12-11-2012 |
Entrevista a Miguel Ángel Pascuas, comandante fundador de las FARC
Llegó, me estrechó la mano y se sentó a mi lado. Empezó a tomar un jugo. A veces levantaba los ojos para verme. Cada movimiento lo hacía como en silencio. Yo acababa de entrevistar a Ricardo Téllez, más conocido como Rodrigo Granda, uno de los jefes de la delegación de las FARC en las negociaciones con el gobierno de Colombia en La Habana. Le había propuesto a Téllez que me ayudara a convencerlo para una entrevista. “Yo se lo presento, y que él decida. Nunca ha dado una entrevista en su vida, y creo que nunca le han tomado una foto”, me dice.
Le
pregunto cómo se siente. “Bien, aunque me hacen falta mi tierra, mi
selva”, me contesta apenas abriendo la boca, y vuelve a saborear el
jugo. En verdad que este hombre es un típico campesino: es reservado y
parco al hablar ante los extraños.
Miguel
Angel Pascuas nació el 20 de noviembre de 1940 en la ciudad de Neiva, al
sur del país. Desde las primeras luces de los años sesenta ingresó a la
lucha guerrillera. Estuvo entre los 52 hombres y tres mujeres que
enfrentaron la arremetida de 16 mil soldados, asesorados por
especialistas estadounidenses, en la región de Marquetalia, al
suroccidente del país. El 27 de mayo de 1964, en medio de la embestida
militar, hizo parte de los fundadores de las FARC, aunque solo dos años
después tomaría ese nombre. “Se dice que soy el último miembro de los
fundadores que sigue en actividad, pero también está Jaime Bustos.
Existen otros marquetalianos, pero se han retirado por vejez o
enfermedad.”
Desde hace unos 25 años dirige el
Sexto Frente de las FARC, uno de los más beligerantes y estratégicos.
Tiene en jaque a las poderosas Fuerzas Armadas oficiales, porque ha
logrado llevar la confrontación hasta muy cerca de Cali, la tercera
ciudad del país.
Tratando de romper su
aparente indiferencia, digo que es la primera vez en mi vida que estoy
rodeado de tantos dólares. Los presentes me miran intrigados. “Por la
cabeza de Téllez el gobierno colombiano ofrece varios millones. Y por
Pascuas el Departamento de Estado de Estados Unidos da 2,5 millones, y
el gobierno colombiano un millón”. Noto que Pascuas prefiere mirar el
jugo y revolverlo.
Le propongo la entrevista.
Con una increíble economía de palabras me dice que él no tiene mucho
para contar. Le insisto. Acepta, pero con una sola condición: tiene que
ser en un lugar abierto. No quiere encerrarse en un salón. “Aún no logro
acostumbrarme a dormir en una habitación, ni en esa cama. Tengo oídos
muy sensibles, habituados a los ruidos de la montaña. A la madrugada no
escucho el ruido de los animalitos de la selva, solo carros que pasan, y
eso me perturba. Cuando estoy en el páramo me acuesto sobre las hojas
del frailejón y otras hierbas. Y si es en zona calurosa utilizo una
hamaca y un toldillo. Todo a campo abierto. Usted no se puede imaginar
la tranquilidad que se siente en la selva, en el campo”. Le digo que no
lo puedo imaginar, y que a mí los mosquitos me producen pánico, aunque
me crié en un barrio muy pobre plagado de ellos. Con esto le saco una
sonrisa, aunque creo que se burla de mí. Sin embargo el resultado es que
acepta charlar conmigo unos días después.
