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sábado, 27 de octubre de 2012

LA PAZ NO ES EL CAMINO


RAFAEL NARBONA
 
 27.10.2012
La paz no es el camino. Las penalidades de la clase trabajadora no se acabarán con manifestaciones pacíficas. Las familias desahuciadas, abocadas a la marginación y los comedores públicos, no recuperarán sus derechos mediante concentraciones animadas por las consignas de Gandhi o John Lenon. Gandhi invitó a los pueblos agredidos por Hitler a no ofrecer resistencia contra el invasor. No es cierto que el mundo sólo necesite amor. El mundo necesita determinación, compromiso, rabia, coraje, insumisión, radicalismo, ira e incluso odio. Odio contra la opresión, la desigualdad y la exclusión.
Odio hacia los que invocan los derechos humanos, mientras asesinan a civiles desarmados, con balas de fragmentación y fósforo blanco. Odio contra los Estados que confinan y estrangulan a los pueblos mediante torturas, muros erizados de alambradas, cárceles clandestinas y ejecuciones extrajudiciales. Odio contra los genocidas, los explotadores, los maltratadores. Odio contra la retórica democrática que habla de voluntad popular, mientras especula con la tierra, el agua y los alimentos. Odio contra las religiones que fomentan la intolerancia, el conformismo y el miedo, invitando a ofrecer la otra mejilla. Nunca ofrezcas la otra mejilla, si pretenden despojarte de tus derechos. No perdones a los que propagan el hambre, la desesperación y la miseria.
La paz sólo será posible cuando hayamos enterrado a los que diezman la esperanza de generaciones enteras, comerciando con el sudor ajeno y reprimiendo a los que asumen terribles sacrificios para intentar cambiar el rumbo la historia. No olvidemos el ejemplo de Ernesto Che Guevara, Sandino, Martí o Camilo Restrepo. El libertador José Martí, después luchar contra la dominación española y comprender que la independencia de Cuba debía alumbrar una sociedad más justa y equitativa, con escuelas que ayudaran a crecer como hombres libres a las nuevas generaciones y hospitales que aliviaran a los enfermos, sin reparar en sus recursos económicos, nos advirtió que “la libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio”. Martí fue abatido por una emboscada del ejército colonial de la corona española. Tenía 42 años.
Augusto Sandino, revolucionario nicaragüense, fue asesinado a traición por el infame Augusto Somoza, que instauró una pavorosa dictadura con el apoyo de Estados Unidos. Sandino, que se enorgullecía de su origen humilde, siempre desconfió de los acuerdos de paz con los enemigos que conservaban intacto su poder militar. “Yo no estoy dispuesto a entregar mis armas. Yo prefiero morir como rebelde y no vivir como esclavo”
Camilo Torres Restrepo, sacerdote católico colombiano, precursor de la Teología de la Liberación y miembro del grupo guerrillero Ejército Nacional de Liberación (ELN), afirmó: “Si Jesús viviera, sería guerrillero”. Durante su vida, promovió el diálogo y la reconciliación entre el marxismo revolucionario y el cristianismo. Murió el 15 de febrero de 1966 durante su primera acción de combate. ¿Cuántos lo recuerdan?
Las revoluciones son necesarias. Hay que levantar barricadas, asaltar los centros de poder, rescatar las banderas rojas de la Comuna de París, empuñar los fusiles que frenaron a los fascistas en el Madrid del 36. Hay que resucitar el espíritu del internacionalismo socialista y recordar que la lucha contra la explotación y la alienación no es violencia, sino resistencia. “Todos debemos dar un poco para que unos pocos no den todo”. La resistencia a veces tiene el color de la sangre, pero no hay otra alternativa para los que anhelan ardientemente la libertad y la dignidad.
El 15-M se muere. Tal vez porque es hijo de la rabia, la impotencia y el descontento. No pretendo propagar el pesimismo ni restar valor a las movilizaciones populares, que lograron convocar a miles de personas, pero desde el principio se agitó la bandera del apoliticismo o apartidismo y ningún movimiento social puede ser apolítico o renunciar a organizarse con líderes, banderas y manifiestos, salvo que apueste por el fracaso y la previsible disgregación. Sólo las ideas pueden preservar el impulso inicial y mantener las calles y las plazas ocupadas. Hay que escoger un rumbo, definir unos objetivos, diseñar una estrategia, comprometerse con una visión del mundo. El 15-M surge como una marea de indignación que protesta contra los excesos del capitalismo, exigiendo un nuevo modelo de sociedad, donde prevalezca la solidaridad sobre la codicia y la justicia sobre la desigualdad. Se estima que los mercados financieros han usurpado el lugar de la voluntad popular, provocando una crisis mundial que evoca los estragos de la Depresión del 29.
