo que debería serme propio por derecho: un trabajo y un salario dignos.

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