«Voy
a luchar y luchar por la toma del poder hasta donde la salud y la vida
me lo permitan. Quisiéramos que fuera por la vía política, y por eso
hemos insistido en los diálogos con el gobierno. Ojalá pudiéramos
conformar un partido político sin que nos maten, como hicieron con la
Unión Patriótica. Recuerde que nos asesinaron como a cinco mil
compañeros y compañeras. Entonces nos tocó que reforzar lo militar. Para
las actuales negociaciones no podemos hacer los errores que cometimos
durante las realizadas en el Caguan [entre 1998 y 2002, NdA]. Antes de
ellas estábamos con un gran empuje militar, logrando propinarle grandes
derrotas al enemigo. Con lo del Caguan como que nos confiamos, y cuando
se rompen el enemigo embiste con mucha fuerza, se había preparado para
la guerra. Es cuando llega el llamado Plan Colombia, dirigido y armado
por los gringos bajo el pretexto de la guerra al narcotráfico, pero era
para acabar con nosotros. Pero uno va acomodándose a las nuevas tácticas
y estrategias del enemigo. Después de cada combate o bombardeo nosotros
analizamos para decidir cómo responder y avanzar.
¿Qué
siento al ser uno de los hombres más perseguidos? Me siento muy bien.
No tengo miedo, porque ya estoy acostumbrado. A veces la salud molesta
por culpa de los años, pero para dirigir no tengo problema. Nunca me han
herido, por lo cual me considero con mucha suerte pues he participado
en muchos combates y toma de poblaciones. He visto morir compañeros y
compañeras. Los he tenido que cargar y enterrar para que el enemigo no
se apodere de sus cadáveres y haga fiesta y publicidad con ellos. A
veces me ha tocado dormir a su lado hasta que el enemigo se aleje. En
varias ocasiones me ha tocado estar escondido varios días, teniendo al
ejército muy cerca, buscando cómo salir del cerco con mi tropa.
Cuando
escucho que nos tratan de terrorista no me produce nada, porque uno
sabe que estamos luchando por una causa justa. Es cierto que la
población civil está sufriendo el desarrollo de esta guerra, aunque
nosotros tratamos de protegerla. El ejército dice que nosotros nos
amparamos entre la población civil, pero ojalá dijeran la verdad: cuando
los tenemos acosados se esconden en las escuelas, viviendas y
hospitales. Son unos cobardes. No somos nosotros lo que construimos los
puestos de policía y militares al interior de las poblaciones.
Desgraciadamente
cada día la guerra se acerca más a las zonas pobladas, a las ciudades
intermedias. Y el ejército reprime y mata a los pobladores porque dice
que ellos son nuestros colaboradores. La gente ve bien nuestra llegada,
pero sí le da temor de la represión del ejército. La verdad es que si
hemos logrado llegar tan cerca de las grandes ciudades, como Cali, es
porque no somos terroristas; es porque tenemos una parte importante de
la población de nuestro lado, sin ser combatientes. Es imposible avanzar
en la guerra revolucionaria sin el trabajo político con la población,
sin el dominio del terreno.
Una semana antes
de salir para La Habana, el ejército me tendió un cerco para tratar de
capturarme o matarme. Fue en la zona donde yo debía encontrar a los
representantes de Cuba y de la Cruz Roja Internacional que me
trasladarían. Cuando el helicóptero fue llegando con ellos tuvimos todas
las precauciones, pues el ejército podía volver a plagiar los signos de
la Cruz Roja, como ya lo hizo para rescatar a Ingrid Betancourt, aunque
eso está considerado como un crimen de guerra. Es que ese Estado no
puede actuar limpiamente, así otros países sean garantes.
Imagínese
que para salir del país hacia Cuba, y después para ir a Oslo a
inaugurar las conversaciones el gobierno le pidió a la Interpol de
retirar las ordenes de captura internacional que tenemos varios de
nosotros. Al volver de Oslo el gobierno volvió a pedir nuestra captura:
tan solo en Cuba y Noruega no son efectivas. ¿Eso es lógico? ¿Eso es
honesto ante los países garantes de este proceso? Conozco bien al
enemigo y a su amo, los Estados Unidos. Ellos solo quieren nuestra
rendición de rodillas, pero no la van a lograr. Estamos aquí para
negociar otra Colombia para las mayorías, no para rendirnos ni
vendernos. Téngalo por seguro que no lo lograrán. Ojalá que ahora el
gobierno sea sincero con sus intenciones y podamos lograr acuerdos que
nos pongan en el camino de un diálogo por la paz con justicia social.
Hernando Calvo Ospina es periodista colombiano residente en Francia. Colaborador de Le Monde Diplomatique.
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