La connivencia entre el capitalismo y la socialdemocracia ha situado a la izquierda fuera del arco parlamentario. Los indignados no se identifican con ninguna fuerza política, pero se resisten a crear una alternativa viable, apostando por el modelo asambleario y la posibilidad de una democracia horizontal. Se invocan las figuras de Martin Luther King, Gandhi y Nelson Mandela, descartando las formas de resistencia que impliquen una beligerancia activa contra los poderes constituidos. Se olvida o se desconoce que Nelson Mandela participó activamente en la lucha armada contra el apartheid y que –al ser liberado el 11 de febrero de 1990- manifestó: “Aún existen razones para la lucha armada. Es el único camino para poner fin al monopolio del poder blanco”. Apenas se menciona que Martin Luther King se aproximó al socialismo, cuando entendió que el origen de todas las discriminaciones procede del reparto desigual de la riqueza. La pobreza no se extinguirá hasta que se cumpla el sueño de una sociedad donde cada uno recibe de acuerdo con su necesidad y aporta conforme a su capacidad.
Las protestas no se han extinguido. Hoy saldrán a la calle miles de indignados de casi un centenar de países. Hay manifestaciones convocadas en 950 ciudades. Es previsible una afluencia masiva. No es menos previsible una sensación de vacío, cuando las consignas y los gritos se apaguen y se advierta que continúan los recortes y las políticas de austeridad, pese a que los analistas no se cansan de repetir que la crisis sólo se resolverá con medidas expansivas, capaces de estimular el crecimiento y el consumo. El 15-M no ha producido ningún cambio significativo. Sólo ha puesto de relieve que las elecciones se limitan a proporcionar una ficticia legitimidad a las oligarquías financieras, que imponen sus intereses a la clase política. Está bien salir a la calle, pero la frustración no es suficiente. ¿No es una victoria de la economía capitalista que nadie se atreva a invocar la revolución socialista? ¿Acaso no es hoy más necesaria que nunca? 
UNICEF acaba de presentar un informe donde se denuncia que en España al menos un 6’2% de los hijos  menores de 12 años de los inmigrantes viven en una situación de pobreza extrema. Esto significa que acuden a la escuela sin desayunar o ducharse, pues en sus casas no hay comida ni agua caliente. Esta situación agrava el riesgo de fracaso escolar y la violencia juvenil. La impotencia y la desesperación propicia que en estas familias aparezcan cuadros agudos de depresión, ansiedad y comportamientos autodestructivos, como el alcoholismo o los intentos de suicidio. Al mismo tiempo, CARITAS informa que la demanda de alimentos y ayudas para pagar la luz, el agua o el alquiler no cesa de incrementarse, desbordando su capacidad de respuesta. Las previsiones de crecimiento económica son raquíticas y la pobreza infantil relativa ya alcanza al 25% de los niños españoles. La pobreza severa implica hambre; la pobreza relativa sólo conlleva malnutrición.
Algunos entendemos que nos encontramos ante un nuevo capítulo de la lucha de clases y que no existe otro camino que el socialismo. El capitalismo no puede reformarse ni humanizarse, pues incluye en su esencia la alienación, explotación y la deshumanización del individuo. Necesitamos una transformación revolucionaria que rescate el proyecto de una sociedad igualitaria. Las clases oprimidas no lograrán superar su situación de precariedad y marginación, si no recuperan el espíritu de lucha y resistencia. El pacifismo es una vía agotada. No es la hora de la lucha armada, pero sí de la determinación y el compromiso. Si necesitamos una figura de referencia, sería mejor que nos fijáramos en Ernesto Che Guevara, un revolucionario ejemplar, que trascendió los planteamientos nacionales para entregar su vida al internacionalismo socialista. A pesar de la manipulación comercial, el Che sigue encarnado el anhelo utópico de un mañana ético, que garantice la dignidad de todos los seres humanos, sin tolerar ninguna forma de discriminación. El Che es el fatalismo que no se rinde, el espíritu trágico que no abdica, el yo que aspira a fundirse con el nosotros, la poesía que alza el vuelo para llegar hasta todos, el fusil que nunca descansa, prodigando vida, fraternidad, esperanza. El socialismo no es una ideología muerta, sino el sueño de un futuro donde los pueblos trabajen juntos para asegurar la paz y la prosperidad.
“Ayer me atreví a luchar. Hoy me atrevo a ganar”, afirmó Bernadette Devlin, que se hizo famosa por su implicación en los actos de resistencia contra la dominación británica en el Ulster. Después de la Batalla del Bogside y el Domingo Sangriento, los católicos norirlandeses comprendieron que las movilizaciones son inútiles, sin una inequívoca voluntad de luchar hasta el final. Los pueblos que se dejan pisotear pierden su esperanza y dignidad. Las revoluciones que se hacen a medias desembocan en un fracaso estrepitoso. Hay que luchar, pero sin ninguna clase de derrotismo. Se lucha para ganar y se gana si se tiene el valor para continuar resistiendo en medio de la adversidad

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